jueves, 10 de mayo de 2012

Instrucciones para no viajar de Provenza a Catamarca


Georges Brassens - Carcassonne


Durante sus correrías europeas de juventud Ezra Pound hizo, al parecer, un viaje a pie y en tren por la Provenza, siguiendo los pasos de los trovadores. Pensaba que no podría apreciar cabalmente su admirada poesía provenzal sin haber recorrido los mismos caminos y visto los mismos paisajes que sus autores. Es una creencia muy extendida y que goza de gran prestigio, esta de que entre la obra artística y el medio en que se produce existe alguna clase de vínculo misterioso en virtud del cual quien 'se impregne' convenientemente de las circunstancias que rodearon la gestación de la obra estará en una disposición particularmente favorable para entenderla y disfrutarla. Y ha dado lugar a este género de 'peregrinaciones artísticas' como la de Pound, cuyos practicantes pasan por ser degustadores especialmente exquisitos, cultos y experimentados de las obras de arte que sirven de pretexto a sus andanzas.


Es difícil no rendirse a una mitología tan prestigiosa –y tan placentera: viajar está muy bien, incluso cuando acarrea la obligación de visitar casas natales y otros lugares así de entretenidos– y no caer en esta clase de bobadas: que para entender la poesía de los trovadores hay que haber visto la Provenza, que para sentir realmente la música de Bach hay que haberse paseado por las calles de Leipzig... Es el mismo tipo de pensamiento según el cual no se entiende bien a Proust sin saber que era homosexual, ni se escucha Pedro y el Lobo (1) como es debido si se prescinde de ese detestable narrador que entorpece la música con el cuentecillo al que pretende, el muy blasfemo, que la música sirva de... ¿ilustración?

Las llamo bobadas porque creo sinceramente que lo son y, de hecho, me ponen bastante nervioso. No me cabe la menor duda de que los paisajes provenzales influyeron de algún modo en los versos de los trovadores provenzales, ni de que las tendencias sexuales de D. Marcelo condicionaron en alguna medida su obra. Hasta acepto que Prokofiev pensara en el abuelo de Pedro cada vez que suena el fagot –aunque no veo ningún motivo por el que deba hacerlo también yo, que no tuve el gusto de conocer al abuelo y que ni siquiera entiendo el ruso...– Pero el sentido común me dice lo que esta culta superstición se niega a aceptar: que esos mecanismos se produjeron una sola vez, restringieron su eficacia al interior de la cabeza del artista y al momento de la creación de la obra, y no son reversibles ni reproducibles, no tienen ninguna consecuencia apreciable sobre el lector del libro o el oyente de la música, a quienes libro o música llegan "pelados", sin adherencias visibles, ni mucho menos legibles, del lugar, las circunstancias o los propósitos con que se produjeron. La Provenza no está en los versos del trovador, ni la homosexualidad se trasluce de las páginas de La Recherche, ni la música de Pedro y el Lobo tiene la menor oportunidad de hacer pensar en pedros ni en lobos a nadie que tome elementales medidas de higiene y elimine al tipo que habla. Aunque ello desilusione a los mitómanos del arte, que con gran frecuencia dan la impresión de apreciar más este género de anécdotas que la obra de arte en sí, a la que, en mi opinión, faltan flagrantemente al respeto cuando la supeditan de este modo a las contingencias eróticas o paisajísticas de su autor, o a sus (malas) ocurrencias narrativas.

Digo más aún: es muy posible, y esto sí que deseable, que la lectura de los trovadores haga nacer en mi cabeza imágenes de una Provenza particular, imaginaria y mía. Para mí, esa Provenza será siempre la asociada a las trovas, y aunque me vaya luego a vivir a Carcasona, cuando lea poesía provenzal evocaré la que yo imaginé y no la que vea por la ventana. Y así debe ser, porque esa asociación que se forma en mi cabeza entre Provenza y mi lectura es la que verdaderamente corresponde a la que existió en la cabeza del poeta entre su Provenza y su escritura. Y la verdaderamente importante.

