viernes, 8 de noviembre de 2013

Una vista oral


Son las diez y cuarto de la mañana, y yo llevo desde las nueve y media –hora marcada en la citación–esperando en una silla incómoda de un pasillo inhóspito, observando el trajín de funcionarios que entran y salen de puertas misteriosas y escuchando, tras la más cercana, en la que me han atendido al llegar –se han llevado mi DNI y mi citación con la vaga promesa de "llamarme enseguida"– una animada conversación femenina, salpicada de risas, que no promete mucho sobre la prisa que se estén dando en hacer lo que tengan que hacer para, efectivamente, llamarme enseguida.

Así que cuando por fin se abre la puerta y sale una señora estupenda con aire de ser la que manda, se dirige resueltamente a otra marcada con el cartel "Sala de vistas" y una de sus acólitas me indica que les siga, no estoy del mejor humor posible. Pensar en todo el tiempo de trabajo que estoy perdiendo y que tendré que recuperar esta tarde para no estar aún más agobiado de lo que ya estoy; y saber que todo ello es perfectamente innecesario e inútil, porque solo la torpeza de un abogado incompetente o apresurado ha hecho que se me cite como testigo en una causa de la que ni sé ni tengo por qué saber nada, no mejora, precisamente, mi disposición de ánimo. 

Me siento, pues, en la única silla situada frente al estrado con el espíritu más inclinado a la pelea que a la colaboración cívica que todo ciudadano debería estar dispuesto a prestarle a la administración de justicia. Frente a mí la señora estupenda, que efectivamente es la juez, coloca legajos sobre su mesa. Nos flanquean a izquierda y derecha los abogados de ambas partes, hembra y macho, haciendo como que leen sus papeles, que tienen que saberse de memoria, porque a releerlos y discutirlos interminablemente en agitados susurros es a lo que han dedicado la última media hora en el pasillo en el que han compartido la espera conmigo y con otros cinco o seis ciudadanos intranquilos. 

–Bueno –me saluda la juez, alzando hasta mí la vista desde sus papelotes.–Es usted el secretario ¿verdad? 

Contesto que sí, que lo soy.

–¿Conoce usted los hechos? 

Este es el momento que llevo esperando desde hace un mes, cuando recibí la citación. El de mi venganza por haber sido llamado a testificar sin aviso, sin motivo y sin posibilidad de excusa. 

 –No– respondo con lacónica satisfacción que no me esfuerzo mucho por ocultar. 

A la juez no parece sorprenderle demasiado mi contestación. Más bien me da la impresión de que es la que esperaba. Sacude la cabeza con aire de dolorosa resignación, se inclina de nuevo sobre sus papeles e intenta convencerme, sin gran ahínco:

–No los conoce. Pero hay aquí un certificado que firma usted... 

–Sí, –digo– lo firmo. Firmo un certificado que da fe de que existe un informe del arquitecto municipal, de que quien firma ese informe es, efectivamente, el arquitecto municipal y de que su contenido es el que transcribo a continuación. Certificar esas cosas es una de mis competencias. Pero conocer las cuestiones de que se ocupa el informe, no.– La juez enarca las cejas, pero parece amistosa. Su mirada me invita a seguir, así que sigo. –Sé que el informe del arquitecto trata de unas fincas, claro, pero ni las conozco, ni he estado nunca en ellas ni, aunque hubiera estado, podría decir si lo que dice de ellas el arquitecto es exacto o no. Porque para eso está el arquitecto, y por eso es él quien informa.

–Quiere usted decir, entonces, que el contenido de ese informe del que certifica no es de su competencia...

–Eso es. No es de mi competencia. Si las cosas de que hablan los informes de los arquitectos fueran competencia de los secretarios, los ayuntamientos no tendrían arquitectos municipales, tendrían solo secretarios.– La última frase es del todo innecesaria, y una vez me he resuelto a añadirla incluso a mí me parece un tanto impertinente. Suena a recochineo. Pero llevo un mes con ella atascada entre oreja y oreja y tenía ganas de soltarla. 

La juez no la encaja mal. Asiente con aire pensativo.

–De modo que usted no sabe nada sobre esta cuestión de que informa el arquitecto...

Le confirmo que no, que no sé nada. Porque realmente no sé nada sobre las abstrusas cuestiones de servidumbres de paso entre fincas contiguas, calles particulares y accesos cerrados sin permiso a las que se refiere el informe del arquitecto y que han dado lugar al pleito. Ni quiero saber, me quedo con ganas de añadir. Pero me parece más prudente no hacerlo. 

