miércoles, 21 de noviembre de 2007

Brassens de nuevo

Decía De Quincey que, si empiezas por permitirte un asesinato, comienzas a despeñarte por una inevitable pendiente de vicios que te acaba conduciendo a faltar a la buena educación y a dejar las cosas para el día siguiente. Yo inicié un deterioro similar el día que me permití publicar aquí una de mis traducciones de Brassens y, se veía venir, ha llegado el momento en que no puedo resistirme más a mis bajos instintos. Una vez que el tigre prueba la carne humana, no hay vuelta atrás. Voy a asestarles a ustedes otra de mis versiones.

No protesten, otros enseñan las fotos de sus hijos o de su viaje a Tailandia. Cada cual tiene sus debilidades.

Esta era particularmente complicada, porque tenía los versos muy cortos. Miren, por favor, qué bonita me quedó:

TÍO PASCUAL

Sí, Tío Pascual,
obró usted mal
- las cosas, como son -
al enredar
y encizañar
la boda de Asunción.
Estuvo ustez
basto y soez,
y debo confesar
que nos dejó,
gústele o no,
mucho que desear.

Cuando Asunción,
con devoción,
llena de tierno amor,
se disponí-
a a dar el “sí”
ante el Altar Mayor,
¿qué idea se
le vino a usté
para ir y así, sin más,
darle un pelliz-
co a la infeliz
en la parte de atrás?

Agresión tal,
es natural,
provocó su furor.
Se volvió y ¡zas!,
pegó al de atrás,
un pobre coadjutor.
Pero en lugar
de contestar,
“¡Mecachis!” – exclamó.
Y el cura di-
jo: “¡No es así!
¡Responda sí o no!”

Cuando Asunción,
con emoción,
toda dulce y gentil,
ponía bien
sus datos en
el Registro Civil,
¿no tuvo ustez,
Pascual, pardiez,
otra idea mejor
que la vulgar
de pellizcar
su parte posterior?

Tan torpe acción,
es de cajón,
irritó a la mujer.
Se volvió, pues,
y dio un revés
a un inocente ujier.
Y respondien-
do al parabién
que le ofrecía el Juez,
se oyó su voz,
bronca y feroz,
gritar: “¡Me cago en diez!”

Por mucho que
su culo esté
gordo como un tonel,
eso no da
derechos a
dar pellizcos en él.
Así que ustez,
para otra vez
que se case Asunción,
no cuente con
la invitación.
Las cosas, como son.
TONTON NESTOR

Tonton Nestor,
Vous eûtes tort,
Je vous le dis tout net.
Vous avez mis
La zizanie
Aux noces de Jeannette.
Je vous l'avoue,
Tonton, vous vous
Comportâtes comme un
Mufle achevé,
Rustre fieffé,
Un homme du commun.

Quand la fiancée,
Les yeux baissés,
Des larmes pleins les cils,
S'apprêtait à
Dire "oui da !"
À l'officier civil,
Qu'est-c' qui vous prit,
Vieux malappris,
D'aller, sans retenue,
Faire un pinçon
Cruel en son
Éminence charnue ?

Se retournant
Incontinent,
Ell' souffleta, flic-flac !
L' garçon d'honneur
Qui, par bonheur,
Avait un' tête à claque,
1Mais au lieu du
"Oui" attendu,
Ell' s'écria : "Maman"
Et l' mair' lui dit :
"Non, mon petit,
Ce n'est pas le moment."

Quand la fiancée,
Les yeux baissés,
D'une voix solennelle
S'apprêtait à
Dire "oui da !"
Par-devant l'Éternel,
Voilà, méchef,
Que, derechef,
Vous osâtes porter
Votre fichue
Patte crochue
Sur sa rotondité.

Se retournant
Incontinent,
Elle moucha le nez
D'un enfant d'choeur
Qui, par bonheur,
Était enchifrené,
Mais au lieu du
"Oui" attendu,
De sa pauvre voix lasse,
Au tonsuré
Désemparé,
Elle a dit "merde", hélas !

