martes, 2 de febrero de 2010

4'05 ANIVERSARIO


Franz Schubert
- Quinteto en La mayor "La Trucha", D. 667 - 4 Andantino (Fragmento)
Alfred Brendel, piano - Cleveland Quartet





A Marta, Miroslav, Lansky, Cigarra, dani maggio, Julián, Alas de Algodón, Zafferano, Isabel Vera, La Uge, Ignacio, Ricardo, La Delsa, MFantasma, Emma, Invectiva, Enrique, O'Clock, Ismo, Mery, Nora Hayden, Strika, Fauve, Female, Gironina, Mostrenco, David , César, Raleigh, Harazem, Amy, Matzerah, A la Oreja Verde, Pablo, Alvaro Erices, Chrysagon, Dante Bertini, Señorita Puri, Angie, Aurora, Pablo C, Levilibegas, Teresa, Gandi, Pachicha, comentaristas anónimos y lectores silenciosos todos, con mi agradecimiento.


MANIFIESTO BLOGUERO en un momento tan adecuado como cualquier otro

Hace un par de semanas, el 16 de Enero, este blog cumplió cuatro años. Fui consciente, pero decidí dejar pasar la fecha en un discreto silencio. El contador que tengo instalado (al final del todo, debajo del primer post, para que no se vea mucho) marca un poco más de treinta mil visitas –como no tengo ni idea de cuándo lo instalé, hace unos dos años, la cifra no me dice nada– y no hace mucho, por tanto, que debió de marcar treinta mil justas. No me enteré -lo miro de ciento en viento- pero si lo hubiera hecho también habría sido un buen pretexto para celebrar un cumplealgos. Y también me habría dado pereza.


Para qué negarlo: probablemente me mostraría más partidario de los aniversarios y de los números redondos, y menos descuidado para señalarlos, si tuviera unas cifras un poco menos escuálidas que presentar. Pero la verdad es que sesenta y cinco entradas (¡hombre, mira, sesenta era un número redondo! Y la mar de sexagesimal, además... También habría podido celebrar eso ¿no?) en cuatro años no es un dato de los que impresionan. No llegan ni a una y media al mes. Y si hablamos de visitas… el StatCounter –ese solo lo puedo ver yo– registra, por ejemplo, que durante el mes de Diciembre he tenido mil ciento sesenta. Son muy pocas, una media de treinta y ocho diarias, pero son menos aún si tengo en cuenta que un único visitante que haga clic sobre el nombre de cinco posts distintos –para leer los comentarios, por ejemplo– cuenta como cinco. Y que este blog, como cualquiera, me imagino, tiene cerca de una cuarta parte de visitas casuales, a quienes Google o Yahoo han traído por los pelos, que buscan algo que nada tiene que ver con lo que encuentran, se van a los dos segundos, una vez comprobado que esto es así, y no vuelven jamás.

(Mi contador, por cierto, me informa de las claves de búsqueda de mis visitantes, y resulta francamente divertido ver las cosas que la gente puede llegar a teclear en los buscadores: algunos deben de pensar que hay en la red un enanito sabio al que dirigen sus investigaciones, y ponen, por ejemplo: "
Quiero saber cuántos versos tiene un soneto", por lo cual imagino que les saltarán centenares de miles de páginas que contengan las palabras "quiero", "saber" y "cuántos", realmente útiles en su búsqueda.

Tomen ustedes nota, ya que estamos, y no tecleen nunca cosas como "
sexo con menores" o "venenos indetectables"; la Policía puede seguirle la pista a su IP.)

Soy muy consciente de que ambas cosas, número de entradas y número de visitantes, están directamente relacionadas: hasta el lector más entusiasta y fiel acaba raleando sus visitas si, vez tras vez, encuentra el mismo post de hace diez días, y de hace quince, y de hace mes y medio. El bloguero que quiera lectores numerosos y asiduos tiene que ser, a su vez, asiduo y prolífico escribiendo. Yo no soy ninguna de las dos cosas. Escribo cuando me sale, y me sale muy de vez en cuando. La mayor parte de las veces, encima, en blogs ajenos. Si se reunieran todos los comentarios que en estos cuatro años he esparcido por los cinco o seis blogs que más frecuento, con cualquiera de mis dos seudónimos, probablemente abultarían diez o doce veces más que lo que en el mismo tiempo he publicado en el mío, y hasta es posible que tuvieran bastante más enjundia.