Me pregunta entonces el nombre del arquitecto y se lo digo, haciéndole notar con gran cortesía que el dato ya figura en mi certificado, lo que constata diligentemente. Imagino, claro, que ahora citarán al arquitecto para que dentro de otro mes y pico declare lo que ya ha dicho en su informe y que, de ser realmente necesario que ratifique, debería haber ratificado hoy, si se hubiera llamado al testigo correcto. E imagino también que durante ese tiempo el pleito seguirá dormitando en su legajo, para tranquilidad del juzgado, satisfacción de los abogados y desesperación de los litigantes.

–Bueno– dice la juez. –No sé, entonces, si los letrados querrán preguntarle a usted algo...

El abogado hembra, a mi izquierda, interviene en tono respetuosamente quejumbroso.

–Yo iba a preguntarle si conoce las fincas y si es verdad lo que dice el informe. Pero claro, si no ha estado nunca allí... –me mira con escepticismo. Esta claro que le parezco enteramente superfluo, y yo hago todo lo posible por confirmarle esa impresión. No he estado nunca allí, ni ganas, dicen mi cara, mis hombros y mi cabeza. Soy enteramente superfluo. –De todas formas –concluye– la que ha propuesto a este testigo no he sido yo, sino mi compañero– y mira sonriente a su colega de la otra parte, sentado a mi derecha, en frente de ella. El abogado macho, un joven trajeado, barbado y jovial, pone cara de paisaje, mueve unos cuantos papeles y masculla algo sobre que da igual, porque el informe es lo suficientemente claro e inequívoco.

–Pues entonces hemos acabado por hoy –dice la juez poniéndose de pie. Nos levantamos todos obedientemente y nos hacemos en la puerta el correspondiente lío de precedencias corteses. La vista ha durado poco más de cinco minutos. Para los cuales yo he sido citado hace un mes y he esperado hoy tres cuartos de hora, tras un viaje de otra media hora larga desde mi pueblo al del Juzgado, que ahora tendré que repetir de vuelta. 

Firmo las dos líneas escasas de mi declaración en la mesa atestada de papeles de una de las funcionarias a las que oía charlar durante mi espera y, de vuelta al pasillo, me dirijo a la pareja de abogados, que conversa animadamente. En el tono más despreocupado y cordial que consigo impostar les pregunto de cuál de los dos ha sido la idea de citarme. Me miran ambos sonrientes, interrumpidos en alguna broma jurídica especialmente regocijante.

–Mía no –asegura la abogado hembra, mirando maliciosa a su colega.

–Mía tampoco –afirma él con gran aplomo, y los dos me contemplan con desafiante amabilidad. Saben muy bien, evidentemente, cuál de ellos ha metido la pata al citar al primer nombre que ha leído tras un vistazo apresurado a sus papeles, sin pararse a mirar si era o no el testigo adecuado y prolongando con ello en otro par de meses el pleito de su cliente, pero ninguno lo va a reconocer. Al menos no delante de este tipo adusto que soy yo y que disimula apenas su cabreo tras una sonrisa falsa que no engaña a nadie. Me inclino a culpar al abogado macho, pero en realidad me da igual, está claro que los dos pertenecen a la misma parte, que no es ninguna de las dos que litigan. La parte que gana siempre todos los pleitos, o que al menos gana siempre con todos los pleitos.

–Ya veo. Vale, pues nada. Encantado de conoceros. Hasta otra.– me despido.

Y me vuelvo a mi pueblo, meditando en el buen par de horas que he perdido de trabajo, en todo el tiempo que ha empleado el Juzgado en preparar y recibir mi declaración, en las horas vacías e innecesarias que ambos abogados facturarán a sus respectivos clientes. Todo ello perfectamente inútil, holocausto ritual exigido por la suprema majestad de la Justicia Española.

Una más, me digo a mí mismo, de las numerosas deidades que no existen, pero cuyos sacerdotes se las arreglan para estropearnos y complicarnos la vida como si existieran.