Quoiqu'elle usât,
Qu'elle abusât
Du droit d'être fessue,
En la pinçant,
Mauvais plaisant,
Vous nous avez déçus.
Aussi, ma foi,
La prochain' fois
Qu'on mariera Jeannette,
On s' pass'ra d'vous,
Tonton, je vous,
Je vous le dit tout net.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Mi particular homenaje a Brassens

Hoy hace exactamente veintiseis años y diecinueve días que murió Georges Brassens. Se cumplen también sesenta años y siete días más – los que vivió – desde la fecha en que nació, el día 22 de Octubre de 1921. Unos aniversarios tan redondos me parecen ocasión tan buena como cualquier otra para dedicar mi particular homenaje a este poeta y cantante francés, a mi juicio el más significativo de los chansonniers (sin por eso quitar ningún mérito a Chévalier, Trénet, Moustaky, Brel, Ferré y Le Forestier, entre otros, todos ellos muy santos de mi devoción). Pero a Brassens yo le debo innumerables horas de placer, buena parte de mi conocimiento de la lengua francesa y más de una buena amistad nacida y consolidada en torno al común disfrute de sus canciones. Y le debo sobre todo un matiz muy importante en mi propia visión del mundo que, sin el sedimento que desde mis dieciocho años, en que supe de él por primera vez , fueron dejando en mí sus letras anarquistas, escépticas, cachondas, tiernas y algo brutales, y sus melodías sencillas y profundamente francesas, sería sin duda un poco más rígida, un poco más aburrida y un poco menos humana.

No tengo ni idea de cuánto es de fácil en este momento encontrar en las tiendas discos de Brassens. Tengo la impresión de que está bastante pasado de moda, o más bien por encima de ella, pero como en realidad lo ignoro todo – con gran tranquilidad de espíritu – sobre lo que está de moda en cuestión de música, no sé si aún hay o no alguien que siga oyéndolo. Yo sí, desde luego, con frecuencia y con placer, y hasta cantándolo cuando estoy razonablemente seguro de no ser oído por orejas extrañas.

Deben de ser pocos los amantes de Brassens que han resistido la tentación de traducir alguna de sus canciones. Personalmente creo que nadie lo ha hecho mejor, en español, que Javier Krahe. "Marieta" y "La tormenta" me parecen dos modelos insuperables e insuperados de cómo traducir una canción, consiguiendo en el propio idioma algo equivalente al original en el fondo y en la forma y que, además, encaja en la misma melodía y puede ser cantado sin que chirríe, como, a mi juicio y con todos mis respetos, chirrían las traducciones brassenianas que he escuchado a Paco Ibáñez y a algún otro, menos cargados de acierto que de entusiasmo y buena intención.

Tampoco yo resistí la tentación y el ejemplo de Krahe, lejos de desalentarme, me animó a hacer mis propios pinitos. Hace años ya que me puse a ello y logré acabar mis propias versiones de cinco canciones de Brassens, de las que debo confesar que me siento muy orgulloso. Tanto que les cuelgo aquí una de ellas, acompañada de la versión original, para que puedan irme bajando los humos.

Escuchen "Le nombril des femmes des agents de police" cantada en francés por Brassens y vean luego - o mientras, como prefieran,- qué letra tan apropiada le puse yo en español.


EL OMBLIGO

Verle el ombligo a la mujer
de un poli, no es una conquista
que proporcione un gran placer
ni requiera ser un artista.
Un hombre conocía yo
que, a pesar de ello, padecía
porque nunca el ombligo vio
de la mujer de un policía.

“Soy viejo ya” – solía decir –
“y en todos estos largos años
he visto ombligos a elegir,
de todas clases y tamaños.
Muchos ombligos disfruté
de mujeres de gran valía,
pero ninguno de ellos fue
de la mujer de un policía.”

“Mi padre vio el de la mujer
de un guardia civil, e, inclusive,
llegó el ombligo a conocer
de la mujer de un detective.
Mi hermano el de la novia vio
de un Jefe de Comisaría
¡y ni siquiera he visto, yo,
el de la mujer de un policía!”

