domingo, 28 de diciembre de 2014

El idioma y los idiotas


Para Ignacio, mi nuevo lector del otro lado del Atlántico,
que usa estupendamente todos los idiomas que puede, y cada vez puede más.

Hace unos años un grupo de diputados nacionalistas gallegos que –un descuido lo tiene cualquiera– le habían echado un vistazo al Diccionario de la Real Academia Española, descubrieron para su consternación que entre los significados de la palabra "gallego" estaban los siguientes: "En Costa Rica, tonto (falto de entendimiento o razón)". Y: "En El Salvador, tartamudo". Indignados, presentaron en el Congreso un proyecto de ley para que la Academia retirara de su diccionario esas dos acepciones de su gentilicio suyo propio de ellos, que consideraban insultantes para su patria (fuente de todo bien y criterio último, si no único,  para establecer lo que es bueno y lo que es malo). Una inteligente reacción, que ilustra muy exactamente la clase de proceso mental que los nacionalistas de cualquier nación suelen tomar por razonamiento y, más específicamente, el productivo y útil empleo que suelen hacer del idioma.
Es un principio que creo haber descubierto yo, o al menos enunciado por primera vez en estos términos, y que no falla: cuanto más tonto el ciudadano, peor su relación con el lenguaje.
 
No hace falta consultar el DRAE para saber, por ejemplo, que "argentino" significa en primer lugar "de plata", "semejante a la plata" y "que suena como la plata". De esos significados, por la vía del principal interés de sus primeros colonizadores europeos, la palabra pasó a referirse a un país sudamericano, a sus naturales y a todo lo relativo a él. Así, ahora mismo, además de los que acabo de enunciar, la palabra argentino tiene el significado de "natural de la Argentina, perteneciente o relativo a ese país". Y no tengo noticia de que ningún argentino haya protestado por que se le llame así, asegurando que ni es de plata, ni es semejante a ella, ni suena como ella. Debe de ser que los argentinos, felices ellos, no tienen nacionalistas.
Me imagino que, de modo similar, en muchas partes de Sudamérica comenzó a llamarse gallegos a los inmigrantes españoles por el excelente motivo de que lo eran en un alto porcentaje. Y como del campesino gallego inmigrante –como de cualquier otro campesino obligado por la miseria a emigrar desde cualquier otra parte del mundo, hambriento, ignorante y desconfiado– no cabe razonablemente esperar que se distinga por la amplitud de su cultura, la jovialidad de su trato ni la altura de sus miras, tampoco es extraño que en esos lugares se empezara a llamar gallegos a los ciudadanos especialmente cazurros, como parece ser que efectivamente ocurrió.
Las palabras adquieren sus significados exactamente por ese procedimiento, y el que no lo encuentre de su agrado hará bien en elevar sus quejas al Lucero del Alba, por ejemplo. Pero dejando en paz a quienes no hacen más que emplear su idioma de manera que sirva para el fin para el que se inventó: comunicarse. Usando para ello las palabras con los significados que tienen, les gusten o no al BNG o a cualquier otra congregación de inquisidores lingüísticos.
Por razonable que parezca esta recomendación que acabo de formular, somos franca minoría los ciudadanos que la seguimos. Es mucho más frecuente que, no bien se tropieza con una palabra que por algún motivo le desagrade a uno, se comience una justiciera y agraviada campaña de protesta como la de los nacionalistas gallegos.

Las palabras, insisto, adquieren nuevos significados por el empleo que de ellas hacen los hablantes, que son sus dueños y quienes mejor y con más derecho pueden decidir cómo y para qué las quieren usar. Y por eso es estúpido pedirle a nadie cuentas de los motivos por los que deciden usarlas con un significado y no con otro. Uno puede darse por enterado –y, si uno es un diccionario, describirlo y, como mucho, tratar de explicarlo– de lo que los hablantes han hecho, pero no pretender juzgarlo o encauzarlo. Ni cabrearse por ello, ni intentar prohibirlo, incluso aunque uno sea nacionalista, circunstancia  desde luego muy lamentable y que merece toda mi compasión.

Si cito cito este  ejemplo es porque es el primero que se me ha venido a las mientes y sin el menor ánimo de ofender a nadie, pero los censores in pectore o in voce, por los motivos más variopintos y todos ellos respetabilísimos, son innumerables, y de todos los pelajes imaginables.
Todavía no he sabido de ningún enérgico comunicado de la Federación Progresista de Palmípedos que proteste por el común empleo de la palabra "pluma" para designar un aparatito para escribir, o para referirse al excesivo amaneramiento de algunos homosexuales. Y eso que bien podrían las agraviadas aves argumentar que ellas son bien machos, o bien hembras, y que la finalidad con la que producen plumas nada tiene que ver con los fines espurios de la Parker, ni ellos la menor responsabilidad sobre las tonterías que puedan escribir los usuarios de las estilográficas.
Pero si tal hicieran los patos, no harían más el ridículo que los diputados del BNG cuando protestan de que se llame gallegos a los ceporros –o, lo que es peor, ¡ a los españoles no gallegos!–; o que el que hace, en general, cualquier congregación de las numerosísimas que se dedican a levantar la voz cada vez que se topan con que la gente usa alguna palabra de un modo que hiere su particular sensibilidad ideológica, religiosa, profesional, nacional, sexual o lo que sea
* * * * *

El genial Fernández Flórez escribía unas crónicas parlamentarias estupendas, las "Acotaciones de un oyente", que publicaba en ABC. Un día, para caricaturizar la falta de preparación de los diputados y de los políticos en general, y lo incongruente de los caminos por los que muchos de ellos llegaban a la vida pública, se le ocurrió escribir en una de esas crónicas algo así como (cito de memoria): "Hay que tener mucho cuidado con los fotógrafos. Aprovechándose del pase de prensa entran en el hemiciclo, ocupan algún escaño de esos que siempre están vacíos, esconden debajo la cámara y alli se quedan. Los ujieres se acostumbran a verlos, acaban trayéndoles agua con azucarillos... Un buen día el Presidente, al que ya le suenan vagamente sus caras, les concede la palabra para una intervención breve... De alguno se sabe que por este sistema ha llegado a ser nombrado subsecretario en una crisis de gobierno..."
Naturalmente al día siguiente el ABC recibió una airada carta de un representante de los fotógrafos de prensa, que protestaba enérgicamente por ataque tan gratuito, se quejaba de ver en entredicho la honorabilidad de su profesión, exigía una rectificación y culpaba a FF de cualquier medida que contra los fotógrafos creyera adecuado adoptar el Presidente del Congreso, tras semejante gravísima denuncia. 
Quiero decir que un idiota dispuesto a darse por ofendido, por nimio o inexistente que sea el motivo, no falta nunca. Pero nunca. Son, desgraciadamente, la mercancía más abundante e indeseable del planeta, los idiotas. Y el empleo eficaz, inteligente y libre del idioma es su bestia negra y su enemigo mortal.

ACTUALIZACIÓN: Un amable corresponsal, lector habitual y atento de este blog, me ha hecho notar que algunas alusiones contenidas en la versión original de este post podían resultar hirientes para algunas personas. La verdad es que precisamente por eso las había puesto, ya que el propósito del post no es otro que negar que sea ni razonable ni legítimo sentirse herido por los usos que sin propósito de herir y dentro de los significados extendidos y aceptados de las palabras, hace la gente de su idioma. No obstante, y puesto que considero más grave el daño de que alguien se sienta herido, aunque sea sin razón (en mi opinión), que necesarias mis alusiones, por legítimas e inofensivas que a mí me parezcan, he decidido suprimirlas, dejando aquí constancia de la rectificación.

martes, 23 de diciembre de 2014

Propiedad intelectual y derechos de autor

A la benemérita página Papyre fb2, que tantos ratos de honesta lectura me ha proporcionado
y que cerrará definitivamente el próximo 1 de Enero de 2015, para desgracia de sus usuarios
y honra del eficaz gobierno, diligente servidor de sus amos, que le ha obligado a hacerlo.


Creo en la propiedad intelectual, si por tal se entiende la autoría. Creo que roba quien presenta como propia la obra intelectual de otro, a quien plagia o suplanta.
 
También creo en los derechos de autor, que me parecen perfectamente legítimos, y también creo que roban quienes se lucran ampliamente con los beneficios que producen obras ajenas y escatiman a los autores la sustancial parte de ese lucro que legítimamente les corresponde.
 
Hablo, claro está, de editores, discográficas, productoras de cine y televisión... Ellos son los que creo que pueden, con justicia, ser llamados piratas.
 
En lo que no creo es en la propiedad intelectual tal como la pretenden imponer SGAE y similares, nacionales e internacionales, a través de las legislaciones estatales que han llegado a controlar vaya usted a saber por qué medios inconfesables. Y ello porque creo que la propiedad intelectual, como tal propiedad que es, incluye un contenido natural de cualquier propiedad, que es el de poder ser enajenada.
 
Por eso no creo en la que se vende interminablemente, una y otra vez, sin acabar nunca de transmitirse como se transmite cualquier otra propiedad al ser vendida. En la que sirve de coartada escandalosa para cobrar y cobrar y seguir cobrando por cada uso que alguien haga, o ellos crean que pueda hacer, de la propiedad, incluso después de vendérsela y de cobrársela a ese alguien. En la que pretende que yo no sea propietario del libro, la película o el disco que sin embargo he comprado, y se cree con derecho a impedir que, como con cualquier otra de las propiedades que adquiero, yo haga con libro, disco o película lo que me dé la gana, incluido prestarla, bien en directo, bien a través de Internet.
 
