miércoles, 24 de octubre de 2007

MURDERKING Y YO

El siguiente texto manuscrito se encontraba entre los papeles personales de Enrique Wolf, ex inspector de la Policía argentina y, tras su temprano retiro del Cuerpo, exitoso hombre de negocios, que falleció en su mansión bonaerense a finales de 1969. Sus albaceas juzgaron piadoso retirarlo del escritorio personal del difunto, donde lo habían encontrado, y conservarlo en algún otro lugar no accesible a los ojos de su desconsolada viuda. Arroja sobre el espinoso caso Murderking, que tanto renombre alcanzó en los años cuarenta, una luz lo suficientemente sorprendente como para que me haya parecido interesante publicarlo aquí.



MURDERKING Y YO

Hasta Enero de 1942 no tuve con el caso Murderking más contacto que cualquier otro lector de periódicos argentino. Los sucesos de antes de la guerra han quedado teñidos en nuestra memoria, por comparación con los horrores bélicos que les sucedieron, de un tono amable que suaviza incluso los crímenes, convirtiéndolos en una de esas novelas policíacas en las que el mismo asesino parece formar parte natural de aquel mundo ordenado y armonioso que el vendaval bélico se llevó para siempre; pero unos años antes todos nos habíamos estremecido con las hazañas del misterioso criminal que marcaba con su alias la frente de sus víctimas, aunque, como tantas otras noticias que nos llegaban de la vieja Europa, aquellas truculencias parecieran quedar muy lejos de la entonces floreciente y optimista República Argentina.

Acabábamos de volver de Misiones, de celebrar con mis padres la Navidad y el Año Nuevo, como veníamos haciendo desde que murió la madre de Estela y su padre tomó la costumbre de irse de viaje no bien veía acercarse las temidas fiestas navideñas. Mi difunta suegra había actuado siempre como un colchón amortiguador entre su marido y yo, pero, muerta ella hacía ya seis años, mis relaciones con el padre de mi mujer se habían ido deteriorando y él era cada vez menos capaz de disimular el desagrado que yo le provocaba. Nada le gustaba en mí: ni mi origen alemán, ni mi profesión de policía, ni la lamentable modestia de mi sueldo de funcionario. Su deseo habría sido casar a su única hija con alguno de sus aristocráticos y millonarios amigos del Círculo Vascongado, y nunca acabó de aceptar la preferencia que ella mostró hacia mi oscura persona, la de un humilde inmigrante provinciano, que era además policía, profesión que él detestaba, y oriundo de Alemania, nación a la que aborrecía. Como consecuencia mi relación con él era uniformemente tormentosa y mi propio matrimonio no pasaba por su mejor momento, lo que me empujaba a refugiarme en el trabajo con especial dedicación para eludir el ambiente frío y poco propicio de mi casa.

De modo que acudí con alivio a la llamada de mi jefe, el Comisario Hoffmann, cuando recién llegado de mi viaje me convocó a su despacho para dedicarme una de las arengas germanófilas que en los últimos tiempos constituían su principal tema de conversación.

- El Reich va a ganar la guerra, Lobito, como te tengo muy dicho – comenzó. Debo advertir que el Comisario me conocía desde chico, entré de su mano en la Policía y, cuando no había testigos, me tuteaba.- El Reich está ganando ya la guerra, aunque el gobierno argentino no quiera enterarse, y nosotros, como buenos alemanes, tenemos que echarle una manita, aunque no más sea para que cuando los nazis gobiernen el mundo nos toque algo del pastel. De modo que escuchá atentamente lo que voy a decirte...

En resumidas cuentas, lo que mi jefe quería de mí era que, con la mayor discreción y sin necesidad de que la superioridad se enterara de lo que, por el momento, no le incumbía, me dirigiera inmediatamente al Banco Germano, donde tenía su oficina un tal señor König, un pez gordo, me explicó, que entraba y salía de la Embajada Alemana como de su casa y tenía, además, muy buenas relaciones con algunos oficiales jóvenes y prometedores de nuestro ejército. Este señor tenía una historia que contarme y yo tenía que escucharla con atención y dejar cualquier otra tarea para dedicarme, hasta nueva orden, a la que él me encomendara. Todo lo que me contase, así como mi visita y el hecho mismo de que le conociera y trabajara para él, debía quedar en el más riguroso de los secretos.

König era un tipo acostumbrado a mandar y que respiraba plata y suficiencia, pero me recibió cortésmente, me aseguró que Hoffmann le había hablado muy bien de mí y me pidió que considerara todo lo que iba a contarme como estrictamente confidencial.

- ¿Qué sabe usted del caso Murderking? – me preguntó.

- Poca cosa – respondí. – Lo que salió en los periódicos... Hubo unos crímenes en algunos países europeos y en Japón, creo recordar... El asesino marcaba a sus víctimas con la palabra “Murderking” y las iniciales de los asesinados también coincidían con las letras de este nombre... Poca cosa más.

- Salvo que lo cuenta usted como si fuera cosa pasada – me respondió - el caso es en líneas generales como lo acaba de describir. Le han faltado algunos detalles: el asesino actúa solo los primeros de cada año, por ejemplo. Y su sexto y por el momento último crimen, el correspondiente a la segunda R de MURDERKING, fue cometido anteayer, en un hotel de Berlín. La víctima era compatriota nuestra; quiero decir, argentina: la bailarina de tango Sofía Ragennati. ¿La conocía usted?

Negué con la cabeza. Nunca había oído hablar de ella.

