sábado, 31 de diciembre de 2011

Problemático final de año


Minuit, chrétiens! - L'Accroche-Choeur * Ensemble vocal Fribourg

Para no perder la costumbre de fin de año, que tiene, entre otros, beneficiosos efectos contables, como ya expliqué por estas mismas fechas el año pasado; en honor de CC, que recientemente me preguntaba si voy a publicar algún acertijo, y de Alas de Algodón, que sé que en tiempos utilizó alguno de ellos para fines  familiares propios de las fechas, y de Zafferano, que en los felices y ya un poco lejanos tiempos en que asomaba por este blog era una entusiasta resolvedora de enigmas; y en general, mis queridos lectores, para solaz navideño de todos ustedes, pongo aquí a su disposición, en facsímil de la versión en que hace algo más de sesenta años vieron la luz originalmente en una publicación porteña, los dos últimos problemas de mi tío Guillermo que he sido capaz de resolver. (Les ruego aprecien la ilustración del segundo de ellos, que es también obra de mi polifacético tío.)

Me quedan otros, cerca de veinte, en la recámara, pero tendrán que esperar ustedes a que los resuelva yo primero, porque publicar un acertijo del que no conozco la respuesta va contra mis principios.

Si se animan a resolverlos, casi mejor que envíen sus respuestas a jubilomatinalarrobagmailpuntocom, porque si las publican en los comentarios y por casualidad aciertan, le estropearán el juego a otros posibles deportistas.




El primero de los "problemas exactos al margen de las Matemáticas" de mi tío que publiqué en este blog fue MURDERKING, en octubre de 2007, hace más de cuatro años. Se trataba en realidad de mi solución para el problema, que había redactado en forma de cuentecillo policíaco y como tal publiqué, aunque con una coda final en que se explicaba su origen. El problema propiamente dicho, si algún lector que no lo conozca quiere tratar de encontrar la solución antes de leer la mía, dice así:

MURDERKING
Los jefes de policía de todo el mundo estaban preocupados. Desde hacía varios años el día 1º de enero se cometía, indefectiblemente, un crimen misterioso en algún lugar de la tierra, y las víctimas eran siempre marcadas en la frente con la firma del asesino: “MURDERKING”
El primer cadáver había sido hallado el 1º de enero de 1937 en los jardines de Schönbrunn. Era el de un vagabundo llamado Moecix.
La víctima nº 2 (1938) fue la baronesa Uldenschadt. Su cadáver fue encontrado en Aleja Jerozolimska.
En 1939 el misterioso Murderking asesinó en el parque Uyeno al diplomático Reichtöser. Entonces se observó que las iniciales de los apellidos de las tres víctimas coincidían con las tres primeras letras de la firma del homicida. Las personas cuyo apellido empezaba con D temieron para el año siguiente la visita de aquel maniático.
Y en efecto: el 1º de enero de 1940 fue asesinada, en plena avenida Río Branco, la señora Dangeln. Las víctimas de los años siguientes fueron:
1941: el doctor Efnarc, cuyo cadáver fue “firmado” por Murderking en el cruce de Shaftesbury Avenue y Charing Cross Road.
1942: la bailarina Ragennati, en un hotel de la Kurfürstendamm.
1943: el coronel Klopsa, en una calle solitaria de Buda.
1944: la señorita Ibrals, en el bosque de Chapultepec.
1945: El gigoló Noppin, en un cabaret de la Place Pigalle.
Sólo faltaba un asesinato para que el siniestro Murderking completase su firma sangrienta. Una productora cinematográfica de Buenos Aires anunció que estaba llevando al celuloide este fatídico asunto con el título “La postrera víctima será G”.
Terminado el rodaje de la película, el 1º de enero de 1946 se proyectó una prueba privada, con asistencia del jefe de producción Garcitoral, las actrices Diana Gryn y Elena Garralde, el director Gloppenberzyls, los actores Gutiérrez, Grenelli y Goschetz, el escenista Gandogliatti, el cameraman Gil y los consejeros Gozmasagarry, Garrigartuzar y Glinka. Cuando el desenlace se aproximaba sonó en la sala una detonación, y al ser encendidas las luces pudo verse que uno de los doce espectadores acababa de suicidarse. Murderking había cerrado con una lógica perfecta el ciclo de sus diez crímenes. Si alguien hubiera estudiado más atentamente los apellidos de las víctimas y su relación con los nombres de los países en que se cometieron los nueve asesinatos, Murderking habría podido ser desenmascarado en vida.
¿CUAL DE LOS DOCE G. ERA EL ASESINO Y SUICIDA MURDERKING?