Algo así, me parece, viene a decir Cortázar en un corto escrito que se llama... ¿Instrucciones para viajar a Cabo Sunion? (me da ahora pereza consultarlo, y además si no se llama así me va a estropear el título del post...)  Uno de los mundos, creo recordar, por los que atraviesa en su vuelta al día. Cuando rememora el viaje desde Atenas hasta el cabo, explica, el viajero recuerda el que anticipó mientras se le daban las instrucciones para hacerlo, no el que luego realizó efectivamente y que resultó no tener nada que ver con el imaginado. Su cabeza elige, soberanamente, cuál de los dos es el itinerario que prefiere, y en esta elección le importa mucho menos cuál es el real que cuál es el suyo. Tan poco, pienso, como debe importarnos a nosotros el Buenos Aires real para entender a Borges, si nuestra cabeza ha decidido elegir el nuestro, personal y propio, que imaginó cuando leíamos a Borges. En última instancia, se trata de decidir si es BA quien crea a Borges sin que nosotros tengamos nada que decir, o si es Borges quien crea a BA con nuestra activa participación (y ahí es el BA real el que no tiene nada que decir). Para mí la elección es clara.

A esa conclusión llega también el protagonista de La Recherche cuando viaja a Balbec por primera vez y descubre que no tiene nada que ver con las catedrales gótico-bizantinas asomadas sobre acantilados batidos por el temporal que él había imaginado; y sigue prefiriendo su Balbec imaginario al real –hasta que empieza a encontrarse con las muchachas en flor, pero eso es ya en el siguiente tomo...–

Claro que haberlo leído así no impide que recuas de turistas proustianos recorran devotamente Illiers, Du coté de chez Swann en mano, buscando aplicadamente los restos de un Combray que, deberían saberlo, existe con mucho más derecho y mayor realidad en su cabeza que donde lo buscan.


(1) Como pueden ver los que recuerden mi post de hace año y pico, o hayan seguido el enlace que le pongo, me repito, sí. Pero es que hay cuestiones –normalmente irrelevantes y más bien tontas, como esta– sobre las que tiendo a volver, vaya usted a saber por qué. A lo mejor, precisamente, porque, por tontas e irrelevantes, me relajan...


Los Chalchaleros - Changuito lustrador



La música de mis amados Chalchaleros es, creo, folclore del norte argentino. Al oirla yo tendría que evocar las quebradas catamarqueñas, por ejemplo, que no conozco y que, vistas en foto, no me han dicho gran cosa, la verdad. Sin embargo lo que cualquier canción suya trae inmediatamente a mi imaginación son los paisajes guipuzcoanos en los que siempre he pensado al oírlas. Escucho, pongo por caso, Changuito lustrador e inevitablemente se me asoma a la cabeza la plaza donde está el Parador de Fuenterrabía. Jamás se me ocurriría  –ni creo que pudiera ni, desde luego, quiero– sustituir esta asociación para mí automática y naturalísima por otra en la que apareciera la plaza mayor de Santiago del Estero. Aunque esta última plaza sea, desde luego, canónicamente más adecuada y a pesar de que, para ser lo que se entiende por un verdadero aficionado a los Chalchaleros, yo debería peregrinar devotamente hasta situarme bajo sus arcos. (Cosa, por otra parte, que no renuncio a hacer si algún dudoso día se me presentara la ocasión...)

25 comentarios:

  1. Bueno, bueno, bueno...

    Fundamentalmente a favor de desemascarar a los pretenciosos.

    Ahora que... sí creo que pueda existir el famoso "spirit of the place" anglosajón. Tal vez no tanto por el lugar en si mismo considerado sino por las connotaciones de asociar ese lugar a unos antecedentes previos (leídos y luego imaginados). Hay pasajes umbrosos, húmedos, que parece que te ponen melancólico. Otros, luminosos, panorámicos, que te hacen sentirte pletórico. Existe música para provocarte pánico y otra para animarte. La cuestión sería: ¿son esos paisajes o esa música por si mismos los que consiguen deparar esas sensaciones o es más propiamente una... digamos... complicidad emocional con el feeling (lo siento, en castellano no encuetro la palabra) que otros, más experimentados que tú, te han venido transmitiendo al hablarte de todos esos temas.