- Hay otros detalles – prosiguió König – que usted no puede conocer, porque nunca trascendieron al público. Le haré un rápido resumen de lo que hasta ahora sabemos: Murderking cometió su primer crimen hace exactamente cinco años, en un parque de Viena. Asesinó a un matón de los bajos fondos vieneses, un vagabundo que se ganaba malamente la vida dando palizas por cuenta de quien le pagara por ello. Días antes de su muerte había sido detenido tras una de las muchas peleas callejeras entre nacionalsocialistas y socialistas que se producían en Austria antes de que el Anschluss pusiera en orden las cosas. Un socialista resultó muerto y se acusó a nuestro hombre, aunque acabaron poniéndole en libertad: no había pruebas y, por otra parte, ya entonces la policía austriaca era bastante proclive a las posturas nacionalsocialistas. El caso es que cuando fue asesinado nadie dio mucha importancia a la palabra inglesa,“Murderking”, que marcaba su frente, su muerte se consideró una represalia de los rojos, y pasó a formar parte, en nuestra propaganda, de la panoplia de víctimas de la barbarie bolchevique.

- Una especie de Horst Wessel austriaco – sugerí. Me miró con expresión adusta y comprendí que acababa de meter la pata al comparar a un buscavidas cualquiera con el protomártir de los nazis.

- Algo así – asintió fríamente. - Al año siguiente fue asesinada en Varsovia la baronesa Ilsa von Uldenschadt. Quizá este nombre no le diga nada, pero en Alemania tanto ella como el barón, su marido, eran bastante conocidos. Fueron de los primeros aristócratas en afiliarse al NSDAP, y unos propagandistas entusiastas del nuevo estado. La baronesa se jactaba de estar casada con Alemania: el título de su marido, si se fija usted, está formado con las mismas letras de la palabra Deutschland, cambiadas de orden. Este nuevo asesinato renovó la atención sobre el del año anterior. El mismo asesino, la misma marca en la frente... y para nosotros, una coincidencia más: las dos víctimas eran, en alguna medida, simpatizantes del nacionalsocialismo, aunque de esto último nada dijeron los periódicos. Pero nuestros agentes comenzaron a interesarse por el misterioso y anglófono Rey de los Asesinos.

El 1 de Enero de 1939 se produjo un nuevo crimen: el cadáver del vicecónsul alemán en Tokio, Doctor Reichtöser, apareció degollado en un parque de la capital japonesa con la fatídica marca en la frente. Algún periodista advirtió entonces lo que tanto nosotros como la policía japonesa habríamos preferido no hacer público: las iniciales de las tres víctimas eran, en el mismo orden, las tres primeras letras del nombre con que firmaba el asesino. Se desató la fiebre, ya sabe usted lo que esas cosas le gustan a la gente. Todos los periódicos del mundo se hicieron eco del caso y empezaron a aventurar las hipótesis más peregrinas. Felizmente, nadie subrayó las conexiones con el III Reich de las tres víctimas, ni otro detalle interesante...

- Que el apellido Reichtöser está formado con las mismas letras que la palabra Osterreich - aventuré. König me lanzó una mirada penetrante, y me divirtió notar un brillo de respeto en sus ojos.

- Efectivamente - dijo. - Como el de la baronesa, también el nombre del vicecónsul estaba compuesto con las mismas letras que el de un país. Ello nos hizo volver al primer muerto con atención renovada: era hijo de albaneses emigrados a principios de siglo a la capital del imperio austrohúngaro, y había sido inscrito al nacer con el nombre de Enver Moecix...

- ¡México! - exclamé. Mi interlocutor me miró, sorprendido. No podía saber que una de mis aficiones, la única, por cierto, que compartí con mi suegro, es la de resolver crucigramas, acrósticos, jeroglíficos y acertijos en general. Lejos de servir para acercarnos, esta manía en común tan solo había sido hasta entonces motivo de sordas pugnas por ver quién se adueñaba antes del periódico del día y dejaba al otro sin crucigrama que resolver.

- México, en efecto - repuso König, y me pareció que su voz expresaba cierto fastidio. - Como usted ha advertido con notable rapidez, las tres víctimas de Murderking tenían nombres que eran los de un país, con las letras cambiadas de orden.

Comprenderá usted que esto abría una nueva línea de investigación. Hasta entonces pensábamos que el interés del asesino era hostigar de algún modo a Alemania y a su nuevo régimen. Ahora resultaba que lo que le había llevado a elegir a sus víctimas era el hecho enteramente fortuito de que con sus nombres se podía componer el de un país cualquiera...

Me pareció percibir un leve matiz de disgusto en el tono de König. Debía considerar un desprecio al Reich por parte del asesino el que no escogiera sus víctimas sólo por su relación con el Partido Nazi. Las veleidades acrósticas de Murderking, evidentemente, le habían hecho perder puntos en su estima.

- Al año siguiente, - prosiguió - y estamos ya en 1940, con la guerra empezada, Murderking se trasladó al Brasil. En pleno centro de Saô Paulo asesinó y marcó en la frente con su nombre a una ciudadana brasilera, Doncilia Dos Santos, casada con un alemán, Konrad Dangeln, que trabajaba en nuestra Embajada, formalmente como agregado cultural y, en realidad, organizando y coordinando a todos los agentes alemanes en el Brasil. De esto último nada se dijo, pero advertirá usted que se repetía la misma ambivalencia de los casos anteriores: por un lado el nombre de la víctima contenía las mismas letras que el de un país, en este caso England, y su inicial correspondía a la cuarta letra de la firma del asesino, la D. Por el otro, la asesinada tenía una evidente relación con el estado alemán. El cambio de continente y el reciente estallido de la guerra hicieron que este nuevo crimen pasara casi del todo desapercibido. Para el gran público, como lo demuestra la narración que usted mismo acaba de hacer, el caso Murderking era agua pasada, historias de antes de la guerra. Pero nuestros servicios siguieron investigando... - König hizo una pausa.

- Y descubrieron... - le alenté.