El siguiente que publiqué, en septiembre de 2008, fue "17 personajes en busca de director". Y el siguiente, en diciembre de ese año, el que de momento hasta que resuelva otro que me guste más es mi favorito: "Los hermanos Benavides". 

La publicación de este último, cuyo protagonista es un sefardí de Salónica, tuvo una secuela bastante curiosa: eSefarad, una página web sefardí de esa ciudad griega, escrita en español, dió por casualidad con mi blog y publicó el problema, encantada de ver que había alguien en el mundo que se ocupaba de los sefardíes de Salónica, aunque fuera para escribir sobre ellos problemas más bien abstrusos. "Debo reconocer, querido lector, que al momento de escribirse esto en eSefarad no he intentado resolver el enigma aunque he encontrado una solución publicada que daremos aquí la próxima semana. Si no es hábil con las matemáticas y la geometría, no se esfuerce en tratar de resolver el enigma. Aún así, no deje de leerlo, no es habitual encontrar un juego matemático que pase por Salónica," escribe el redactor de la web. También describe mi blog como "un extraño sitio sin mayor coherencia que la de publicar lo que el autor quiere", lo que me parece bastante ajustado a la realidad y demuestra un juicio francamente certero por su parte. Más aún cuando concluye diciendo que se trata de "un blog hecho y derecho". Una semana más tarde, como había prometido, publicó también mi soluciónNi para una cosa ni para otra pidieron mi permiso, ni me avisaron siquiera. Yo me enteré nueve meses después por pura casualidad, siguiendo el rastro de una visita al blog de las que me detecta el chivato internético instalado al efecto. No es que se lo reproche, es más, estoy encantado de esa  inopinada difusión de mi blog, aunque la verdad es que tras ella no aprecié ningún aumento de lectores griegos ni sefardíes.

En fin, señores, ya no les entretengo más con mis historias, que si no nos despedimos nos van a dar las uvas, y nunca se dijo con mayor propiedad. Que pasen ustedes una noche estupenda y que tengan un feliz 2012.

domingo, 11 de diciembre de 2011

O por lo menos eso creo yo


Para Amaranta, Atman, Bluff, César, CC, David, Harazem, Lansky, Miroslav y algún otro contertulio internético que se me estará olvidando, con todos los cuales he mantenido estupendas discusiones a las que nada de lo que aquí digo es, creo, aplicable y durante las que han soportado, con mejor o peor humor, mi vehemencia discutidora; con mi agradecimiento en primer lugar, mis disculpas luego si alguna les hubiera molestado y, siempre, mi promesa de más –mientras se dejen–.


Vainica Doble - Dos españoles, tres opiniones


Mi particular visión del arte de discutir. Manifiesto moderadamente airado.

Llevo aproximadamente toda la vida observando cómo, cuando discuto –actividad con la que disfruto como con pocas otras, por si no se habían dado cuenta– con frecuencia hay entre mis interlocutores quien me acusa de ser excesivamente tajante en mis opiniones, así como de una cosa que nunca deja de sorprenderme: que "me creo en posesión de la verdad". (Es una frase absurda, lo sé, pero es la que usan. Todos. No se la he oído a uno ni a dos, sino a decenas de ellos. No sé dónde la aprenden...) Esa acusación y la airada respuesta "¡Eso será tu opinión!" que tantas veces he recibido tras manifestar, efectivamente, una opinión mía, son dos cosas que siempre me han dejado bastante perplejo.