    Y ahí entraría la posibilidad de que la costa de Normandia o la apetencia varonil por los efebos tendieran a homogeneizar (como si dijeramos)los sentimientos provocados por la lectura de Proust.

    (Por cierto, yo no tengo tan claro que a Proust no le gustarán la señoritas y el cuento ese de haber transformado a jovencitos en muchachas...)

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  2. ("Acerca de la manera de viajar de Atenas a Cabo Sunion" La V. al dia en 80 m. / Vol I / pag. 95)(Su bibliotecaria particular, siempre a su servicio)

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  3. Creo que la causa mayor de la decepción que me ha producido Buenos Aires (porque me ha decepcionado un poco, qué le vamos a hacer) es que la Buenos Aires de verdad no ha coincidido más que de pasada con MI Buenos Aires interior. Y no es que no me haya gustado. Objetivamente es una ciudad espléndida y me he sentido como en casa; es una ciudad en la que me he lanzado a andar sola por la calle y me he metido en el "subte", cosa que ni hubiera soñado en hacer yo sola en Mexico D.F., Pero de Mexico no tenía ninguna idea preconcebida y todo de me encantó, y de Bs As tenía una mezcla de ideas en la cabeza, compuesta de Tango, Borges, Cortázar, Ricardo Darin y Quino todo mezclado, que en algunos lugares ha encontrado acomodo en la realidad, pero en su mayor parte, nada que ver. ¡Quevachaché!
    Espero que la quebrada humahuaqueña sea como me "suena" en la cabeza, si es que tengo ocasión de acercarme a verla.

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  4. No querría que me acusaras de mitómano y por eso empiezo declarando que comparto tu tesis básica que, si no me corriges, sería que disfrutar de la música, la literatura, el arte (y hasta sentirla "realmente", como afirmas, aunque no estoy muy seguro del alcance semántico preciso del adverbio) no es necesario para nada conocer las circunstancias que, como mecanismos disparadores de la inspiración, operaron en la mente del autor de la obra. Así que vale, estamos de acuerdo.

    Lo que ya no comparto tanto es el nerviosismo que te produce (y hasta un poquillo de mala leche) el que hay quien guste de conocer esas circunstancias y hasta de viajar, expresamente o aprovechando que pasaba por ahí, para visitar la casa de Mozart (pude hacerlo hace un par de veranos en Salzburgo, pero había mucha cola) o, más morbosamente, el edificio Dakota a cuyas puertas mataron a Lennon. Ciertamente, estoy de acuerdo que muchos mitómanos dan la impresión de apreciar más las anécdotas que el arte en sí, pero no siempre ni necesariamente.

    Por el contrario, me atrevo a decirte que opino que conocer esas que llamas circunstancias (y sería muy difícil en cada caso concreto discernir la relevancia de cada una de ellas) contribuye a disfrutar más del arte. De entrada, aunque no me admitas que influye en el cuánto del goce estético, espero que me concedas que el saber cómo era el Buenos Aires de Borges y demás "anécdotas" ayuda a entender el porqué de la obra. Y el saber más sobre algo que te gusta creo yo que te amplía la capacidad de percepción de ese algo y suele llevarte a descubrir nuevos matices o ámbitos de goce en los que puede que hasta entonces no hubieses reparado.

    Seguramente porque la sensibilidad emocional y la comprensión intelectual no son capacidades humanas disjuntas; ambas, al fin y al cabo, son impulsos electroquímicos entre las neuronas. Claro que esta relación entre el conocer más de los autores de las obras que aprecias y descubrir que te gustan más e interesarte saber más y continuo incremento del goce estético, puede que sea diferente según las personalidades. Así que, obviamente, hablo por mí y mi esperiencia, aunque no creo ser nada original.