- Nada en absoluto - respondió. - Ni la más leve sombra de pista, ni el menor rastro. La verdadera personalidad de Murderking, así como sus móviles, continuaban en el mismo misterio que cuatro años antes. La policía brasilera, como antes la japonesa, la polaca y la austriaca, no logró avanzar ni un ápice en el esclarecimiento del crimen, que pasó como los anteriores a engrosar el crecido número de asesinatos que todos los años quedan sin resolver en una gran ciudad. Y nuestro servicio secreto, aunque dedicó al caso muchas horas y muchos hombres, tampoco logró ningún descubrimiento digno de mención.

En Enero de 1941, hace un año, Murderking acudió de nuevo a la cita. Esta vez lo hizo en Londres, y la víctima fue un tal doctor Everard Elliot, un oscuro mediquillo sin pacientes, un soñador fracasado y desconocido salvo por...

- ¿Elliot? - le interrumpí. - Con las letras de Elliot no se puede componer el nombre de ningún país.

- No se puede, efectivamente - corroboró König, reprimiendo a duras penas un gesto de impaciencia ante mi costumbre de desbaratar con mis interrupciones sus bien meditadas explicaciones. - Pero, por algún motivo que nuestros agentes en Londres aún no han conseguido averiguar, no fue ese el nombre que publicaron los periódicos. El doctor Elliot, como le digo, era un soñador que llevaba años ocupándose del estudio de las razas humanas y de los medios para preservar su pureza. Su verdadero campo era la genética y la eugenesia, y a principios de los años treinta obtuvo cierta notoriedad como fundador de un movimiento que propugnaba un racismo aséptico y cientifista. El movimiento llevaba el pretencioso nombre de "English Front for Natural Affirmation of Racial Characters". EFNARC. Nunca pasó de los diez o doce afiliados. Pero fueron estas siglas, que como habrá advertido empiezan con la E, quinta letra del nombre fatídico, y con las que puede formarse la palabra France, las que trascendieron al público como nombre del finado. Los periódicos que publicaron la noticia - fueron pocos, en una Inglaterra volcada en el esfuerzo bélico y castigada intensamente por nuestros bombardeos - dieron por asesinado a un tal doctor Efnarc.

- ¿Tenía Elliot alguna relación con Alemania? - pregunté con cierta timidez, porque era evidente que mis intervenciones impacientaban más que complacían a mi arrogante anfitrión.

- En 1935 había publicado en una revista médica un artículo en el que elogiaba la política antisemita del nuevo Estado Alemán y defendía nuestras tesis racistas. Hubo un pequeño escándalo, el Colegio de Médicos consideró su expulsión, pero al final no tomaron ninguna medida. Ese mismo año pronunció algunas conferencias en Berlín, invitado por nuestra Embajada, y al estallar la guerra el Foreing Office le abrió una investigación, que se cerró con una seria advertencia y poca cosa más. Nosotros nunca lo tomamos en serio y, por lo que sabemos, tampoco los ingleses. Pero parece que nuestro misterioso asesino no era de la misma opinión.

Opté por permanecer en un prudente silencio.

- Y este año, hace dos días, Murderking ha vuelto a actuar, esta vez en el mismo corazón del Reich y ante las propias narices de la Gestapo, la mejor policía del mundo. En la pensión berlinesa donde se alojaba desde que la guerra la sorprendió de gira por Europa, ha estrangulado y puesto su marca a nuestra compatriota, la pobre Sofía Ragennati, cuyos únicos crímenes eran bailar el tango bastante mal, mantener con un oficial de la Gestapo un lío que duraba ya algunos meses y tener un apellido que empieza por R y con cuyas letras se puede escribir la palabra “Argentina”.

Por cómo utilizaba König la primera persona del plural no había manera de saber si se refería con ella a nosotros, los alemanes, o a nosotros, los argentinos. Parecía considerarse parte de las dos naciones con igual naturalidad y, de hecho, en nuestra conversación, que había empezado en español, habíamos pasado a usar el alemán sin que yo recordara exactamente cuándo ni por iniciativa de quién.

- De manera - resumió - que tenemos, hasta ahora, seis muertos, todos ellos relacionados en mayor o menor medida con la Alemania nacionalsocialista, todos ellos identificados, por distintos motivos, por nombres que tienen las mismas letras que el de algún país, y todos ellos con una inicial igual a la letra que ocupa, en la palabra MURDERKING, el mismo lugar que su muerte en la serie de crímenes que este sujeto viene firmando desde hace seis años - y después de esta frase, que en español resulta un poco complicada pero que en alemán le salió regia, se quedó mirándome fijamente.

- Los países a que se refieren los apellidos de las víctimas ¿guardan alguna relación con los países en que se cometen los crímenes? - inquirí aplicadamente, porque esta vez sí parecía esperar que yo dijera algo.

- Contéstese usted mismo. Los países a que aluden los apellidos son, hasta ahora, México, Alemania, Austria, Inglaterra, Francia y Argentina. Y los países en que ha actuado, Austria, Polonia, Japón, Brasil, Inglaterra y Alemania. Como ve hay tres - Alemania, Austria e Inglaterra - que se encuentran en los dos grupos, otros tres - México, Francia y Argentina - que se obtienen de los nombres de alguna víctima, pero en los que no ha habido asesinatos, y otros tres - Polonia, Japón y Brasil - en los que ha habido crímenes, pero que no tienen relación con el nombre de ninguno de los muertos. Nuestros criptólogos más expertos se han afanado por encontrar alguna pauta, algún orden oculto en estas dos series de nombres, que nos permitiera anticipar los movimientos del asesino y prever, al menos, el país en que actuará la siguiente vez. No lo han conseguido. Parece totalmente aleatorio. Alemania, por ejemplo, se ha convertido en escenario de uno de los asesinatos cuatro años después de que su nombre se asociara al de una víctima. Inglaterra, solo un año después. Austria, dos años después...

- Por su modo de hablar - observé - se diría que espera usted que, antes o después, cada uno de los países anunciados por el apellido de alguna de las víctimas acabe presenciando la muerte de otra.