Naturalmente que no me creo en posesión de la verdad, aunque solo sea porque eso no quiere decir nada: la verdad no es algo susceptible de ser poseído, ni siquiera por mí. Pero naturalmente también que cuando afirmo algo es porque creo que ese algo es cierto. Creer algo, en mi opinión, es creer que ese algo es verdad, y que uno tiene razón al creerlo. Tener una opinión y creer acertada esa opinión no es que sean cosas inseparables, es que son la misma cosa. O eso creo...

Así que cada vez que escucho esa bobada de la posesión de la verdad no tengo más remedio que hacer la sustitución oportuna y traducir para mí mismo: "Debe de querer decir que creo que tengo razón". E inevitablemente me pregunto, acto seguido: "Y a él ¿no le pasa lo mismo? ¿No cree que tiene razón? ¿No cree, al menos, que no la tengo yo?

        Si lo cree ¿por qué él sí puede creer cosas, y yo no?

                Y si no lo cree ¿por qué discute?"

Porque, francamente, no lo entiendo. ¿Solo en mí es un defecto creer en lo acertado de mis opiniones, los demás sí pueden creer acertadas las suyas sin culpa ni reproche? ¿O los demás no creen que sus opiniones sean acertadas y las mantienen solo por capricho, por azar, como podrían mantener las contrarias? ¿Eso les parece mejor, decir cosas en las que no creen tener razón?

Como digo, me lo pregunto a mí mismo, de modo que no suele contestarme nadie. Pero si alguna vez me resuelvo a hacer más pública y expresa mi perplejidad, y formulo alguna tímida pregunta más o menos en esa línea, casi siempre obtengo la misma clase de respuestas difusas y ligeramente resentidas: que debería ser menos categórico y menos tajante. Que debería dejar claro que lo que yo digo es solo (¿"solo"? ¿Cómo que "solo"? ¿Qué más podría ser?) una opinión mía, y no la verdad absoluta. (, en serio, usan esa expresión, "la verdad absoluta". No, ni idea de a qué se refieren con ella, o de qué creen que quiere decir.) Que debería admitir la posibilidad de estar equivocado. Que mi modo de enunciarlas produce la impresión de que considero que mis opiniones son incuestionables...

Pues vale. Tomo nota.


Pero conste que cuando yo digo, por ejemplo, “El cielo es azul”, esto significa exactamente lo mismo que si dijera “En mi opinión el cielo es azul”. Porque, como no soy Dios, ni su oráculo ni el Portavoz del Orden Universal, nadie tiene por qué creer que al hablar yo exprese otra cosa que mi opinión personal.

Y, naturalmente, mi afirmación implica además mi convencimiento de que tengo razón al afirmar que el cielo es azul, porque efectivamente lo es. Si a mi afirmación no la acompañara este convencimiento de tener razón, al decir “el cielo es azul” estaría mintiendo, o debería decir algo como “Cabe la posibilidad de que el cielo sea azul”, “Hay quien afirma que el cielo es azul” o “En ocasiones he llegado a pensar que el cielo es azul.” No empleo ninguna de estas formas porque yo creo efectivamente que el cielo es azul y que, por tanto, estoy en lo cierto al mantener la opinión de que lo es. Y como todo eso es muy largo de decir, lo condenso en la fórmula, corta, eficaz e inteligible de “el cielo es azul”, en la que hay información suficiente para que quien me oye sepa, además, todo lo demás: que se trata de mi opinión y que la creo acertada.