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  5. Creo que las anécdotas nos pueden ayudar a situar mejor una obra y eventualmente disfrutarla más, pero son aspectos secundarios.

    Cigarra, entiendo en parte la "decepción" que te produjo Buenos Aires. Es más fácil encontrar sucursales de Starbucks y TGI Friday's que lugares que evoquen a Borges o a Cortázar. De hecho, nunca me pareció que el Buenos Aires real tuviera muchos puntos de contacto al que describía Borges.

    Sin estar entre "Los 100 lugares que debe visitar antes de morir", Catamarca tiene muy bonitos paisajes. Santiago del Estero... yo lo dejaría correr ;)

    Un beso

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  6. Hola, Bluff, cuánto honor. A mí los pretenciosos me dan un poco lo mismo, y si son más felices con su máscara, por mí... De lo que fundamentalmente trato es de desmontar las que me parecen tonterías. Es un prurito más pedagógico que otra cosa, inoportunamente pedagógico, de hecho, por lo que en realidad no sirve para mucho más que para desahogarme. Pero así no ando por los bares.

    Y sí, claro, las impresiones que los lugares dejan en nuestro ánimo se juntan en él con las previas que allí han dejado nuestras lecturas, y anteriores experiencias... al resultado de todo ello se le puede llamar spirit of the place, si te place (yo prefiero genius loci, me tira más lo clásico), pero sigo pensando que es, necesariamente, muy personal y no muy susceptible de homogeneización, según tu feliz expresión.

    En cuanto a Proust, lo que fundamentalmente me pasa es que me da igual que fuera o no homosexual. Yo a Proust lo leo, no me voy a la cama con él, ni siquiera a tomar café. Empeñarse en averiguar si Albertine era en realidad Gaston atenta, en mi opinión, directamente contra el mecanismo de suspensión de la incredulidad que está en la base del disfrute lector. Es el equivalente a destripar el juguete. Muy instructivo para quien desee ser instruido, pero bastante contraproducente para quienes lo que queremos es jugar con él.

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  7. Perfecto tu comentario sobre la obra de Proust. Considerar a la hora de complacerte de la lectura de un libro los modos vitales de su autor me parece absurdo.

    Ir de bares tampoco está tan mal. A la tercera o la cuarta caña, se te han quitado ya las ganas de aleccionar, y solo tienes deseos de confraternizar. Lo que, por lo menos a corto plazo, produce bastates más satisfacciones.

    ¡Un abrazo a todos!

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  8. Gracias, Cigarra. Por la precisión bibliotecaria -deja un poco tocado al título del post, pero bueno- y por el estupendo ejemplo de tu reciente experiencia porteña, que ilustra tan oportunamente lo que quiero decir. Ahi voy yo, ahí voy yo. No a Buenos Aires, más quisiera, sino a ese desajuste que acabas de experimentar entre tu BA particular y el real. Es un desajuste que temo mucho que deje siempre peor parada a la realidad que a nuestra imaginación, aunque lo más probable es que ninguna de las dos salga incólume del encontronazo. Mentiría si dijera que ese temor es el que me ha impedido hasta ahora viajar a Argentina, pero algo sí que me consuela en tanto no pueda hacerlo.

    Miroslav, pareces Romanones. "Hagan ustedes la ley y déjenme a mí hacer los reglamentos", decía él. Tú de entrada me das graciosamente la razón en bloque, esto es, dejas que haga yo la ley, para luego quitármela minuciosamente en las matizaciones posteriores, valga decir en los reglamentos que la desarrollan. Me parece muy bien, que conste, pero no acabo de entender que empieces declarándote de acuerdo conmigo para a continuación afirmar todo lo contrario que yo. Tú y tus matices...

    (Pero no, la mala leche no me la producís los que gustáis de conocer esas cosas. La traía ya puesta de casa.)

