miércoles, 22 de febrero de 2012

Cosas que pienso –a veces– sobre (3)


Antonio Soler - Sonata 90 en Fa sostenido mayor (Gilbert Rowland, clave)


las fiestas patrióticas.- Un año, hace ya bastantes, pasé el 14 de Julio en un hotelito familiar de la Costa Brava cuya propietaria y escaso personal, así como la totalidad de los huéspedes, excepto mi madre y yo, eran franceses. Por la tarde, cuando volvíamos de recorrer los pueblecillos del Alto Ampurdán, la dueña vino, muy cortés, a preguntarnos, en el cantarín francés que era el único idioma que hablaba tras no sé cuántos años de vivir en Gerona –ahora que lo pienso, quizás hablara catalán; pero castellano, desde luego, ni una palabra– si "queríamos unirnos a la pequeña celebración" que estaba teniendo lugar en el comedor. Y allá nos fuimos. En el comedor, adornado con banderitas y guirnaldas tricolores, se miraban unos a otros, sonriendo forzadamente y dando traguitos a sus bebidas, los veintitantos miembros de las seis o siete familias francesas que allí pasaban sus vacaciones. Colorados de sol, repeinados, vestidos intempestivamente con sus mejores galas veraniegas y sin saber muy bien qué decirse ni qué hacer, pero dispuestos a no defraudar a su anfitriona en sus iniciativas sociales. Me pareció enternecedor aquel despliegue de trasnochado –para mis ojos iconoclastas y escépticos de joven español de la transición– civismo europeo, aquella voluntad de celebración y festejo ejemplarmente ciudadana y disciplinada. Traté de imaginarme la escena recíproca –españoles celebrando en un hotel de Francia... ¿el 12 de Octubre?– y comprendí que, para bien o para mal, había algo en lo que éramos completamente diferentes.



la economía.- Siempre me ha divertido mucho esa idea tan generalizada, a la que, si no se quiere sentar plaza de ingenuo, es preceptivo adherirse en cuanto la enuncia alguno de los muchos 'enterados' que gustan de proclamarla como si fuera un secreto que ellos acaban de descubrir, de que la economía está detrás de cualquier otra cuestión, decidiéndola y definiéndola, y de que los demás asuntos no pasan de ser las fachadas tras las que se esconde siempre un problema de más o menos dinero. Sentaré plaza de ingenuo: yo no creo que sea verdad. Y bien que lo siento, ya me gustaría a mí que lo fuera. El ser humano –en la mayor parte de los casos hay que añadir aquí por desgracia– es bastante más irracional que lo que esa idea supone, y sus móviles rara vez son tan simples, diáfanos y, en última instancia, respetables como el elemental deseo de hacer un buen negocio.

Respetable he dicho, sí. En comparación con otros, casi me lo parece. Ya sé que lo normal es que lo parezca más –respetable, digo– el 'asesino idealista', que mata por 'fines nobles': la fe, la patria, el honor, la revolución... que el sicario a sueldo, que asesina para ganarse la paga. Pero a mí me pasa más bien lo contrario, me siento más inclinado a entender a quien mata por cosas concretas y que le suponen una ventaja positiva: dinero, poder... que a quien lo hace por odio, por 'amor', por ideas o por ideales. El asesino 'altruista', a quien su actividad no le reporta personalmente el menor beneficio, me parece más execrable aún, moralmente, que el egoísta. Las guerras que se hacen por controlar mercados o por conseguir pozos de petróleo o ventajas geoestratégicas me dan mucho asco, pero las que se hacen para mantener el honor de la patria, la dignidad nacional, la verdadera fe o alguna otra cosa por el estilo me dan todavía más.



defender la cultura nacional.- Qué empeño tan necio. Qué manía tan dañina. Defenderla ¿del ataque de quién? ¿No será mejor limitarnos a disfrutarla, y dejar que se defienda ella sola, si es que llega el caso? Dar por supuesto que es necesaria la defensa de la propia cultura –y, como elemento primordial suyo, del propio idioma–, es decir, dar por supuesto que está siendo atacada, es el primer y decisivo paso en el camino victimista y agraviado del nacionalismo. El primer síntoma visible en que se manifiesta esa grave enfermedad, de las pocas cuyos peores síntomas no padecen los afectados, sino los desgraciados que les rodean.