Y no es que sea así de generoso, no: soy simplemente desorganizado, caótico y adicto a convertir la improvisación en sistema. Escribo al impulso del momento y no tengo claro qué quiero decir y cómo exactamente voy a decirlo hasta que llevo tres o cuatro frases tecleadas. Si no hay nada inmediato -un post ajeno, por ejemplo- que me impulse a a escribir esas tres o cuatro frases, la mejor de las ideas puede quedarse durante meses tomando forma en mi cabeza, con el vago propósito de convertirse algún día en post.

Y lo cierto es que ni siquiera lo lamento demasiado. A estas alturas de mi vida no es solo que me haya acostumbrado a ser así, es que, en realidad, me he aficionado. Tiene mal remedio.

Quizás lo que digo esté sonando a disculpa. Me apresuro a negarlo. No me parece que tenga nada de que disculparme con nadie. ("Al cabo, nada os debo; debeisme cuanto he escrito...") No creo tener ninguna obligación de escribir ni de publicar, ni para con mis lectores ni para conmigo, del mismo modo que no creo que nadie tenga ninguna obligación de leerme ni de comentarme. Empecé esta historia porque me apeteció, la mantengo porque sigue divirtiéndome y perseveraré hasta que deje de disfrutar con ella, al margen de que tenga o no lectores y comentarios.

Este blog es mi patio interior, mi huerto de reposo y mi lugar de esparcimiento –o uno de ellos, al menos– es decir, un medio de cultivar la noble ocupación de la pereza, en el mejor sentido de esta estupenda palabra –y en el mejor también de la sospechosa palabra ocupación–. Abierto, desde luego, a todos los amigos y visitantes que quieran asomarse y compartir mis placenteras formas de perder el tiempo, pero ajeno y opuesto desde su misma concepción a horarios, plazos, objetivos y prisas. Si algún día empezara a sentirlo como una obligación, o a inquietarme por no publicar con la suficiente frecuencia, o a preocuparme por recibir pocos comentarios, entonces sí que sabría llegado el momento de dejarlo. La vida impone ya suficientes agobios como para que uno mismo se vaya a buscar sin necesidad ni uno solo más.

Todo lo cual no quita, naturalmente, para que me guste enormemente tener lectores, y más aún tener comentarios, que es casi la única forma de saber con certeza que se tienen lectores (casi la única, pero no del todo; descubrir en StatCounter a un lector silencioso que se ha pasado treinta o cuarenta minutos leyendo post tras post, aunque no diga nada, es casi igual de emocionante que recibir un comentario inteligente o entusiasta). De hecho, y en contra de lo que acabo de decir dos párrafos más arriba –pero no me desdigo– el hecho mismo de publicar en un blog lo que se escribe, en vez de guardarlo en un cajón, implica que, en realidad, se desea ser leído. (El hecho mismo de escribir, se haga luego con lo escrito lo que se haga, ¿no implica que se desea ser leído?)

Por añadidura, con algunos de mis lectores –de algunos de los cuales soy, a mi vez, lector– he llegado a establecer una verdadera amistad, que no por ser básicamente virtual es menos sólida y fundamentada. Y algunos de mis amigos se han convertido, por el camino inverso, en lectores de este blog. ¿Puede pedírsele más a una actividad que, encima, me divierte por sí misma?

En fin, aunque es cierto que los resultados numéricos que puedo exhibir rozan lo mísero; y aunque no lo es menos que preferiría que no fuera así, también lo es que no me importa demasiado. Este blog me ha dado, me da y espero que me dé en el futuro muchas satisfacciones más importantes que un número alto de posts, de lectores o de comentarios.

La primera, la fundamental de conseguir dejar dicho algo que se tenía ganas de decir. Yo pienso en el acto de escribir y por eso para mí escribir sobre un asunto es a la vez el medio y el resultado de aclarar mis propias ideas sobre ese asunto. Una vez que he conseguido formularlas dejan de bullirme en la cabeza y me permiten desentenderme de ellas y pasar a otra cuestión. (Podría decirse que pienso escribiendo. Visto lo poco que escribo, mejor no sacar consecuencias). La conciencia de que mi proceso mental, además, va a ser leído, quizás no por mucha gente pero sí por gente que me merece mucho respeto intelectual y personal (saluden, fieles lectores míos), me obliga a ser más riguroso a la hora de documentarme, más –solo un poco, pero bueno– ponderado de lo que naturalmente tiendo a ser y también más exacto e inequívoco en la expresión de lo que quiero decir.

