Salvador Bacarisse - Concertino Op. 72, 2º Mov. (Narciso Yepes, guitarra)
En mis años mozos coincidí más de una Semana Santa con Narciso Yepes, formando parte ambos del heterogéneo grupo de huéspedes a los que durante esos días daba cobijo y alimento, así material como espiritual, un solitario monasterio de monjas de clausura de un pueblecito abandonado de Guadalajara, en los páramos ásperos y magníficos, poblados de sabinas, del Alto Tajo. (Al contrario de lo que cuentan algunos de mis distinguidos contertulios internéticos, durante mi juventud compaginé la frecuentación de diversos antros con algún período de recoleta vida monástica. Es una mezcla muy recomendable, en mi opinión.)
Yepes era extraordinariamente tímido, y sus actividades piadosas en aquel santo lugar tenían pocos puntos de contacto con las mías, más orientadas a triscar por el monte y llevar a cabo distintas -y no muy eficaces, me temo- tareas de mantenimiento para el Monasterio. No le traté mucho, por tanto (aunque me enorgullece decir que un día, tras ensayar animosamente todo el grupo de huéspedes diversos cánticos litúrgicos a varias voces para alguna de las celebraciones religiosas propias de las fechas, tuvo la amabilidad de declarar públicamente que si no se había perdido por los vericuetos del canto era gracias al firme apoyo que había encontrado en la sólida voz del joven que cantaba detrás de él. Que era yo.)
Aunque con tan poco motivo, consideré que nuestra relación era lo suficientemente íntima como para, al acabar un concierto que el maestro dió en ese mismo Monasterio y al que habíamos asistido mi madre y yo, ofrecerme a presentárselo. Para mi sorpresa, mi madre se negó en redondo. “No, no. No me presentes a Narciso Yepes. Otro día, si acaso”. Insistí, y como persistía en la negativa, en un tono más bien misterioso, además, quise indagar la causa. Siguió mostrándose sospechosamente reacia a dar explicaciones, pero ante mi curiosidad acabó por confesar.
Aunque con tan poco motivo, consideré que nuestra relación era lo suficientemente íntima como para, al acabar un concierto que el maestro dió en ese mismo Monasterio y al que habíamos asistido mi madre y yo, ofrecerme a presentárselo. Para mi sorpresa, mi madre se negó en redondo. “No, no. No me presentes a Narciso Yepes. Otro día, si acaso”. Insistí, y como persistía en la negativa, en un tono más bien misterioso, además, quise indagar la causa. Siguió mostrándose sospechosamente reacia a dar explicaciones, pero ante mi curiosidad acabó por confesar.
“Ya me he presentado yo”- me explicó.- “Nos hemos cruzado en la puerta, al salir de la iglesia. No había manera de evitar la conversación y me he puesto nerviosísima. No se me ha ocurrido nada mejor que preguntarle: ¿Es usted el violinista, verdad? Me ha mirado muy serio y me ha contestado: No, señora. Soy el guitarrista. Y entonces me he dado media vuelta y me he marchado. Así que, casi mejor, no me lo presentes, no.”
(Hay que tener en cuenta que no solo mi madre era una melómana que llevaba muchos años sabiendo quién era Narciso Yepes y qué instrumento tocaba, sino que acababa de escuchar íntegras dos horas de concierto de guitarra solista a su cargo…)