22 comentarios:

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  2. Yo eché de menos que la juez abroncara siquiera un poco al cretino que me llamó como testigo. Es bastante evidente que solo con leer mi certificado ya había comprendido que mi comparecencia no iba a servir para nada, y no entiendo que el procedimiento no la permita hacérselo notar al abogado responsable, y omitir de oficio un trámite que sabía inútil. Aparte de que siempre he pensado que al testigo se le debería informar, obligatoriamente, de qué parte es la que requiere su testimonio. Por todo lo cual, aparte de por evidentes razones presupuestarias, si le compro flores a alguien será a mi mujer, que se las merece mucho más. Entre otros muchos méritos, también por el de no ser juez.

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  3. Perdón, es que quería corregir faltas de ortografía:

    Lo más triste es que no devenga (o se derive, no se cual es en la jerga el término) ninguna responsabilidad (multa, por ejemplo) al responsable de haberte hecho inútilmente comparecer y haber restrasado el pleito otros meses más.

    Deberías regalarle unas flores a la juez estupenda, no creo que sea considerable cohecho o corrupetela, y se las merece.

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  4. Ahora tu respuesta va antes de mi comentario, lo siento.(las flores a tu mujer se las regalo yo, que para eso hemos aprovechado juntos tu asusencia)

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  5. De eso nada, Cigarra, mi orden en la sala favorito es el que impondría un juez como Groucho Marx, y además, cuando un ciudaddano honrado comparece en los juzgados se le aparece siempre el fantasma de Kafka

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  6. Y a su mujer, el fantasma de Lansky, por lo que se ve.

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  7. Un homenaje a la mujer de otro nunca es una fantasmada, gilipollas

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  8. Habría recibido mejor el anterior comentario sin el vocativo final, pero bueno. Gracias por el homenaje, entonces, aunque sigue pareciéndome algo fantasma.

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  9. Vale, admito vocativo, pero no provocativo

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  10. Todo lo transcurre en ámbitos de la justicia es una puta engañifa. El problema estriba en que la gente le encanta que le engañen.

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  11. No, Julián, la gente detesta que la engañen, lo que no le gusta es que le digan la verdad. Y la justicia no es una engañifa, sino algo exasperante, lenoa e ineficaz.

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  12. Hola, Julián. Ya te ha contestado Lansky algo muy parecido a lo que iba a decirte yo. Haciendo, además, una diferencia que me parece especialmente acertada: a la gente no le gusta que la engañen, pero le molesta que le digan la verdad. Por eso se irrita doblemente cuando se le dice la verdad sobre que ha sido engañada

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  13. Kafkiano e indignante.

    No hace mucho me citaron como testigo para un pleito por despido improcedente de un sujeto que no conocía en una empresa de la que jamás había oído hablar. Mi nombre figuraba en los papelotes de un procurador como conocido de alguien de una de las partes.

    Sabía que mi presencia en el tribunal - exactamente igual al que describes - era totalmente inútil. También vi a los abogados de ambas partes cuchichear algo entre ellos. Otros más esperaban sentados en un banco del pasillo.

    Me indignó la situación tan ridícula como kafkiana con mi presencia totalmente innecesaria; absurda.

    Cuando por fin me invitaron a pasar vi que había un escaloncito para llegar al estrado donde estaba la silla donde debería sentarme, frente al juez.

    Improvisé de inmediato: fingí tropezar con el escalón, mis gafas salieron despedidas, hice caer la silla, me levanté lentamente y me palpé la cabeza...

    ¿Se encuentra usted bien? me preguntó el juez a la par que unos abogados se me acercaron como para 'socorrerme'. - Sí, estoy bien...

    - Pues váyase a su casa y descanse. No queremos problemas ni otra responsabilidad.

    Me tomé un cafelito en el bar donde me citaron las partes antes de subir al 'juicio'.
    - Está Ud. bien? Qué le ha ocurrido?. - Estoy perfectamente y cabreado con tanta gilipollez y me he tirado a propósito.
    Pagué el café y me vine a casa dando un paseo, pensando en la estulticia...

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  14. Lo de los abogados, uno macho y el otro hembra, le da un toque de "la vida salvaje de los animales". Muy bueno todo el reportaje, lástima que no haya sido ficción sino la pura realidad, pero una suerte que el pleito no parezca ser ningún caso dramático, que haberlos haylos.

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  15. No cabe duda, Grillo, de que eres un hombre de recursos. Debías haber aprovechado para caer sobre alguno de los dos abogados, haciéndole daño, de ser posible, pero claro, la topografía del lugar no siempre ayuda, como bien sabía Napoleón.