- Así es, inspector. Y también al contrario. Esa es la única conjetura que los expertos han podido establecer con cierta seguridad. Todos los países en que Murderking comete un crimen servirán, en algún momento, para componer el apellido de la víctima de una de sus actuaciones, todos los apellidos de sus víctimas acabarán por referirse al país escenario de uno de sus crímenes. O esa es, al menos, la hipótesis con arreglo a la que trabajamos. Por eso estamos hablando usted y yo. En primer lugar queremos averiguar todo lo posible sobre la señorita Ragennati, y eso debe hacerse aquí, donde nació y vivió, y solo pueden hacerlo ustedes, la Policía argentina. Y, además, necesitamos que mantengan los ojos abiertos porque creemos que el asesinato de esta señorita significa que, algún primero de Enero de aquí al de 1946, Murderking actuará en la República Argentina, posiblemente en Buenos Aires. Hasta ahora solo ha actuado en las capitales. Y ese será el momento en que usted lo detendrá y resolverá por fin el misterio.

La verdad es que, así expuesto, parecía un plan no solo razonable, sino francamente atractivo. El éxito, el reconocimiento público, la gloria... la admiración de Estela, la capitulación de su padre, que por fin tendría que reconocer mi valía... y, desde luego, el ascenso, la promoción profesional, la anhelada independencia económica...

- ¿Por qué 1946? - pregunté con la mejor expresión de inteligencia concentrada que mi cara fue capaz de adoptar. Me miró con mal disimulado desdén.

- Murderking está componiendo su nombre con las iniciales de sus víctimas. Va por la segunda R y le faltan cuatro letras, a año por letra. El uno de Enero de 1946, si no logramos detenerlo antes, matará a alguien cuyo apellido empiece por G, y habrá acabado la escritura de su alias y, presumiblemente, también su serie de asesinatos. No sabemos qué hará entonces, pero no es de imaginar que empiece a escribir sus memorias...

Esta vez mi silencio, adecuadamente humilde, pareció por fin complacerle.

- Confío en usted, inspector Wolf - concluyó. - No nos defraude a Alemania ni a mí, y nosotros no le defraudaremos a usted. Y recuerde que todo lo que hemos hablado, y su misma visita a esta oficina, deben quedar en absoluto secreto para todo el mundo excepto Hoffmann, usted y yo. - Y con estas prometedoras palabras, me acompañó amable pero firmemente hasta la puerta del lujoso despacho.

Al día siguiente de esta entrevista todos los periódicos porteños publicaban en primera página la feliz noticia: La última víctima del misterioso Murderking era argentina, el Rey de los Asesinos había escrito la segunda R de su nombre con la muerte de una compatriota... Quien hubiera hecho llegar la noticia a la prensa la había documentado copiosamente. Los periodistas repasaban la nómina de crímenes desde 1937 hasta la fecha, aderezada con las suposiciones más absurdas y las explicaciones más extravagantes, y el tono general era de franca satisfacción por que al fin la Argentina se alineara en algo con las principales potencias mundiales. Los diarios aliadófilos dejaban suponer que a Ragennati la había asesinado la policía de Hitler, los germanófilos subrayaban las condolencias de las autoridades nazis y la disposición de la policía alemana a resolver el caso en estrecha colaboración con la argentina...

König telefoneó a la comisaría hecho una furia, Hoffmann me llamó a su despacho para echarme la bronca y me costó Dios y ayuda convencer a ambos de que yo no había tenido nada que ver con la difusión de la noticia.

- ¡Vean los diarios! - concluí, acalorado. - Nadie nos nombra ni a König ni a mí, nadie dice nada de que los muertos sean simpatizantes del nazismo, ni de que sus apellidos compongan los nombres de ningún país.

Eso acabó de calmarlos, y además era verdad. Los periódicos no mencionaban nuestros nombres ni ninguno de aquellos dos importantes detalles, y no era fácil que, leyéndolos, nadie pudiera adivinarlos: Moecix se convertía en Moebius y era un asesino a sueldo de los bolcheviques, Reichtöser era el embajador suizo y se apellidaba Richtofen, y Uldenschadt se escribía con hache, justo al lado de donde se aseguraba que su inicial era la U de Murderking. En cambio el doctor Efnarc aparecía con su verdadero apellido, la señora Dangeln con el de soltera y el de la pobre Sofía pasaba a ser Ragenatti, con la que, por otra parte, según averigüé poco después, había sido la ortografía original del apellido de su abuelo calabrés, antes de que, por ignorancia o como homenaje a su nueva patria, decidiera añadirle una N y suprimirle una T. El habitual trabajo concienzudo del periodismo nacional.

Personalmente estaba encantado con todo aquel ruido. Cuanta más expectación levantara el caso, más gloria obtendría el que lo resolviera. Y me había formado el firme propósito de que quien lo resolviera fuera yo. Dediqué una semana a averiguar hasta los más remotos antecedentes de la bailarina, que hice llegar a König en un primoroso informe de veintitantos folios mecanografiados por ambas caras. Movilicé a todos mis confidentes en un eficaz esfuerzo por mostrar al Comisario que estaba peinando Buenos Aires en busca de indicios de la presencia de Murderking. Comencé a buscar en las listas del Censo nombres que empezaran por K, I, N o G y con cuyas letras pudiera escribirse Nippon, Brasil o Polska. No encontré ninguno. Hoffmann estaba impresionado.

- Sos un fenómeno, Lobito - aseguraba feliz, rodeando mi mesa a grandes zancadas. - Tenés a König comiéndote en la mano, tenés. Ni la Gestapo ni el Scotlandyard, al Murder lo vas a cazar vos solito. ¡Quién fuera joven!

En realidad no parecía haber mucho más que hacer, y pasado el primer revuelo, las aguas volvieron a su cauce, tanto en los periódicos como en el trabajo y en casa. También mi suegro había vuelto de sus viajes, y cada vez resultaba más insoportable su presencia, y más difícil aceptar que, sin la asignación que él hacía llegar a Estela, mis ingresos habrían sido francamente insuficientes para mantenernos en el tren de vida a que nos habíamos acostumbrado.