Sí, soy muy tajante al hablar, y al escribir. Pero no porque pretenda nada parecido a la incuestionabilidad de lo que digo. (Por otro lado ¿qué más daría que lo pretendiera? ¿Se volvería incuestionable una afirmación mía sólo porque yo dijera que lo es? ¿Tan incuestionable me consideran?) Sino por mera cortesía dialéctica. Cortesía de la que atañe al fondo, aún más importante y necesaria que la que atañe a la forma, aunque sea a esta última a la que normalmente nos limitamos. Personalmente, mucho más que un mal tono o un exabrupto ocasionales, me molestan las ambigüedades, las evasivas, las medias tintas, las afirmaciones de las que no se sabe si lo son, ni qué afirman, ni qué niegan, las verdades nebulosas nebulosamente enunciadas con las que tan difícil es estar de acuerdo como disentir; y trato a toda costa de evitarlas, en obsequio, en primer lugar, de quien discute conmigo, y también de mí mismo. Soy tajante por un prurito de claridad que considero no solo loable sino muy necesario y que, sinceramente, rara vez encuentro que se me agradezca como creo que merece. Lo soy a fin de marcar, para mi interlocutor y para mí mismo, los límites, las dimensiones y la consistencia de lo que afirmo. No tengo ninguna pretensión de incuestionabilidad –aunque, insisto, ¿qué cambiaría si la tuviera?– y sí la de fijar de un modo inteligible los términos de la discusión, de hacerla posible y de evitar que se convierta en el confuso galimatías contradictorio e inútil en el que con tanta frecuencia degeneran las discusiones cuando los que discuten no son lo suficientemente tajantes.

En mi opinión, claro.

Yo suelo, sí, emplear fórmulas tales como "en mi opinión..." o "a mi juicio..." para atemperar esa seguridad al parecer excesiva con la que hago mis afirmaciones, que tanto parece alarmar a los más asustadizos de mis interlocutores y de la que sacan conclusiones peregrinas sobre mis relaciones con la verdad, pero lo hago solo por escarmentada cortesía –formal esta vez–, no porque de verdad me parezca que usarlas o no cambie nada sustancial en lo que digo.

Y, por cierto, si no añado, como me recomiendan, que "puedo estar equivocado", es porque no me parece que haga maldita la falta. Que todos podemos estar equivocados es uno de los presupuestos comunes en los que se basa cualquier discusión; otro, complementario, es el de que cada uno cree no estarlo. Sin partir de estos presupuestos no tendría sentido discutir. Aceptar una discusión y participar en ella implica haberlos aceptado y darlos por sentado. No es necesario recordar ninguno de los dos cada vez que se afirma algo, ambos van implícitos en el hecho de afirmar.

Aprovecho que me he decidido a abordar en frío esta cuestión, –que viene suscitándoseme con regularidad cíclica más o menos desde que tenía seis años, sin dejar nunca de producirme la misma leve irritación– para dejar dicho de una vez por todas lo que, menos tajante de lo que me reprochan que soy, y más prudente, me parece, que quienes lo hacen, nunca me animo a decir en caliente: cada vez que, discutiendo con alguien, me dice que "me creo en posesión de la verdad", que eso que acabo de decir "será mi opinión", o cualquier otra fórmula equivalente, yo por mi parte me pregunto si el que me lo dice tiene alguna idea medianamente clara de qué es discutir, para qué sirve y cómo se hace. Porque siempre me quedo con la impresión de que no.

Aunque, naturalmente, es posible que me equivoque.



Coda musical sin la menor relación con lo anterior (que a mí me conste, pero vaya usted a saber...):

Joan Manuel Serrat - Cançó de matinada

En un estupendo post de hace unos pocos días, Miroslav se refería al desconocimiento que en el resto de España tenemos de la música que se hace en catalán. Decía que es probable que los últimos éxitos a escala nacional de canciones en catalán sean de los tiempos de la nova cançó, y citaba como ejemplo lo desconocidos que son los muchísimos títulos catalanes de un cantante tan conocido como Serrat. Todo ello es cierto, pero en mi caso, al menos, los éxitos de la nova cançó siguen vigentes. El Serrat que de verdad me gusta es, sin duda, el de las canciones en catalán de los años sesenta. Yo era entonces un preadolescente impresionable, y el catalán, gracias a él primero y, unos años después, a Lluis Llach, se convirtió para mí en un emblema del principio fundamental de que cada cual habla en el idioma que le da la gana y dice en él lo que le parece bien decir, y se me revistió de un aura fresca, libertaria y antifranquista. Su posterior empleo por los peores herederos del franquismo como una herramienta al servicio del principio opuesto, el que pretende que todos pazcan del mismo pesebre a cambio de usar obligatoriamente también todos la misma lengua del imperio (o llengua de la nació, me da igual) para decir –o, según convenga, para callar– todos lo mismo, no ha conseguido bajármelo de esa peana, y estas canciones siguen gustándome y emocionándome como hace cuarenta años. Por eso tras leer el post de Miroslav me apeteció colgar una aquí. O, casi mejor, dos: ahí va otra. Como verán las dos son jubilosas y matinales.