Tan tristes quejas escuchó
la digna esposa de un madero,
que, generosa, resolvió:
“Tu pena consolarte quiero.
No es justo que te quedes sin
hallar remedio en tu agonía.
¡Te mostraré el ombligo, al fin,
de la mujer de un policía!”

“¡Gracias a Dios por tu bondad!”
-clamó el buen viejo, agradecido.-
“¡El Cielo atiende mi ansiedad!
¡Mi sueño al fin será cumplido!”
Y se aplicó con prontituz
a investigar la anatomía
y el ombligo sacar a luz
de la mujer del policía.

Mas cuando al fin la conclusión
iba a alcanzar de sus afanes,
la mucha edad y la emoción
dieron al traste con sus planes.
Ante el abdomen redentor
lo fulminó una apoplejía.
Nunca el ombligo vio, ¡ay, dolor!,
de la mujer de un policía.
LE NOMBRIL

Voir le nombril d'la femm' d'un flic
N'est certain'ment pas un spectacle
Qui, du point d'vue de l'esthétiqu'
Puiss' vous élever au pinacle
Il y eut pourtant, dans l'vieux Paris
Un honnête homme sans malice
Brûlant d'contempler le nombril
D'la femm' d'un agent de police

"Je me fais vieux, gémissait-il
Et, durant le cours de ma vie
J'ai vu bon nombre de nombrils
De toutes les catégories
Nombrils d'femm's de croqu'-morts, nombrils
D'femm's de bougnats, d'femm's de jocrisses
Mais je n'ai jamais vu celui
D'la femm' d'un agent de police"

"Mon père a vu, comm' je vous vois
Des nombrils de femm's de gendarmes
Mon frère a goûté plus d'une fois
D'ceux des femm's d'inspecteurs les charmes
Mon fils vit le nombril d'la souris
D'un ministre de la Justice
Et moi, j'n'ai même pas vu l'nombril
D'la femm' d'un agent de police"

Ainsi gémissait en public
Cet honnête homme vénérable
Quand la légitime d'un flic
Tendant son nombril secourable
Lui dit: "Je m'en vais mettre fin
A votre pénible supplice
Vous fair' voir le nombril enfin
D'la femm' d'un agent de police"

"Alleluia ! fit le bon vieux
De mes tourments voici la trêve !
Grâces soient rendues au Bon Dieu
Je vais réaliser mon rêve !"
Il s'engagea, tout attendri
Sous les jupons d'sa bienfaitrice
Braquer ses yeux sur le nombril
D'la femm' d'un agent de police

Mais, hélas ! il était rompu
Par les effets de sa hantise
Et comme il atteignait le but
De cinquante ans de convoitise
La mort, la mort, la mort le prit
Sur l'abdomen de sa complice
Il n'a jamais vu le nombril
D'la femm' d'un agent de police

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Me modernizo

Soy torpe, pero constante; y parece que tengo una cierta intuición, y mucha suerte. Gracias a todo lo cual, he conseguido, contra todo pronóstico, mío al menos, añadir en mis entradas un cacharrito que permite escuchar música. Iré poniendo la que más me apetezca en mis entradas antiguas, a ratos perdidos. De momento, la inmediatamente anterior está amenizada por una cueca de Los Chalchaleros, que permite hacerse una idea de por qué me gusta tanto todo lo argentino. Ustedes la disfruten.

(Ahora que caigo, las cuecas son chilenas, y "Changuito lustrador", inequívocamente, una cueca. Pero, desde luego, tanto los chalchas como la palabra "chango" son, igual de inequívocamente, argentinos, y el Santiago de que habla tiene más pinta de ser Santiago del Estero, en Argentina, que Santiago de Chile. Investigaremos.)

lunes, 12 de noviembre de 2007

Realmente paradójico

"Libre te quiero" - Amancio Prada, A. García Calvo


Por qué nunca consigo ser de los míos.

