martes, 4 de diciembre de 2007

Memoria histórica


Salvador Bacarisse - Concertino Op. 72 - Allegro - (Guitarra: N. Yepes)

En 1936 mi tío Luis, hermano de mi madre, dos años mayor que ella, tenía 19 años. No militaba en ningún partido, no tenía la menor actividad política, aunque la familia era conocida en el barrio - no eran tampoco un caso raro, en la calle Castelló, de Madrid - por ser de derechas. Sin un duro, pero de derechas, o sea, “gente de orden”, que iba a misa, usaba corbata y sombrero y a la que la recién llegada República asustaba con tanta iglesia quemada y tanta algarada callejera. ( “Yo a los que no entiendo es a estos que no tienen dinero y van a misa” - oyeron que comentaba una vecina a otra, un Domingo, al ver pasar a mi madre y mi abuela con su misal y su velo. “Con esto, con esto es con lo que hay que acabar” - respondió, sesuda, la interlocutora.) No sé en que fecha, poco después del 18 de Julio, dos milicianos fueron a buscar a mi tío a casa. Meses antes, en una huelga de tranviarios, se había apuntado como voluntario para conducir un tranvía, que le hacía mucha ilusión. Nunca le llamaron y no llegó a conducirlo, pero su nombre quedó en alguna lista y no hizo falta más para que se lo llevaran. No volvieron nunca a saber de él, oficialmente. Extraoficialmente algún alma caritativa les hizo saber, meses después, que había visto su nombre en una relación de “paseados”. Nadie sabe en la familia dónde está enterrado, si lo está. A su hermana pequeña, que lo adoraba, se le retiró la regla ese mismo día. Durante tres años. Le volvió el mismo día en que las tropas de Franco entraron en Madrid. Durante años y años, hasta ser yo lo bastante mayor como para que pudiera hablarme de ello, soñó periódicamente que su hermano Luis entraba por las puertas de casa gritando alegremente: “¡Soy yo! ¡No me han matado!”. Cuarenta años después aún se le quebraba la voz y se le humedecían los ojos al hablar de ello, las raras veces en que consentía en hacerlo para, rápidamente, cambiar de tema y volver a enfrentar la vida con la alegría, la energía y la generosidad con que lo hizo hasta su muerte.

En 1936 mi abuelo Francisco Carrascón, padre de mi padre, cuyo nombre llevo, era un viudo de sesenta años. Muy beato - seminarista rebotado, organista de tres iglesias madrileñas y compositor de música sacra - y, me imagino, bastante monárquico por la cuenta que le tenía - era profesor de música de los hijos de una Infanta - no sé de él que tuviera otras ideas políticas, cuestión en la que jamás entró ni para bueno ni para malo. Pero alguna amenaza para la República debía representar el buen señor, porque tras el golpe de Julio fue detenido y encarcelado, creo que en la Modelo de Madrid. No sé qué tal soportaría el encierro, pero no lo soportó por mucho tiempo. En una de las “sacas” de presos con que, justicieramente, respondían algunos milicianos a los bombardeos franquistas, se lo llevaron y lo fusilaron. Nunca hemos sabido dónde fue enterrado. Sus dos hijos, funcionarios recién ingresados ambos, también sin militancia ni actividad política conocida, tuvieron el tiempo justo tras la detención de su padre para refugiarse en la Embajada de Chile, donde se pasaron los tres años de guerra jugando al mah jong y tallando piezas de ajedrez, actividades no muy apasionantes pero siempre preferibles a seguir la suerte de su padre.

Estas historias las he sabido ya muy mayor, sin apenas detalle, contadas a regañadientes por mis padres. Jamás nos hablaron de la muerte de mi tío ni de mi abuelo, ninguno de los dos, las poquísimas veces que lo hicieron, más que como de un dato remoto y lamentable de un mundo felizmente desaparecido, al que más valía no volver ni con el pensamiento. Los dos, cada uno por su lado - se conocieron tras la guerra - habían renunciado en su momento a averiguar la menor circunstancia de las que rodearon la muerte de sus familiares. Nunca nos dijeron a ninguno de sus hijos, ni creo que lo supieran, ni siquiera la agrupación política a que pertenecían los milicianos de ninguno de los dos casos. A mi abuela materna, tras la guerra, un sobrino policía vino a ofrecerle investigar quiénes habían sido los directos responsables de la muerte de su hijo. Ella se negó en redondo a que lo hicieran diciendo que lo único que deseaba era que Dios los perdonara como lo hacía ella, fueran quienes fueran. Y ahí quedó todo.

