domingo, 15 de enero de 2012

Cosas que pienso –a veces– sobre (2)



Chicho Sánchez Ferlosio, Rosa Jiménez - Coplas retrógradas


Prólogo: Se me han juntado hoy, probablemente por alguna clase de atracción entre semejantes y como una especie de propósito de Año Nuevo a la inversa (¿depósito de Año Viejo?), unas consideraciones especialmente impresentables, tirando a cínicas y bastante indefendibles. Más aún, quiero decir, de lo que suelen serlo las mías. No las defiendo, pues. Es más, les recomiendo que no se las tomen muy en serio ni me hagan mucho caso. A menos, claro, que por casualidad resultara que están ustedes de acuerdo con ellas...


Todas las fotos de este post están cogidas de la página de Street Art Utopía


la mentira.- Yo soy bastante partidario. En realidad no tan partidario de la mentira –siempre fea, sobre todo si la llamamos así– como de una prudente administración de la verdad, que es una mercancía no solo escasa, y por tanto valiosa, sino, sobre todo, muy peligrosa. Creo que atemperar la aplicación directa de la verdad en estado bruto es en muchos casos un acto de cortesía, una manera muy conveniente de lubricar la vida, mitigar sus inevitables fricciones y suavizar las aristas de este áspero mundo. Y en muchos también una precaución de elemental sensatez, impuesta por la prudencia y que evita molestias innecesarias, disgustos y a veces auténticas calamidades a uno mismo y a los demás. En consecuencia creo que hay que ser muy insensato, muy irresponsable o muy inmaduro para dar a la sinceridad ese valor supremo que con frecuencia pretende tener, por encima, por ejemplo, de la compasión o de la buena educación.

Yo no creo tener ninguna obligación genérica y a priori de decir la verdad, menos aún de decir toda la verdad y desde luego tampoco de decir nada más que la verdad. La verdad que yo conozco, por tanto, la dispenso, como un don y sin obligación alguna, a los que creo que la merecen o que la necesitan. Y la niego, con todo mi derecho, a aquellos de los que temo que harán mal uso de ella, o que les perjudicará, o simplemente que no la necesitan para nada. En el legítimo empeño de negar la verdad a estos últimos hay un medio irreprochable, que es el de callarla. Y si no fuera suficiente este, hay otros: embellecerla, empaquetarla, sustituirla por sucedáneos más cómodos o útiles, lo que comúnmente se llama mentir, que pueden ser, según las circunstancias, igualmente legítimos. Lo que sucede con estos últimos métodos, a los que por abreviar y sin la menor connotación peyorativa llamaré mentiras, es, en primer lugar, que su empleo es casi igual de peligroso y bastante más complicado que la administración de la verdad en estado puro, razón por la que deben ser empleados con moderación, discernimiento y discreción. Y en segundo, que tienen una inmerecida mala prensa, fruto de la no siempre beneficiosa influencia del protestantismo, hija a su vez de la inflexibilidad y de la falta de imaginación características de los sajones. Es, creo, esta influencia nórdica y luterana la que ha dado origen al culto de la "sinceridad a ultranza", un mito moderno, despótico y peligroso. Su observancia me parece, más que nada, un rasgo de cómodo egoísmo. Decir siempre la verdad, pase lo que pase, no deja de ser una forma, injustamente bien vista, de irresponsabilidad.

Reivindico, en conclusión, mi derecho a mentir. Lo tengo clarísimo en la teoría, lo que en la práctica me permite no tener que recurrir a la mentira casi nunca; porque como digo, aunque útil con frecuencia y necesaria en ocasiones, es también francamente incómoda, y considerablemente difícil de manejar. Las conductas altruistas es lo que tienen, que rara vez resultan confortables. El sendero de la virtud es, ya sabemos, estrecho, abrupto y sembrado de maleza.



la lectura.- Es una de esas actividades cuya supuesta buena imagen es el resultado de un enorme ejercicio de hipocresía colectiva. El hábito de leer goza de tan buena consideración teórica y pública como, en la práctica privada, es justo objeto de recelos, desconfianzas y malquerencias varias y enconadas. Justo objeto, digo, porque, seamos sinceros, leer –y cuando hablo de leer hablo de leer ficción, fundamentalmente; los manuales de informática o de jardinería, los tratados de Economía, los libros de autoayuda, las vulgarizaciones de Historia y las biografías de hombres célebres no cuentan– es un vicio adictivo, escapar del cual resulta mucho más difícil que dejar el tabaco o la bebida; y, sobre todo, porque leer es una pérdida de tiempo, como bien sabemos los lectores compulsivos a los que se nos ha ido en ello más de media vida, por culpa de lo cual nos hemos convertido en los ciudadanos escépticos, indóciles, inútiles y descontentadizos que hoy somos. (Perder el tiempo, lo más gozoso que puede hacerse con esa mercancía escurridiza y fugaz. Por eso precisamente, porque es perder el tiempo, es por lo que leer me gusta tanto.)