No es un secreto, ni la monarquía como institución teórica ni la concretamente existente en España, titular a la cabeza, me inspiran grandes simpatías, sino todo lo contrario. No tengo la menor intención ni deseo de llegar a ser nunca jefe del Estado, pero me ofende intelectualmente que se me prive de la posibilidad de serlo. Y lo mismo que con eso, que es el meollo del asunto, me pasa con el resto de las características del invento. Me parece indefendible que solo un ciudadano goce, por derechos de nacimiento, de un montón de circunstancias que, en la práctica, la verdad es que no deseo en absoluto para mí ni para ningún ciudadano normal. (Por el sencillo motivo de que, directamente, no puedo considerar normal a ningún ciudadano que desee para sí tales cosas.)

O eso me había pasado hasta anteayer, en que por primera vez el titular de la corona ejerció una de sus prerrogativas - una, por cierto, que yo no sabía que tenía, pero si la ejerció y no pasó nada debe de ser que sí, que la tenía - que le envidié profundamente: la de ser maleducado, contundentemente maleducado, con un sujeto que lleva años pidiendo a voces que alguien sea contundentemente maleducado con él.

La intervención del rey Juan Carlos en la Cumbre Iberoamericana fue para mí inaugural en varios aspectos: como ya he dicho, fue la primera vez que envidio al rey algo que hace por ser rey y que yo, por no serlo, no podré hacer nunca. Fue también la primera vez en que Juan Carlos hace algo que despierte en mí cierta simpatía personal; nunca hasta ahora me había encontrado ni el menor vestigio de ese juancarlismo que se supone que profesamos mayoritariamente los españoles, y lo que en general se celebra como sus rasgos de bonhomía a mí, o me dejaba frío, o me molestaba positivamente. Y fue, además, la primera vez en que he tenido motivos para pensar que el rey se implica personalmente en el cumplimiento de sus funciones. Lo siento, pero siempre he tenido la impresión de que lo que hace como rey le importa más bien poco, y de que mientras lee discursos o estrecha manos tiene la cabeza puesta en sus pistas de esquí, su yate o sus otras regias ocupaciones que siento no recordar en este momento. Constatar que se estaba enterando de lo que allí se hablaba hasta el punto de no reprimirse e intervenir de forma tan adecuada en cuanto al fondo como improcedente en cuanto a la forma ha sido para mí, lo confieso, una sorpresa. No es que me vaya a hacer juancarlista de repente, y desde luego mis enormes objeciones, tanto a la institución como a quien la encarna, siguen en pie; pero como lo valiente no quita lo cortés, dejo constancia de una pequeña, parcial e intrascendente, pero sorprendente, caída de mi particular caballo republicano.

En cambio en otros aspectos la actuación de Juan Carlos no solo no tuvo nada de inaugural para mí, sino que vino a confirmar una especie de rutina establecida en mis relaciones con la cosa pública. No sé cómo enunciarla, pero sé que existe y la reconozco en cuanto se me presenta, lo que sucede con bastante frecuencia.

Más o menos es así: cada vez que algo me parece bien, resulta ser una excepción, una cosa irregular e imprevista, que va contra las reglas establecidas y contra el orden que en pura lógica debería desprenderse de mis propias convicciones. Este caso, por ejemplo: para que el rey tenga una intervención pública que merezca mi aplauso ha tenido que faltar a todas las normas conocidas no solo de la diplomacia, sino de la mera buena educación, y comportarse de un modo que yo no puedo defender como correcto, por ejemplo, ante mi hijo de nueve años. Y no solo eso: para que alguien haya podido pararle los pies en público a ese matón impresentable, cosa que encuentro bien deseable, ese alguien ha tenido que estar investido de unas prerrogativas y gozar de una situación personal de las que, teóricamente, no deseo que esté investido ni goce nadie. Solo un rey podía mandar callar a Chávez, y para hacerlo ha tenido que faltar a los buenos modales; y yo, que no deseo que haya reyes ni que se falte a los buenos modales, estoy encantado de que le haya mandado callar. ¿Qué hago ahora, me cuentan?