Mi madre conservó toda la vida un fervor incondicional por Franco, perfectamente compatible - era una paradójica de mi cuerda, como les contaba hace días - con su antimilitarismo visceral, y con su tácita admisión, solo confesada bajo intensa presión, de que se trataba de un generalote cazurro y sanguinario. Mi padre, más frío y más intelectual, evolucionó antes que ella hacia posiciones teóricas moderadamente democráticas y moderadamente antifranquistas. Recuerdo oirle comentar socarronamente, mientras contemplaba los floridos parterres de El Pardo, lo sorprendente de que Franco permitiera que crecieran pensamientos junto a las mismas tapias de su palacio, agudeza que mi madre escuchaba con cierta reprobación y mi hermano pequeño y yo, que ya empezábamos a tener edad para apreciar las alusiones políticas, con sorprendido regocijo.

Mis hermanos y yo crecimos, comenzamos a tener una mirada propia sobre el mundo en general y sobre España en particular, comenzamos a pensar por nuestra cuenta. Unos antes y otros después, unos más y otros menos, todos fuimos haciéndonos naturalmente antifranquistas y naturalmente izquierdosos. En casa se hablaba y se discutía sobre todos los temas, con rigor intelectual, con libertad y con acaloramiento; naturalmente, también sobre política. Nuestros padres, particularmente mi madre, que era la más vehemente y extrovertida, contestaban nuestros argumentos con sus argumentos, nuestras razones con las suyas. Jamás se puso en duda nuestro derecho a tener opiniones, jamás se zanjó una discusión apelando a la autoridad o a la disciplina. Jamás se perdió el respeto al contrario, ni el cariño y el mutuo aprecio dejaron de presidir ni el más apasionado de los enfrentamientos. Y nunca, ni una sola vez, asomaron los muertos a la disputa. Por enconada que fuera la discusión, a ninguno de nuestros padres - ni a nosotros; es ahora cuando me doy cuenta de ello por primera vez - se les ocurrió jamás que el recuerdo de los asesinados, ni el dolor por su muerte, tuviera nada que ver con lo que se estaba debatiendo, ni fuera un argumento ni una referencia esgrimible cuando de lo que se hablaba era de ideas.

Ambos aceptaron la transición a la democracia con naturalidad. De mi madre me consta, de mi padre, a quien dejé de ver por entonces por motivos que no hacen al caso, lo sé por referencias. Mi madre, de derechas de toda la vida y franquista por adhesión personal inquebrantable, votó a quien le pareciera y convivió alegremente con sus hijos, votantes del PSOE y de cosas aún peores a sus ojos. Jamás perdió el respeto por nuestra independencia personal, ni dejó de celebrar y fomentar que pensáramos por nuestra cuenta, ni perdió el cariño ni la paciencia frente a nuestras impertinencias de adolescentes idealistas. La recuerdo la noche del 28 de Octubre de 1982, despidiéndonos alegremente cuando nos íbamos a la calle, a celebrar la victoria del PSOE, por evitar la cual probablemente llevaba rezando las últimas semanas.

Me viene a la cabeza todo esto, inevitablemente, cuando oigo hablar de la recuperación de la memoria histórica. Y es un motivo más para agradecer y añorar a mis padres que, como tantos españoles de su generación, sobrevivivieron a cuarenta años de dictadura franquista, tras haber sobrellevado otros cinco de república para ellos no menos agresiva, hostil y totalitaria, conservando y transmitiéndonos, a pesar de todos sus pesares, la decencia elemental, el respeto a sí mismos y al prójimo, el amor a la verdad, la tolerancia y la alegría de vivir. No deseo a nadie mejor memoria histórica que esa.

11 comentarios:

  1. Has escrito un post conmovedor. Tu madre y tu padre tuvieron que vivir siempre con los recuerdos dolorosos de los crímenes cometidos en familiares tan queridos. Que, con eso a cuestas, se comportaran como dices que se comportaron (la renuncia de tu abuela a saber quién mató a su hijo es impresionante) estremece y emociona. Has tenido mucha suerte de tener unos padres así; especialmente que con esos antecedentes os hayan educado y permitido vivir en un clima de tolerancia. Ojalá los demás españoles pudiéramos ser así. Pero, coincidirás conmigo, no es el caso. Coincidirás conmigo en que, si los españoles tuvieran mayoritariamente un carácter parecido al de tus padres, no habríamos tenido la guerra civil ni habríamos sufrido las salvajadas que tantos han sufrido.