Luego están las satisfacciones puntuales. Tuve una enorme, por ejemplo, con el post sobre Los Encartelados, de Gonzalo Arias. Que el propio Arias llegara a leerlo, que lo hiciera en el momento en que lo hizo y que todo ello sucediera por casualidad me impresionó de un modo muy especial. En otro orden de cosas, me satisface notablemente haber dado a conocer las que considero, aunque me esté mal el decirlo, unas buenas traducciones de Brassens, con las que he disfrutado mucho. Así como haber hecho pública la única ficción que jamás he escrito y probablemente jamás escribiré, Murderking y yo, con cuya trabajosa confección me divertí tanto. Sé que no es un buen relato y ni siquiera es del todo mío, pero es, por el momento al menos, mi único relato y, en consecuencia, le tengo un tonto e innegable cariño. En general todos mis revoloteos de mente dispersa por las cuestiones dispares y generalmente irrelevantes con las que suelo perder el tiempo desde pequeño –valgan de ejemplo mis incursiones en el terreno de la música– me resultan mucho más placenteras desde que tengo esta especie de vitrina donde ponerlas todas juntas al alcance de quien las quiera mirar (y, desde que, encima, resulta que de vez en cuando hasta hay alguien que las mira).

Resumiendo: quizás precisamente porque publico tan pocos, cada post tiene algo de especial para mí, va cargado de trabajo, de cuidado, de elección de músicas y de fotos, de mí mismo. En este blog hay, esa es la cuestión, algo de mí que no está en ningún otro sitio. Mientras siga siendo así, seguirá mereciéndome la pena.

Post scriptum: Aprovecho que me ha dado por el desahogo narcisista para referirme al asunto de mis nicks. Escogí, para firmar mis comentarios por esos blogs de Dios, el nombre de Vanbrughun personaje de una novela de mi infancia(1) que siempre me cayó muy bien, no el arquitecto y autor teatral inglés del S. XVII– un poco al azar, porque fue el primero que se me ocurrió, y mucho antes de pensar en tener un blog propio. Lo conservé porque, una vez elegida una personalidad virtual, más vale atenerse a ella y no sembrar por la blogosfera más confusión que la imprescindible. Luego abrí un blog con mi propio nombre, y durante mucho tiempo mantuve escrupulosamente separadas mis dos actividades internéticas, la de bloguero y la de comentarista. Llegó un momento, sin embargo, en que empezaron a converger, y entonces surgió un nuevo problema: no deseaba que cualquiera pudiera identificar el nombre y el apellido con los que me paseo por el mundo ni con el nick Vanbrugh ni con el autor de lo que aparece en mi blog. No es que tenga nada que ocultar, ni ningún inconveniente en que ustedes, queridos lectores habituales, sepan cómo me llamo en el siglo, como muchos de ustedes lo saben ya. Pero hay, en cambio, alguna gente a la que conozco y trato porque no tengo más remediopienso fundamentalmente en algunos individuos a los que mi trabajo me constriñe a tratar con una inmerecida cortesía; y si alguno de ellos por casualidad lee esto espero que se dé por aludido– y a la cual me desagrada visceralmente imaginar siquiera leyendo estas páginas personales –del mismo modo que no quiero tampoco pensar en verlos en mi casa, o tratando con mi familia o con mis amigos: pura higiene vital–. Que esa gente pueda caer por aquí sin más que teclear en Google mi nombre civil me molesta extraordinariamente. Para evitarlo, o al menos dificultarlo en lo posible, cambié el nombre al blog, lo mudé de dominio y así surgió Júbilo Matinal como nuevo nick. Al principio traté de mantener la ficción de que Vanbrugh y Júbilo fueran dos personas distintas, pero nunca con demasiada convicción; y gradualmente fueron confundiéndose en una satisfactoria amalgama. Ahora mismo sigo siendo dos, a efectos internéticos, y aunque sería incapaz de establecer claramente cuándo soy uno y cuándo soy otro, sigue habiendo cosas que me apetece más firmar de un modo y cosas que me pide más el cuerpo firmar del otro. Algún escape hay que darle a la propia esquizofrenia y ¿por qué ibamos a dejar el monopolio de los conflictos identitarios a los nacionalistas y a la Santísima Trinidad?


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(1)
¿Alguien sabe decirme de cuál?– (No, Cigarra, tú no. Baja el dedo.)