    Has captado estupendamente mi intención, Atman. Intención inconsciente, por cierto, porque lo de llamarlos macho y hembra me ha salido espontáneamente y sin pensar, y solo al releerlo me he dado cuenta del carácter vagamente entomológico que le prestaba al asunto; y, como Dios al final de cada día de la Creación, he visto que era bueno, y he decidido dejarlo así.

    De momento el pleito no parece grave, pero ya se sabe lo que pasa en los pueblos. Lo mismo un buen día el asunto no resuelto se encona, una de las partes abre a la fuerza el cierre puesto por la otra, la otra le abre a la fuerza el cráneo a la primera y ya estamos todos en los periódicos. Dios lo haga mejor.

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  16. Esta es una demostración extraordianria de los resultados del reciente informe sobre la comprensión lectora de los españoles: confundir que un señor certifica un informe como realizado por otro señor, como que el primer señor entiende de qué se habla en el informe.

    Ya lo habré contado por aquí, pero es lo mismo como cuando hay una noticia en la que se habla de cualquier cambio de normativa: en vez de decirlo en tres o cuatro palabras, llenan una noticia con mucha palabrería que en el fondo sólo confunde y tampoco aclara nada sin tener la nueva normativa por delante.

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  17. Exacto,Ozanu, muy buen diagnóstico. Es, efectivamente, un problema de comprensión lectora. Con decir lo cual no hemos simplificado el problema, sino todo lo contrario, porque los fallos de comprensión lectora no son más que una manifestación local y específica de un fallo más grave y profundo, de comprensión del mundo y de relación con él. Cuando se tiene la cabeza precolocada en sus moldes inmutables, nada entra en ella si no es deformándose de modo que se adapte, quieras o no, a la forma rígida, invariable y simplificadora de esos moldes mentales. Es un problema muy generalizado, con muchas manifestaciones distintas pero un solo origen común. Temo que los abogados , salvo honrosas excepciones, y buena parte de los juristas, padecen una modalidad de él, incurable y de consecuencias sociales incalculablemente graves. Las personales no lo parecen tanto, se les ve felices y prósperos.

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  18. Que los comentarios deriven hacia la comprensión lectora de los españoles es dar en el clavo: ésa es la madre del cordero. Personalmente, pienso que la cosa va a peor. A veces me desespero. Cuando escucho decir que leer no vale de nada, que las humanidades en general, "no venden", a mí me llevan los demonios. El problema es de echarse a temblar, porque no creo que afecte sólo a los abogados y co. No saber leer las cláusulas de una hipoteca,de un contrato, no saber extraer la idea básica de un texto, y distinguirla de las subordinadas (eso que en COU llamábamos "comentario de textos") es simplemente no enterarse de nada.
    Lamento tu mala experiencia, Van. También lamento que Grillo no aprovechara la caída para quitarle la cartera al abogado cuando se acercó. Yo tengo mi propio pleito a la vista, quizá para el año
    próximo. Os tendré informados. bss

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  19. Hace ya tiempo que escribí un comentario sobre esta entrada, pero perdí el borador en el caos de mis documentos. Ahora escribo "de tirón", así que pido disculpas de antemano si la redacción no está a la altura de este blog.

    Querido Van: Qué lamentable resulta perder el tiempo y, sin embargo, qué frecuentemente ocurre. Situaciones como la que cuentas se dan a diario en muchos juzgados en los que se pone en marcha la maquinaria de la oficina judicial para comparecencias, vistas, citaciones, declaraciones y demás actos sin ninguna relevancia para el proceso, a pesar de lo cual, los expedientes engordan, el tiempo pasa, las causas se eternizan y el dinero del contibuyente se va por la alcantarilla.
    Y es que el proceso sigue las pautas de los textos decimonónicos, las aplicaciones informáticas no se explotan adecuadamente, los funcionarios no tienen formación suficiente, muchos de ellos ni siquiera leen los papeles que producen ni los que reciben (unos no son capaces de entender nada porque son interinos, algunos porque no quieren y muchos porque están agobiados con otros 114 escritos encima de la mesa para despachar esa misma mañana) y los errores se arrastran; por otra parte el afán garantista, que desconfía, y con razón, de la oficina y del juez, obliga a dar vueltas y más vueltas a las alegaciones...
    En fin, qué te voy a contar, un sistema cada día más caótico e incapaz de dar una respuesta en un tiempo adecuado y ya se sabe que la justicia tardía no es justicia.