Joan Manuel Serrat - Bon dia

domingo, 27 de noviembre de 2011

Si a París vas en Octubre, no dejes de ver el Louvre




Georges Moustaki - Le métèque


Creo que la fama de antipáticos que los parisinos arrastran entre nosotros es totalmente inmerecida. A mí me parecen gente encantadora y bien educada, y atribuyo sus innegables choques con el español medio, que tan mala imagen les ha procurado en este país, mucho más a nuestra propia incivilidad que a ninguna particularidad de su comportamiento. A mi parecer, con escasas excepciones, tras cada historia tremenda de parisinos bordes y prepotentes hay un español mal educado y acomplejado. 

El visitante español de París tiende con frecuencia a ignorar olímpicamente los hábitos formales franceses, no saluda, no se despide, evita como cuestión de principio los tratamientos que para el francés son parte legítima e irrenunciable de sus derechos de citoyen y habla, en mal francés –cuando lo habla–, como si estuviera siempre cabreado o seguro de ir a tener en breve motivos para estarlo. Y luego se sorprende al encontrarse con el inevitable fruto de su hispana barbarie y vuelve diciendo que los parisinos son unos bordes. Pero creo que no tiene razón. En mi experiencia unos cuantos monsieur y madame bien repartidos, un discreto despliegue de esos buenos modales que a los españoles nos parecen trasnochados y cursis, –¡cómo nos reímos de los portugueses, mucho más europeos que nosotros, por lo que consideramos su exagerada ceremoniosidad!– pero que en el resto de Europa se siguen apreciando y usando, hacen milagros hasta con la más feroz de las concierges.

Frente a tantas historias de encontronazos con parisinos terribles, yo no puedo por menos que recordar al camarero de la crêperie que me retiró el plato que creyó vacío y en el que yo había reservado un pedacito de crêpe de chocolate para cuando acabara la suya mi hijo, que come muy despacio. Cuando le pregunté si lo había tirado se deshizo en excusas y, al cabo de un rato, se presentó con una crêpe(*) enterita pour l'enfant que no consintió en cobrar. O al dueño de bistrot de Montmartre que se estuvo media hora explicándonos su carta en versión adaptada a nuestro francés, recomendándonos qué nos iba a gustar más y qué era trop drôle para paladares no acostumbrados. O al taquillero de Métro que dedicó un cuarto de hora a buscarnos la combinación de abonos más útil y más barata, sin perder la amabilidad ni la sonrisa. O a la señora mayor, peripuesta y con su sombrerito, que se me acercó al verme parado ante el plano de la zona para ver dónde quería yo ir y si podía ayudarme.

También es cierto que una vez, hace años, tuve una gresca con una parisina que se mostró, digamos, un poco más imperiosa de lo necesario, pero teniendo en cuenta que debía de llevar media hora tratando de entrar en su garage sin lograrlo porque se lo estorbaba mi coche mal aparcado, creo que la podemos disculpar. Al verla de pie junto a su coche, detenido infructuosamente contra el morro del mío, yo, que andaba tan tranquilo por la acera, con el alma transportada del gozo de estar en París y con el deseo de incluir en tan feliz estado de ánimo al mayor número posible de aborígenes, cometí el error táctico de interrumpir mi paseo para dirigirme a ella en mi mejor francés: Attendez un petit moment, madame, je vais reculer. Habría debido mantener mi apacible anonimato, esperar a que renunciara y se fuera y solo entonces, sin testigos peligrosos, identificarme como dueño del coche infractor cambiándolo de sitio; pero la juventud es así, irreflexiva, ardiente y generosa.

Esta foto ha sido retocada con Photoshop por Ricardo, uno de mis correspon-
sales, para corregirle las verticales y quitarle el efecto de punto de fuga cenital.