    Alicia, qué alegría leerte por aquí. No dudo de que las anécdotas nos ayuden a situar una obra, pero sí de que nos hagan disfrutarla más. Manías mías, pero muy arraigadas. Temo que el conocimiento exacto del 'contexto' de la obra, de las anécdotas, lo que haga sea constreñir, forzar y hasta amputar el, en principio, ilimitado campo de las 'resonancias' que la obra despierta en nuestro ánimo cuando se la deja a su aire, sin más información. Y eso me parece, no puedo evitarlo, un empobrecimiento de nuestro disfrute de la obra, un directo atentado contra lo que la obra debería haber hecho en él si la hubieran dejado.

    (Os propongo a ti y a Miroslav un acercamiento de posturas, un intento de conciliación: lo que hay que hacer, entonces, es viajar a BA antes de leer a Borges. Así nuestro BA imaginado se construirá, al menos, sobre la pauta del real.

    Lo malo es que si mi presupuesto alcanza malamente para libros, lo de los viajes, ya... Y además que hace años que me leí a todo Borges...)

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  9. Vaya, no tenía la impresión de que te quitara la razón con el "desarrollo reglamentario" que me imputas (injustamente, a mi modo de ver, y más cuando me tildas de Romanones en quien poco me reconozco, además de no simpatizar nada con su cinismo oportunista). Pero debe ser que me explico muy mal.

    Te doy la razón en lo que te la doy (que para eso escribo la que entiendo que es tu tesis) y te la "quito" (que es mucho decir) en una derivación de tu tesis que va a mi juicio más allá de lo que yo creo. Y que conste que tú no llegas a afirmar el corolario que yo niego (que sería algo así como que interesarse por las anécdotas circunstanciales de la creación artística es contraproducente para el disfrute estético de las mismas), con lo cual mi "reglamento" no entra en contradicción expresa con los artículos de tu Ley, tan sólo evita que otros "reglamentistas" los codificaran desde esa interpretación que no comparto.

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  10. Pero bueno, ¿qué es esto? ¿Aquí qué pasa, actualizando cada semana casi? Vale, pues me alegro. Al tema:

    Son bobadas, sí, pero bastante inocuas si el que las practica no pontifica ni pretende extenderlas al resto. Por otra parte, es bastante inevitable cierta contextualización absurda, como ligar el talento de Charlie Parker a la heroína o el de Rimbaud a su malditismo canalla. Yo he disfrutado recorriendo un río que reseñaba un francés actual a la vez que leía su libro, lo pasé muy bien porque el río era bonito y recoleto y el libro igual bonito y recoleto, pero era ‘mi’ bobada sin pretensiones normativas para el resto de los mortales. Creo recordar que a ti te gustó el post. Por cierto, no encontré por fortuna otros turistas haciendo dicha chorrada, porque eso me hubiera fastidiado mi ocurrencia

    No sé, estoy de acuerdo en la esencia de este post pero te noto algo…no sé ¿intransigente con las bobadas de los demás? Lo que ignoro es si esto va en contra de la ley o del reglamento, al fin y al cabo Romanones no es santo de mi devoción, sino un hipocritón (hábil) de la estirpe de los que ahora gobiernan. No hace falta que me digas que tu no pretendes abolir practicas bobaliconas, sino sólo resaltar que son bobas.

    Un bobo (a ratos, como todos)

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  11. Bluff: No, si luego también me voy de bares... Pero aún a medios pelos no dejo de aleccionar. No hay quien me aguante...

