martes, 2 de abril de 2013

Manías léxicas


Particulares - Nunca

Palabras cretinas .- No sé si a ustedes les pasa, pero a mí hay palabras que debieron de mirarme mal la primera vez que me las crucé, me entraron por el ojo izquierdo y desde entonces me caen irremisiblemente gordas, sin ningún motivo que pueda defender decentemente. No las uso jamás y me producen una especie de respingo interior cada vez que me las encuentro usadas por otro.

Una página del Heimskringla, colección
de sagas de las de verdad.
Me pasa con saga, por ejemplo. Las sagas eran hasta hace unos años unos inofensivos poemas épicos de la Islandia medieval de los que, como mucho, uno oía hablar en las clases de literatura del bachillerato. Y nada más. Pero por algún camino misterioso la palabra se ha convertido de repente en una especie de comodín ambiguo y de amplio espectro, un impreciso sinónimo a la vez de serie, dinastía, familia, colección... Y así ahora si la familia Pérez da tres funambulistas de cierto renombre, nadie la libra de ser, a todos los efectos, la saga de los Pérez. Si una novela cuenta las aventuras de un padre y a continuación las de su hijo, deja de ser una simple novela para convertirse en una saga familiar. Si, obtenido un éxito con el primer relato protagonizado por el detective Fernández, a su autor le da por escribir el segundo, lo que está escribiendo, quiéralo o no, será la saga de Fernández... No se me ocurre qué definición de saga mínimamente coherente y compatible con todos estos dispares empleos podrían dar sus entusiastas usuarios, y lo más probable es que a ellos tampoco;  pero esta dificultad no parece suponerles ningún obstáculo para emplearla a troche y moche, al revés, se diría que los estimula. Debe de sonarles bien, o de parecerles culto, o algo. Yo confieso que a mí me pone bastante nervioso.

Me pasa con otras. Con decantar, por ejemplo, que de ser una cosa que se hacía con el vino para quitarle los posos se ha convertido en una fórmula casi ineludible para referirse a la elección. Antes uno opinaba, prefería, decidía, escogía, elegía, se inclinaba por; ahora se decanta. Todo el mundo. Menos yo, que sigo reservando la palabra para las raras veces en que separo dos líquidos de distinta densidad.

O con inmerso, palabra que cada vez que me la encuentro me deja con la misma duda: ¿qué hay que hacer para llegar a estar inmerso, inmergirse?

O con implementar, de la que no solo nunca he llegado a saber qué quiere decir, sino que sospecho seriamente que lo que pasa es que no quiere decir nada.

O con la analítica que te ordenan los médicos cuando lo que en realidad quieren es que te hagas unos análisis. Me hace el mismo efecto que si, para pedirte que le alcances un mapa, alguien te dijera: ¿me acercas la cartográfica, por favor?

O con poderosamente, el adverbio de uso más restringido y especializado que conozco. ¿Alguien lo ha visto alguna vez acompañando a otro verbo que a llamar la atención? Yo, jamás. Ninguna otra cosa más que llamar la atención se hace poderosamente. Ahora bien, no hay apenas atención que cuando es llamada, no lo sea con asistencia del adverbio en cuestión. ¿A ustedes no les llama la atención? ¿No les llama poderosamente la atención?

En fin, me pasa, como ven, con bastantes palabras, y eso que no he citado más que las que recuerdo en este momento, y que casi seguro me he dajado más de una en el tintero. Son manías, lo comprendo, completamente irracionales y arbitrarias, y que no puedo argumentar seriamente. Lo más que puedo decir en su defensa es que reservar nuestra hostilidad irracional para las palabras que nos parecen cretinas nos da un cierto margen de tolerancia para con los cretinos de carne y hueso.

Aunque ahora que lo pienso esto último no es aplicable a la que más me irrita de todas: reto. Cada vez que oigo a alguien hablar de sus objetivos como de retos comprendo que, sépalo o no, la cuestión a que se refieren esos objetivos le importa mucho menos que él mismo, su capacidad de alcanzarlos y su necesidad de demostrar esa capacidad. Alguien habla, por ejemplo, del reto de acabar con el hambre en el mundo y lo que le oigo yo decir, en estricta aplicación del significado objetivo de la palabra reto, es que lo que le interesa no es tanto que llegue a no haber nadie que se muera de hambre como ser él quien lo consiga. ¿Por qué, si no, lo llama reto y no, como sería lógico, tarea, proyecto, propósito, meta, objetivo, necesidad, deber, obligación..?


Soy muy maniático, lo comprendo, y en cuanto aparece en el discurso la palabra reto –que, con este uso, es para mí el prototipo de palabra cretina, proyectando su potente foco sobre el ego de quien la usa y supeditando a él cualquier cuestión que no sea su admirable capacidad de enfrentar y superar retos, no puedo evitar pensar que probablemente sea un poquito cretino también él.


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Grave problema traductor: de tú, de usted o 'señor' a secas.- He aprovechado esta Semana Santa para volver una vez más a Bertram Wooster. (Si no lo fueran todas, las vacaciones serían la mejor época para leer o releer a Wodehouse, una vacación en sí mismo). Pero esta vez lo he tenido que dejar a medias, porque he dado con una detestable edición de los setenta que andaba perdida por mis estantes, creo que de Bruguera pero no quisiera difamar a nadie, en la que, amén de otras anomalías más o menos sobrellevables, Bertie tuteaba a Jeeves. Y eso ya sí que no se puede sobrellevar en absoluto.