Claro que, como digo, es una situación en la que me encuentro con frecuencia desde hace tiempo. Les pongo otros ejemplos: detesto cordialmente al gobierno del señor Rodríguez Zapatero y juzgo que su gestión, en líneas generales, es la más dañina, estúpida e indefendible que ha padecido este país en los últimos treinta años. Eso, por un lado. Y por otro soy católico convencido, miembro activo de la Iglesia. La Iglesia española y el gobierno del señor Zapatero están bastante enfrentados sobre numerosos y diferentes asuntos. Y, sistemáticamente, en cada uno de estos enfrentamientos concretos, me encuentro mucho más de acuerdo con la postura del gobierno que me repugna que con la de la Iglesia a la que pertenezco. Me parece estupendo que, por fin, se haya regulado el matrimonio entre homosexuales, y no logro entender en qué afecta esta regulación a mis creencias ni a las de la Iglesia, ni qué tiene ella que opinar sobre una legislación civil a la que hasta ahora ha ignorado hasta el punto de casar por la iglesia a una notoria divorciada, Leticia Ortiz , alegando que a la Iglesia los matrimonios civiles, disueltos o no, le traen al fresco. Me parece estupendo que la Religión haya dejado de ser una asignatura obligatoria, y tampoco entiendo que nadie pretenda que lo sea, menos aún en nombre de la fe, que es una cuestión personal e invaluable, académicamente hablando. Pero lo que menos entiendo de todo es que quienes hasta ayer pretendían que sus particulares creencias tuvieran rango de asignatura aprobable o suspendible, se rasguen ahora las vestiduras y monten la marimorena porque el gobierno establezca una asignatura de nombre y propósitos tan inobjetables como "Educación para la ciudadanía". Me parecería lógico que protestaran contra determinados contenidos, si no se ajustaran a su idea de lo que se le debe enseñar a los ciudadanos, pero es que lo que les escandaliza es, simplemente, que exista la materia, ya antes de saber cuál va a ser exactamente su contenido. Personalmente me imagino que será una inanidad más, tan perfectamente inútil como el cuarenta por ciento de las bobadas que ahora aprenden los niños en los colegios, pero montar por ello semejante zapatiesta, alegando encima principios morales y democráticos - que jamás esgrimieron, por cierto, contra la mucho más escandalosa "Formación del Espíritu Nacional" de mi infancia - me parece por completo fuera de lugar y, desde luego, ajeno y hasta opuesto a nada que tenga que ver con mi fe.

Y así vamos, no consigo encontrar manera de ubicarme en este panorama, que si tiendo a considerar desconcertado es, probablemente, porque el desconcertado soy yo.

Asistí, por otro ejemplo, a una manifestación convocada para protestar contra el propósito de negociar con ETA de que por entonces estaba dando muestras evidentes el gobierno. Vencí para ello, con gran esfuerzo, mi tendencia natural a no juntarme con otros ciudadanos en número superior a diez o doce, sacrifiqué temporalmente mis prevenciones teóricas contra las emociones colectivas y mi indisimulable sensación de que hay muchas formas mejores de hacer el ridículo que pasear en masa por las calles gritando consignas, y, en atención a lo importante del asunto y a lo grave del comportamiento del gobierno, allá fui como un bendito. Naturalmente, tardé cosa de media hora en arrepentirme. Seguía pareciéndome mal que el Gobierno quisiera negociar con ETA, pero el espectáculo de los que decían compartir conmigo este punto de vista puestos en acción logró con bastante rapidez que deseara no compartir con ellos ni una sola cosa más, ni la condena al gobierno, ni las calles de Madrid, ni un mal café, así me invitaran. De un modo muy poco cívico, pero en estricta defensa de mi dignidad personal, de mi salud mental y de mi futuro penal - o, alternativamente, de mi integridad física - abandoné el acto y me desvié por callejuelas laterales, meditando si existiría en algún lugar alguien que pensara algo medianamente parecido a lo que yo pienso, que sin embargo, me parece clarísimo y de sentido común. Sin duda me equivoco, claro está. No puede ser que seamos mi mujer y yo los únicos que acertemos siempre.