Tengo conocidos que han cambiado sutil pero claramente su actitud hacia mí a partir del momento en que entraron por primera vez en mi casa y vieron en ella paredes cubiertas enteramente de estantes con libros. Hasta ese momento éramos colegas, nos llevábamos estupendamente, no había sombras entre nosotros; a partir de ahí  ("Este imbécil ¿se habrá leído de veras todos estos mamotretos?"–podía, casi, oírseles pensar.– "¿Esperará que los haya leído yo?") una cortés distancia, una especie de desconfianza amablemente recelosa se instalaron entre nosotros. Su reacción no habría sido muy distinta si me hubieran descubierto pinchándome heroína en el baño, o mirando fotos de niños desnudos.



el trabajo.- Cuando digo –lo digo poco, solo en confianza– que el trabajo es para mí una maldición bíblica y que mis ambiciones profesionales se cifran, fundamentalmente, en no tener necesidad de ninguna profesión, la gente se escandaliza, o decide pensar que hablo en broma para no tener que escandalizarse. Me tienen, ellos sabrán por qué, por un funcionario concienzudo y competente para quien su trabajo es lo primero de todo. No saben que si lo pongo lo primero de todo es para acabarlo antes y poder olvidarlo más deprisa; y que si procuro hacerlo bien no es tanto por tener la sensación de que me gano el sueldo como por cierto prurito de carácter más deportivo que otra cosa –el mismo por el que quiero, por ejemplo, que me salga el sudoku– y, sobre todo, para evitar que colee y moleste más de lo inevitable.

Todo mi respeto, claro está, por esas personas para quienes su trabajo es el centro de su vida, le dedican la mayor parte de sus energías y no parecen deseosas, ni capaces siquiera, de dejar de pensar en él aunque solo sea algún rato que otro. Pero no los envidio ni un poquito, y estoy enormemente agradecido de que no me pase nada parecido.

(No me refiero a los artistas, por ejemplo, que evidentemente disfrutan su trabajo porque es algo objetivamente disfrutable; aunque sea remunerado y modus vivendi, el suyo no me parece trabajo en el sentido etimológico –para mí el auténtico sentido de esta palabra– de tripalium, tortura. Aunque tampoco a estos los envidio: debe de ser cansadísimo y, por momentos, demasiado obsesivo y exigente.)

No, hablo de esos empresarios, o asalariados, como yo, que se quedan en la oficina todos los días hasta las tantas y hablan con entusiasmo de sus ventas, de sus clientes, de sus proyectos. Esos que han conseguido reducir sus vidas al tamaño de sus empleos, y parecen satisfechísimos con el resultado. Esos que dicen, en serio, que "temen" la jubilación, porque les da miedo la inactividad y la sensación de no ser necesarios. Son fenómenos para mí muy respetables, sí, pero totalmente incomprensibles, que miro con una mezcla de repulsa y compasión.



Epílogo.- Según garabateo va ganándome un gran desasosiego, luego una amarga congoja que llega a ser genuina angustia. Me agarra de golpe la seguridad de no lograr apaciguarla, de que el gutural grafismo que genera mi agobio conseguirá, haga yo lo que haga, colgar su negro gancho en algún lugar de los largos renglones en que gusto de desahogar mi imaginación, y lo esgrimirá, lúgubre y negador, igual que un ambiguo signo de interrogación que derogue el gozo y la alegría por los siglos de los siglos.

37 comentarios:

  1. Pues qué se le va a hacer: yo estoy absolutamente de acuerdo con el fondo y la forma de tus tres puuntos: mentira, lectura y trabajo. Tendrás que esforzarte más si quieres conseguir mi disensión

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  2. Pues, en cuanto al fondo, no estoy absolutamente de acuerdo con todo lo que dices, como tampoco lo estás tú, pero desde luego sí con que respecto de cada uno de tus tres asuntos pones muy acertadamente de relieve la superficialidad de los tópicos asociados, con los que estoy bastante menos de acuerdo que con tus tesis provocadoras.