En inglés no existe la distinción entre 'tú' y 'usted'. Cabe interpretar esto como que todo el mundo se tutea, o como que todo el mundo se habla de usted. Dado que el 'you' que usan para la segunda persona del singular es el mismo que usan para la segunda persona del plural, yo me inclino por la segunda opción, es decir, que se hablan todos de 'vos', lo que tanto en el castellano antiguo como en el francés actual es el tratamiento de respeto, equivalente a nuestro 'usted' (no así en el argentino moderno, en el que el 'vos' es un tuteo de confianza).

Jeeves y Wooster dibujados por Peter Gray
Pero la cuestión no es esa, claro, sino que la distinción entre los modos verbales más respetuosos y formales y los más familiares y confianzudos, que en francés y en castellano estriba en la persona verbal que utilizas al dirigirte a tu interlocutor, en inglés se basa en otras convenciones'Yes, I do', 'Sir', empleo de tratamientos, uso del apellido en vez del nombre de pila, etc– pero no por ello deja de existir. Y los anglohablantes bien educados, como las personas bien educadas en cuaquier otro idioma, para dirigirse a la servidumbre emplean siempre estos modos más formales. Si a Bertie Wooster, que tendrá otros defectos pero está muy bien educado, se le pasara siquiera por la cabeza dirigirse a Jeeves de otro modo que del más respetuoso y formal, Jeeves se despediría en el acto, y haría muy bien. Eso es lo que tendría que haber hecho el editor con el traductor, despedirlo, en cuanto leyó el primer sacrílego tuteo de Wooster a Jeeves, y eso es lo que hice yo con el libro después de un ratito de tratar de sustituir mentalmente todos los verbos mal traducidos. Era demasiado sobresalto, demasiado esfuerzo, y me echaba demasiado a perder el disfrute lector.

Porque esa es, precisamente, la labor del traductor, encontrar en el idioma de llegada los mecanismos equivalentes a los que el autor usó en el idioma de salida, y no dar por supuesto que han de ser los mismos, y que si en el original inglés no hay distinción entre y usted tampoco ha de haberla en su traducción española. Alguien debería habérselo explicado así al traductor de mi libro.

Y ya puestos, podría explicarle también –a él y a muchos otros, y no solo traductores, porque, por contagio de las películas y de las series mal traducidas del inglés esta tontería del 'señor' empieza a proliferar también en series y películas españolas– que ese 'Sir' que en inglés usan los subordinados para dirigirse a sus jefes, en español muy rara vez debe ser traducido por 'señor'. De hecho, solo en el caso, ya casi solo histórico, de criados que se dirijan a sus patronos, y aún así, sin abusar, y solo si la historia transcurre hace más de treinta o cuarenta años. (Aquí mi traductor no peca, o lo hace solo por ligero exceso: por cada dos 'Sir' del original él debería haber dejado un solo 'señor', como media). Lo correcto, en la mayoría del resto de casos, es no traducirlo, suprimirlo, directamente. Quien en inglés llama a alguien 'Sir', en español debe, sencillamente, hablarle de usted.

Al menos en el español de España –y enuncio aquí una regla que no he visto nunca formulada en ninguna parte, pero que me parece de innegable vigencia– el vocativo 'señor', a secas, sin ir seguido de un cargo o de un apellido, se usa estrictamente para cuatro cosas:
  • Para invocar a Dios al rezar.
  • Para llamar a voces la atención de un transeúnte al que se le acaba de caer la cartera.
  • Para dirigirte al Rey, si te ves en trance tan penoso y no te apetece decir esa ridiculez de 'majestad'.
  • Para apostrofar a los desconocidos cuando regañas con ellos.
 Y pare usted de contar. En España no llamamos a nadie 'señor' más que en estos cuatro casos, y ni en uno más.

Y ni en uno más, insisto. Tampoco a los militares se les llama 'señor', aunque quede tan bonito en las películas de marines. Esa necia fórmula, 'Sir, yes, Sir', con la que al parecer deben responder a sus mandos los miembros de la infantería de marina de los EEUU, no puede ser traducida, lamentablemente, más que con la correspondientemente necia 'Señor, sí, señor'; y tal circunstancia ha generalizado la idea de que semejante gilipollez pueda ser usada también en otros regimientos de otros países. Afortunadamente, no es así. A los mandos del ejército español se les llama mi sargento, mi capitán o mi general, si uno es militar bajo sus órdenes, o sargento, capitán o general, a secas y sin posesivo, si uno es su superior o su igual. Y si uno está en el caso mayoritario de no ser militar, con el 'usted' van que chutan, como los médicos, los mendigos, las amas de casa y los funcionarios de correos. Y los ayudas de cámara.

Todo esto es español básico, creo, no hace falta haber estudiado nada especial para saberlo, basta con hablar español todos los días. Con saber español, vaya. Pero los traductores se caraterizan, y eso con suerte, por conocer el idioma del que traducen. El idioma al que traducen, por lo que se ve, ni con suerte.