No puedo creer en una propiedad así entendida porque, en mi opinión, no solo no encaja en el concepto clásico de propiedad, sino que lo subvierte grave e injustamente.
 
Por eso declaro pública y solemnemente que me parece ilegítima y objetable (y en la medida que me es posible la desacato y la infrinjo, y me propongo seguir haciéndolo mientras no arrostre al hacerlo incomodidades o riesgos demasiado elevados) la inicua legislación que pretende impedirme compartir mis libros, músicas o películas como siempre he hecho y puedo ahora, gracias a Internet, hacer con mayor intensidad y comodidad.
 
Y niego rotundamente que esta conducta mía me convierta en nada parecido a un ladrón o a un pirata: es, muy al contrario, mi forma de combatir lo que me parece el latrocinio desvergonzado de los auténticos piratas en cuyas manos han caído como rehenes los conceptos de propiedad intelectual y de derechos de autor.
 
Sucede que cualquier idea, por buena que sea, puede ser convertida en un absurdo por la vía de su extensión indiscriminada e irracional, sobre todo si es susceptible de producir dinero y cae en manos a la vez ignorantes, estúpidas, faltas de escrúpulos y codiciosas. (No digamos ya si estas manos consiguen el amparo legal de una clase política más necia, ignorante, inescrupulosa y codiciosa aún).
 
Y eso es, exactamente, lo que en mi opinión no es que esté ocurriendo, sino que ha ocurrido ya con las ideas, antaño útiles y respetables y ahora mismo dañinas y deleznables –siempre a mi modesto juicio– de "propiedad intelectual" y "derechos de autor".
 
Tal como pretenden que las entendamos, mi sastre puede demandarme, y no veo por qué no habría de ganar el subsiguiente pleito, si yo le presto a un amigo el traje que el sastre me hizo, porque yo he pagado por el traje, sí, pero la "concepción" del traje, la "propiedad intelectual" del traje sigue siendo suya, al parecer por los siglos de los siglos. Y si se lo presto a un amigo, estoy evitando que mi amigo tenga que comprarle otro traje al sastre, estoy privando al sastre de una venta y tendré que compensarle por ello. El razonamiento funciona así, ¿no? Y sucede lo mismo con mi máquina de fotos, mi coche y prácticamente cualquier otro objeto ideado por un hombre que yo crea ingenuamente haber adquirido alguna vez, ya que no veo ningún motivo por el que deba existir la propiedad intelectual de los libros y no la de los trajes, las locomotoras y las máquinas de picar carne.
 
Cada vez que usamos de cualquier modo que lo hagamos cualquiera de estas cosas –prácticamente cualquier cosa– estamos disfrutando de una 'propiedad intelectual' ajena. ¿Cuánto más tiempo nos permitirán hacerlo gratis? Todo nuestro concepto de la propiedad se va al garete, minado por la inasible y eterna "propiedad intelectual", que convierte la propiedad, a secas, en mera apariencia. Que se cree usted que ese libro, ese disco o ese sofá son suyos, por mucho dinero que haya pagado por ellos. Son, o serán, del listo que se haya erigido en administrador de la propiedad intelectual, al que, como tal, tendrá usted que seguir pagando toda la vida.
 
El día que llevando a sus últimas consecuencias esta perversa lógica que ya  les estamos permitiendo aplicar, pretendan cobrarme también por cada vez que escuche MI disco, o lea MI libro, o los preste –y ya han empezado a hacerlo con el inicuo canon de las bibliotecas– ¿quién de los que ahora consideran razonable que se me prohiba fotocopiar MIS libros o intercambiar MIS archivos en Internet –después, eso sí, de cobrarme por adelantado por si lo hago– tendrá nada que decir?

sábado, 6 de diciembre de 2014

Un diagnóstico lúcido, para empezar

 
Violeta Parra - El Santo Padre

La humanidad vive en este momento un giro histórico, que podemos ver en los adelantos que se producen en diversos campos. Son de alabar los avances que contribuyen al bienestar de la gente, como, por ejemplo, en el ámbito de la salud, de la educación y de la comunicación. Sin embargo, no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento. El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad. Este cambio de época se ha generado por los enormes saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se dan en el desarrollo científico, en las innovaciones tecnológicas y en sus veloces aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y de la vida. Estamos en la era del conocimiento y la información, fuente de nuevas formas de un poder muchas veces anónimo.
Hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes». 
Algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.
Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: la negación de la primacía del ser humano. Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo. 
Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta. 
La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. La ética –una ética no ideologizada– permite crear un equilibrio y un orden social más humano. Una reforma financiera que no ignore la ética requeriría un cambio de actitud enérgico por parte de los dirigentes políticos. ¡El dinero debe servir y no gobernar! 
Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca. Si cada acción tiene consecuencias, un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y de muerte. Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor. Estamos lejos del llamado «fin de la historia», ya que las condiciones de un desarrollo sostenible y en paz todavía no están adecuadamente planteadas y realizadas. 
Los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido social. Así la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás. Sólo sirven para pretender engañar a los que reclaman mayor seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos. Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una «educación» que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e instituciones– cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes. 

El anterior texto, ya lo habrán adivinado, no es mío. Pertenece al comienzo del segundo capítulo de la exhortación apostólica Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio) que el nuevo Papa publicó hace un año, en noviembre de 2013. Aunque he omitido unas pocas frases, apenas cuatro líneas en total, que hacían referencia explícita a la fe cristiana o a la Iglesia Católica, queda en el texto un inconfundible tono clerical, pontificio incluso, que no les habrá engañado. No obstante el cual, pienso que su contenido es fácilmente asumible por cualquier ciudadano lúcido, y constituye un buen punto de partida para que quien esté de acuerdo, creyente o no, con el diagnóstico que en él se hace sobre el actual estado de cosas, localice las causas del mal, que es el primer paso para que cada uno pueda combatirlo a su manera.
Naturalmente, nada de lo que en él se dice es nuevo. Sí lo es para mí que sea el Papa quien lo dice, y que lo haga con una sorprendente, para un Papa, falta de ambages, de suavizaciones y de ambigüedad. El lenguaje es enormemente más claro que el de sus antecesores, y las paletadas son prácticamente todas de cal, sin apenas arena.
Personalmente creo que es la primera vez en toda mi vida que me siento plenamente identificado con un texto de un Papa. (Habrá sin duda quien piense que esto no se debe  tanto a la buena calidad que como Papa tiene Bergoglio como a la mala calidad que como cristiano tengo yo). Y francamente esperanzado, también por primera vez, por lo que un texto así permite augurar de su pontificado, no solo respecto a lo que pueda y quiera hacer él sino, sobre todo, respecto a lo que pueda cambiar en las actitudes y prácticas de la Iglesia y de los católicos.

viernes, 10 de octubre de 2014

LÓGICA DEL SEGURO


Uncle Ho (Pete Seeger) - Versión para piano de Júbilo Matinal

Hace una semana se rompió uno de los cristales de la puerta de nuestro dormitorio, que es una de esas antiguas con cuatro paneles de vidrio opaco con bultitos. La intimidad de la alcoba conyugal es sagrada, por lo que urgía reponerlo. Y es la puerta que más se ve del vestíbulo según entras en casa, por lo que, además, era importante que el cristal fuera igual que los otros tres, para que no hiciera feo.
Dimos parte al seguro y vino el cristalero, a medir y ver cómo era el cristal. Nos advirtió que era un cristal muy antiguo e iba a ser difícil encontrar uno igual, por lo que probablemente tendría que cambiarnos los cuatro. Nos pareció muy bien. Volvió al cabo de un par de días con un panel de vidrio que no tenía nada que ver con los otros tres. Le dijimos que no lo pusiera, porque queríamos los cuatro iguales. Nos dijo que el seguro no le dejaba reponer más que el roto. Así que se fue con su cristal, en espera de nuevas instrucciones, nuestras y del seguro. 

M llamó al seguro y le confirmaron que, efectivamente, solo nos podían pagar el cristal roto. La póliza, le explicaron, no cubre daños estéticos de cristales. De otras cosas, sí: si una baldosa del suelo se rompe, por ejemplo, y ya no quedan de las originales, reponen toda la habitación para que no se note la diferencia. Pero de cristales, no. Que el cristal nuevo haga o no pandán (esta es una expresión de mi infancia remota, que no he oído nunca a nadie más que a mi madre, y que me encanta) con los otros tres, le da igual.  

M preguntó entonces si el seguro repondría los otros tres cristales en el triste caso de que también se rompieran. "Naturalmente", le contestaron. "Pues es que me parece francamente probable que se rompan en un futuro inmediato, porque no sabe usted lo vieja que está la puerta y las corrientes de aire que hay en mi casa." ¿No le saldría más barato al seguro aprovechar un único viaje del cristalero para cambiar los cuatro, en vez de tener que hacer hasta cuatro visitas distintas si los otros tres cristales se iban rompiendo como, insistió M, estaba ella casi segura de que iba a suceder inminentemente? No, no podía ser. El seguro solo repone los cristales que se rompen, no los que padecen de inadaptación estética sobrevenida. 