Cuando el objeto de mi buena voluntad me vió dirigirme al coche llave en mano y comprendió que era yo el culpable de su sordo y creciente cabreo, salió de su perplejidad y se arrancó con ese brioso y conocido discurso parisino que comienza: Reculer! Ah, mais non! Reculer, quoi! Ah, mais vraiement..! y continúa en ese tono todo el rato que se le deje. Bastante desagradable, la verdad. Pero insisto, creo que había motivos para disculparla. Yo lo hice porque, además, era muy guapa, vestía muy bien y olía estupendamente. Y hablaba un francés precioso, fluido, veloz e inspiradamente demoledor. Era la parisina modelo, me llevaba como diez años y era por completo mi tipo (de joven me ponían las señoras estupendas. Bueno, y me siguen poniendo.) Pero por algún motivo la cuestión de conocernos mejor y llegar con el tiempo a establecer una buena amistad se mantuvo desde el principio totalmente fuera del orden del día. Yo la habría planteado, si me hubiera dado ocasión, pero no me la dió. Pude apenas pedirle mil excusas, prácticamente me arrojé a sus pies y ella no me pateó ni nada, se limitó a desaprobar profunda y profusamente, desde su evidente superioridad de parisina que paga impuestos, monsieur, y cumple la legalidad, mi lamentable condición de meteco caótico e incapaz ni de aparcar decentemente. Dicho con abundancia lo que quería decir, desapareció en las profundidades de su garage mientras yo arrastraba mis restos mortales dentro de mi 205, Boulevard Raspail adelante, buscando en vano otro sitio donde aparcar. Mi afamado magnetismo tiene momentos en que funciona mejor que en otros, y aquel no fue uno de ellos.

Pero es que tenía razón. Hasta cuando se ponen desagradables suelen tener razón. Por eso París es una ciudad tan espléndida, porque lleva los últimos cuatrocientos años teniendo razón casi sin parar.

(*) Sí, pequeños míos, sí. Una crêpe. Aunque todas las creperies españolas se empeñen en ignorarlo, crêpe, la palabra francesa con la que se denomina  esa filloa gabacha rellena de cosas diversas, es de género femenino.


P.S.- Para terminar, un clásico sobre españoles que visitan París: el one-step "Si vas a París, Papá", cantado por Celia Gámez. No he logrado averiguar a qué revista pertenecía, o si se trataba de un cuplé suelto, pero al parecer gozó de gran popularidad durante los años treinta del siglo pasado. En distintos números del ABC de 1930 se anuncia el disco de Odeón de ese mismo título, cantado por la Gámez. 


Celia Gámez  en 1931, haciendo el Pichi
La letra es de M. Álvarez Díaz (no se lo tengamos en cuenta; es posible que escribiera otras cosas, y necesariamente serían mejores), y la música, de Florencio Ledesma y Rafael Oropesa. De este último, que solo tiene entrada propia en la wikipedia ¡en holandés!, he averiguado que fue director de la Banda del 5º Regimiento, motivo por el cual se exilió, tras la guerra civil, primero a Francia y luego a México. Hay quien sostiene que es el verdadero autor del famoso chotis Madrid ("Cuando vengas a Madriz, chulapa mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés, a alfombrarte con claveles la Gran Vía y a bañarte con vinillo de Jerez. En Chicote un agasajo postinero con la crema de la inteleztualidá, y la gracia de un piropo retrechero más castizo que la calle de Alcalá..."), que habría vendido a Agustín Lara en una época en que la propiedad intelectual no parecía preocupar especialmente a nadie y, como cualquier otra propiedad, se trasmitía a cambio de pesetas, sin más complicaciones. (Ahora sigue siendo cuestión de dinero pero, misteriosamente, nunca acaba de trasmitirse del todo, por mucho que pagues. No sé a qué esperan los fabricantes de muebles, de coches y de barras de pan, entre otros, para empezar también ellos a gestionar como intelectual la propiedad de sus productos, y poder así venderla vez tras vez sin perderla nunca, per saecula saeculorum, en una venturosa especie de negocio de tracto interminable que de momento, no acabo de entender por qué, –pero ya verán ustedes cómo no faltan voces iracundas que acudan a explicármelo– parece solo al alcance de los músicos afiliados a la SGAE...) Bueno, ya me he vuelto a ir por las ramas. Es que hay temas que me pierden.