    En cuanto la forma: aplausos. Muy en especial para ese epílogo tan redondo (y algo enigmático). Ah, y gracias por la web de la que extraes las fotos: un descubrimiento interesante.

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  3. Eres tú el que sueles querer que disentamos, Lansky. En ocasiones te has quejado, incluso, de tener que estar de acuerdo conmigo. A mí, en cambio, me parece realmente justo y necesario, -tu deber y salvación- que me des la razón. Pero para complacerte -soy así de bueno- hoy te llevo la contraria en tu blog y en el de Miros. No da uno abasto a hacer el bien...

    Así entre nosotros, Miroslav, te confieso que ese prólogo en el que me desdigo de antemano es solo una válvula de seguridad por si vienen mal dadas y hay que negarlo todo. Pero no es sincero. Sí que estoy del todo de acuerdo con mi fondo. Y me alegro de que aprecies la forma. El epílogo también es enigmático para mí. Es una de esas cosas raras que me pasan a veces con las palabras, que antes dejaba amarillear sobre las mesas y ahora tengo un blog en el que inflingíroslas...

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  4. ¿Dije 'disentamos'? Quise decir disintamos, claro. Mil perdones.

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  5. Eres como Mae West, cuando eres malo eres mucho mejor

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  6. Desde mi jubilación, en la que me encuentro casi tan cómodo y feliz como en el útero materno estuve, y en la que mantengo el ritmo de casi dos obras "de ficción" leídas por semana durante el último año (nunca bendeciré suficientemente al eBook)no puedo sino mostrarme totalmente de acuerdo contigo.
    En lo de la administrar adecuadamente la verdad, creo que nunca me había parado a reflexionar, pero ahora que lo hago, me parece que he venido practicándolo desde casi siempre, al menos desde que fuí sintiéndome más y más liberado de los fuertes prejuicios de mi inicial formación moral. (Por cierto,¿por qué culpas al protestantismo de la aversión a la mentira cuando es igualmente compartida por el catolicismo?)

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  7. El espectáculo de tu feliz jubilación, Ricardo, es una de las más satisfactorias comprobaciones de que mis teorías son acertadas con que me podía topar. Pero estás equivocado, creo, en una cosa: los católicos solo de boquilla y por guardar las formas dicen compartir la aversión por la mentira de los protestantes. Para el catolicismo la mentira es un pecado mucho menos grave que para el protestantismo, y casi siempre en función de sus consecuencias: mentir está mal en tanto perjudique a alguien. Mientras que para los protestantes mentir está mal en sí mismo, aunque no perjudiques a nadie con ella. Consideran que existe un derecho absoluto a conocer la verdad, y que privar a alguien de ese derecho es, en sí, un perjuicio. Disparate, a mi juicio, que el catolicismo está, afortunadamente, muy lejos de compartir.

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  8. Pues yo también me uno al acuerdo general. Y estoy conforme contigo en que los nórdicos y sajones tienen una visión totalmente dañina de la cuestión de la mentira. Una amiga mía que trata mucho con suecos dice que "llevan a Lutero sentado en el hombro". Pero luego se ha contagiado de esa manera de tratar "la verdad", y la temo como a un nublado, porque es de las que un día te ven con mala cara, y no se corta: te dice "Hija, da asco verte" como si yo le hubiera preguntado. Y no te digo nada de esos que en el lecho de muerte deciden contarlo todo: encima del luto, le funden la vida a los supervivientes desvelando secretos que no hacía ninguna falta conocer.

    Es cierto que hay gente que llega a casa y mira los libros como pensando
    "como que te vas a haber leído todo eso, ja!" Por fortuna trabajo entre bibliotecarios y nos entendemos bastante bien. (Pero en el fondo todos pensamos, que aficionado de verdad a la lectura, yo mucho más que él)

    Nunca he pasado peor rato que un día que entró la jefa en mi despacho y la única frase que se leía en mi pantalla, bien clarita, decía: "Esto de venir a trabajar es un atraso y una pérdida de tiempo".
    Estaba yo escribiendo un correo a mi hermanillo chico (que así ha salido, el pobre, con esas malas influencias) y no daba con la tecla de bajar la pantalla, qué trago, Señor, Señor. No me lo tuvo en cuenta, creo que ya me conocía de sobra. Siempre he compadecido a los que temen la jubilación y de hecho creo que deberían quedarse trabajando hasta los 70 u 80 años en lugar de los que con gusto nos hubiéramos jubilado ya. Pero en eso, como en todo, el mundo está mal repartido.