Vale, pues. El que avisa no es traidor. 

Volvió a llamar el cristalero, a ver si ya teníamos instrucciones nuevas, y, como sí las teníamos, se las dimos. Le dijimos que buscara cuatro paneles iguales, porque los otros tres se habían roto también. "Enseguida le vamos a dar el nuevo parte al seguro, usted no se preocupe y vaya preparando los cristales". El cristalero encajó la noticia con impavidez notable e incluso dio muestras de cierta satisfacción; es probable que, codicioso como suelen ser los de su gremio, prefiriera cobrar cuatro cristales a cobrar solo uno.

La señorita que atiende el teléfono del seguro, en cambio, no se mostró tan complacida. "¿Se han roto? ¿Y cómo ha sido?" preguntó, un poco consternada. "Pues ya ve usted" –contestó M, con una sangre fría admirable y todo su natural encanto,– "esas cosas que pasan en las casas. Una ventana abierta, un portazo, y allá que fueron todos". No debió de quedar muy convencida pero se aguantó, qué iba a hacer, la pobre. 

Esta tarde, después de comer, pegaré papel engomado en los tres cristales aún intactos y me liaré a martillazos con ellos, si no tienen ustedes un método mejor que aconsejarme. Tengo que darme prisa, porque acabo de hablar con el cristalero y he quedado con él a partir de las cinco. Ya es que ni la siesta le dejan a uno dormir tranquilo.

domingo, 21 de septiembre de 2014

UN HALLAZGO DESPERDICIADO

El bloguero en el áspero mundo.


El prólogo.

No hay cosa que produzca más tristeza que conseguir algo que llevabas mucho tiempo deseando cuando ya no te sirve para nada. Y es una constante en mi vida, aunque sea triste decirlo. Siempre llego tarde a todo...

Los jueves, por ejemplo, en mi colegio, había misa a primera hora. Era en latín, y los de Parvulitos mirábamos con respeto a los de Párvulos, que se sabían aquellos galimatías y los contestaban con gran soltura. Me propuse llegar a ser tan mayor como ellos y saberme yo también todas aquellas fórmulas de iniciados, pero fue en vano. Ese verano el Concilio resolvió que las misas se dijeran en castellano, y para cuando llegué a Párvulos, ansioso por hacer valer mis atributos de mayor-que-ya-se-sabe-la-misa, resultó que todos partíamos de cero con una nueva misa en español que cualquiera podía entender y aprenderse. 

Es, como les digo, un fenómeno recurrente en mi vida: casi todos los clubs de los que consigo por fin llegar a ser socio deciden poco después cesar en sus actividades por manifiesta falta de interés. 

Fue matricularme yo en mi primer año de Universidad y morirse Franco, con lo que las legendarias carreras ante los grises, tan prestigiosas, perdieron gran parte de su aliciente y enseguida dejaron de existir. Entre luchar por la democracia y luchar por una quinta convocatoria, la verdad es que no hay color, y así lo entendió todo el mundo, los que corríamos delante y los que corrían detrás. Hasta yo lo entendí, pero no por ello me fastidió menos. 

No hablo por hablar, podría ponerles muchos más ejemplos, pero no quiero aburrirles. La cuestión es que tengo con demasiada frecuencia la impresión de haber llegado tarde y haber desperdiciado esfuerzos ingenuos en fines que no interesan ya a nadie. 

(Espero que esta pauta sirva, al menos, para procurarme una vejez tranquila. Pero ya verán cómo para lo que sirve es para que ya se hayan acabado los fondos de la Seguridad Social y me quede también sin jubilación...)


El hallazgo.

Les cuento todo esto porque la otra noche me sucedió uno de estos fenómenos, que me dejó extrañamente melancólico. Como tiene que ver con lo que últimamente les he contado por aquí, y tampoco tengo mejor cosa que hacer...

Fuimos a cenar a casa de unos conocidos. Ella es compañera de colegio de mi mujer, y le da una lata considerable. La llama por teléfono con cierta frecuencia y M, mientras la otra habla, lee o hace otras cosas con el teléfono sujeto con el hombro, y de vez en cuando dice "Claro, claro", o "Sí, sí", o "¡No me digas!", y no necesita decir nada más durante los tres cuartos de hora que dura la conversación, como poco. Luego me dice que no se ha enterado de nada, pero no parece que le importe mucho.

Cada tres o cuatro meses quedamos a cenar con ellos. Nos armamos de paciencia social, y si toca en su casa, ese día yo casi no como, para hacer sitio, porque cocina de miedo. Algo es algo.

Así que fuimos a cenar, como digo. Avanzábamos en procesión, cruzando el recibidor elegantísimo, y la dueña de la casa hablaba sin parar, como de costumbre.

–Estamos quitando la casa de tía Pilita, ya sabes, el piso tan grande de Arenal, ¿te acuerdas de los guateques que montábamos allí cuando se iba a San Sebastián para todo el verano? y estoy encontrando unas cosas divinas. ¡Unos muebles..! que dí que porque ya no nos cabe nada aquí... Y en el trastero... no sabes lo que tenía la pobre amontonado en el trastero. Como era la casa de sus padres... Hay cosas de hace más de cien años, seguro. Vanbrugh, esto te va a gustar a ti, que eres tan músico. ¡Mira qué preciosidad!

Me señalaba un gramófono antiguo, de los de bocina, colocado encima de una cómoda enorme, pintada de blanco decapado. Tremendo. Fingí un moderado entusiasmo.

–Qué bonito– aseguré. –¿Vais a tirar el equipo de música? Seguro que esto suena mejor...

–Dice que es vintage– susurró su marido. –A mí me parece un trasto horroroso.

Por una vez estuve de acuerdo con él. El chisme era un estalabarte de cuidado. Pero el primer secreto para sobrevivir a estas veladas es no tomar nunca partido en las desacuerdos conyugales de las otras parejas. De todas formas nuestra anfitriona no es de las que te deja meter la pata, como habla ella todo el rato casi no hace falta decir nada. Es bastante cómodo.

–Qué dices, si es una maravilla, tú es que no tienes ni idea. Si por él fuera lo tiraríamos todo, con decirte que quería tirar un retrato de tía Pilita que estoy casi segura que es de Goya... Había hasta una caja de latón con agujas dentro, de recambio, pero agujas así de gordas, no vayas a creer, la tengo ahí. Y un montón de discos de esos antiguos, de gramola, pero un montón, no te haces idea, cuplés, coplas, foxtrots.... ¡un horror! ¡Y vas a flipar con lo que encontré, Vanbrugh, mira! Me acordé de tí en cuanto lo ví, te lo he guardado. ¿Qué te parece?

Rebuscó entre los librotes de fotos cuidadosamente expuestos sobre aquella especie de aparador y me puso en las manos un disco viejo, sin funda ni nada. Estaba un poco pringoso.

–Muy bonito, también– asentí cortésmente. –El perrito con la gramola. His master's voice. Qué pasada.

(Lo sé, lo sé. Pero es que es contagioso. Cuando llevo un rato con ellos se me escapan cosas así de vez en cuándo. La empatía...)

–¡Pero míralo!– chilló contentísima. –¡Es el tango de tu blog! ¡El de la partitura que encontraste! ¿A que no te lo puedes creer? Yo no me lo podía creer, acababa de leer lo que contabas en el blog del paraguayo ese y voy y me encuentro con esto. En cuanto lo vi fui a llamar a M, pero no me quedaba casi batería, y como tía Pilita quitó el teléfono, porque estaba como una tapia y no le servía para nada... Pensé que mejor te daba la sorpresa. ¿Qué te parece?

–Pero, Sisita,– dije. (Sí, se llama Sisita. No es mala gente, de verdad, y adora a M, pero se llama Sisita. O por lo menos M y su marido la llaman así). –¿no te has enterado de que lo del tango encontrado era mentira? Me lo inventé todo. El tango lo escribí yo.

–¡Sí, hombre! ¿Cómo va a ser mentira, si está ahí el disco? "Óscar Ascone, Carita morena", ahí lo dice, ¿ves? Qué lo vas a haber escrito tú, tú es que debes de creer que soy tonta, ¡si no sabes tocar el piano! ¿O sí sabes? M, ¿a que no sabe tocar el piano? Es el tango de  Oscar Ascone, lo pone ahí...– Parecía sinceramente dolida por mi falta de entusiasmo, y noté cierto picorcillo en mi encallecida conciencia. Qué madeja de enredos tejemos cuando por primera vez engañamos, y todo eso.

Era una pena tener que decepcionarla, pero qué iba a hacer, observado por la mirada de cachondeo de mi mujer. Examiné el disco con desconfianza. De dónde habría salido.

–Óscar Ascone tampoco existe, Sisita. También me lo inventé. Y esto que pone aquí, "Gozmasagarry Films"... También me lo he inventado yo, bueno, mi tío, en otro post antiguo. Tampoco existe, también es mentira. ¿No lees tú mi blog? Pues ahí lo explico todo.

