lunes, 23 de enero de 2006

Delante mío

Mi hermano Ricardo tiene un blog aquí al lado, según van ustedes leyendo, a mano derecha, en el que pueden encontrar, además de otras muchas cosas interesantes, un artículo con este mismo título. Como verán cuando lo lean, está dedicado a anatematizar con toda la razón esta expresión horrenda y otras similares, y a afearle la conducta al distinguido sociólogo Amando de Miguel, que en su columna de "Libertad Digital" poco menos que las defiende con el popular argumento de que el idioma es algo vivo que crece y se enriquece gracias a semejantes aberraciones, piadosamente llamadas por él "vacilaciones léxicas". De paso habla bien de mi, lo que no por ser su obligación de hermano mayor es menos de agradecer. Por cierto, no le hagan ustedes ni caso, no es en absoluto cierto que yo sea más hábil que él, ni escribiendo ni en ningún otro campo. Lo que pasa es que yo meto más palabras al hablar y al escribir, me enrollo mucho y parece que hace más bulto. Pero saber, saber, el que realmente sabe es él. Es el listo de la familia, como lo prueba el hecho verídico de que haga relojes, o por lo menos finja arreglarlos con bastante éxito.

El caso es que prácticamente al tiempo y sin habernos puesto de acuerdo escribimos los dos sendas cartas a D. Amando, escandalizados ambos por su culpable tolerancia hacia una expresión que debería estar tipificada en el código penal. La suya la reproduce en su artículo; y, siguiendo sus consejos - con los que siempre me ha ido muy bien - reproduzco aquí la mía, para ilustración y regocijo de mis lectores, a los que tanto quiero. Decía así:

Estimado D. Amando: por mucho que me esfuerzo, y aunque aprecio su buena intención y su “talante”, no consigo compartir su aparente entusiasmo por las “vacilaciones léxicas”. En mi opinión las que usted bondadosamente llama así no son más que el resultado de que un número significativo de hablantes haya dejado de conocer, y por tanto de aplicar, reglas clarísimas que no permiten vacilación alguna. Comprendo que se le haga duro considerar llanamente inculta a una gran parte de castellano hablantes, y que recurra a ese bienintencionado eufemismo de la “vacilación”, pero las cosas son como son. A saber:

1 a) “Lo” y “la” deben usarse siempre que se refieran al objeto directo del verbo. Da igual que sea persona, animal o cosa: si puede ser puesto como sujeto paciente del verbo en pasiva, es decir, si es el objeto directo del verbo en activa, debe ser sustituido por “lo” o por “la”, según su género. NO DEBERÍA HABER EXCEPCIONES. La tolerancia que muestra la Academia a usar “le” como objeto directo cuando se refiere a una persona masculina carece de ningún fundamento, y solo da pie a confusiones, errores y vacilaciones, a mi juicio nada maravillosas. (Insignes hablantes, y hasta escribientes, de nuestro idioma, han sido y son leístas; todos mis respetos hacia ellos, pero el leísmo sigue siendo atroz, incluso cuando son ellos quienes incurren en él. La espléndida traducción de Proust que hizo Salinas esta plagada de “les” donde debería haber “las” o “los”. Cada vez que la leo me duelen los ojos con cada uno de ellos. Mi querida familia política segoviana es tan encantadora como culta, pero cada vez que les oigo decir “le” donde deberían decir “lo” o “la” me cuesta trabajo evitar el respingo)

1 b) En justa correspondencia, “le” SOLO debe usarse, y SIEMPRE debe usarse, para sustituir al objeto indirecto, con total independencia de que se trate o no de una persona, y de cuál sea su género, sexo o inclinación amatoria.

1 Resumen:
“¿Has visto a Pedro?” – “Sí, LO encontré el otro día y LE dije que te llamara.” – “¿Y a Maria?” – “No, no LA he visto desde hace tiempo. O LA han echado o LE han dado unas vacaciones.” – “¿Has decapitado al pollo?” – “No, no LO he decapitado. Solo LE he dado un tajo en el cuello. LO he degollado.”

Como diría Bugs Bunny, esto es todo, amigos. No hay ningún otro criterio para decidir entre “le”, “la” y “lo” y, aplicándolo, no hay lugar a la menor vacilación. Es decir, sí: podemos vacilar entre decirlo bien y decirlo mal. (Y, por cierto, no sé de ningún otro idioma afín al español en que suceda nada parecido. Los franceses y los italianos no consiguen entender qué nos pasa a los españoles con este asunto. Ellos lo tienen clarísimo, no se equivocan jamás en su idioma - ni, cuando lo hablan, en el nuestro - y no se explican por qué nosotros nos equivocamos tanto)

2 a) “Mío”, “mía” y su común apócope “mi” son adjetivos. Como tales solo pueden predicarse de sustantivos. Basta esta sencillísima regla para explicar por qué ninguno de ellos puede acompañar a palabras tales como “delante”, “detrás”, “encima” , “debajo”, “enfrente” o “en contra”. Como todas ellas son adverbios, y no sustantivos, no pueden hacerse acompañar de ningún adjetivo. Para hacer esta imposibilidad más evidente, tienen la amabilidad, como buenos adverbios, de carecer de género, con lo cual recuerdan al hablante distraído su naturaleza y lo disuaden de decir burradas ¿Debajo “mío” o “mía”? ¿Es “debajo” masculino o femenino? ¿”Un debajo” o “una debajo”?¿Ninguna de las dos cosas? ¡Ah, claro, NO es un sustantivo! ¡Por tanto no se le puede acoplar ni “mío” ni “mía”, sólo “de mi”! Este debería ser el proceso lógico de nuestro hablante distraído, si no tuviera el oído estragado por tanta y tan maravillosa vacilación léxica.

2 b) No obstante lo cual hay algunas “locuciones adverbiales” (qué horror, qué cosas podemos llegar a decir), como “al lado”, que, mire usted por dónde, resultan estar formadas con un sustantivo. “Lado” es un honorabilísimo sustantivo de género masculino y, como tal, admite sin el menor problema que se le califique de “mío”, “tuyo”, “suyo” o cualquier otra cualidad adjetiva. Puede, por tanto, decirse “al lado mío” o “a mi lado” con entera corrección, y esto, lejos de ser una excepción a la regla enunciada en 2 a), es, muy al contrario, el resultado lógico de aplicarla estrictamente.

2 Resumen :LOS ADJETIVOS SOLO PUEDEN ACOMPAÑAR A SUSTANTIVOS (por eso no pueden acompañar a “en contra” o a “debajo”) Y SIEMPRE PUEDEN HACERLO (por eso pueden acompañar a “lado”). Una vez más, solo puede vacilar quien no sepa lo que todos deberíamos saber.

Insisto, D. Amando: estimo en lo que se merece su bienhumorada tolerancia, pero las vacilaciones léxicas me parecen, personalmente, tan maravillosas como me lo parecerían las “vacilaciones” de la estructura de un edificio en el que todos viviéramos. Siempre cabría la hipótesis optimista (“
No, es que el edificio está creciendo, por eso se mueve”) pero yo no lograría evitar el fundado temor de que se nos acabara cayendo encima.

2 comentarios:

  1. Tus alabanzas hacia mi humilde persona son tan exageradas como la extensión de tus ensayos sobre el año cero

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  2. Don Amando de Miguel, quién le hubo visto y quién le ve...

    ...ya hace bastante.

    Ricardo, enhorabuena y paciencia
    ;-)

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