    Miroslav, no te tomes a mal lo de Romanones, que era solo un ejemplo. Una de mis resonancias, vaya. Te explicas estupendamente, soy yo, por lo que se ve, el que no tanto. Porque sí, sí afirmo ese corolario que tú niegas. Interesarse por las anécdotas circunstanciales de la creación artística es no solo innecesario, sino directamente contraproducente para su disfrute, estético, intelectual, emocional o como más te guste disfrutarla. Proclamo. Por eso que he dicho en mi respuesta a Alicia: porque inhibe en nosotros posibles resonancias que el autor no previó -no pudo ni debió hacerlo, no es su papel- pero que son contenido legítimo de la obra -nuestra aportación a ella como lectores, de hecho- y que, por culpa de la indeseable información, ya no se producirá. Porque censura nuestro multiforme y riquísimo Buenos Aires imaginario, lo encauza, lo 'homogeneiza', como dice Bluff, y lo reduce a lo poco que hayamos conocido del real. Nos corta las alas, nos organiza el viaje y nos amarga el recorrido en autobús con explicaciones en tres idiomas. ¿Me explico?

    (No, no es cabreo ni mala leche. Es solo vehemencia.)

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  12. Hola, Lansky. De acuerdo en que se trata de bobadas inocuas, y de acuerdo en que empeoran notablemente si se pontifica sobre ellas -como, por cierto, probablemente estoy haciendo yo sobre sus opuestas, ustedes disimulen.- No quiero ser intransigente con las bobadas de nadie, menos aún cuando todos os mostrais tan comprensivos con las mías.

    Tu post sobre Les eaux étroites, de Gracq, me encantó, sí. Si me lo permites, reproduzco el comentario que entonces te hice:

    "Como soy un poco maniático, siempre he tenido serias objeciones teóricas contra las “visitas literarias”, las pretendidas “recreaciones” de las circunstancias, lugares, experiencias… que originaron los libros que me gustan. Creo que hay que dejar que el texto hable por sí mismo y con sus propias armas, y que ni el autor debe tratar de imponer sus propias emociones por otros medios que los literarios, ni el lector buscar fuera del texto apoyos ni complementos a lo que el texto le suscite.

    Pero es una objeción puramente teórica y genérica. Nada que objetar, sino todo lo contrario, a este magnífico recorrido tuyo por el ámbito mágico y cerrado que crea un río. Si es la lectura de Gracq la que lo ha provocado, bienvenida sea, pero conste que su valor literario es cuestión exclusiva de tu texto, no del de Gracq."


    Bueno, pues lo vuelvo a decir. Vehementes y más bien impertinentes, mis objeciones se dirigen exclusivamente contra la teoría que hay detrás del viaje, no contra el viaje mismo, para el que cualquier pretexto es bueno. Me parece estupendo que tú recorras el Èvre, que Miroslav visite la casa de Mozart y que yo, en cuanto pueda, me vaya a conocer las montañitas catamarqueñas, donde el bombo suena mejor. Lo único que me irrita un poco son las construcciones teóricas campanudas con que a menudo se adorna este género de viajes.

    Y propongo ahora una conciliación opuesta a la que antes ofrecía a Alicia y Miroslav: hagamos primero nuetra lectura, audición, contemplación de la obra de arte, virgen y en ambiente 'estéril'. Dejemos que provoque en nosotros todo lo que por sí misma, sin muletas, prospectos turísticos, estudios analíticos ni anécdotas de ningún tipo, tenga que provocar. Y cuando ya esté asentada, cuando nuetro Buenos Aires o nuestro Èvre o nuestro Mozart o nuetro Proust se hayan afianzado y dado de sí todo lo que debían, dediquémonos entonces, si nos sigue apeteciendo, a la tarea de documentación. Recopilemos anécdotas, identifiquemos Albertines, recorramos Provenzas y Catamarcas... pero ya con cierta garantía de que todo ello no va a estropear ni a frustrar nuestras Albertines, Provenzas y Catamarcas particulares que, sigo pensando, son las que de verdad importan.