La Navidad de 1942, por primera vez en muchos años, la celebramos Estela y yo solos en nuestra casa de Buenos Aires. Expliqué a los viejos que tenía mucho trabajo y que ya iríamos a Misiones más adelante. Mi suegro volvía a estar fuera, como siempre por esas fechas, lo que permitió que mi mujer se mostrara algo más cariñosa que de costumbre. Yo le aseguré que tenía entre manos un caso muy importante que iba a cambiar nuestra suerte, pero que había que tener paciencia. Ella me hizo notar que paciencia era lo único de lo que andaba sobrada. “Por el momento”, precisó. Luego me preguntó, como hacía a menudo, cuándo me subían el sueldo.

El día 2 de Enero de 1943, a primera hora de la mañana, me presenté sin ser llamado en la oficina de König, que me recibió con cierta sorna.

- Aún no le tocó, inspector - me saludó. - Este año Murderking ha decidido quedarse en Europa, en Hungría, para ser exactos. Ayer se cargó en Budapest a un colega de usted, oficial de la policía política de nuestro amigo el Mariscal Horthy. Un tal Zoltan Klopsa, partidario a ultranza de que Hungría siga apoyando al Eje en su cruzada anticomunista. Como verá, se sigue confirmando nuestra hipótesis. Cinco años después de actuar en Polonia ha encontrado una víctima germanófila con un apellido que tiene las mismas letras que Polska y empieza por K. La policía húngara está tan despistada como nosotros. Vea si se le ocurre alguna buena idea y no deje de contármela. Ah, y tenga usted también un Próspero Año. - Todo esto me lo dijo en español. Observé que sus modales se iban acriollando a medida que a Hitler empezaban a torcérsele las cosas.

Lo cierto es que se me ocurrieron varias buenas ideas. En primer lugar me ocupé personalmente, aunque con la debida discreción, de que el público argentino no se olvidara de las andanzas de nuestro asesino. Todos los periódicos publicaron la noticia del nuevo crimen, convenientemente purgada por mi mano de los detalles que prefería guardar para mí y adornada con otros, menos verídicos pero más pintorescos, que mantuvieran vivo el interés. Luego me encerré tres días seguidos en mi despacho, a emborronar papeles, consultar enciclopedias y pensar intensamente. Cuando salí, mis ideas estaban más claras y me encontraba francamente animado.

Con los naturales altibajos, mantuve este mismo espíritu los dos años siguientes. Me mostraba insólitamente amable con el padre de Estela, aguantaba sus desplantes y gastaba su plata con filosófica resignación, lo que me granjeó una relación con mi mujer novedosamente fluida. En el trabajo seguí bandeándome como de costumbre. Hoffmann resoplaba con cada nuevo revés de los alemanes, y de tiempo en tiempo se desahogaba conmigo en largas y furibundas diatribas contra los traidores emboscados, los políticos mentirosos, los tibios vendepatrias... Yo a todo le decía que sí, porque a Hoffmann no se le puede llevar la contraria, pero distaba mucho de compartir sus puntos de vista. Nunca tuve su fe inconmovible en la victoria alemana, y tampoco me importaba gran cosa que el Führer ganara o perdiera la guerra. Aunque soy y me siento argentino, tengo tanto apego por mi nación de origen como el que más, pero, y esto no se lo conté nunca a mi jefe, el abuelo de mi madre era un respetado miembro de la comunidad judía de Munich...

El 1 de Enero de 1944 Murderking mató y marcó en Ciudad de México a Sara Ibrals, hija y única discípula de un rabino de la capital azteca que dos años antes había estado a punto de ser linchado por sus feligreses cuando proclamó en la sinagoga que Hitler era un instrumento de Dios enviado para castigar a Israel por su infidelidad, y que los buenos judíos debían someterse a él y secundar sus designios. La noticia me la dio König con patente desgana. Parecía haber perdido gran parte de su ímpetu y estar pensando en otra cosa. No se interesó por mis progresos en el caso, ni yo se los habría contado aunque me hubiera preguntado. Fue la última vez que lo vi.

Un año después, el 2 de Enero de 1945, hojeando los diarios franceses que mi suegro, recién vuelto de Europa en uno de los primeros vuelos transoceánicos, había traído consigo, me enteré del asesinato de Claude Noppin, un apache indeseable, el menor de cuyos numerosos y notorios vicios había sido el de colaborar, provechosamente para él, con las autoridades alemanas de ocupación. En el caos de represalias y ajustes de cuentas que era el París recién liberado su muerte habría pasado desapercibida si no fuera por la marca de Murderking en su frente.

Me aseguré con discreta eficacia de que los periodistas airearan convenientemente ambos crímenes y mantuvieran la expectación que existía en torno a Murderking desde que tuvo la amabilidad de honrar a la Argentina con sus atenciones profesionales. No tuve que esforzarme mucho: la nación entera seguía emocionada todo el asunto y hasta se empezó a rodar una película sobre él, con estreno anunciado a bombo y platillo para el día del esperado crimen final. Nunca llegué a verla, pero tengo entendido que acababa con una persecución a tiros del asesino, un malvado agente nazi, por entre las lápidas de la Chacarita.

Por mi parte hacía más de dos años que creía tener todos los datos que necesitaba, y las dos últimas muertes, que colocaban las correspondientes cruces en las casillas vacantes de Brasil, Japón, México y Francia, solo vinieron a confirmarme lo que ya estaba bastante seguro de saber. Emprendí con calma una última tarea de comprobación, y volví a dedicar largas horas de trabajo al paciente escrutinio de las listas de todos los colegios electorales de Buenos Aires, de los roles de pasajeros de todos los barcos que llegaban al puerto, de los huéspedes de todos los hoteles rioplatenses y de las relaciones de cuantos entraban al país por los distintos puestos fronterizos. Estaba seguro de no equivocarme, pero no quería dejar ningún cabo suelto. Mi jefe me miraba como si me hubiera vuelto loco.