    Tengo que confesar que el epílogo me ha sumido en un mar de confusiones, en cambio. Tantas angustias, agobios, congojas y desasosiegos casi me han contagiado.
    Pero espero que haya sido una ofuscación pasajera, (nada que no se pase con un vermú y unas patatas fritas)y que el gozo y la alegría hayan vuelto a ocupar el lugar inamovible que les corresponde en tu vida, por los siglos de los siglos. Amén.

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  9. Hola, Cigarra. Estaba seguro de que íbamos a estar de acuerdo en casi todo, pero no deja de alegrarme el comprobarlo. Tú, tu hermanillo chico y yo. (Por cierto, dile a tu jefa que está muy feo leer las pantallas de los ordenadores del prójimo, por muy jefe suyo que se sea).

    No te dejes impresionar por el epílogo, no pasa de ser una especie de gárgaras gráficas. Nada serio.

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  10. Este es un blog francamente familiar

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  11. Tienes razón, como siempre, Papi.

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  12. Qué bueno, y qué bien expresado a pesar de las piruetas del prólogo y el epílogo o precisamente por ellas.

    Bravo.

    De algún modo podría decirse que Lansky y tú os habéis levantado hoy (o madurásteis ayer) con ideas semejantes en cuanto a las palabras, sus evoltorios, sus contenidos y su utilidad social. Es lógico entre dos hombres afines, inteligentes, lectores y preocupados por la existencia, aunque con miradas distintas respecto al 'después'.

    En un post que tengo en reposo todavía, (porque aunque suelo ser muy espontáneo no tengo vuestra facilidad narrativa), vengo a decir en un párrafo de pasada que con la verdad se engaña mejor que mintiendo.

    No lo desarrollo ahi, pero creo que se trata de una especie de psicología reversa ante el interlocutor para sumirlo más en las dudas que albergaba al empezar a oponerse...

    Le sueltas una verdad poco disfrazada, pilla el truquito porque no es tonto, (uno casi nunca discute con bobos) pero se queda inerte porque también él psicológicamente sabe que está perdiendo el juego con ese gambito. Sabe que no le mientes pero que podrías hacerlo..

    ¿Me explico bien o como siempre?

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  13. Gracias, Grillo.

    Que no te oiga Lansky decir que él y yo somos afines, que te hincha un ojo. Lleva fatal nuestras coincidencias. No me lo explico, un extraño caso de modestia patológica...

    Yo tengo una teoría complementaria de esa tuya de que con la verdad se engaña mejor que mintiendo: con la mentira suele darse información suficiente para que cualquier persona inteligente llegue a la verdad. Me explico: nuestra mentira es un dato más del mundo real. La observación atenta del mundo real y el conocimiento de los datos que nos ofrece -mentiras incluidas- permite a los observadores inteligentes hacerse una idea bastante precisa de cómo son las cosas. Yo diría, incluso, que una mentira bien escogida es un modo cortés de poner la verdad al alcance de nuestro interlocutor sin imponérsela, para que la coja solo si quiere.

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  14. Sí, también eso es cierto. Es otro modo de verlo, Van.

    No creo que Lans se decidiera por hinchar un ojo a nadie - aunque lo deseara y tuviera vigor para ello.

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  15. Cuando visito la casa de alguien que posee una enorme biblioteca pienso como tú: qué gran pérdida de tiempo. Creo que todos los que leen tanto, lo hacen porque no pueden conducir coches deportivos, cenar con rubias despampanantes ni vivir peligrosamente.

    La mentira y la verdad, para mí, son conceptos metafísicos inaprensibles, pero es cierto que existen las pequeñas verdades que cada uno puede gestionar de distintas maneras y que deben ser suministradas con una intencionalidad acorde a lo que se pretenda conseguir. Por ejemplo: Engañar o decir la verdad a tu pareja, indistintamente según sea el caso, puede materializar tu deseo consciente o inconsciente de conservar o terminar con la relación.

    En cuanto al trabajo, creo que es una condena cuando se realiza sin perseguir ningún fin, y un medio maravilloso cuando se pretende llevar a la realidad algún proyecto. Quizás porque somos como los nuevos ricos, nos olvidamos que el fin más urgente, sin duda, es el de ganarnos el pan, y que el mejor de todos los proyectos es el de la propia supervivencia.