La cosa me viene de antiguo. Aún recuerdo lo cerca que estuve de apostatar formalmente cuando cometí el error de asistir a la concentración - de jóvenes cristianos, o de familias cristianas, no sé bien: de algo cristiano, desde luego - para ver a Juan Pablo II en el Bernabéu, durante su visita del lejano año 82. Todo el público asistente o pueblo fiel - y era muchísimo pueblo, créanme - parecía estar feliz y embargado de un fervor religioso - o pontificio, o meramente verbenil, vaya usted a saber - que, misteriosamente para mí, se manifestaba en el prurito incontenible de agitar palomitas de papel y en el de corear initerrumpidamente un irritante pareado sobre lo que quería todo el mundo al Papa. Al cual, claro está, le fué imposible decir nada coherente durante más de dos minutos seguidos. Cada vez que el pobre anciano abría la boca para hablar, la muchedumbre prorrumpía en berridos fervorosos, y todos parecían encontrar que aquel programa de actos colmaba por completo sus aspiraciones. Menos yo. Una vez más, me fui a la media hora, tratando de encontrar, en un furibundo soliloquio por las desiertas calles de El Viso, algún buen motivo para seguir formando parte de una institución cuyos más sesudos pensadores estimaban que actos como aquel eran una forma aceptable de evangelizar o de dar testimonio de la presencia de la Iglesia en la sociedad. Dios, que es misericordioso, me ha ido dando alguno que otro, desde entonces, y aquí sigo. Creyente y católico, pero francamente descolocado. De todas las multitudes que despiertan mi repugnacia ético-estética, que son la práctica totalidad de las multitudes, la de los cristianos militando activamente es desde entonces, probablemente, la que mejor y más deprisa lo logra. ¿Me dicen ustedes qué puedo hacer?

Por no hablar de mi traumática experiencia con la guerra de Las Malvinas. Demócrata convencido y, en aquellos tiempos juveniles, fervientemente izquierdoso, Margaret Thatcher era para mí más o menos la personificación del Capitalismo malvado. Y Argentina, el país por el que más simpatías he sentido desde pequeño y que, de una forma puramente platónica - por su folclore, por sus escritores, por su acento, por Mafalda, por Cortázar, por Borges, por Les Luthiers, por Eduardo Falú, por Los Chalchaleros... qué sé yo por qué, si nunca he estado allí - más cercano emocionalmente he sentido de todos los extranjeros. Y van los generales argentinos y, contra todo derecho internacional, cometen un acto de fuerza que encuentro injustificable y ocupan las Malvinas manu militari, sustituyendo al hacerlo una apacible y británica democracia rural por una dictadura militar criminal y ensangrentada. Y va la Thatcher y hace exactamente lo que yo pienso que hay que hacer: responder a la agresión, reponer el Derecho vulnerado y recuperar las Malvinas. Creo que fui el único de todo mi amplio y variado entorno que, contra todo pronóstico y para mi propia estupefacción, fué desde el principio partidario de los ingleses y celebró su victoria. (Años después me he enterado de que a mi futura mujer le pasó lo mismo: Dios nos cría y nosotros nos juntamos). Allí estaba yo, defendiendo, sin poderlo evitar, una incursión neocolonialista de la odiosa Thatcher contra mis amados argentinos.

Es mi destino, por lo visto; no hay manera de que consiga estar de acuerdo con los que están de acuerdo conmigo, ni de que logre discrepar decente y absolutamente, como deben discrepar las personas coherentes, de la gente de la que discrepo. Mis amigos hace tiempo que dejaron por imposible la tarea de adivinar qué voy a salir opinando de un fenómeno concreto cualquiera, y yo mismo no puedo ayudarles gran cosa.

A mi madre, a la que, salvando las diferencias, le pasaba una cosa parecida, le inventaron mis hermanos un partido político para su uso particular: las Falanges Comunistas del Niño Jesús. Un día de estos voy a pedir la militancia.


Los Chalchaleros - "Changuito lustrador"