- ¿Todavía seguís con esa mierda? Resistió Stalingrado, desembarcaron los aliados en Normandía, la Argentina le declaró la guerra a Alemania ¿te enteraste? y hasta creo que se la va a ganar... König debe de andar sacándole brillo a la momia del Duce, y vos, dale con la macana esta del Murderking. No hay quien te entienda, Lobito. ¿No tenés nada mejor que hacer? - Yo asentía distraídamente, sumido en mis largas listas de apellidos. - Harás lo que te salga'el bolo, como siempre, pero si querés saber quién es a la final el asesino, yo que vos me iba al cine - acababa por decirme, y se alejaba de mi mesa tarareando: “Yo te daré, te daré, patria hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza por P. ¡Perón!” El pobre Hoffmann siempre necesitó agarrarse a algún entusiasmo político para sobrellevar el tedio infinito que le producía tener que trabajar.

El 1 de Enero de 1946 yo estaba desde primera hora bien alerta en la puerta de la sala privada donde se estrenaba la película que tan oportunamente había venido a secundar mis planes. Tenía buenos motivos para creer que era allí donde tendría lugar el último acto de aquel drama del que en mi fuero interno me consideraba ya protagonista. Todas las salidas del edificio estaban vigiladas, y yo seguro de que esta vez Murderking no se iba a escapar.

Creo que fui el único a quien el disparo no tomó por sorpresa. Cuando se encendió la luz esperaba encontrar, como efectivamente encontré, muerto a Don Ignacio Gozmasagarry, ilustre consejero y accionista principal de la productora y de otras diez o doce prósperas empresas. Había tenido tiempo de sobra para asegurarme de que en toda la Argentina no había en aquel momento ningún otro ciudadano con las letras de cuyo apellido pudiera escribirse la inverosímil palabra, Magyarorszag, con que los húngaros denominan a su país.

Lo que no me esperaba es que la pistola que acababa de ser disparada humeara aún en la propia mano del cadáver. Estaba seguro de que Gozmasagarry iba a ser la víctima, pero ni se me había pasado por la imaginación que fuera a resultar, además, el asesino...

Murderking se rió de mí hasta el final. No pude detenerlo, y solo después de muerto logré desenmascararlo. Finalmente resultó que mi difunto suegro tenía razón, yo era un fracaso como policía.

En cambio, como empresario y hombre de negocios, administrando la considerable fortuna que dejó en herencia a su única hija, mi mujer, la encantadora Estela Wolf, de soltera Estela Gozmasagarry, no creo haberme desempeñado desde entonces del todo mal...


NOTA DEL AUTOR:

Mi tío Guillermo, hermano de mi padre, se trasplantó a la Argentina a principio de los cuarenta. Allí se gano la vida de diversos y originales modos. Uno de ellos –imagino que no el más sustancioso- el componer, para no recuerdo qué periódico bonaerense, lo que llamaba "Problemas exactos al margen de las matemáticas", pequeños enigmas que los lectores debían resolver de una a otra semana. En mi casa conservo una buena colección de ellos, cerca de treinta. Eran pasatiempos muy del gusto de la época, que exigían del lector cierta cultura y una buena dosis de ingenio. De los treinta, yo no he logrado resolver, a ratos perdidos, más que cinco o seis. La trama básica de este relato es el planteamiento de uno de estos problemas, que, literalmente, decía así:


Los jefes de policía de todo el mundo estaban preocupados. Desde hacía varios años el día 1º de enero se cometía, indefectiblemente, un crimen misterioso en algún lugar de la tierra, y las víctimas eran siempre marcadas en la frente con la firma del asesino: “MURDERKING”

El primer cadáver había sido hallado el 1º de enero de 1937 en los jardines de Schönbrunn. Era el de un vagabundo llamado Moecix.

La víctima nº 2 (1938) fue la baronesa Uldenschadt. Su cadáver fue encontrado en Aleja Jerozolimska.

En 1939 el misterioso Murderking asesinó en el parque Uyeno al diplomático Reichtöser. Entonces se observó que las iniciales de los apellidos de las tres víctimas coincidían con las tres primeras letras de la firma del homicida. Las personas cuyo apellido empezaba con D temieron para el año siguiente la visita de aquel maniático.

Y en efecto: el 1º de enero de 1940 fue asesinada, en plena avenida Río Branco, la señora Dangeln. Las víctimas de los años siguientes fueron:

1941: el doctor Efnarc, cuyo cadáver fue “firmado” por Murderking en el cruce de Shaftesbury Avenue y Charing Cross Road.

1942: la bailarina Ragennati, en un hotel de la Kurfürstendamm.

1943: el coronel Klopsa, en una calle solitaria de Buda.

1944: la señorita Ibrals, en el bosque de Chapultepec.

1945: El gigoló Noppin, en un cabaret de la Place Pigalle.

Sólo faltaba un asesinato para que el siniestro Murderking completase su firma sangrienta. Una productora cinematográfica de Buenos Aires anunció que estaba llevando al celuloide este fatídico asunto con el título “La postrera víctima será G”.

Terminado el rodaje de la película, el 1º de enero de 1946 se proyectó una prueba privada, con asistencia del jefe de producción Garcitoral, las actrices Diana Gryn y Elena Garralde, el director Gloppenberzyls, los actores Gutiérrez, Grenelli y Goschetz, el escenista Gandogliatti, el cameraman Gil y los consejeros Gozmasagarry, Garrigartuzar y Glinka. Cuando el desenlace se aproximaba sonó en la sala una detonación, y al ser encendidas las luces pudo verse que uno de los doce espectadores acababa de suicidarse. Murderking había cerrado con una lógica perfecta el ciclo de sus diez crímenes. Si alguien hubiera estudiado más atentamente los apellidos de las víctimas y su relación con los nombres de los países en que se cometieron los nueve asesinatos, Murderking habría podido ser desenmascarado en vida.