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  16. Hola, Atman. Bueno, mi biblioteca no es enorme, una cosa discreta, solo, pero me ocupa lo suficiente como para que últimamente tenga bastante descuidados a los deportivos y a las rubias despampanantes, sí. Efectivamente, no se puede estar a todo.

    No explicas, y sería un complemento interesante a lo que dices, a qué deseo corresponde cada opción: ¿engañar para continuar la relación, o para acabarla? ¿Decir la verdad para conservarla o para cortarla?

    Mi trabajo, como bien apuntas, es para mí un medio bastante tolerable, ya que no maravilloso, de conseguir el deseable fin de cobrar todos los meses. Mi particular punto de equilibrio en ese ineludible negocio de cambiar parte de tu vida por parte de tus sueños de que nos hablaba este post hace unos días

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  17. Aplicando mi teoría, primero estaría la gran pregunta: Está el hombre hecho para vivir en pareja tal como se estila en nuestra sociedad, estoy yo hecho para vivir así, es ella la adecuada, etcétera. Como esas preguntas son relativamente inescrutables, se trataría más bien de deseos algo más superficiales: quiero yo estar con esta persona. Entonces surgen cuatro variables: Quiero conservar la relación (oculto todo aquello que pueda entorpecerla o me muestro honesto para afianzarla) o No quiero conservar la relación (digo las verdades más inapropiadas o me convierto en un infiel).

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  18. Con tu link me has hecho entrar en territorio comanche, lo siento pero no puedo permanecer allí, es algo superior a mí.

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  19. Hola, Atman. Y, me pregunto yo: si no quiero conservar la relación ¿qué tal romperla, sin más historias? Contra ese género de mentiras -mantener renqueante, buscando con maniobras más o menos tácticas que se extinga sola, una relación que en realidad no quiero mantener- sí que me declaro decididamente. Decir mentiras puede ser un modo educado de presentar la realidad para que resulte más cómoda o más útil a sus usuarios; pero hacer mentiras... eso, la verdad, empieza a gustarme menos.

    Los comanches eran buena gente, hombre. Solo había que saber tratarlos.

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  20. Estoy completamente de acuerdo, lo que ocurre es que muchas veces el motivo de nuestras acciones permanece en el inconsciente. Tal como lo digo, parece que hasta las pequeñas verdades son difíciles de desentrañar. ¿Alguien lo tiene tan claro como para saber realmente si quiere dejarlo o continuar? A este respecto, observando nuestro propio comportamiento solemos dilucidar lo que opina nuestro fuero interno y no al revés; primero sentimos el deseo de complacer a esa persona y luego pensamos… claro, eso es porque la quiero.

    Un saludo

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  21. Parece que esto deriva hacia el consultorio sentimental...
    A ver, moderador!

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  22. Mi querida amiga, los señores Júbilo y Vanbrugh han tenido que ausentarse y me han dejado temporalmente a cargo de la atención a las visitas. No dudes en plantearme cualquier duda que tengas. La vida sentimental de una joven es una planta delicada que solo puede desarrollarse bajo la atenta mirada y los solícitos cuidados de una experta jardinera...

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  23. Estimada señora Helena:

    Mi prometido me abandonó hace tres semanas sin un adiós ni una nota explicatoria. Aún lo amo. ¿Considera usted que debo continuar con los ejercicios isquipúbicos para fortalecer mi zona pudenda y proporcionarle mejor relajo en el lecho cuando regrese?

    ¿O paso directamente a la cucurbitácea aplicada en la zona como recomienda a otras infelices?

    Muy atentamente,

    Grilla

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  24. DELICADA, Grillo. Dije planta DELICADA. Haz el favor de volver a dejar ese pepino en la nevera.

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  25. Por un momento creí que éramos objeto de un ataque de trolls, pero veo que no. Si estás por ahí CC, comprobarás que incluso Vanbrugh a veces pierde los papeles. En fin, creo que esto está lleno de indios y yo me vuelvo a mi rancho.

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  26. Bueno, más que perder un papel lo que creo que he hecho es representarlo, Atman. El de la señora Francis, uno de los mitos radiofónicos de mi infancia. Con la eficaz colaboración de Grillo, que es un gamberro impagable para estas cosas. Lo siento si te hemos escandalizado, no volverá a suceder. Hasta dentro de un rato, al menos.