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  13. De todas formas, es que viajar ahora es una caca. Todos sabemos ya con pelos y señales lo que nos vamos a encontrar, los transportes que tenemos que tomar, las comidas que tenemos que comer, los barrios que tenemos que evitar y el aspecto que van a tener las calles por las que vamos a andar. Y si no lo sabemos, somos tan tontos que vamos corriendo a comprar una guía, antes de salir de viaje, para que ya nada nos sorprenda. Quizá lo único que nos puede sorprender ya son los olores y los sonidos inesperados.
    Quizá por eso me gustó tanto el viaje a Siria, la luz del zoco de Damasco, los olores de las especias en Alepo, el muecín llamando a la oración en Hama.
    No he ido nunca a Nueva York ¿pero habrá algo que no me suene a conocido cuando vaya? Quizá lo más asombroso de Londres es lo que nos gusta "a pesar" de que nos la sabemos de memoria antes de ir, y aunque es igual que en las novelas de Agatha Christie o Wodehouse, consigue sorprendernos a fuerza de ser tantísimo ella misma, sin fisuras.

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  14. A mi me hacía gracia Romanones cuando decía: "Que venga el comunismo, que con lo que tengo y lo que repartan..."
    Claro que, tienes razón, Miroslav, era un poco cínico...

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  15. Esta es la ONG que recoge libros
    http://www.altamiros.org/?page_id=154
    (Ya se que esto debía ir en el post anterior, pero como ahora el que estais leyendo es este...)

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  16. Ya digo que estoy de acuerdo con vos (el tratamiento es porque andamos con modales casi palaciegos, si no fuera porque no matamos elefantes) y reitero mi alegría de que actualices tu blog más a menudo (¿o es flor de un día?, es decir, Neomys bicolor).

    En lo esencial estoy de acuerdo con vos y proclamo (lo sabes): ¡peste de turistas! (si no se trata de mí), sean estos rurales, ecológicos o literarios, y también: ¡Viva el viaje desde el sillón de casa y con un buen libro!

    Por cierto Romanones es un pueblo de Guadalajara, creo.

    He dicho

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  17. Mañana leeré los comentarios.

    Debo darte toda la razón en el sentido en que si Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, por ejemplo, no tuviera título ¿ quién asociaría esta magnifica obra a la lluvia, la nieve, los pajaritos, etc. ? Sin embargo si fue el propósito del propio compositor es natural que el oyente intente seguirle el rollo. ¿O no?

    Es como si afirmaras que has escrito un texto muy explícito pero que da igual que tus lectores lo entiendan o no. ¿ Me explico ?

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  18. Hola, CC, gracias por pasarte por aquí. Allá quien decida seguirle el rollo al autor; en mi opinión, no, no es natural hacerlo, ni debe hacerse. Creo que la obra es autónoma e independiente del autor, y que este no pinta nada en las relaciones que su obra entable, una vez ha echado a andar por el mundo, con sus oyentes, lectores, espectadores o lo que sean. A mi juicio el autor tiene tanto derecho a pretender encauzar la reacción de los lectores/oyentes/espectadores ante su obra como lo tiene a decidir de quién deben enamorarse o con quién deben casarse sus hijos.

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  19. Aquí lo que se critica es la incongruencia que es suponer que para apreciar mejor una obra de arte haya que conocer el ambiente en que fue creada, como si pudiéramos meternos en el instante y lugar de la creación o en el pensamiento y sentimiento de quien la creara. Pero no ha quedado reflejado, que además de la inutilidad de tal intento, estaríamos desperdiciando la ocasión de apreciar sin influencias intelectuales ese lugar, tiempo o ambiente. Marilyn decía: “Los hombres se acuestan con Marilyn Monroe pero se despiertan conmigo”. Es decir: obnubilados por el mito, ese conocimiento carnal no va a hacerles comprender mejor las artes interpretativas de la actriz, y lo peor: no han podido estar con la mujer real que tenían enfrente, pero a pesar de todo… ¡Qué envidia!