Como tantas otras músicas, yo conocí este cuplé de boca de mi madre. Nunca se lo había oído cantar a nadie más hasta que lo busqué en Spotify para colgarlo aquí. Una vez más la versión de Celia Gámez y la de mi madre coinciden nota por nota. Qué tía, mi madre. 

Las  dos primeras fotos son  de David Henry y están cogidas de aquí. La tercera no sé de quién es, pero está cogida de aquí.  La de Celia Gámez es de Mendoza y está cogida de aquí.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Cosas que pienso –a veces– sobre (1)



Eduardo Falú, Ariel Ramírez, Los Fronterizos - El Churito

Como quizás hayan observado yo tiendo a enrollarme mucho al escribir, y nunca creo haber dejado clara mi opinión sobre una cuestión si no le he dedicado dos o tres folios de apretada escritura. En consecuencia mis posts tienden a ser largos, mucho más de lo que aconsejan los expertos en estas cosas, que aseguran que la vista de demasiado texto espanta a los lectores –aunque yo, por mi parte, pienso que un lector que se desanima por ver demasiado texto es una birria de lector, sin el que me paso tan contento–. Y como consecuencia secundaria, cuando sobre alguna cuestión mis opiniones no llegan a cubrir los dos o tres folios de rigor, la pobre cuestión en cuestión pierde toda posibilidad de protagonizar un post de mi blog, porque, claro, publicando como publico cada dos meses ¿cómo voy a sacar un post de quince o veinte míseras líneas? Un círculo vicioso, ya lo ven: como solo escribo largo, cuando no me sale largo, no escribo. Mal planteamiento.

Así que he decidido imitar el ejemplo de ilustres colegas e inaugurar un nuevo formato de post, ya me dirán ustedes qué les parece. Reúno unos cuantos esbozos de... (chorradas me parece poco respetuoso para conmigo mismo: digamos, neutramente,) ...elucubraciones sobre distintas cuestiones que alguna vez he escrito pero que no han alcanzado el tamaño medio de mis kilométricos posts, y los publico todos juntos bajo el título genérico de cosas que pienso sobre, por ejemplo,


los hijos.- Mientras no los tienes piensas que cuando los tengas los educarás a tu manera y les transmitirás tus gustos y tu forma de ver la vida. Pero cuando llega al mundo tu hijo de verdad, ese individuo  insolentemente convencido de estarlo inventando todo él, enseguida empieza a pasar de tu música, de tus libros, de tus puntos de vista –que discute con suficiencia desde los seis años– y de tus costumbres en general y tú, en vez de cabrearte y mandarle al cuerno, como sería lo lógico, te aficionas a su música, oyes sus historias, escuchas indulgentemente sus disparatados puntos de vista y vas amoldando imperceptiblemente, o no tanto, tus costumbres a las suyas. A esa particular forma de memez se la llama paternidad, y se considera una virtud.


los bolígrafos.- Casi nunca escribo nada a mano. Como bien decía Jardiel Poncela, para tener un carácter metódico y ordenado lo mejor es escribir a máquina (es la única consecuencia inteligente que nadie ha sacado nunca de la grafología). Y una vez inventado el procesador de textos, me parece la forma más cómoda y civilizada de escribir. Pero desde luego, si hay que escribir a mano –cartas y esas cosas que la gente ve con malos ojos recibir mecanografiadas– me decido vehementemente por la pluma. El bolígrafo roza desagradablemente el papel, interrumpe el flujo de tinta de modo autónomo y arbitrario, suele tener un color horrible y siempre termina perdiéndosele el capuchón, o atascándosele el mecanismo de meter y sacar la puntita. Y acabas teniendo siete u ocho en un bote, todos secos, mordidos o de tinta roja, algunos con publicidad de empresas inverosímiles, gestorías ignotas, restaurantes donde nunca vas a comer o partidos políticos a los que te avergonzarías de votar. Nunca los tiras, nunca los usas. Un invento espantoso, en líneas generales.