Detesto los nacionalismos, el vasco y el catalán como el español, el servio o el albanés, pero siento en cambio un interés profundo y afectuoso por todos los idiomas que alguien hable. Lo que, precisamente, me lleva a lamentar muy sinceramente que tantos de ellos hayan caído en manos de nacionalismos que los utilizan como coartada, como arma de agresión y como rehén: que los 'defienden', vaya. Así llaman a convertirlos en víctimas lastimeras y agresivas, en objeto de cuidados indeseables y asfixiantes, en criaturas monstruosas artificialmente cebadas y mantenidas en un mundo irreal de mitologías tribales y agravios identitarios.

El español, el francés, el vasco, el catalán, el gallego... cualquier idioma, todos los idiomas, son para hablarlos, coño, y para escribirlos y leerlos, para usarlos sin complejos, con libertad y con alegría. No para erigirlos en tótem sacrosanto o en ciudadela alzada en armas, ni para emplearlos como liturgia consagradora de identidades colectivas, ni para inventárselos a la medida de la burocracia administrativa, ni para convertirlos en programa de oposición para funcionarios, ni para exhibirlos en los museos, ni para coserlos en las banderas. Menos aún, claro, para imponerlos o para atizarle a nadie con ellos en la cabeza. La cultura, que yo prefiero considerar universal, única y felizmente variopinta, y no como distintas 'culturas' contrapuestas unas a otras, es de la gente que la hace y la usa libremente, no del estado o sucedáneo que la 'defiende'... contra no se sabe qué, pero nunca contra el más grave ataque que puede sufrir, que es esa misma indeseable defensa.


 
la telebasura.- Entre las necesidades básicas del ser humano, no mucho después que el alimento o el sexo, está la ficción. Salir de la vida real y propia siquiera un rato y escaparse a vidas ajenas y ficticias –o como si lo fueran– de las que se es espectador, omnisciente, irresponsable e invulnerable. Quienes no tienen abuelos que les cuenten cuentos ni hábito de leer, una gran parte de la humanidad, satisfacen esta necesidad con la televisión. Con la que les echen. No dejan de verla porque sea mala, del mismo modo que el hambriento no deja de comer pan porque esté seco y mohoso. Es lo que tienen y de ello tiran. Y se aficionan a ello, como el hambriento se aficionaría al pan mohoso si nunca hubiera comido otra cosa. No eligen la mierda libremente, eligen mierda porque necesitan algo y mierda es lo que se les ofrece. Y el cabrón que les ha atiborrado de mierda y aficionado a ella, luego se escuda en que "es la mierda lo que les gusta" para seguir dándosela. Por eso creo que el discurso de "la culpable es la audiencia, que pide esas cosas" es mentiroso, un mecanismo más de que se sirven los que han hecho su profesión y su lucro de producir una televisión especialmente estúpida, adormecedora, manipuladora y barata. Darlo por bueno sería como si absolviéramos a los narcotraficantes porque se limitan a facilitar la mercancía que les exigen los drogadictos.



la efeméride.- Montar (consentir y alentar, quiero decir: montarlo es algo excesivamente complicado, y se parece demasiado a trabajar) un golpe de estado; que salga una chapuza, tener que pararlo en el último momento (¿quién puede frenar un coche –o un tanque, si a eso vamos– mejor que quien se sienta a sus mandos?) y pasar a la historia como el héroe que lo evitó es una maniobra tan redonda que, si no fuera porque no le creo capaz de pensar tanto, diría que tuvo que ser fruto de una maquinación maquiavélicamente planeada. Pero en realidad creo que fue la chiripa, una vez más, de un chapucero irresponsable, golfo por vocación propia y por tradición familiar, al que todo le ha ido saliendo bien gracias a estar en el lugar en el que a quienes de veras mandan les viene bien que esté, y gracias a la inestimable papanatez de los españoles, a los que nos encanta creer en cuentos bonitos y nos irrita, en cambio, que se pretenda hacernos ver lo que hemos decidido no ver.