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  20. Sí señor, Atman, muy bien traído el ejemplo. Efectivamente, oir Pedro y el lobo tratando de creerse lo que dice el narrador, o leer a los trovadores ciñéndolos estrictamente a la Provenza que se ha aprendido uno en la previa peregrinación ad hoc, o cualquier otra degustación artística que realicemos sujetándonos al manual de instrucciones y tratando de ajustar nuestra respuesta emocional al canon previsto por los expertos, son todas ellas experiencias comparables a la de irse a la cama con el mito "Marilyn Monroe", en vez de con la estupenda mujer real que lo encarnaba a ratos. Un desperdicio, una ocasión perdida, un gatillazo. La sustitución de una experiencia real, directa e imprevisible, es decir, de un pedazo de vida viva y propia, por su sucedáneo prefabricado, seriado y consabido, es decir, por un pedazo de vida ajena y muerta. Una pena. Cierto que en este post no he hecho suficiente hincapié en este aspecto de desperdicio. En el de "Pedro y el bobo", que enlazo en el texto del post, si lo dejo más claro. Aunque allí hablo más específicamente de música, el principio es el mismo en todas las artes.

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  21. Bueno, hay que decir en defensa de Pound que era bien joven en el momento de caer en esa bobada, y que era de Idaho (perdón por la maldad gratuita). Luego se le pasó, y le entusiasmaba bastante menos que llegaran compatriotas en romería a seguir sus pasos en Italia, y los hay (confieso que a veces he estado tentado de hacerlo yo también, menos mal que luego se me pasó el efecto del whisky) que se van a buscar el lugar exacto del centro de detención donde lo enjaularon. De todos modos, aunque estoy de acuerdo en casi todo lo que dices, hay un aspecto que no podemos olvidar: el viaje-búsqueda de esos espacios a menudo es un viaje-rechazo del espacio propio, o el que se suponía propio (es así, particularmente, en muchos escritores, artistas, filósofos y hasta anónimos letraheridos anglosajones). Ah, y hago constar que ese tono cascarrabias me encanta, como sabes...

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  22. O sea, Preocupín, que debo entender que no solo Pound peregrinó tras las huellas de los trovadores, sino que hay americanos (de Idaho todos, claro) que peregrinan tras las huellas de Pound... La recontraperegrinación, la peregrinación al cuadrado. La releche. Lo que dices del viaje-rechazo viene a querer decir que, como en Idaho no hay quien aguante, cualquier pretexto es bueno para irse a cualquier otro sitio ¿no?

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  23. Cualquiera, Vanbrugh, cualquier excusa es buena... bueno, ya sin coñas y dejando en paz a los de Idaho, es fácil amar en la imaginación lo que no se conoce con los pies, con la nariz, con los ojos, y a veces muy difícil amar lo que sí se tiene cerca (y por tanto se es): de ahí las huidas/rechazo.
    Luego está la debilidad adolescente:visitar los lugares no necesariamente para encontrar esas atmósferas o "conectar" con los autores que las vivieron, sino para vernos a nosotros mismos en el lugar. Hay quien se prueba paisajes, cementerios o miradas como una nueva montura de gafas o una camisa nueva, para verse estupendo.
    Y, ya sin disimulos, sé de qué hablo.
    Con sincera (creía, o quería creer)curiosidad yo he llegado a tener la lista de hoteles de Arena-Metato (cerca del centro de detención), con la intención de alquilar allí un coche y ponerme a hacer el gilipollas buscando el lugar de la jaula de Pound. Ya me lo hice mirar, no te preocupes. Sabía, debo decir en mi disculpa, que seguramente era una idiotez. Sabía, además, que seguramente no añadiría nada a mi lectura de los Cantos Pisanos, o que incluso les restaría, pero estaba atrapado por esa rara suspensión de la inteligencia que es creerse en el secreto, o al borde de él, y bueno, como tú dices, viajar de todas formases cojonudo, y viajar a Pisa, a Rapallo, a Venecia, bien vale un poco de pedantería, siempre que no se tome muy en serio...

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  24. Es la primera vez que entro en tu blog y me parece muy interesante y profundo en los temas que abordas...mi felicitación...un abrazo dfesde azpeitia

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  25. Pues sé bienvenido, Azpeitia, y muchas gracias por tu comentario. Considérate en tu casa.

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