viernes, 19 de enero de 2007

Unidad frente al terrorismo

Unos afirman que no cabe más solución que la negociación con ETA para acabar con su “lucha armada”, resolver el “conflicto vasco” y alcanzar “la paz”. Otros creemos que no hay más “conflicto vasco” que la existencia y actividad de ETA, que negociar con terroristas es indefendible en la teoría y contraproducente en la práctica y que el único modo a la vez eficaz y legítimo de terminar con la banda y sus crímenes - o sea, de conseguir la normalidad, a la que no vemos ningún motivo para llamar “paz” - es aplicarle la Ley y, policía mediante, llevar a los terroristas a los Tribunales y a la cárcel.

Hasta aquí, todo normal. Posturas nítidas y definidas, cada una con sus argumentos y sus partidarios. Una la comparto, la otra no, pero entiendo las dos y puedo discutirlas o defenderlas, argumentarlas en contra o a favor. Y hasta aceptar que se imponga la que resulte tener más adeptos, aunque me parezca suicida o directamente criminal.

Hay una ¿postura? tercera, en cambio, que no acabo de - ni empiezo a - entender. La de los que no dicen nada y, a la vez, dicen todo. Los que afirman al tiempo que sí, que debe “dialogarse” con ETA (“negociar” les debe sonar muy fuerte, prefieren hablar de “diálogo”, que siempre ha tenido muy buena prensa; pero nunca aclaran para qué va a dialogarse si no es, precisamente, para negociar) pero que no debe hacérsele ninguna concesión. Los que aseguran simultáneamente que “hablando se entiende la gente” - afirmación realmente campechana y simpática - y que la Ley debe cumplirse a rajatabla; que se debe hablar de todo con todo el mundo, pero no que no se debe pagar ningún precio a nadie; que sí, pero que no y que no, pero que sí...

Naturalmente estos últimos son, además de los más numerosos, los que mejor quedan. Son ponderados, sensatos, conciliadores; y los que nos empecinamos en alguna de las dos posturas inteligibles quedamos, a su lado, como unos energúmenos extremistas. Tal para cual. Intolerantes empeñados en mantener razonadamente lo que creemos acertado, en vez de disolverlo en una maraña de estupideces inanes que todos podamos corear como borregos antes de irnos a tomar el aperitivo.

Yo, que vivo hace unos cuantos años en este pais y ya estoy acostumbrado, aguanto la nebulosa de obviedades inútiles, contradicciones encubiertas y pontificaciones huecas con bastante paciencia, y casi nunca reúno ganas para discutirla. Suelo decirles a todo que sí, que claro, que efectivamente. Qué razon tienen. Ciudadanos así son los que hacen falta.

Hasta que llegan a la parte que más les gusta, en la que se cargan de razón y gritan poco menos que exigiéndola, convencidos de que eso sí que no hay quien se lo discuta: “LO IMPORTANTE ES MANTENER LA UNIDAD FRENTE AL TERRORISMO”. Héle.

Entonces es cuando se me llevan los demonios. Son incapaces de formular una sola idea coherente y desarrollarla hasta sus últimas consecuencias, pero nos exigen a los que sí pensamos que pensemos todos lo mismo. Quieren con pasión que todos estemos de acuerdo; en qué, exactamente, es cuestión que parece importarles mucho menos. Les da lo mismo lo que se diga, con tal de que lo digamos todos al tiempo. Unidad, unidad. No te preocupes de a dónde vamos, siempre que vayamos todos juntos.

Personalmente me basta oir a un ciudadano invocar campanudamente la unidad contra el terrorismo como si hubiera dado con la piedra filosofal, para clasificarlo automáticamente como un cretino o un estafador. Si es político profesional, con toda probabilidad las dos cosas.