Estoy cada vez más convencido de que la corrupción por la que toda la clase política española resolvió ignorar lo que con toda probabilidad pasó de verdad hace hoy treinta y un años, y en cambio se instaló, y nos instaló a todos, en la bonita versión del rey que salva la democracia frente a los golpistas, es la fuente y el origen de todas las corrupciones que han venido después: tú calla sobre lo mío, que yo callaré sobre lo tuyo, ya que todos seguimos callando sobre Lo Suyo. 

domingo, 12 de febrero de 2012

Una vocación frustrada

"...compuse algunos poemas con ritmo y con rima, aunque no soy poeta, puesto que mi sistema nervioso y mi conciencia no contienen la energía condensadora que llamamos poesía, una fuerza capaz de catalizar -de una manera mágica, a veces demoníaca- en una sola palabra los elementos de la pasión y la razón, del mismo modo que se reúnen en el núcleo del átomo los protones y los neutrones... El hecho es que yo escribí algunas líneas rítmicas que acababan en ocasiones con el tintineo de esa joya bárbara que es la rima. Hubo algunos que llegaron a parecerse a poemas, pero siempre carecían de esa fuerza condensada y explosiva que caracteriza a la verdadera poesía."
Sandor Maray 


Hickory Dickory Dock


Poesía y sucedáneos

NULLA DIES SINE LINEA

La mesa está repleta de papeles, de pipas,
de botes con objetos inútiles y sucios,
de libros, de ceniza, de cajas de cerillas,
de briznas de tabaco, de lápices, de plumas,
de luz de la bombilla, de esperanzas dormidas.
La radio toca ópera, y es como una amenaza
que nos grita de lejos alguien sin importancia
y se vuelve reproche cuando Chopin empieza.

Hay un papel en blanco que ya ha sido borrado
y propone de nuevo su puerta luminosa
como última esperanza de que pueda entrar alguien.
–Fuera, tras los cristales, la primavera acecha
en un tenso crepúsculo de azules y violetas
cruzado de promesas y urgencias enigmáticas–.

Hay también mis dos manos aferradas al lápiz,
forzando con su punta ninguna cerradura,
mis dos manos que luego volverán a la goma,
negarán este empeño, suprimirán los rastros
de un intento de fuga penado por las leyes.
Es justo, no me quejo, yo mismo le reprocho
a este escarbar fallido su torpe ineficacia,
su contraproducencia, si existe esta palabra,
que construye murallas cuando quiere saltarlas
y obstruye inútilmente el ojo de la llave
-sin contar con el gasto de papel, que es tan caro-.

En fin, vaya desastre, vaya pobre desastre,
tan de todos los días, ya tan sin importancia
que es tonta esta fatiga de seguir escribiendo
sílabas y más sílabas, de catorce en catorce.
¿Qué oscura coartada creo estar fabricándome
con esta ceremonia sin fines ni testigos?
No lo sé, y preguntarlo es también parte de ella,
–yo siempre soy muy listo, siempre voy por delante
y nadie me ha cogido nunca desprevenido–.

Predecir la derrota, ya que no va a vencerse;
ser idiota sabiéndolo queda un poco más digno.
Cosas como esta, que encontré el otro día en un cuaderno viejo, escribía yo en mi adolescencia. Como esta y como otras aún peores, que les evito a ustedes porque debe ponerse algún límite a la impudicia, por bloguero que uno sea. Ser joven tiene cosas estupendas, pero también hay que apechugar con lo malo.

No con demasiada frecuencia, diré en mi descargo. Solo a veces, como último recurso frente a esas tardes de final de invierno o de final de verano tan difíciles de sobrellevar con ecuanimidad cuando se tienen dieciseis o diecisiete años y un temperamento sensible.