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  27. Supongo que a veces me falta algo de cintura. Quedo agradecido por tu respuesta y también te digo: Hasta dentro de un rato.

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  28. Átman,

    Te pediría excusas por lo comentado, pero no puedo: tengo un pepino en la bocaaaa aaggggg !!!

    Qué bueno eres con nosotras Vanbrugh, y que permisivo.

    :)

    (Te vas a horrorizar con el post que acabo de publicar...)

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  29. La mentira es al catolicismo como el sopor al ciclismo televisado: imposible entender el éxito de lo uno sin la presencia de lo otro. Respecto a la sabia administración de la verdad, totalmente de acuerdo, particularmente en asuntos en que la mentira no es sino un elegante disfraz que no oculta la verdad a ninguno de los interlocutores, que bien conscientes de ella se limitan a ignorarla y a centrarse en el disfraz, más pret a porter.
    Ahora bien, y aquí va la disensión, desde hace tiempo los españolitos (permítaseme un localismo: especialmente los levantinos)son aún peores que los luteranos en franqueza y en esa gilipollez que llaman campechanía, excusa para endilgarte una bofetada de mala educación a la primera de cambio. Cuando alguien dice "para serte sincero" deberíamos tener alarmas antiaéreas y lanzarnos al refugio más cercano.

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  30. Me parece, Preocupín, que eres algo más severo que yo juzgando la relación del catolicismo con la mentira. Yo le aplaudo el que no la demonice tanto como los protestantes, pero de ahí a declararlos inseparables...

    En cambio no disiento en absoluto de tu último párrafo. Si acaso, en la terminología. Más que en franqueza -se puede decir la verdad sin ser desagradable- en lo que últimamente sobresalimos los españoles es en grosería. La mayor parte de las veces el anuncio de ir a ser sincero es solo un pretexto, y con frecuencia un falso pretexto, para ser, simplemente, grosero.

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  31. La sinceridad es la disculpa del grosero, la mentira -a veces- la cortesía del respeto

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  32. Ese cubo de Rubick en el descampado es impagable.

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  33. ¡Por favor, que Grillo no vuelva a dejar el pepino en la nevera! ¡Que lo tire inmediatamente! ¡Qué cosas hay que leer, señor, señor!

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  34. Totalmente off topic, por usar la expresión en boga, quizás le interese este análisis de composiciones lacrimógenas:

    http://online.wsj.com/article/SB10001424052970203646004577213010291701378.html?mod=WSJ_hp_LEFTTopStories

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  35. Hola, Chófer. El artículo es por completo off topic, efectivamente, pero me ha resultado interesantísimo. No conocía la canción que analiza, que ha resultado ser de las favoritas de mi hijo preadolescente, lo que confirma las conclusiones del estudio.

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  36. Bueno, como veo que sigue vivo y coleando, me uno al debate para deciros que hay que seguir la doctrina de Vanbrugh y no hay que cometer nunca el error que yo cometí: a quien le guste la lectura que se las arregle para mantenerla al margen de sus obligaciones, puesto que si el trabajo que uno elige le empuja a hacer por obligación lo que haría por devoción muy cuerdo hay que ser para no acabar en una de dos trágicas situaciones: o que te empiece a gustar la obligación, por lo que tiene de devoción, o que te deje de gustar la devoción por lo que ha cogido de obligación; o las dos a la vez, con lo que además acabas un poco esquizoide.
    En cuanto al epílogo, piadosos lectores y comentaristas del buen Vanbrugh, no os dejéis impresionar por su angustia ni fascinar por su enigma, pues trátase tan solo de un simple divertissement aliterativo, uno de esos juegos lingüísticos que tanto le gustan a nuestro amigo.

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  37. Hola, sagaz anónimo. Estaba sorprendido de que prácticamente nadie hubiera aludido siguiera a mi angustiosos y enigmático epílogo. Me quedo más tranquilo con tu explicación. Es verosímil, sí.

    En cuanto al otro tema, creo que a mí me marcaron aquellos versos de León Felipe que recitaba a veces nuestra madre:

    Para que nunca digamos
    como el sacristán los rezos,
    ni como el cómico viejo
    digamos los versos...

    No sabiendo los oficios
    los haremos con respeto...

    Para enterrar a los muertos
    como debemos
    cualquiera sirve, cualquiera
    menos un sepulturero...

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