¿CUAL DE LOS DOCE G. ERA EL ASESINO Y SUICIDA MURDERKING?

Como puede verse, lo único que se necesita para resoverlo es ubicar correctamente los escenarios de los crímenes -saber que la Kurfürstendamm está en Berlín, esas cosas- y darse cuenta de que los apellidos de las víctimas son acrósticos de los nombres de los países en que se cometen. Hecho lo cual, basta comprobar que el único de los candidatos a asesino cuyo apellido es acróstico del nombre vernáculo de Hungría es el tal Gozmasagarry para tener el problema resuelto. Cuando yo estaba resolviéndolo, trataba al tiempo de redactar una solución elegante para uso del resto de mis hermanos -nos entretenemos con estas cosas- y se me ocurrió resolver este, en concreto, desde el punto de vista de un policía que se enfrentara al caso. La complicada trama del relato no es, pues, de mi cosecha, me la dieron hecha, solo hacía falta vestirla un poco.

El policía debía ser argentino, puesto que allí tenía lugar el último crimen. A poco listo que fuera, tenía que haber localizado años antes a la futura víctima, porque no hay mucha gente apellidada con las mismas letras que Magyarorszag. (De hecho no creo que haya ninguna: el apellido Gozmasagarry suena lejanamente vasco, pero no existe) Y si, aún sabiendo quién era, como parece inevitable que sucediera, había decidido no avisarle y permitir su asesinato, tenía que ser porque lo conociera y tuviera interés en quitarlo de en medio. De ahí el inventarme un suegro rico y hostil, candidato nato al asesinato, si se me permite la cacofonía.

Por otra parte una serie de crímenes tan internacional exigía la cooperación de varias policías. Eso, en los años en que se sitúa el problema y teniendo que hacer cooperar a las policías inglesa y alemana, entre otras, resultaba más bien complicado. Me documenté un poco y ví que durante la II guerra mundial la Interpol no funcionó (o ya no recuerdo si existía, siquiera). Al final decidí que era una sola policía, la alemana, la que se ocupaba del caso en todo el mundo, para justificar lo cual tuve que hacer que todas las víctimas resultaran simpatizantes del nazismo y el Reich se sintiera lo suficientemente afectado por la serie de asesinatos como para interesar en él a su servicio secreto. Y de ahí, además, que el policía argentino deba ser de origen alemán y que el Abwehr recurra a este origen, y al del Comisario, para requerir extraoficialmente sus servicios.

Y lo demás es puro atrezzo. La mayoría de los apellidos resultan dificilmente creíbles, pero Efnarc, por ejemplo, era directamente imposible. Nadie puede llamarse así, por lo que me tuve que inventar el English Front de problemático nombre. Me divertí mucho escribiéndolo, debo reconocer.

Pero Dios no me ha llamado por el camino de la narrativa. Jamás hubiera sido capaz de idear semejante trama si no hubiera tenido como guión el problema de mi tío, que gloria haya. Y no creo que repita.







sábado, 6 de octubre de 2007

Recompensa al bloguero pensante


El título de esta entrada se aviene mal con el contenido de la anterior, lo sé. Es una traducción del nombre de un premio, Thinking Blogger Award, que para mi estupefección acaba de conceder a este cajoncillo de sastre uno de sus improbables lectores, Miroslav Panciutti, que, aunque tiene un blog notoriamente más nutrido, interesante y bien escrito que este, llamado Conciertos y Desconciertos, que actualiza con la debida frecuencia, aún encuentra tiempo para leer a ratos el mío y, encima, tiene la amabilidad de proclamar que lo que en él encuentra le complace y le hace pensar. Es, pues, una traducción y una traducción mala sin remedio, porque a ver quién es capaz de encontrar un sinónimo castellano de "Blogger" que no suene bárbaro, como "bloguero", o cursi y forzado como cualquier posible derivado de "bitácora" al que de antemano renuncio; y porque lo de "pensante", aunque tenga el ilustre precedente de la "caña pensante" de Pascal, no acaba tampoco de satisfacerme, maniático que es uno y lleno de prevenciones contra los gerundios, los participios activos y otros lugares de perdición lingüística. Habría podido traducirlo por "Premio al bloguero que piensa", pero prefiero asumir la versión que menos me gusta y exhibir y proclamar sus defectos, a modo de expiación por las cosas terribles que tengo dichas - no son nada, al lado de las que tengo pensadas - de los traductores. Pobres y descarriados hermanos míos, ahora empiezo a comprenderos un poco mejor, y a vislumbrar que quizá no sea solo la maldad la que provoca vuestros notorios desmanes.

No tengo el gusto de conocer a Miroslav, aunque poco a poco voy conociendo su estupendo blog, pero tengo que agradecerle dos cosas importantes, aparte del disfrute que voy sacando de la lectura de sus textos.

O, mejor dicho, tres, si contamos como primera el hecho sorprendente de que me lea. El deseo de ser leído era lo que originalmente me hizo abrir el blog, pero poco a poco, por falta de satisfacción efectiva, lo había ido olvidando y vivía felizmente resignado al hecho de que mis lectores se redujeran a diez o doce amigos, que tampoco entraban muy a menudo una vez comprobaron que yo lo hacía con menos frecuencia aún. Así que descubrir que un perfecto desconocido leía mi blog y hasta me lo comentaba me supuso una emoción bastante considerable.

Más emoción aún me produjo, y ya vamos con la segunda cosa que le agradezco, comprobar que le gustaba lo que leía y que sus comentarios eran elogiosos, hasta el extremo de haber pensado en este blog cuando le llegó la hora de escoger a los cinco a los que se proponía agraciar con lo que acertadamente llama zinquin-bloguer-aguar.

