Ayer entré en un bar a comer algo rápido con mi mujer y mi hijo de siete años. Nos tomamos unos bocadillos sentados en una mesa de la zona en la que estaba prohibido fumar, ensordecidos por el estruendo de la televisión que presidía legal y felizmente el local. Cuando acabamos fuimos a tomarnos un café y, como deseábamos acompañarlo de un pitillito, nos trasladamos al extremo de la barra en el que un cartel anunciaba que allí sí se podía fumar. Como es normal en la zona de los parias, no había mesas y tuvimos que tomárnoslo de pie. Nuestro hijo no pudo acompañarnos; la Ley, para protegerlo del humo producido por los inconscientes de sus padres, le obligó a permanecer en la zona de no fumadores, a unos dos metros de nosotros, teóricamente libre de poluciones, al menos por vía respiratoria. No le importó gran cosa, estaba embebido en la contemplación de la tele, que emitía su programación habitual. Nada fuera de lo normal. La media ordinaria de crímenes, sexo y violencia por minuto, de la que en casa le protegemos cuidadosamente pero que ninguna Ley ha pensado hasta ahora en evitarle a él y a sus coetáneos, ni siquiera en locales públicos.
Estaba meditando en lo paradójico de la situación cuando caí en la cuenta de que, si hubiera estado allí mi sobrina de catorce años, tampoco ella hubiera podido acompañarnos, ni aunque la autorizáramos nosotros, ni aunque lo hicieran sus padres. (Ni hubiera querido, adoctrinada como está en el Dogma Indiscutido de que el Tabaco es el Mal Absoluto). Sin embargo esa misma sobrina sí puede recibir del Ayuntamiento de Madrid, la Comunidad o no sé cuál otra de las filantrópicas administraciones empeñadas en organizarnos la vida, la píldora del día después, sin que para ello sea necesario que sus padres la autoricen, ni que lleguen siquiera a enterarse.
Cada vez con más convencimiento llego a la conclusión de que solo un nivel general alarmantemente alto de abotargamiento mental permite que pasen estas cosas dentro de la normalidad y la legalidad. Los pueblos tienen exactamente la legislación que se merecen.
Estaba meditando en lo paradójico de la situación cuando caí en la cuenta de que, si hubiera estado allí mi sobrina de catorce años, tampoco ella hubiera podido acompañarnos, ni aunque la autorizáramos nosotros, ni aunque lo hicieran sus padres. (Ni hubiera querido, adoctrinada como está en el Dogma Indiscutido de que el Tabaco es el Mal Absoluto). Sin embargo esa misma sobrina sí puede recibir del Ayuntamiento de Madrid, la Comunidad o no sé cuál otra de las filantrópicas administraciones empeñadas en organizarnos la vida, la píldora del día después, sin que para ello sea necesario que sus padres la autoricen, ni que lleguen siquiera a enterarse.
Cada vez con más convencimiento llego a la conclusión de que solo un nivel general alarmantemente alto de abotargamiento mental permite que pasen estas cosas dentro de la normalidad y la legalidad. Los pueblos tienen exactamente la legislación que se merecen.
Te encuentro algo resentido contra nuestros gobernantes que, velando por la salud pública, nos cohiben el consumo del cohiba. Deberías besar por donde pisan.
ResponderEliminarPues as� est�n las cosas. Cada vez mas nos dejamos llevar por el histerismo colectivo y la hipocres�a institucional que nos vienen en oleadas del otro lado del Atl�ntico.
ResponderEliminarEn la misma linea de pensamiento (si se puede llamar as� a lo que tienen algunos dentro de la cabeza) est� lo que le pas� a una amiga mia, profesora, que tiene un ni�o de 11 a�os y ha hecho un intecambio para pasar un a�o en Estados Unidos, para mejorar su ingl�s y el de su ni�o. Como all� no puede ir a tomar ca�as por no dejar al ni�o solo, compra las cervezas para tomarlas en casa con los amigos. Pues bien, en el supermercado el ni�o la estaba ayudando a sacar las cosas del carrito para ponerlas en la caja, y como cogi� las cervezas, la cajera le mont� un n�mero a la madre dici�ndole que el ni�o no pod�a tocar las cervezas. Claro, la madre le mont� un n�mero mucho mas gordo a la cajera, como es l�gico. Pero a ese extremo de ridiculez hist�rica llegan en ese pa�s que Dios confunda. En cambio el ni�o puede ir armado a la escuela, como de hecho, van algunos. Y de vez en cuando hay alg�n tiroteo con v�ctimas, como estamos acostumbrados a ver.
Lo que pasa es que no creo que la cosa sea tan sencilla como llamarles est�pidos hombres blancos (como dice Moore); est� claro que la violencia es rentable: la violencia genera miedo y el miedo genera venta de armas, sistemas de seguridad, cuerpos de policia y seguratas, etc, etc. La industria de la violencia y del miedo es rentable, hay que fomentarla.
Si uno bebe o fuma sin molestar a nadie, moderadamente, la cosa no tiene mayores consecuencias. Todos hemos vivido siempre en un pa�s donde el vino es cultura y tradici�n. Pero si se convierte a los fumadores y bebedores en delincuentes y se consigue que les miremos como enemigos personales, ya se inicia ahi un primer escal�n de miedo, y por tanto de agresividad, de violencia. El caso es fomentar la intolerancia, el autoritarismo y lo que es peor, de la ley antitabaco se desprende que son los propios compa�eros de trabajo de los fumadores los que se supone que les tienen que denunciar si fuman en el trabajo. Eso ya me parece tan demencial como repugnante. De aqu� a poco se obligar� a los fumadores a llevar un distintivo en la ropa, como los jud�os llevaban la estrella de David.
�Ganas me dan de ponerme a fumar, si no fuera por lo mal que me sienta!
Hace unas semanas me publicaron esta carta en El Mundo, ahora veo que ya empieza a pasar:
ResponderEliminarNo fumo, nunca he fumado. Mi mujer tampoco, ni los abuelos de mis hijos. Nadie en mi casa fuma, somos deportistas. Mi hija de casi 4 años no va a poder desayunar más conmigo en el bar de en frente de casa, ni va a poder merendar churritos con sus abuelos maternos, ni acompañar a tomar el café de media mañana a su abuela paterna, ni siquiera va a poder ir a la boda de mi cuñada. ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Acaso mi hija va a morir de cáncer por desayunar dos o tres veces al mes en un bar donde alguno fume, o por ir a la boda de su tía en un salón de bodas en el que se pueda fumar? ¿Por qué no nos dejan la libertad de decidirlo a nosotros que somos sus padres? No soy fumador y odio el tabaco, pero ¿nadie le va a decir al PSOE y al PP que se han vuelto locos con esta ley? ¿No podemos hacer nada más que aguantarnos?
Manuel Ríos San Martín (no fumador)
Yo estoy de acuerdo con que es una locura y me causa profunda desazón que traten de protejerme de mí mismo, o sea que con el espíritu general de la cosa estoy de acuerdo. Pero la comparación con la píldora del día después está claro que no funciona. Porque si le piden a las niñas de 14 años autorización paterna para darles la píldora del día después, se podrán ahorrar la molestia y la pildora: las niñas, o no van a buscarla para no pedir la autorización, o si piden autorización no podrán ir a buscarla por encontrarse en graves condiciones físicas...
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