viernes, 10 de febrero de 2006

Laicismo

Una de las muchas verdades indiscutibles que anidan en el sobreentendido colectivo de los occidentales, en ese depósito de lugares comunes sacrosantos que rara vez nos molestamos en examinar con detenimiento ni en tratar de poner en orden, es el de que todas las religiones son más o menos equivalentes e igualmente dignas de respeto. Usted póngale a un rito, una compulsión, una idea fija o una manía cualquiera la etiqueta de creencia religiosa, y automáticamente la habrá convertido en intocable y la habrá equiparado, consista en lo que consista, con todos los demás fenómenos que hayan merecido esa honrosa clasificación.

En mi opinión esta “verdad indiscutible”, como tantas otras que la acompañan en ese repleto trastero de tópicos bienintencionados a que me refiero, es francamente discutible, y, también como la mayoría de ellas, tiene su origen en una formulación defectuosa de otras afirmaciones, estas sí difícilmente discutibles desde posiciones que quieran basarse en el conjunto de valores y creencias que habitualmente decimos profesar los occidentales más o menos demócratas y bienpensantes.

“Todos los hombres tienen los mismos derechos y merecen el mismo respeto”. Esta sí me parece una afirmación indiscutible. Así como esta otra: “Todos los hombres tienen derecho a profesar la religión que prefieran”. Pero de ninguna de ellas, ni de ninguna combinación entre ellas o con otras de su estilo, puede concluirse, legítimamente, que todas las religiones sean equivalentes, ni parecidas siquiera, ni mucho menos merecedoras de la misma consideración.

Todos los hombres tienen perfecto derecho a ver las películas que prefieran y a leer los libros que les parezcan bien, e incluso a no leer ningún libro ni ver jamás una película. Pero es evidente que eso no hace que todas las películas sean igualmente valiosas, ni que todos los libros hayan contribuido en igual medida a enriquecer la literatura universal, ni que ir o no al cine, o leer o no libros, deba considerarse indiferente para la educación y el bienestar de la gente.

Tampoco se puede discutir el derecho que asiste a cualquiera para elegir libremente entre comerse un donuts, un tortel de Mallorca, o ayunar. Pero es perfectamente posible discutir sobre si es mejor comer que no comer, y sobre si es más sana y más apetitosa la bollería artesanal que la industrial.

La ley, por tanto, debe regular las cosas de modo que se proteja el derecho de cada uno a comer o no, a ir o no al cine y a leer o no libros. Y el de elegir la comida que más le guste, el libro que más le apetezca y la película que más le divierta. Y el de fabricar y vender libros, películas y alimentos libremente, respetando las regulación legal de estas actividades y en sana competencia con todos los demás que fabriquen y vendan esos mismos artículos, u otros diferentes. Y el de opinar libremente sobre qué comida, libro o película se encuentra preferible.

La Ley, en cambio, no debe entrar a decidir sobre si se debe o no comer, leer libros o ir al cine. No debe proscribir ninguna de estas actividades, ni privilegiar a unas sobre otras, ni entrar a establecer cuál de ellas es más conveniente, ni qué libros, películas o alimentos deben fabricarse o consumirse con preferencia a cuáles otros.

Esta actitud objetiva y neutral de la Ley, aplicada al terreno de la religión, es lo que se conoce como laicismo, y es un principio muy sano y expresamente asumido por la mayoría de nuestras sociedades y reflejado en sus legislaciones. Ahora bien, en mi opinión, no siempre bien entendido ni bien aplicado.

Un estado y una sociedad laicos, pienso yo, deben limitarse a respetar por igual todas las manifestaciones religiosas, proteger por igual todos los cultos y asegurarse de que ninguna creencia se impone a nadie, y de que nadie se somete a ningún precepto más que de modo libre y voluntario. Es decir, deben perseguir que se cumplan las afirmaciones que antes di por verdaderas, esas en que se consagran la libertad y la igualdad de derechos de todos los hombres también en este terreno de la religión.

Lo que, en cambio, no deben hacer es convertir lo religioso en una categoría distinta y separada del resto de actividades humanas, ni hacerlo objeto de un trato diferente del que reciba cualquier otro fenómeno, ni para bien ni para mal.

Lo que las creencias religiosas tienen de religioso, de “sagrado” y, por tanto, de sustancialmente diferente de otras actividades humanas, lo tienen precisamente, y solamente, en el ámbito en el que la sociedad y el estado laicos no deben entrar: en la conciencia de los creyentes. Fuera de ese espacio personal y privado no pasan de ser un comportamiento equiparable a cualquier otro, ni más ni menos digno de respeto que el resto de los comportamientos, las actividades y las opiniones. El laicismo consiste, precisamente, en juzgar lo religioso como si no fuera religioso, en ignorar deliberadamente el origen religioso de los comportamientos que se regulan y, en consecuencia, en tratarlos exactamente con los mismos criterios con que se trata la fabricación y consumo de libros, de películas, de alimentos o de partidos de fútbol.

Esto no siempre se hace así. Por ejemplo, proscribir la presencia de símbolos religiosos en edificios oficiales obedece, a mi juicio, a una forma errónea de entender el laicismo. Un crucifijo no tiene significado religioso más que para el creyente. Para quien no cree es una imagen cualquiera, ni más ni menos significativa ni agresiva que un retrato del Rey, las Meninas o un calendario con fotos de señoritas en bikini. Y el Estado laico debe situarse precisamente en la posición de quien no cree, y tratar a todas esas imágenes con el mismo criterio. Eso es el laicismo. Prohibir expresa y solamente la exhibición de imágenes o símbolos religiosos es tratar la religión de modo diferente a como se tratan otras manifestaciones humanas, privilegiarla, aunque sea para mal. Y eso es, exactamente, lo contrario del laicismo. Si a nadie ofende un escudo del Real Madrid en una dependencia pública, a nadie debería ofender un crucifijo, un Buda o una media luna. Si se prohíbe la exhibición de estos, debería hacerse solo como consecuencia de un argumento legal que fuera también aplicable a aquel.