    No voy a llorar más sobre las penurias del poder judicial pero está claro que parece que los intereses políticos no van por una mejora integral de la administración de justicia como servicio público al ciudadano sino que parecen estar más centrados en conseguir sacar asuntos de los juzgados, bien privatizando servicios (registros civiles, bodas y divorcios ante notario, potenciación del aribitraje etc.)o bien cobrando unas tasas excesivas para el acceso, todo ello con la única finalidad de reducir gastos al estado.
    La justicia, la sanidad y la educación son los tres pilares básicos de la sociedad pero, en los gobiernos actuales, son vistos únicamente como pozos de gasto que hay que limitar al precio que sea.

    Me pregunto qué será de las generaciones que siguen a la nuestra, si tendrán tiempo de leer, pasear, estudiar, pensar, o sólo podrán trabajar y trabajar para asegurarse los ingresos necesarios para pagar esos tres pilares.

    En cualquier caso tu entrada me ha proporcionado una doble alegría al ver que te fijaste en que la jueza era una señora estupenda. En primer lugar poque denota una inusual sensibilidad para datre cuenta de que, bajo la toga, hay una persona de carne y hueso que, como tú, sufre los sinsentidos del sistema y, por otra parte porque veo que el cabreo que acumulabas cuando la viste no te impidió admirar a una mujer lo cual, en esos momentos, es digno de alabanza, di que sí, genio y figura, y que no se nos pase...

    Un placer, como siempre.

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  20. Se me olvidaba.
    Grillo, eso de improvisar una caída para librarte de declarar me parece una maniobra tan absurda como inútil. Si tenías decidido no declarar y si no querías perder el tiempo porque no sabías nada del caso ¿para que fuiste? y sobre todo, una vez allí ¿no hubiera sido mejor decir algo en vez de montar un numerito?
    Para colmo, si no manifiestas tu desconocimiento es muy posible que te volvieran a citar... y vuelta la burra al trigo.
    Y así vamos

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  21. ¡Alas, qué alegría! Siempre te echo de menos en este blog, pero en esta entrada especialmente. Ya me imaginaba que tendrías algo interesante que decir sobre ella.

    No siento particular simpatía por la Juaticia y sus administradores, como sabes -excepto por algunas de ellas, como sabes también, espero- pero tampoco especial antipatía. Y en este caso la Juez, cuya estupendez era difícil dejar de notar, por cierto, y que además me pareció inteligente y buena gente, no tenía especial culpa. No hizo la pobre más que lo que no tenía más remedio que hacer, porque imagino que entre sus competencias no está la de hacer notar a las partes que están llamando al testigo inadecuado. Así que perdió resignadamente el tiempo, como yo, mientras los dos abogados lo perdían alegremente: contra estos últimos sí que voy teniendo cada vez mayor antipatía -con numerosas y honrosas y justificadas excepciones- porque me molesta lo que considero que es, en general, el punto de vista abogacil: un entendimiento interesadamente obtuso de la Ley, para aplicarla del modo que más lucrativamente complicado resulte al mundo real, del que, por otra parte, también suelen tener un entendimiento sesgado, parcial y profesionalmente deformado. Eso, entre los defectos "deliberados", o sea, los que estaría en su mano corregir si no fueran tan mala gente. Entre los no deliberados, de los que no puedo por tanto considerarlos culpables pero que me irritan casi más, su generalizada incapacidad para el razonamiento abstracto. Para ellos no suele haber reglas generales, con todas las excepciones, matices y subreglas que se quieran, sino cúmulos infinitos de casos particulares entre los que ni saben ni quieren establecer analogías. Sustituyeron hace años la capacidad de abstraer y razonar por la memoria, y para ellos el colmo de la habilidad profesional se demuestra citando de memoria cantidades absurdas de artículos de códigos. Así, son felices con un ordenamiento caótico, formado por aluvión y del que solo ellos conocen los trucos, atajos y vericuetos, y en cambio descartan como tonterías de profanos cualquier intento de racionalizar, simplificar y generalizar. No es de extrañar, perderían el chollo si el Derecho no fuera esa selva abstrusa en la que solo ellos se saben mover. No puedo con ellos...

    Déjate ver más por aquí, mujer. Un beso y feliz Navidad.

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