Pero comprendí enseguida que la poesía, aunque ayudaba a coexistir –parcial y temporalmente, pero ayudaba– con las abrumadoras perplejidades de la edad, y aunque aliviaba –engañosamente, pero la aliviaba– la sensación de soledad a que tan proclives somos en esos duros años, no era lo mío. La cabeza me funciona de un modo demasiado rígido, el 'fondo' excesivamente supeditado a la 'forma', como para ser de veras poeta. No me implico, miro siempre desde fuera y mejor desde no muy cerca, todo lo analizo demasiado y además no acabo de tomarme en serio nada, empezando por mí mismo. Un poeta, pensé en algún momento de rara lucidez, debe de ser de otro modo distinto de como yo soy: más sincero, más inconsciente, más apasionado. Menos controlado, menos racional, con más imaginación, con menos sentido del humor.

Renuncié, pues, no sin pena, a escribir estas cosas, pero me quedó una tonta nostalgia del metro, del ritmo y de la rima. Una especie de compulsión, más física que otra cosa, hacia el enhebrado de sílabas, la construcción de ritmos y la búsqueda de consonantes. El breve paso de la poesía por mi vida me dejó nada más que su cáscara hueca y algo deteriorada, un mero interés por sus formas, sus apariencias y sus rituales, pero fue un interés muy persistente, que aún hoy colea de vez en cuando.

Le he encontrado salidas algo extrañas. Por ejemplo, esas traducciones de Brassens que ustedes habrán leído ya en este blog, espero. (Si no es así deben suspender aquí mismo la lectura y correr a empaparse de ellas. Ya.)

Y algunas otras menos exhibibles –y que, en consecuencia, me propongo exhibir acto seguido–.

Hace algún tiempo, por ejemplo, discutía yo con uno de mis corresponsales internéticos más asiduos sobre qué cosa es exactamenet un limerick. Como quizás sepan –y si no este enlace se lo hará saber enseguida, a poquito inglés que manejen– el limerick es una estrofa popular propia de la lengua inglesa, con una estructura temática, rítmica y métrica muy establecida: cinco versos que riman AABBA, habitualmente de carácter humorístico e intención obscena –"son esencialmente transgresores", dice la wiki, "y la violación del tabú es parte de su función"–. El primer verso presenta una persona y un lugar, este último colocado al final del verso y marcando, por tanto, cuál ha de ser su rima y la de los versos segundo y quinto. "Es frecuente la explotación de los nombres geográficos, especialmente de los exóticos, lo que se ve como una referencia a las clases de geografía para subvertir el decoro escolar."

En cuanto a su métrica, el primer, segundo y quinto verso deben medir tres pies, y el tercero y cuarto solo dos. Es decir, que la longitud de los versos del limerick viene fijada en pies métricos, no en sílabas, y en esta peculiaridad radicaba el origen de nuestra discusión: como hay pies muy distintos, tanto en longitud como en acentuación, de ellos resultan también limericks de muy distintos metro y ritmo. Mi interlocutor recordaba una cancioncilla inglesa de su infancia (el Hickory Dickory Dock del principio del post) que es a su juicio un limerick o estrofa análoga, y cuya letra está compuesta por una combinación de pies dáctilos (TÁ-ta-ta, para entendernos) y yámbicos (ta-TÁ, quiero decir);  y sostenía que son limericks solo los que se atienen a ese mismo esquema rítmico. Yo, por mi parte, me empeñaba, contra su opinión, en que una melodía de mi niñez, cuya letra no recordaba, era perfectamente apta para encajar en ella un limerick, siempre que estuviera compuesto por pies anfíbracos (ta-TÁ-ta, si me siguen).

Agotados los argumentos teóricos, recurrí a los prácticos y, en un rapto de inspiración, compuse sobre la marcha los siguientes limericks, que además de no estar, modestia aparte, nada mal, cumplen con todos los requisitos de la definición canónica y pueden perfectamente ser cantados con mi melodía candidata, como se comprueba en el archivo adjunto que grabé días después tras pergeñarle con mi FinaleNotepad un acompañamiento pseudopianístico que me quedó la mar de aparente, no me digan que no (bajen el volumen de su ordenador si están  leyendo esto en un lugar público):
A mi novia la de Alicante
yo siempre le doy por delante.
Un día fui y ¡zas!
le dí por detrás,
y también le gustó bastante.
Es que en el Pais Valenciano
la gente es de trato muy llano,
y disfruta igual
un polvo frontal
que si un día les das por el ano.