    En cuanto a la Ley de Memoria Histórica, es indudable que entre quienes la impulsan hay muchos que lo hacen porque no quieren ni pueden olvidar, porque sienten la necesidad de que se reivindiquen sufrimientos propios o de familiares. Tampoco te negaré que habrá quienes estén manipulando esos dolores con intenciones miserables (a ambos lados del espectro político). Sin embargo, si prescindimos de las miserias coyunturales, la cuestión que me parece interesante es si conviene o no, desde el punto de vista de la madurez de una sociedad, la política de "corramos un tupido velo", que fue la que se impuso durante la Transición. Porque yo soy de los que creo que la Transición ni fue precisamente un pacto de silencios fruto de actitudes nobles de perdón (como podrían haber propiciado personas como tus padres) sino de miedos y pragmatismos. A lo mejor era lo mejor en esos años (me inclino a pensar que sí). Pero, superados esos tiempos de incertidumbre, ¿debe una sociedad seguir callando sobre su pasado?

    Hay gente honesta que cree que no, que creen incluso que muchos de nuestros más hondos vicios no se superarán mientras no se rompan los silencios. Yo, la verdad, no lo sé. Pero, por carácter también, me gustaría que se pudiese hablar de todo lo que pasó, que nos pudiésemos conocer, sacar a la luz esos "lados oscuros", no por motivaciones morbosas sino casi terapéuticas. Desde luego, se corre el riesgo de que no sea la Verdad lo que se busque, sino la manipulación para establecer culpas colectivas. A este respecto, es evidente que hubo crímenes en ambos lados, pero tampoco hay que olvidar que fue un bando el que ganó la guerra y eso le permitió muchas cosas durante mucho más tiempo.

    La Ley, como casi todas las que últimamente se hacen, tiene un redactado muy mejorable. Por otra parte, también como muchas, es más de cacareo que de consecuencias reales. Pero si prescindimos de sus defectos y del entorno de acusaciones cruzadas en que se ha gestado, no me parece que nadie con buena fe tenga razones para oponerse a, por ejemplo, sus cuatro primeros artículos (los declarativos del objeto y reconocimientos simbólicos). Lo lamentable es que promulgar esta Ley se entienda que es un motivo de división. A mí me parece, en cambio, que tu abuelo "paseado" en Madrid fue víctima de lo mismo que el tío de mi madre en Pamplona, no de los rojos unos ni de los carlistas el otro, sino de la rabia mezquina, lamentablemente tan española.

    Un abrazo, y disculpa el rollo incongruente.

    ResponderEliminar
  2. No puedo hablar sobre la Ley de Recuperación de la Memoria Histórica, Miroslav, porque no la he leído. Ni ganas, para serte sincero. No creo que sea mala, creo que será inútil y estúpida, como cualquier otra ley que pretenda reglamentar, ordenar y dirigir reacciones humanas individuales y esencialmente espontáneas y libres. No hay ley que mande en las conciencias ni en las actitudes, y esas son las únicas que me importan, y que deseo siempre libres y no reguladas por ley. Desde que hay democracia en España todo el mundo ha sido perfectamente libre de contar y publicar lo que le ha dado la gana sobre la guerra civil y sobre cualquier otro tema. Eso es lo único que hay que preservar: el derecho fundamental de opinión y de expresión y la libertad de conciencia. Garantizarlos contra cualquier amenaza sí es misión del Estado. Fomentar esta o aquella actitud, por nobles y deseables que sean, no. Las campañas de concienciación - incluidas las de fomento de la lectura de que hablábamos en el blog de Lansky - son siempre inútiles a los fines que se pretenden expresamente y, muchas veces, por no decir también siempre, perjudiciales para otros muchos fines en los que ni se piensa: fundamentalmente, porque contribuyen, todas ellas - también la "Educación para la ciudadanía", y las discriminaciones positivas, y tantas otras bienintencionadas muletas estatales - a reducir el ámbito de la responsabilidad y la autonomía personales de cada ciudadano, a aumentar indeseablemente la presencia de un estado sobreprotector, paternalista y agobiante, y a convertir todas las cuestiones en objeto de una actividad administrativa en la que ya nadie necesita discernir por sí mismo ni pensar por sí mismo, basta rellenar impresos y recibir dinero público. Incluso aunque este agobio no fuera, que lo es, caldo de cultivo de inevitables corrupciones, siempre será el medio donde crecen súbditos aborregados y obedientes, en vez de ciudadanos autónomos y responsables.