Lo cual nos lleva a la tercera causa de mi agradecimiento: Miroslav me ha dado un excelente ejemplo de cómo repartir este galardón. En vez de concedérselo a cinco de los diez o doce blogs amiguetes que, como todos, él tendrá también, y contribuir así a su degradación, convirtiéndolo en un mecanismo más de la endogamia autocomplaciente que prolifera por tantos rincones de Internet, ha decidido dárselos a blogs de los que apenas sabe nada, que acaba de conocer y que se distinguen, no por recibir sus comentarios, hacérselos a él y alabarse mutuamente todos en una especie de orgía incestuosa, sino única y exclusivamente por hacerle pensar. Me parece francamente inteligente - amén, claro está, de halagador - por su parte y, en la medida de lo posible, me propongo hacer lo mismo.

Miroslav ha llevado su admirable discreción hasta el extremo de no hacer saber a los premiados que lo eran. Yo, por ejemplo, me he enterado de que tenía este premio por una comentarista, Inés Perada, - gracias, Inés - que ha sido tan amable de dejarme un comentario en el blog en el que, además de decir cosas inteligentes - quiero decir que me da la razón - me insinuaba que Miroslav hablaba de mí. Si no fuera por ella, habría seguido a por uvas hasta mi siguiente visita a Conciertos y desconciertos, que vaya usted a saber cuándo habría tenido lugar, porque estoy ocupadísimo y no frecuento ni mi blog, como para andar visitando los ajenos... No creo que yo haga lo mismo, porque si espero a que los premiados visiten mi blog para enterarse de que lo son no llegarán a saberlo jamás, y así tampoco tiene gracia. Pero salvo ese detalle, sí que me propongo hacer como Miroslav y dárselo a blogs con los que no me une más que la costumbre de leerlos de vez en cuando, porque lo que en ellos encuentro me gusta.

Bueno, al parecer la correcta recepción de este premio exige cumplir varios trámites: El primero es nombrar, a mi vez, otros cinco blogs que me hagan pensar y a los que yo, consecuentemente, otorgue el premio. (Estos galardones se extienden por Internet por este mecanismo multiplicador, lo que, salvando las distancias, los hace bastante parecidos a una epidemia, o a una de esas cadenas de cartas que no puedes romper so pena de ser despedido de tu trabajo o de romperte una pierna). Como la cuestión es bastante complicada y requiere su liturgia, la dejo para dentro de un ratito y, mientras me la pienso, sigo explicando el resto.

El segundo es, dice Miroslav, poner un link a la página original del premio, que al parecer es un blog de lengua inglesa llamado "Curiosity is the key to all wisdom" que fue quien instituyó el premio en fecha tan lejana como el pasado mes de Febrero. Puesto queda.

Y el tercero es mostrar en lugar visible la etiqueta que campea bajo el título de este post, el distintivo físico del premio, vaya; tarea que les confieso que me ha hecho pensar lo suyo antes de cumplirla con éxito. La de ponerla en un lugar permanente de mi blog me supera por completo. Mi plantilla es un libro apenas entreabierto para mí. De modo que espero que baste con su breve - no tan breve, dada la frecuencia con la que yo actualizo - exhibición en este post, porque de otra cosa no soy capaz.

Dicho lo cual, procedo a repartir mis TBA a los siguientes blogs, que recomiendo encarecidamente:

EL CLAVADISTA SOLITARIO, en el que Julián Bluff, recientemente trasplantado a Barcelona desde Madrid, publica unos personalísimos escritos, a mi juicio autobiográficos aunque él asegure que su propósito es el de engañar al lector; y que, si bien no son siempre fáciles de entender, cumplen como pocos el objetivo de hacernos pensar.

COMPLETAMENTE FUERA DE LUGAR COMO LA PIZZA TACO. Es un placer seguir la cuenta que esta andaluza que vive en Madrid va dando de su propia vida. Me permito recomendar especialmente, como buen resumen y muestra representativa, el post que hace ya tiempo dedicó al cumpleaños de su padre.

LA IMAGEN SOCIAL DEL BIBLIOTECARIO. Odd Librarian demuestra que tras el ceño adusto del bibliotecario tópico puede esconderse una inteligencia crítica muy aguda y francamente cachonda. Y ya quisieran escribir así muchos de los autores de su biblioteca.

HISTORIAS DE ESPAÑA. Un par de excelentes historiadores escribe sobre aspectos de la historia de España - y, cuando les apetece, también del resto del mundo - que normalmente no se encuentran en los manuales. Buenísima vulgarización, divertida, rigurosa y asequible.

ESTE LADO DE LA GALAXIA. Ignacio, valenciano feroz y de ideas claras, deja constancia diaria de lo mal que le parece casi todo. No es siempre fácil estar de acuerdo con él, y a veces es imposible; pero no se puede dejar de admirar su franqueza y su contundencia, y, personalmente, encontrar alguien que ha leído La saga/fuga de J.B. y la conoce a fondo me ha supuesto una satisfacción muy poco frecuente.

Postdata: No tiene nada que ver con lo hasta aquí dicho, pero aprovecho la entrada para hacer notar que, como quizás hayan advertido los más observadores de mis quince lectores, el nombre de este blog ha cambiado. ¿Por qué el nuevo nombre? Sabía que lo preguntarían. Bien, el júbilo es un sentimiento que me gusta y procuro experimentar siempre que puedo. La mañana, un buen momento para que nos visite. Y ambas cosas juntas, Júbilo matinal, son el título - en español, desde luego; el original es algo así como "Joy in the morning" - de una de las novelas con las que más he disfrutado de uno de los autores al que debo más horas de júbilo lector.




P.S.- Decir que este fragmento es la mejor música que jamás escribió Bach es tan tonto como afirmar que Bach es el mejor compositor que jamás escribió música. De acuerdo. No lo diré, pues. Pero sí que a a mi, probablemente, esta es la música que más me gusta del mundo.