Un velo puede llevarse por motivos religiosos, o por moda, o por disfraz, o por prescripción médica. Cuál sea el motivo por el que cada cual lo lleve es una información que solo se encuentra en el interior de la conciencia de cada cual: justo el lugar en el que una sociedad laica no debe ni plantearse entrar. El Estado, pues, puede prohibir que se use el velo en la escuela pública, por ejemplo, como recientemente ha hecho el francés; pero solo si la prohibición se basa en estimar que el velo es antihigiénico, y atenta contra la normativa de salud pública. O que es discriminatorio, y atenta contra el principio de igualdad de los sexos. O que es feo, y atenta contra el ornato municipal. Lo que nunca debería, a mi juicio, hacer un estado que se proclame laico, es lo que precisamente ha hecho el francés: prohibirlo por ser expresión de una confesión religiosa.

Los sijs varones están obligados por su religión a no afeitarse nunca. ¿Va el Estado francés a prohibir las barbas en la escuela pública? Si mañana fundo yo una religión entre cuyas prescripciones se encuentre la de llevar un foulard morado en torno al cuello ¿pasará al foulard morado a ser una prenda prohibida en las escuelas francesas? ¿Deberán renunciar a llevarlo también los que lo encuentren simplemente cómodo, abrigado o elegante? ¿Habrá que empezar a preguntar a quienes lo llevan los motivos exactos por los que lo hacen? ¿Es eso laicismo, o todo lo contrario?

Uno de mis héroes es un para mí anónimo gobernante británico de la India, del que sólo sé que, al requerirle los notables locales que permitiera el sacrificio de las viudas en la pira funeraria, por tratarse de una exigencia tradicional de sus creencias religiosas, contestó algo parecido a esto: “Me parece muy bien, señores. Entre los ingleses es, en cambio, práctica tradicional la de colgar a los asesinos. ¡Atengámonos todos a nuestras prácticas tradicionales!”

Eso es laicismo.

3 comentarios:

  1. Me había perdido este post tuyo, pero quizá no sea tarde para contar lo que he oído (no lo he contrastado, quizá no sea cierto) acerca de que en Londres, donde hay policias municipales masculinos y femeninos (como es lógico en un país civilizado) han diseñado una variante de uniforme para policías femeninos con un velo en lugar de la gorra preceptiva de las señoras policías, para que las musulmanas puedan ejercer ese trabajo sin contravenir sus costumbres religiosas. Francamente, me parece una postura mucho mas civilizada que la de las autoridades francesas.
    Por no hablar de ese colegio de monjas, en España, al que no se cómo fueron a para unas niñas musulmanas a las que querían obligar a quitarse el velo las mismas señoras que llevaban toca por motivos religiosos. Me lo expliquen, oiga.
    Y eso que yo considero que lo deseable sería que todas las mujeres musulmanas se quitasen el velo y lo utilizasen para estrangular con él a los fundamentalistas que tengan más cerca. Esperemos que alguna vez lo hagan.

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  2. Bueno, yo, en realidad, sí estoy a favor de que se impida llevar velo a las musulmanas. Lo que me molesta de la medida francesa es que se haya hecho por ser expresión de una creencia religiosa, y no por el motivo que creo importante, que es por ser una vestimenta humillante y discriminatoria. No me sirve de nada el argumento de que ellas mismas lo quieren llevar y se sienten incómodas y como desnudas sin él. También los esclavos sureños recién emancipados se sentían incapaces de sentarse en presencia de sus antiguos amos y preferían seguir de pie. Las humillaciones seculares se interiorizan y se asumen, y el único modo de erradicarlas y combatirlas pasa, a veces, por contrariar los "instintos adquiridos" de las propias víctimas. No hay peor machista que una mujer machista. Pero eso no disculpa al machismo, ni exime de combatirlo.

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  3. LLego con casi un año de retraso a este post, pero como las cosas no han cambiado mucho -nada- desde entonces quería expresar mi opinión. Lo que yo entiendo por laicismo es que en el ámbito público no debe haber manifestación ni influencia eclesiástica ni religiosa. Estamos de acuerdo en que el Estado ha de velar por el respeto de todas las creencias y libertades del hombre, por eso mismo si se colocara una cruz en la entrada de todos los ministerios y oficinas públicas los musulmanes, los budistas y los hinduistas se sentirían discriminados. Por suerte no es así, y no hay ningún símbolo, de esta manera todos están contentos. Nada para tí nada para mí. Pero lo más importante de esta cuestión es que como muy bien has dicho, la religión pertenece al ámbito de lo privado, de la conciencia del individuo. Entonces, ¿por qué hacerlo público? Esas manifestaciones han de quedar en el ámbito doméstico y en el templo, que para eso existen. Personalmente no me gustan las cruces, porque veo en ellas sufrimiento, congoja, es algo amenazante y turbador. La media luna es bonita, pero detrás está el islamismo, que no termina de despertar de su sueño medieval.
    En definitiva, que quien quiera ver a su dios, que vaya al templo.

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