    ResponderEliminar
  3. Me pones en un apuro, Javier, porque estoy básicamente de acuerdo con todo lo que dices; poco habría de discutirte, pues. También yo pienso que las leyes no valen en conciencias y que, cuando lo intentan, lo que suele ocurrir es que se desvirtúan sus nobles propósitos (cuando los tienen) y se convierten en "caldo de cultivo de inevitables corrupciones". Así que, si yo de mí hubiera dependido promover esta Ley, ten por seguro que no habría estado inclinado a hacerlo. Y sin embargo, por más que me repugne que las leyes se usen para esto, no puedo dejar de entender la satisfacción moral que algunos pueden sentir con su promulgación y que esa satisfacción moral es de justicia. Ojalá, como te dije en el anterior comentario, no necesitáramos de esas satisfacciones morales y, sobre todo, no hubiéramos degradado tanto la verdadera función de la Ley (que no es esa; a propósito de ello escribí un post: http://desconciertos3.blogspot.com/2007/07/salchichas-y-leyes_26.html). Diré por tanto para manifestarte mi posición (no muy firme, lo admito) que no me gusta que estas Leyes sean necesarias o siquiera convenientes, pero entiendo a quienes así lo consideran y me molestan quienes, de ambos lados, hacen de ellas argumentos para el odio. Ingneuo, ¿verdad? Saludos.

    ResponderEliminar
  4. Bueno Javier... qué homenaje tan bonito le has hecho a tus padres! Tienes toda la razón, no hay mejor memoria histórica que desear que la que tú cuentas. Has tenido mucha suerte, la mía no da para tanto...

    Un beso muy grande!

    ResponderEliminar
  5. Honesto y conmovedor. Yo tengo mi historia particular pero parecida a la tuya; no la contaré aquí, nos basta con la que tu cuentas.

    En cuanto a la ley de Memoria, probabelmente no haga daño (al revés de lo que clama la derecha), pero no sustituye a lo que falta en este país de nuevos ricos: educación, verdadera educación, y en especial cívica y democrática, y es que 40 años de dictadura no se borran de un plumazo

    ResponderEliminar
  6. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  7. He llegado a este post tuyo desde el que hablas de tu abuelo.
    Como dice Miroslav es conmovedor y sincero.
    La historia de los que tienen dignidad.
    Por cierto, te pareces mucho a tu abuelo paterno.

    ResponderEliminar
  8. Muchas gracias, Emma. Me encanta saber que has leído este post y que te ha gustado. También me encanta que creas que me parezco a mi abuelo. (Aunque vaya usted a saber lo que había detrás de ese bigote...)

    ResponderEliminar
  9. He releido hoy este post, y me ha vuelto a emocionar. Muy buena la anécdota del comentario sobre los pensamientos a las puertas de El Pardo, que no recordaba.

    ResponderEliminar
  10. Me encanta que me releas, Cigarra, y especialmente que releas este post, que es uno de los que más satisfecho me dejó escribir y publicar.

    No puedes recordar la anécdota que dices, porque no estabas. Fue una tarde de primavera de mis trece o catorce años, la recuerdo perfectamente, y estábamos solo Guillermo y yo con Papá y Mamá. Fué la primera señal que recibí de que Papá no era estaba tan conforme con Franco como yo creía, y una de las primeras de que el entendimiento entre ellos no era tan perfecto como hasta entonces creía yo.

    (Aunque, conociendo la socarronería carrasconiana de Papá, tampoco hay que imaginar que fuera muy antifranquista, solo que no quiso desperdiciar un buen chiste).


    ResponderEliminar
  11. Miroslav lo dice como de pasada, pero es un elogio impresionante: "Si los españoles tuvieran mayoritariamente un carácter parecido al de tus padres, no habríamos tenido la guerra civil".
    Me encanta releer este post, y con tu permiso lo citaré en mis memorias, porque refleja el ambiente de casa de un modo mucho mejor de lo que yo hubiera conseguido nunca.

    ResponderEliminar