–Claro que lo leo, un argentino que se hizo falangista y le copiaron el "Cara al Sol". Lo reconocí en cuanto lo oí. Sonaba raro, pero en cuanto lo oí lo reconocí. Cómo no lo iba a reconocer, si lo ponía papá todas las noches en el tocadiscos de casa, que no había quien viera la tele... Y "Montañas nevadas", que la verdad es que era bien bonita, y "Prietas las filas", y no sé cuántas más. Me las sé todas. Pobre papá, lo pesado que se llegaba a poner. Cuando ganó el PSOE la primera vez nos creímos que le iba a dar un infarto, se puso fatal, y eso que mamá le decía "Si son los mismos, Álvaro, no te preocupes que te digo yo que son los mismos..." Mamá es que era de lista... Felipe González le parecía guapísimo, lo decía siempre. En cambio al otro, a... Alfonso Guerra ¿no?, a ese no lo podía ver, decía que era... espera, ¿cómo decía..?

–Ese post no, el siguiente– atajé la crónica familiar, mientras dejaba el dichoso disco encima del mueble y me limpiaba los dedos disimuladamente con la cortina. –En el siguiente post explico que era todo inventado. Tienes que entrar a leerme más a menudo, Sisita. Y hacerme algún comentario, que si no no me entero cuando entras.

–Hijo, si es que como escribes de Pascuas a rábanos...

–A Ramos. Los rábanos son los que hay que cogerlos cuando pasan.

–Bueno, pues de higos a bretes...

–A brevas. Los bretes no son frutos.

–¡Pues los rábanos sí son frutos, listo, y tampoco te sirven!

–Los rábanos son raíces. Pero lo que el dicho...

–¡Ay, qué más dará frutos que raíces! ¡Qué manía tiene tu marido siempre de corregirme, M! El caso es que como no escribes nunca, para qué voy a entrar... Yo entro y entro y siempre pone lo mismo... Y además, hijo, sois todos tan listísimos que cualquiera dice nada allí... y no hay manera de saber cómo se hace... Una vez te escribí una cosa y no sé qué hice, pero se me borró y no salió... Mejor, porque era una tontería, claro.

–Claro.

–¡Un perito resentido, eso decía mamá que era Alfonso Guerra! Un perito resentido, ya me he acordado. Como papá era ingeniero y siempre estaba a vueltas con los peritos, no los podía ver... Pues hijo, vaya chasco me has dado, con lo bonita que era la historia. No sé para qué tienes un blog, si no cuentas más que mentiras. Yo que me había puesto tan contenta con el disco...

–Hombre, a veces no son mentiras –intervino el marido, deseoso de hacerme justicia. –Pero es casi peor. ¿Te acuerdas de aquello larguísimo que escribiste sobre los números, que yo creo que ni tú lo entendías? Menudo rollo, con aquellos gráficos de colorines... ¡Mira que tenéis poco que hacer los funcionarios!– Es del género cordial, de los que te dan palmadas en la espalda y te miran con cara de "¡Bueno, bueno! ¡Tiene que haber de todo en el mundo!" Le cogí la cerveza que me alargaba y le dediqué una sonrisa fija hasta que dejó de reírse y retiró la mirada. Es mi sucedáneo social de la pregunta que me sale de dentro en estos casos "Tú eres idiota, ¿verdad?", que no siempre es posible hacer en voz alta.

Luego nos sentamos a tomar el aperitivo, y luego cenamos, y luego M y yo nos volvimos a casa dando un paseo, y no se volvió a hablar de mi blog, ni de Ascone, en toda la noche. Ni del disco. Allí se quedó, sobre el aparador decapado, entre el tomo de fotos de Venecia y el álbum del viaje a Tailandia. A lo mejor habría tenido que traérmelo, pensé, pobre Sisita, con lo ilusionada que estaba. Pero total... En casa no hay gramófono...


El epílogo.

Tres días después el marido me mandó un correo electrónico, con una foto, un archivo mp3 y un texto escueto: "he hecho lo que he podido con el programa, de sonido del mac, es cojonudo de verdad, que necesitas uno. suena de puta pena pero igual te sirve para esas cosas que escribes".

No sabe poner las comas, pero no es mal tío.

Esta era la foto, el famoso disco ya limpito y brillante:


Y este era el archivo. Efectivamente, suena de pena, ¡se ha pasado ochenta años en el trastero de tía Pilita..!





Una gran melancolía, ya digo. ¡Lo contento que me habría puesto yo con este disco si lo hubiera encontrado solo tres semanas antes! El post sobre Ascone me habría quedado redondo de verdad, se lo habría tragado todo el mundo. Ni Diego se habría atrevido a abrir la boca, por muy raro que me viera el pelo en las fotos. En cambio, ahora no ha conseguido interesarme casi ni a mí, que ando ya con otras cosas en la cabeza. Qué lástima. Qué desperdicio.

Todo tiene su momento, y parece que es mi destino no dar nunca con el mío y llegar siempre tarde a todo...


P.D. - Copio la letra del tango, según la he cogido al oído. Qué tío más bruto, el tal Ascone, menos mal que nunca existió...
No pongás al sol esa carita,
p'al cutis no hay cosa peor.
Sos más linda cuando estás blanquita,
no te sienta el color.

No quemés
tu tez de porcelana,
que el sol no es,
mi amor, cosa muy sana.

Es ardiente y es cruel,
y a él
se debe el cáncer de piel.

Y morena es que, además,
estás
más fea y no me gustás.

No gastés en potingues más viruta,
que olés que atufás a alcanfor.
No tomés más sol, no seás bruta,
ni usés más bronceador.

No embromés,
va en serio mi advertencia.
No abusés,
mi amor, de mi paciencia.

Hacéme caso, no es farol:
¡no pongás esa carita al sol!

lunes, 15 de septiembre de 2014

Teoría del grumo

De vez en cuándo –o "de sitio en dónde"– la tendencia más o menos universal a hacer el bestia en grupo, abusar del débil, disfrutar con el ejercicio del propio poder y con el sufrimiento ajeno... en fin, ese agradable rasgo, al parecer específicamente humano, –que tan útilmente refuerza a actitudes tan estimables como el patriotismo, o el cumplimiento a ultranza del deber, sin ir más lejos– cuaja en una institución como el Toro de la Vega tordesillano, por poner un ejemplo que creo que se celebra uno de estos días,  o como tantas otras simpáticas costumbres que proliferan por todo nuestro querido país, por no hablar de otros. Y entonces parece que es que los de Tordesillas, o los de donde sea, son especialmente bestias

Toro de la Vega - Tordesillas
Yo creo que no, pobres. Simplemente es que allí se ha formado el grumo en que, como digo, tiende a condensarse aquí o allá, al azar, la barbarie colectiva. En otros sitios despeñan cabras, y en otros se limitan virtuosamente a observar cómo un tipo se juega el idem para acabar asesinando a un toro por medios artesanales. Unos y otros están convencidos de que lo suyo es puro arte, hermosa tradición y manifestación exquisitamente cultural. Además siempre se ha hecho y se lo pasa uno de puta madre. 

Esta teoría mía de los grumos viene a decir que el reparto de la bestialidad humana es bastante homogéneo, o sea que en todas partes hay más o menos la misma, y que cuando en algún lugar o momento se constata una densidad significativamente superior a la media es que se ha condensado por azar, como se forman los grumos en algunos fluidos –pegotes de puré en las cacerolas, por ejemplo, o atascos de coches en las carreteras–.

 










El Toro de Vega tordesillano, creo, es uno de estos grumos de bestialidad, del que sus protagonistas no tienen más culpa específica que la que todos compartimos por formar parte del puré. Solo es que es ha tocado a ellos, en virtud de la misteriosa mecánica por la que se forman los grumos, exhibir más visiblemente una de las características que comparten con el resto de congéneres.


Todos estamos del lado del progreso ético, faltaría más, nadie a quien le preguntes dejará de decirte que sí, que la barbarie es algo que hay que combatir, y en cualquier caso que esconder y de lo que avergonzarse, que no hay que exhibirla ni jactarse de ella. Pero en cambio no todos estamos de acuerdo en qué es barbarie. A la ilustración tordesillana el toro de la Vega no le parece barbarie, sino cultura de la buena. A la clase política occidental, por poner otro ejemplo, y a buena parte de sus supporters de a pie, la tortura de la bañera aplicada a musulmanes sospechosos no les parece barbarie, sino eficacia policial contra el terrorismo. ¿Por qué, pueden preguntarse a fin de cuentas los buenos tordesillenses, los muchachos de Obama pueden divertirse a su manera, y nosotros a la nuestra no?



Epílogo con advertencia: si leído esto se le ocurriera a alguno de mis lectores, Dios no lo permita, decir que  he hecho una comparación inadmisible entre la tortura de la bañera y el alanceamiento de toros, me obligará a plantearme seriamente la posibilidad de excluirlo de entre los inteligentes comentaristas de este blog por mostrarse deliberadamente obtuso. Advertidos quedan.

martes, 9 de septiembre de 2014

Confesiones de un falsificador

Para Diego, mi desconocido lector,
con un cordial saludo y todo mi agradecimiento por su interés y su perspicacia. 







 
Carlos Gardel - A la luz de un candil


La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

La verdad es que estoy avergonzado. Tengo que hacerles a ustedes una confesión, y no sé ni por dónde empezar... ¿Cómo puedo decirles..? ¿Qué van a pensar ahora de mí..?