Limerick Ad Hoc - Júbilo Matinal


Un  poco zafio, no lo niego, pero qué quieren ustedes, lo exige la naturaleza de la estrofa. Y además tendrán ustedes que convenir conmigo en que la natural satisfacción que produce siempre una buena rima se ve, vaya usted a saber por qué, significativamente reforzada cuando el énfasis de lo rimado cae sobre una ordinariez rotunda, redonda e inequívoca. Así estamos hechos, yo al menos. Decir basteces en verso mola.

No los habría traído aquí, mancillando la pulcritud habitual de este blog fundamentalmente mesurado, si no fuera porque ilustran muy bien la clase de actividades parapoéticas de las que les hablaba líneas arriba, a las que me he tenido que dedicar esporádicamente, para aliviar mi prurito versificador, desde que comprendí que el ejercicio de la verdadera poesía quedaba fuera de mi alcance.

El mismo problema, ya que estamos, presenta este otro ejemplo, con el que daré por cerrado, nunca demasiado pronto, este impúdico post, y que para algunos de ustedes, queridos lectores, quizás no resulte nuevo, ya que su gestación tuvo lugar hace poco y, por decirlo así, coram populo: se produjo en los comentarios de un blog muy cercano y apreciado por mí, el de mi amigo Miroslav, y con la inestimable colaboración de otro bloguero amigo, Lansky. Miroslav había dedicado un sesudo post a la palabra cimbrel, uno de los muchos nombres que puede recibir el miembro viril. A Lansky le inspiró el asunto y en un comentario dejó esta sentida composición suya:
Llegué tarde a la oficina.
Toda la culpa, de mi minina.
Esta mañana, recién levantado,
el cimbrel mío posaba amartillado.
Tomándole en mi mano,
le interpelé:
¿qué pretendes, despótico y ufano
¿ponerme en compromiso?
¿o hacerme caso omiso?
¿Acaso no ves
la hora qué es?
Una simpática copla, como ven, inspirada y llena de aciertos temáticos pero necesitada, en mi opinión, de unos cuantos ajustes formales. Mi compulsión métrica se puso en marcha y me dispuse a administrárselos. Este fue el resultado, tras un par de horitas de trabajo (las tardes de Agosto, de Rodríguez, dan para mucho):
Hoy llegué con retraso a la oficina.
Toda la culpa fue de mi minina.
(No, no es que tenga gato;
hablo, por descontado, de mi aparato.)
Casi dormido, apenas levantado,
me encontré mi cimbrel amartillado,
robusto, erecto, erguido,
más tieso que un cantueso florecido,
dispuesto, en fin, al diario desempeño
más que su pobre y soñoliento dueño.

Tomándolo en la mano
–“¿Qué pretendes, tan tieso y tan ufano?”
–le pregunté.– “¿Buscarme un compromiso?
Pues hoy tengo que hacerte caso omiso.
¡No tengo ni un minuto! ¿Es que no ves,
cacharro inoportuno, la hora que es?”

Me tuvo allí un buen rato,
yo “¡Que te abatas!” y él “¡Que no me abato!”,
él obstinado y duro, yo porfiando:
“¡Que te ablandes, pardiez!” “¡Que no me ablando!”
Y no hubo forma. El chisme es cabezota
y no acepta jamás una derrota.
Levantisco, anarquista y libertario,
no se le da una higa del horario,
e insiste, pertinaz, terco y cansino
hasta llevar el agua a su molino.

Cedí a sus pretensiones
–siempre acaba imponiendo sus... razones–,
dí el curso natural a su demanda,
único tratamiento que lo ablanda,
arrimé al fin el ascua a su sardina
...y llegué con retraso a la oficina.
Ya sé, ya sé. Se han quedado ustedes sin palabras. Mis versos suelen producir ese efecto. Bueno, tampoco son necesarias muchas más. Espero que la muestra les haya servido a ustedes para hacerse una idea de lo que me lleva hecho sufrir mi frustrada vocación de poeta.