lunes, 20 de febrero de 2006

Vamos provocando

No sé qué sacerdote valenciano, que tiene a favor la eximente de estar ya jubilado y probablemente algo chocho, y en contra la agravante de haber sido catedrático de Teología y la de permitirse el lujo de publicar sus estupideces en una hoja arzobispal, se explayó hace poco sobre la “violencia de género”. Que es como se llama ahora a la que practican los individuos de sexo masculino que humillan, maltratan, pegan, infernan la vida y muchas veces acaban matando a sus parejas de sexo femenino. La visión pastoral del problema que el buen cura consideró oportuno hacer llegar a los feligreses incluía opiniones tan evangélicamente iluminadoras como que “más de una vez las víctimas provocan con su lengua”. “El varón, generalmente, no pierde los estribos por dominio, sino por debilidad: no aguanta más – “el pobre”, podía haber añadido – y reacciona descargando su fuerza, que aplasta a la provocadora”.

El escándalo, regocijado en unos casos y consternado en otros, fue tan inmediato y universal como cabía esperar. Ante el alud de críticas el propio Obispo condenó el artículo y desautorizó a su autor. Aunque semejante necedad cuasi criminal se desautorizaba sola. ¿Quién, que no sea un cura retrógrado y machista, digno heredero de la peor tradición oscurantista y misógina de la Iglesia Católica, puede equiparar, como si fueran equivalentes, la débil violencia verbal de la víctima con la brutalidad asesina de su verdugo? ¿Quién puede sugerir en serio que la primera es una "provocación" de la segunda y que, por tanto, en buena medida la justifica y la disculpa?

¿Que quién? Pues, por lo que se ha visto, un montón de gente.

Cuando el que disparata es un pobre cura trasnochado, no, claro; entonces a nadie se le pasa por la cabeza suscribir semejantes barbaridades y es obligado poner al cura a bajar de un burro. Pero si quien dice prácticamente las mismas cosas no es un cura, sino nuestro progresista Presidente del Gobierno; y si la bestialidad que trata de justificar no es la de un matón sádico y machista, sino la de las multitudes musulmanas azuzadas por los imanes; y si la "provocación" no son los reproches o los insultos de una pobre mujer, sino el terrible delito de caricaturizar al Profeta, resulta entonces que sí que hay muchísimos ciudadanos, prominentes intelectuales de izquierda a la cabeza, que aplauden y apoyan la justificación, la enriquecen y la difunden. El disparate indefendible deja de serlo y se convierte en un argumento sesudo y ponderado, una muestra de tolerancia, diálogo y visión de estado.

Porque lo que han dicho el Presidente Rodríguez y su colega turco (que, mira por dónde, también es un fundamentalista religioso, como el teólogo valenciano; pero como él es de la competencia, en su caso no importa), es exactamente lo mismo que decía el cura: los pobres musulmanes no aguantan más y reaccionan descargando su fuerza. Aplastan a los provocadores, claro, y a todo el que pillan por en medio, pero qué van a hacerle ellos, si los provocan las víctimas, que se lo van buscando con su lengua. O con su lápiz. Con su libertad de expresión, en todo caso, que será un derecho, sí, pero, por muy legal que sea, “no es indiferente y debe ser rechazada desde un punto de vista moral y político". La frase es de Zapatero, pero la podría haber firmado el canónigo valenciano. Tiene hasta su mismo estilo, inconfundiblemente clerical. (*)

¡Cómo abominamos todos del clericalismo cuando lo practica un cura de los de toda la vida! ¡Qué éxito tiene, en cambio, cuando sale de la boca sonriente de los “clérigos” de la nueva religión del talante y del diálogo de civilizaciones!

Gunther Grass, otro de los sumos sacerdotes, lo ha dejado bien claro: Occidente es arrogante. Los occidentales tenemos la insolencia de pretender que podemos opinar, escribir y dibujar lo que nos dé la gana, y que tan vituperable incontinencia es nada menos que un derecho: el derecho a la libertad de expresión. Y en vez de pedir perdón humildemente por nuestra provocación y nuestra arrogancia, encima nos enfadamos cuando nos asaltan las embajadas y acaba muriendo gente. No tenemos más que lo que nos merecemos.

Yo soy mucho menos listo, intelectual y progresista que Grass, Zapatero y Saramago, y no lo entiendo. No entiendo por qué, si todos estamos de acuerdo en que lo que escribió el cura es una barbaridad, no todos siguen considerándolo así cuando es Zapatero el que lo dice.

Es más, encuentro más excusas para el disparate del cura que para el del Presidente. El cura es viejecito, clérigo y evidentemente no muy listo, y escribe para los cuatro gatos que leen el "Aleluya". El Presidente es joven, listísimo, laiquísimo y socialistísimo, y le escuchan atentamente toda España, toda Turquía y medio mundo. Del cura casi nadie espera más que los tópicos piadosos de una hoja parroquial; del Presidente yo al menos esperaba que apoyara a las víctimas, defendiera el derecho fundamental atacado y se alineara con sus socios europeos.

Y cuando hablo de las víctimas no me refiero a Mahoma caricaturizado ni a sus fieles ultrajados, fíjense qué falta de sensibilidad intercultural la mía; sino a los muertos en las algaradas, al personal de las embajadas asaltadas, a los países agredidos, al dibujante danés amenazado de muerte, a la libertad de expresión pisoteada. Así de arrogante soy.

Pero es que yo - y unos cuantos más, me parece - no tenemos remedio. Somos arrogantes, provocamos, ejercemos incontinentemente nuestra libertad de expresión. Así no hay musulmán fervoroso ni marido bestia que puedan vivir tranquilos. Así no hay quien saque adelante ni un matrimonio en crisis, ni una alianza de civilizaciones, ni siquiera un mal "proceso de paz". Seguro que también en esto estaban de acuerdo el canónigo valenciano y el Presidente del Gobierno. Y algún obispo vasco que otro, puestos a hablar de curas.

(*) Clerical: 2. adj. Marcadamente afecto y sumiso al clero y a sus directrices. (DRAE)

1 comentario:

  1. También llego tarde a este post, pero también tengo algo que decir: en primer lugar, que me cisco en lo políticamente correcto, extremo éste que una vez aclarado, me permitirá añadir que mientras el Islam no desaparezca del mundo (o se convierta en una religión civilizada, es decir, que relacione al individuo con Alá, sin pretender organizar la sociedad civil) será imposible que todos esos millones de personas que han tenido la desgracia de nacer en ese ámbito cultural tengan alguna vez la posibilidad de acercarse a la democracia. Que ya sabemos todos que no es la panacea, pero yo por ahora prefiero haber nacido aquí.

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