Me dejaré de ambages: les he mentido a ustedes. Como un bellaco y sobre un montón de asuntos. Este blog, que había sido siempre un dechado de franqueza, contiene desde hace poco, emboscada entre más de cien honrados posts que no reflejan otra cosa que la sincera expresión de mis meditaciones, una entrada, una sola, que, en cambio, consta casi solamente de mentiras, engaños y falsificaciones. Un verdadero fraude, en resumen, cuya existencia viene pesando cada vez más sobre mi atribulada conciencia. Creo llegado el momento de librarme de este peso, con el que se me está haciendo muy penoso vivir.

Por un  lado agrava mi mala conciencia la amable impasibilidad con que, en general, han encajado ustedes mis embustes. No es que  me haga ilusiones sobre mi propia pericia como falsario, no, ni sobre su credulidad de ustedes: estoy seguro de que, torpe además de mentiroso, ni siquiera he logrado engañar de veras a gran parte de mis lectores.  Pero esto, como les digo, no hace más que empeorar mi grave falta. O bien, me digo, he abusado de la buena fe de estos amigos, a los que ni se les ocurre pensar que pueda yo mentirles, o bien de su cortesía, que les impide desenmascarar mis ardides y dejar en evidencia mis chapuceras invenciones, y les lleva a fingir que se las creen y hasta a hacer como que se interesan por mis conclusiones engañosas. En cualquiera de los dos casos, mi conducta es imperdonable.

Y por otro, empiezan a surgir ciertas voces... Sin perder la amabilidad, e incluso llevándola al extremo de alabarme por el post, ¡y hasta de pedirme disculpas por su intromisión! hay quien pone en duda la veracidad del asunto. Diego, un cortés comentarista, confieso que desconocido para mí hasta el momento pero que parece ser lector habitual del blog, señala que advierte cosas raras en las fotos de Ascone, y en algunos otros puntos del post. Ha ampliado las fotos, ha examinado el pixelado... El nombre del autor de uno de los libros citados le choca... ¡Si no podía ser de otra manera! ¿Cómo pude pensar..?

Mi conciencia atormentada, los derechos de la verdad pisoteada y los de todos ustedes, amables y engañados lectores, exigen, no puedo seguir eludiéndolo por más tiempo, que haga una completa confesión de mis numerosos delitos. Por muy amargo y embarazoso que el trance pueda resultarme.

Paso, pues, a darles pormenorizada cuenta de mis iniquidades. Espero de su bondad que, a pesar de lo dicho líneas arriba, puedan perdonármelas. Trataré de merecerlo exponiéndoles, esta vez, la cruda verdad.

La verdad es que no encontré en Internet la partitura del tango Carita morena. Lo compuse yo mismo durante largas horas de ocio obligado, pasando a tono menor el himno falangista original compuesto en mayor, ajustando la melodía resultante a un nuevo ritmo, añadiéndole unas cuantas florituras de inspiración más o menos porteña y arrabalera y pergeñándole al conjunto el único tosco acompañamiento de tango que he sido capaz de idear en toda mi mal empleada vida, el mismo con que, hace ya años, les espeté mi versión de La Cumparsita.



Júbilo Matinal - Carita morena, versión libre del himno falangista Cara al Sol.

Si recuerdan ustedes, se trata de una maniobra que ya he perpetrado contra otros himnos, como cuando convertí La Internacional en una Habanera triste o cuando hice de la mismísima Marcha Real una especie de foxtrot sincopado que titulé Little Spaniard. Es uno de mis muchos y lamentables vicios, quizás el más arraigado, este de manipular músicas ajenas con culpable desprecio de la sacrosanta propiedad intelectual (contra la que de tantas otras maneras, ¡ay!, tengo atentado), por no hablar de otras víctimas aún más dignas de respeto, como sin duda lo son la Patria y la Revolución. En mi torpe afán no me detengo ni ante lo más sagrado. Trato de enmendarme, se lo aseguro, me prometo a mí mismo no volver a hacerlo nunca más, pero recaigo una y otra vez...

(Mi comentarista Ricardo casi adivinó la verdad, el tango es solo un remedo del himno, está compuesto después que, e inspirado por él, y su título es una clara alusión al del original al que así mancilla. ¿Un patético intento de hacerme perdonar el plagio? ¿Una oculta llamada de socorro, quizás, para que pueda alguien desenmascarar mi engaño e impedirme así perseverar en él?).

(También otra comentarista, C.C., en su ingenuidad de extranjera que probablemente no haya escuchado jamás el Cara al Sol –Dios se la conserve muchos años– anduvo cerca de la verdad. Entendió mal el post, que no acabó de leer, y, sin duda por recordar mis anteriores fechorías musicales, creyó que hablaba de alguna composición mía que andaba por medio de todo este asunto, (como efectivamente sucedía, aunque el propósito del post fuera enmascararlo). Me abochorna ahora recordar con qué despiadada sangre fría deseché sus despistadas suposiciones, para alejarla de la verdad a la que inconscientemente se había acercado tanto).

La verdad es también, por tanto, que ni busqué el dichoso tango entre mis grabaciones de Gardel –mejor que nadie sabía yo que no podía encontrarlo allí– ni lo transcribí trabajosamente con ayuda del Finale. Fue justo al revés. Escribí mi composición con el Finale, (único modo en que mi ignorancia me permite escribir música, pues sin él sería incapaz de comprobar si suena como yo pretendo) y solo una vez hecho esto copié sobre papel pautado –y eso sí que fue trabajoso– los primeros compases de la partitura desde la pantalla de mi ordenador.

Mías son, pues, y achacables solo a mi propio e inepto desaliño, las lamentables patas de mosca que atribuí al pobre Ascone; y la copia en papel de la partitura, lejos de figurar en ningún catálogo internético, yace aún sobre mi mesa de llamémosle trabajo, acumulando polvo como merece. Ni siquiera existe la segunda página –me cansé de copiar antes de llegar a ella– y, por tanto, los falsos datos que sitúan su composición en Punta del Este, en Enero de 1930, son solo una afirmación mía, no figuran escritos en parte alguna. Doblemente falsos, pues. La foto que colgué en el post la hice con mi móvil, como por otra parte es fácil deducir por lo clamorosamente mala que es.


La verdad es, por todo ello, que el autor de la fraudulenta musiquita no es Óscar Ascone. De hecho Óscar Ascone, lamento decirlo, no existe ni nunca existió. Es solo un nombre que ideé con el único criterio de que sonara lo más parecido posible al mío propio. (¿Otro intento inconsciente de desalentar la credulidad de los lectores? Me gustaría creerlo así...) Mi apellido, que muchos de ustedes conocen y que pueden averiguar, los que no, con gran facilidad –basta con ver cuál era el de mi abuelo paterno, que ha aparecido alguna vez en este blog– suena de modo muy similar al conjunto "oscarascone". Me bastó con inventarme otro que pareciera más o menos italiano, Ascone, y añadirle por delante un nombre de pila que terminara en "car". Dudé un tiempo entre Amílcar y Óscar, y me decidí por este último para no ensañarme innecesariamente con mis lectores, dicho sea en mi levísimo descargo.

La verdad es también que llegado a este punto tuve un inesperado golpe de suerte. Mi propósito era fingir que el tal Ascone había sido un oscuro músico argentino, de ascendencia italiana como tantos de ellos. Para comprobar si era posible que un italo-argentino llevara semejante apellido, metí en Google "Ascone", a ver si alguien realmente existente se llamaba así. Y descubrí, con asombro y regocijo –ahora me avergüenza recordar mi júbilo de entonces, la malsana satisfacción con que vi facilitarse mi torticero empeño; pero el diablo ciega a los que quiere perder, y en aquel momento, me alegré– que no solo existía el apellido en cuestión, sino que uno de sus portadores era, además de uruguayo –esto es, casi argentino– músico de profesión y coetáneo de la mejor época del tango. ¡Pues qué bien!, me dije, comprendiendo que todo ello hacía más verosímil la existencia del inexistente Óscar. Y me afirmé, siento decirlo, en mi reprobable propósito.

No es por tratar de disculparme, pero la verdad es que las siguientes invenciones no fueron sino consecuencias lógicas, casi inevitables, de este malhadado hallazgo. Si Óscar debía aparecer como un hermano menor, bohemio y descarriado, del respetable Vicente de igual apellido que había encontrado yo en la Wiki, bien podía ser que en los medios musicales de Buenos Aires se le conociera como el pibe Ascone, para diferenciarlo del otro. Y si se dedicaba al tango en los años treinta ¿cómo no relacionarlo con Gardel? Para lo cual no hallé mejor modo, en mi insania, que falsificar una foto del insigne cantante, añadiendo en ella la presencia de un cualquiera al que hacer pasar por el pibe

Aquí he de confesar un nuevo pecado, el de vanidad. La verdad es que no teniendo Ascone, por motivos evidentes, facciones propias, decidí darle las mías, –¡bravo, Diego!– para así adornarme de algún modo con la gloria que me proponía atribuirle. Escogí, de entre las muchas fotos de Gardel que pueden encontrarse en Google, la que mejor se adaptaba a mis vituperables designios, que resultó ser el anuncio de una de sus películas (enhorabuena de nuevo a Diego, tan culto, por lo que se ve, como observador):

y la manipulé vergonzosamente. La recorté, le cambié el color y, más grave aún, al rostro del inocente y anónimo actor que juega a las cartas en el lado derecho le superpuse una foto mía tomada, creo, durante mi ya lejano viaje de novios:










La verdad es que tuve que trabajar un montón para obtener el rácano resultado que colgué en mi  post mendaz. Sin más medios que el Paint, bastante rudimentario, y el editor de imágenes de mi teléfono movil, no mucho mejor, dediqué algunas horas, que habrían hallado mejor empleo en cualquier otra tarea, a tratar de disimular –difuminándolos pixel a pixel– los llamativos contrastes que denunciaban la chapuza, hasta conseguir la imagen, tan poco convincente para un ojo mínimamente crítico, como hemos visto, que todos ustedes han podido ver –seguro que sin dejarse engañar por ella, aunque la cortesía les haya llevado, todo lo más, a sugerir amables dudas–. 

Ignoraba por completo, claro está, dónde ni cuándo había sido tomada la foto, ni quiénes eran los que acompañaban en ella a Gardel. Pero, sin freno ya en mi vertiginoso deterioro moral, no tuve el menor empacho en inventarme todos los datos que creí necesarios. Escogí dos argentinos cualesquiera que la Wiki me proporcionó como coetáneos y amigos del cantante, les añadí al Ascone espurio y los situé a todos en el mismo lugar y época que había atribuído a la falsa partitura. Y, la verdad, me quedé, así de embrutecido estaba ya a esas alturas, tan ancho.

Tenía ahora que encontrar la manera de relacionar a Ascone con España, y más concretamente con la Falange. Lo medité largo tiempo, porque lo de un uruguayo seducido por los ideales joseantonianos no acababa de convencerme. Y recordé haber leído algo sobre posibles simpatías entre Primo de Rivera y Pestaña, la bandera roja y negra de la Falange inspirada en la anarquista... Eso ya sonaba mejor. Un uruguayo anarquista entraba dentro de lo posible y ¿que perspectivas más prometedoras para un anarquista sudamericano que las que ofrecía en los años treinta la joven y revuelta República española?

Faltaba explicar cómo había yo llegado a saber de este viaje de Ascone, pero para ese género de cosas ya tenía práctica en utilizar, en empresas más confesables, la utilísima hemeroteca virtual del periódico ABC.  

La verdad es que fue coser y cantar dar con un suelto sobre una detención de anarcosindicalistas. Había cientos de ellos, y escogí uno cualquiera que me conviniera por la fecha y en el que se mencionara el nombre de alguno de los detenidos. La habilidad adquirida en la falsificación de la primera foto me permitió sustituir, con muy poco trabajo, a "D. Juan Ramón González Olaso, presidente que fué de la Unión Patriótica" por "el músico uruguayo Sr. Ascone, al parecer de visita en la localidad." Cuestión de borrar, copiar y pegar letras, tareas bien fáciles para quien, como yo, tenga cierta destreza en el uso del Paint. Y el hecho, enteramente fortuito, de que la noticia elegida se refiriera a una redada en la que cayeron anarquistas y monárquicos en alegre mezcla fue, desde luego, otra afortunada casualidad, porque favorecía tanto la ambigüedad de la ideología política atribuible a Ascone como la de mi supuesta búsqueda, que así pude presentar como si dudara, al iniciarla, entre las dos direcciones del espectro político.

(La verdad es, por tanto, que la búsqueda de "ascone" en la hemeroteca no ofrece doce resultados. Son once los que aparecen, y ninguno de ellos, naturalmente, tiene nada que ver con Óscar Ascone. Espero fervientemente que por mucho tiempo siga siendo así, y que mi fraude no acabe siendo el argumento de una noticia de ABC en la que figure Óscar Ascone...)

Visto lo eficaz que se había mostrado la maniobra de adulterar imágenes, y lo fácil del recurso de "encontrar" fotografías oportunas en libros inexistentes ¿por qué no seguir el mismo procedimiento para relacionar a Ascone con los políticos españoles que mejor convinieran a mis propósitos? (Ya nos advirtió De Quincey que, cometido el primer crimen, los demás vienen rodados en temible y creciente progresión). Busqué fotos de Primo de Rivera y de Pestaña en las que pudiera encajar alguna mía y me enfangué, como si no hubiera un mañana, en las viles labores del fraude gráfico y la añagaza icónica, que tan familiares y hacederas comenzaban, ¡ay!, a resultarme.

Los mentirosos resultados de mi actividad ya los han visto. Los inocentes medios empleados por mi culpable mano, –esto es, la verdad– aquí los tienen ustedes:


En la foto de la izquierda, obtenida de la página de Wikipedia sobre Ángel Pestaña, aparecen él, Salvador Quemades y Salvador Seguí. La Wiki no dice cuándo, dónde ni quién la hizo. La de la derecha, sacada de esta página, corresponde a un mitin de las derechas celebrado en Arcos de la Frontera en noviembre de 1933, en la campaña de las elecciones generales de ese año. Se publicó en el Diario de Cádiz y no he identificado en ella más que a Primo de Rivera, aunque tiene que andar por ahí también Pemán, por lo menos, que fué otro de los oradores.

En cuanto a las fotos del suplantador, es decir, mías, la verdad es que no tengo muchas de mi juventud, y menos aún en formato digital. Algunas pocas –la de mi viaje de novios que ya han visto, sin ir más lejos– escaneé cuando aún funcionaba mi escáner, actualmente escacharrado, y tuve ahora que usar otra de ellas, la que aquí pueden ver:

en la que se me ve disfrutando de mi juventud, inocente como entonces era, en compañía de tres amigos de toda la vida que temo –pero no es cosa ya de echarse atrás por vergüenza de más o de menos– que puedan encontrarse hoy entre mis lectores. ¡Hola, Ana! ¡Hola, Rafa! ¡Hola, Javier! ¡Ya véis qué cosas!

(Advierto con sorpresa que hace treinta y tantos años usaba yo el mismo exacto modelo de zapatos que ahora mismo).

En resumidas cuentas, la verdad es que es mi cara, la de la foto que han visto, la que suplantó a la de Quemades en el acto anarcosindicalista (tras darle la vuelta, eso sí, por necesidades geométrico-anatómicas) y es también la que, levemente retocada, superpuse en el mitin de Falange a la de pasmarote que exhibía un anónimo candidato derechista.

¡Qué vergüenza, por Dios, qué vergüenza! ¡Qué cara más dura! ¡Qúe tomadura de pelo!


El coloreado es, claro, para disimular en lo posible las diferencias de tono y de luz entre las fotos originales y sus respectivos pegotes. (Pero ni así...) El retoque del pelo en la foto falangista trata de resolver un pequeño problema del que, con todo, se dió cuenta una comentarista sagaz de mi anterior post: la foto con mis amigos (1981, Paseo de La Concha de San Sebastián, por si quieren saberlo) es de diez años antes que la del pibe sin barba y con grandes entradas de Punta del Este (1992, yo días después de mi boda, vaya) , y tengo en ella, por tanto, mucho más pelo –y eso que no cuento el de la barba–. Como estas fotos pretendían ser posteriores en dos o tres años a aquella, no tuve más remedio que intentar clarearme la sien. La verdad es que no con demasiado éxito.
 
Poco queda por añadir. Las consideraciones sobre posibles contactos entre la Falange y la CNT son lo único no mentiroso de todo el post. La cita del libro de Abad de Santillán es también auténtica. Creo que lo leí hace años y que es donde conocí la noticia, que en su día me sorprendió mucho, de que Pestaña y Primo de Rivera se tenían mutua simpatía. Ya ven que el culpable, en último término, de que yo decidiera hacer anarcosindicalista a Ascone para proporcionarle alguna vía de contacto verosímil con la Falange y con el Cara al Sol, es el libro de este señor Abad. ¡Lo que son las malas influencias y las perniciosas lecturas de una juventud mal aconsejada!

Al buscar en Internet su texto para justificar con él mi supuesta hipótesis, volví a leerlo y me sorprendió enterarme de que anarquistas argentinos se habían interesado por la suerte de José Antonio, dato verídico –o al menos no inventado por mí– que encajaba estupendamente con mi historia. Como también me vino al pelo saber, buscando en la Wiki una vez más, que Abad de Santillán había pasado muchos años en Argentina, circunstancia que me dió un buen pretexto para dejar entender que Ascone y él se habían conocido allí, anarquistas como ambos eran, y habían decidido venirse juntos a España. Efectivamente, las coincidencias convenientes se dan con más frecuencia de lo que creemos.

Y hablando de libros y de coincidencias, la verdad es que no sé cómo pudo ocurrírseme que el autor de una biografía de Gardel pudiera llamarse Tobias (¡Tobías, por Dios!) Angosto, T. ANGOsto, (¡Editorial Tangente..!), ni que la autora de un estudio sobre anarquismo llevara por nombre el improbable de Ana Arconada, (¡Editorial Anaquel..!). Buenas están las coincidencias, pero solo se debe exagerar con moderación.

En fin, espero que esta exhaustiva y penosa confesión me valga el que ustedes, hipócritas lectores, mis iguales y hermanos,... perdonen mi censurable conducta. Y si, de paso, les ha entretenido un rato...

jueves, 4 de septiembre de 2014

Un descubrimiento musical de consecuencias políticamente sorprendentes

Investigaciones casuales, histórico-político-musicales, con acertijo incluído.

Los mejores hallazgos, es un tópico, se deben con frecuencia a la casualidad. Díganlo Arquímedes y su Principio, Newton y su manzana o Fleming y su penicilina. O, más modestamente, yo y el descubrimiento musical del que me propongo darles cuenta.

Los más observadores de ustedes habrán notado, quizás, que llevo desaparecido de estos blogs, así del propio como de los ajenos, un cierto tiempo. Por motivos higiénico-sanitarios que no hacen al caso me vi, a finales del invierno pasado, temporalmente impedido de asomarme por Internet. Superados los primeros y más bien incómodos obstáculos que causaban este alejamiento, descubrí, como Dios al séptimo día de la Creación, que era bueno. Y, como Él, decidí descansar un tiempecillo, la perspectiva de dar el cual por concluído solo ahora comienza a aparecérseme como posible. Este largo asueto, que durante los dos primeros meses fue, por decirlo así, absoluto, aunque allá por Mayo tuve que reintegrarme al trabajo propiamente dicho –esto es, al que me procura el sobre mensual–, me dió para dedicarme con intensidad aún mayor de la acostumbrada a mis amadas actividades inútiles, laterales y abstrusas.

Lo han adivinado, sí. Me apliqué con especial dedicación a mis musiquitas. Decidido a mejorar mis habilidades en lo tocante a la composición y transcripción de tangos, que eran –y siguen siendo, a Dios gracias– perfectamente autodidactas –como pueden ustedes comprobar en mi hasta la fecha única pero afortunada incursión en la materia–, me dediqué a buscar, para estudiarlas, cuantas partituras de tango pudiera encontrar con Google.

Que resultaron ser muchísimas. Hasta que no se hace la búsqueda, no se imagina uno la cantidad enorme de partituras de tangos que ofrece Internet. Como de cualquier otra cosa, me imagino, que uno se proponga buscar con este invento prodigioso.

Como suele ocurrir, el exceso de información estuvo a punto de ahogar mi interés. Tras la dificultosa lectura de las tres o cuatro partituras más accesibles estaba a punto de desistir y dedicarme a cualquier otra inutilidad placentera cuando me llamó la atención una de ellas, la que a continuación expongo a su curiosidad y que encontré en uno de los muchos catálogos que exhiben los innumerables sitios de venta de documentos antiguos que pueblan la red:


¿Y cuáles fueron, se preguntarán, las carácterísticas de esta partitura, en concreto, que despertaron mi huidizo interés? Pues varias y distintas, pero fundamentalmente las que paso a enumerar:

- En primer lugar, la sonoridad del nombre de su autor, Óscar Ascone. Óscar Ascone, oscarascone... No sé a ustedes, pero hay algo en estas sílabas que a mí me resultó particularmente atractivo. Como si me llamara...

- Advertí, en segundo lugar, que el autor utilizaba un compás de cuatro partes –cuatro negras– para transcribir el ritmo de tango, en vez del de dos que parecía ser el habitual y canónico en las partituras de tango que hasta ese momento había examinado. Como lo que, en mi ignorancia, me pide a mí el cuerpo es considerar que el compás de tango tiene, efectivamente, cuatro partes, esa coincidencia reavivó considerablemente mi decaído ánimo.

-Y acabé de interesarme cuando advertí que el acompañamiento –la mano izquierda del piano, el tercer renglón de cada grupo de tres– estaba compuesto por acordes sincopados de tres notas, cinco acordes por compás, de tres corcheas cada uno, separados entre sí los cuatro primeros por un silencio de corchea. Exactamente el mismo, y torpe –pero eficaz– acompañamiento que yo había pergeñado, años ha, para mi estupenda versión de La Cumparsita cuyo enlace les he puesto líneas arriba, acompañamiento que, con mi búsqueda, trataba precisamente de mejorar y superar. ¿Sería este tal Ascone un alma gemela mía?

Bien podía serlo, porque el desaliño con que la partitura estaba manuscrita sugería que se trataba de un músico tan inexperto e improvisado como yo mismo. Si yo no tuviera el Finale NotePad y me viera obligado a escribir a mano mis pobres intentos compositivos, sospecho que mis partituras no serían muy distintas del notable galimatías que pueden ustedes apreciar en la foto, y que solo con gran esfuerzo, mucha imaginación y dejándome los ojos fui capaz de transcribir con mi mágico programita musical.

Porque eso, transcribirlo para ver cómo sonaba, fue, naturalmente, lo que acabé por hacer. Y lo que de ello resultó, que pueden ustedes escuchar a continuación pulsando sobre la flechita, fué lo que terminó de encender no ya mi interés, sino una autética obsesión por averiguar quién era este Óscar Ascone, y cuál era la historia de su sorprendente Carita morena. Escúchenlo, escúchenlo ustedes y díganme luego si es para menos:


Oscar Ascone - Carita morena  (Mi transcripción con Finale NotePad)

Advierten ustedes el inequívoco parecido ¿no? Para mí, al menos, resultó evidente ya tras escuchar los primeros compases. De hecho, solo parecen diferir el ritmo y la tonalidad. Constaté que la segunda y última hoja de la partitura estaba fechada en "Punta del Este, Enero de 1930", comprobé en Google algunas otras fechas que enseguida acudieron a mi mente y una curiosísima, pero creo que verosímil hipótesis comenzó a tomar forma en ella.

Ya antes de hacer y escuchar la reveladora transcripción había buscado a Ascone en la Wikipedia. No lo encontré, aunque sí a un tal Vicente Ascone, músico uruguayo de la primera mitad del XX. Según la Wiki no parece que nunca compusiera tangos, aunque sí "destacó como compositor folclórico de raíces americanas". Las fechas y la zona del globo en que vivió, en cualquier caso, hacen bastante probable que incurriera ocasionalmente en la composición de tangos. Y Punta del Este, donde está fechada la partitura, es una conocida playa uruguaya. Pero la torpeza de la escritura no parece corresponder a un músico profesional, y, sobre todo, Óscar no es Vicente. ¿Un hermano, quizás, aficionado también a la música por tradición familiar y capaz de hacer sus propios pinitos musicales, sin alcanzar el nivel que permite figurar en la Wikipedia ochenta años más tarde?

Todo puede ser, me dije antes de emprender la búsqueda de un problemático "Carita morena" entre las más de cuatrocientas grabaciones de Carlos Gardel, su obra completa, creo, que conservo en mi disco duro. (En el de mi ordenador, quiero decir. En el mío propio hay también unas cuantas, pero no todas). Tenía la esperanza de poder escucharlo y ahorrarme así la dificultosa lectura y transcripción de las patitas de mosca de Ascone, pero no hubo suerte. Si Gardel cantó alguna vez a esta carita morena –cosa que, a la luz de lo que luego descubrí, parece bastante probable– no dejó constancia grabada de ello, o al menos yo no la tengo.

Perseveré en mis investigaciones, empero. No todo puede encontrarse en Google, me dije. Y como en la biblioteca pública de mi barrio hay dos buenas monografías dedicadas al tango, amén de una excelente biografía de Carlos Gardel,  dediqué una tarde entera al examen detenido, casi lectura completa, de las tres obras. Los índices onomásticos no recogían a ningún Ascone, ni Vicente ni Oscar. La cosa no parecía prometer mucho, pues. Pero la constancia siempre tiene su recompensa y la casualidad vino en mi ayuda una vez más. Entre las fotos reunidas en las últimas páginas de la biografía (1) se encontraba la que aquí ven:

El pie, al dorso, explica: "Yacht Club de Punta del Este, Uruguay. Verano de 1930. Carlos Gardel juega a cartas con unos amigos. A su derecha Francisco Canaro, a su izquierda el pibe Ascone y enfrente, de espaldas a la cámara, Enrique Santos Discépolo".

¡El pibe Ascone! Puede tratarse de Vicente, desde luego, del que no he encontrado en Internet ninguna foto. Pero en 1930 Vicente Ascone tenía treinta y tres años, acababa de estrenar una ópera y de fundar una orquesta y, por todo ello, no parece muy verosímil que se le conociera por "el pibe". Este apelativo parece más bien, se me ocurre, un modo de diferenciar a este Ascone, el de la foto, de otro, mayor, más importante y más conocido; precisamente, creo muy posible, de su ¿hermano?.. homónimo, en cualquier caso, Vicente.

¿Es pues Oscar Ascone el joven de pronunciadas entradas y mirada inquisitiva que aparece en el primer plano de la foto, a la derecha del espectador y a la izquierda de Gardel? Si descartamos que sea Vicente, parece francamente probable. Y en ese caso es también muy posible, como hace un rato les anunciaba, que Gardel haya cantado, en el calor de alguna farra estival, el Carita morena compuesto ese mismo verano y en ese mismo lugar por su compañero de juego. No me digan que no es tentador creerlo así para un investigador novel y de escasos medios como yo. Tan tentador que resolví ipso facto que no podía ser de otro modo. El pibe Ascone que aparece en la foto jugando a las cartas con Gardel era mi Ascone, sin duda. Óscar. Tenía que serlo.

(1) "Carlos Gardel, una vida de tango". Tobías Angosto. Ed. Tangente. 1ª ed., Buenos Aires,  1951.

Pero si la hipótesis que me guiaba era correcta, tenía que existir algún nexo de unión entre este pibe Ascone, uruguayo él, y España. ¿Dónde buscarlo? Sigan mi consejo, venzan cualquier escrúpulo que puedan tener al respecto y, cuando deseen saber de las andanzas españolas de cualquier personaje semi público del siglo XX, diríjanse sin dudar a la hemeroteca internética del ABC. Tiene en pdf todo lo que el periódico ha publicado desde su fundación, y uno encuentra allí lo que busca con la referencia más sencilla y con una velocidad asombrosa. Yo he dado así con varias menciones de mi abuelo, por ejemplo, y de algunos compañeros suyos de fechorías musicales.

Mi búsqueda de "ascone" en la hemeroteca virtual de ABC arrojó doce resultados. Los once primeros se referían, inequívocamente, a noticias de distintas fechas sobre Vicente Ascone. El duodécimo quizás también, pero yo me inclino a pensar que no. Juzguen ustedes mismos:

Merece la pena leer la noticia, aunque sufra la vista. Se refiere a unos incidentes en Bilbao, en el mes de julio de 1933, a raíz de los cuales se detuvo a 18 monárquicos y a 27 anarcosindicalistas. La mezcla era lo suficientemente extraña como para que el gobernador se creyera en el caso de explicar a los periodistas que "no es que vayan unidos, el movimiento es fascista. Pero ya saben ustedes que los anarcosindicalistas están siempre dispuestos a pescar en río revuelto y a movilizarse con cualquier pretexto, y esta era sin duda una buena ocasión para ellos".

Lo sorprendente, no solo para mí sino parece que también para el redactor de la noticia, que lo considera lo suficientemente interesante como para que sea este el único nombre que da de cuarenta y cinco detenidos, es que entre estos figuraba, como verán en el párrafo que he recuadrado,"el músico uruguayo Sr. Ascone, al parecer de visita en la localidad". Sorprendente y, hay que confesarlo, increíblemente afortunado. Bingo otra vez.

Pero otra vez también la misma duda: ¿a qué "musico uruguayo Ascone" se refiere el ABC? El Vicente de la Wikipedia, hay que insistir en ello, parece un burgués tranquilo, asentado y próspero. Sus actividades de compositor y director en Montevideo, con resonancia –nunca mejor dicho– internacional, hacen que no resulte fácil imaginarlo dando tumbos por España, y dejándose detener en compañía de monárquicos, anarquistas y otras gentes de mal vivir. Si se tratara de él, además, el ABC no habría dejado de consignarlo con el apropiado bombo, en vez de limitarse a ese austero "músico uruguayo Sr. Ascone" y, años después, la Wiki sin duda mencionaría su estancia en España y hasta sus actividades políticas, a ninguna de las cuales cosas hace, en cambio, ni la menor alusión. No, tiene que ser otro músico uruguayo de igual nombre pero menos renombre, costumbres más desordenadas y vida menos "respetable": nuestro escurridizo Óscar, sin duda, una vez más. ¿Quién, si no? ¿Cuántos músicos uruguayos de apellido Ascone es verosímil que haya? Solo dos ya parecen demasiados...

Bien, pues. Con la ayuda del ABC había logrado localizar al pibe Ascone a este lado del Atlántico. Involucrado, además, en una intentona monárquica, o quizás en una algarada anarcosindicalista, o puede que en ambas cosas a la vez. Despistes de extranjeros entusiastas, que no por no acabar de aclararse con la política local renuncian a tomar parte en sus actividades más entretenidas...

La intentona monárquica –fascista, como hemos visto que la llama el gobernador republicano– parecía la más acorde con mi hipótesis, y  a investigarla me puse con ahínco. Un par de tardes más me pasé en mi querida biblioteca pública, escudriñando historias de la II República, tratados sobre el fascismo español y amenidades semejantes. Sin el menor resultado, debo decir. Si Ascone tuvo algún papel en las maquinaciones antirrepublicanas de la extrema derecha española, como parece sugerir la noticia del ABC, no quedó de ella más constancia a mi alcance que esa escueta nota de prensa.

Me dediqué por tanto, más bien escéptico pero aún lleno de determinación, a la pista anarcosindicalista. Sobre este asunto el material disponible era bastante menor, y lo ojeaba yo con pocas esperanzas cuando de nuevo acudió en mi ayuda una increíble casualidad. (Comprendo que el adjetivo "increíble" está adquiriendo una importancia notable en este post. Es lo que hay, ustedes verán lo que hacen con él...)

Vean la foto que encontré en la página 57 de la interesante obra "Sindicalistas, anarquistas y otros utopistas", de Ana Arconada, Editorial Anaquel, Barcelona, 1ª edición, 1981:

Como ven no cabe aquí la menor duda sobre el Ascone de que estamos hablando, aparece con todas las letras como Óscar Ascone. Y tiene que ser el sonriente ciudadano de la barba que se ve a la izquierda de la foto, porque los otros dos son inequívocamente Salvador Seguí y Ángel Pestaña, de rostros sobradamente conocidos. No se parece en exceso al pibe que conocimos como compañero de juego de Gardel, pero tampoco cabe descartar que sean la misma persona. La barba y los años transcurridos entre ambas fotos pueden explicar las diferencias más notables, aunque me ha sido imposible fijar la fecha de esta foto.

A la vista de la cual, convendrán conmigo, sí que podemos estar razonablemente seguros de que nuestro Ascone, el autor de Carita morena, anduvo durante los años treinta por tierras españolas, y de que mantuvo alguna vinculación con las actividades y los miembros del partido anarcosindicalista, del que Seguí y Pestaña eran dirigentes. Eso explica su detención en Bilbao, y abre nuevas perspectivas sobre mi famosa hipótesis. Perspectivas no tan raras como cabría suponer a primera vista. Veamos:
"A pesar de la diferencia que nos separaba, veíamos algo de ese parentesco espiritual con José Antonio Primo de Rivera, hombre combativo, patriota, en busca de soluciones para el porvenir del país. Hizo antes de julio de 1936 diversas tentativas para entrevistarse con nosotros. Mientras toda la policía de la República no había descubierto cuál era nuestra función en la F.A.I., lo supo Primo de Rivera, jefe de otra organización clandestina, la Falange española. No hemos querido entonces, por razones de táctica consagrada entre nosotros, ninguna clase de relaciones.

Ni siquiera tuvimos la cortesía de acusar recibo a la documentación que nos hizo llegar para que conociésemos una parte de su pensamiento, asegurándonos que podía constituir base para una acción conjunta en favor de España. Estallada la guerra, cayó prisionero y fué condenado a muerte y ejecutado. Anarquistas argentinos nos pidieron que intercediésemos para que ese hombre no fuese fusilado. No estaba en manos nuestras impedirlo, a causa de las relaciones tirantes que manteníamos con el gobierno central, pero hemos pensado entonces y seguimos pensando que fué un error de parte de la República el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera; españoles de esa talla, patriotas como él no son peligrosos, ni siquiera en las filas enemigas. Pertenecen a los que reinvindican a España y sostienen lo español aun desde campos opuestos, elegidos equivocadamente como los más adecuados a sus aspiraciones generosas. ¡Cuánto hubiera cambiado el destino de España si un acuerdo entre nosotros hubiera sido tácticamente posible, según los deseos de Primo de Rivera!"

La anterior es una cita textual del libro "Por qué perdimos la guerra", de Diego Abad de Santillán, militante anarcosindicalista. Las negritas son mías. Y el texto entero, pero especialmente lo que con ellas he resaltado, me parece francamente ilustrativo sobre las innegables concomitancias que, al menos antes de la guerra, existieron entre dos movimientos tan alejados políticamente como la FAI y Falange Española, y sobre la plasmación que estas concomitancias pudieron encontrar en personajes como nuestro esquivo Ascone.

Abad de Santillán, por cierto, vivió muchos años en Argentina. No puedo dejar de conjeturar que conociera allí a Óscar, y que fuera él el medio por el que este se introdujo en los medios anarquistas españoles. Incluso pienso que pueda ser Ascone uno de los "anarquistas argentinos" de los que nos cuenta Abad que trataron de mediar a favor de José Antonio.


De ser cierta mi hipótesis los colores rojo y negro de la bandera falangista no serían los únicos préstamos que la Falange tomó del anarcosindicalismo español. Y puede que haya otro más. Si miran ustedes aún una última foto de las muchas que he estudiado, en la que se ve a Primo de Rivera hijo en un acto de su partido, rodeado, es de suponer, de simpatizantes y correligionarios:
 

¿No les recuerda a nadie el rostro barbado y sonriente que se ve cuatro cabezas a la izquierda de José Antonio (derecha del fotógrafo)? No sé, no sé, pero yo no me atrevería a asegurar que no sea... ¿una casualidad más? ¿Un infiltrado? ¿Un despistado? ¿Un converso? ¿O un mediador?

A todas estas, estoy dando por supuesto que han advertido ustedes el sorprendente parecido musical que yo mismo descubrí al escuchar por primera vez Carita morena; y que, en consecuencia, han llegado a la misma hipótesis que yo concebí en ese momento y a la que estoy refiriéndome todo el rato. ¿Me equivoco?

Háganmelo saber, si estoy en lo cierto y lo creen oportuno, dirigiendo sus respuestas a ohvanbrugharrobagmailpuntocom. Y siéntanse libres, en cualquier caso, de hacer los comentarios que deseen si han encontrado en este largo post algo que les parezca merecerlos, a ver si vamos recuperando las buenas costumbres. Muchas gracias.