los jóvenes.- A veces me ocurre hacer, por ejemplo, cola en un Burger, rodeado de aborígenes de ese país extraño, la juventud, que tanto parece haber cambiado desde que yo mismo era uno de sus ciudadanos. No existo para ellos, su mirada me descarta tras el primer vistazo indiferente, y eso me permite una observación de campo amplia y cómoda: hablan como si yo no estuviera delante –para ellos no estoy, de hecho– y yo obtengo datos inmediatos, de primera mano. Impresiones directas del frente. Superada la primera sensación de extrañeza: las ropas, los modales, el idioma, que, de lejos y en bloque, los hacen casi alienígenas, vagamente hostiles, incluso, a mis ojos, descubro siempre, pero siempre con la misma sorpresa, no solo que yo fui efectivamente así, aunque no vistiera ni hablara exactamente como ellos, sino que eso que fui y que ellos son no es esencialmente distinto de lo que soy ahora. En cuanto me meto en la conversación, aparentemente abstraído en mi periódico o en la contemplación ceñuda del infinito, descubro las mismas emociones, las mismas ideas, los mismos mecanismos por y con los que nos movíamos mis contemporáneos y yo, y los extraterrestres ajenos se me vuelven de repente semejantes próximos e inteligibles. Hasta ahora no me ha fallado nunca: diez minutos de observación directa e inmediata no es que me regresen a mi juventud, sino que traen la suya a mi mundo y me la hacen comprensible y cercana. Acabo descubriendo que somos de la misma especie, básicamente iguales, con pequeñas diferencias de presentación, muy llamativas, pero de muy poco fondo. Fui igual que son, serán igual que soy.

 
el Quijote.- El problema con él es que a estas alturas es inseparable de su espesa aura de glosistas, vulgarizadores, panegiristas, estudiosos y parásitos en general. Siempre me he preguntado cómo lo leería un lector virgen, que no hubiera sido apabullado desde pequeño con los molinos, los gigantes, Dulcinea, la Mancha, Sancho, la Triste Figura, los odres de vino, ladran luego cabalgamos y con la Iglesia hemos topado (las dos últimas, por cierto, perfectamente apócrifas, pero incrustadas en el lote tan inextirpablemente como todo lo demás). Habitualmente leemos un libro y luego decidimos si nos gusta o no. Con el Quijote es imposible, lo leemos –los que lo leemos– sabiendo que nos tiene que gustar. Peor aún, sabiendo que no estamos, en realidad, leyendo un libro, sino cumpliendo un trámite formal que, a lo sumo, nos servirá para rellenar los huequecillos y dar cierta consistencia a la nebulosa quijotil con la que más o menos hemos nacido. Es un claro caso de alienación, de la que también pueden ser víctima los libros y que, en este caso, creo totalmente irreversible e irremediable.

 
la televisión.- Todo lo que existe de un modo medianamente público es a la vez dos cosas: lo que sea, en sí, y un contenido televisivo. Como suceso, acto, institución... tendrá cada uno sus propias leyes, su lógica y su proceso; pero como contenido televisivo tienen todos: terremotos, investiduras presidenciales, actuaciones policiales, debates parlamentarios, sorteos de lotería, bodas reales, riñas callejeras, misas solemnes, manifestaciones populares, partidos de fútbol, atracos con toma de rehenes, todos... que someterse a las leyes que regulan el comportamiento y la existencia de los contenidos televisivos. Ya no manda el cura en su misa, ni el presidente en su congreso, ni el atracador en su banco. Por encima de ellos están siempre el realizador y los cámaras, con una autoridad muy superior y que nadie sueña siquiera en cuestionar. A un bombero, por resumir, ya no le basta con apagar bien incendios y salvar bien víctimas de catástrofes: además, e incluso antes, tiene que ser "mediático", o sea, pegar bien en televisión.


mi blog.- Cuando yo era pequeño vivía en una calle comienzo de carretera nacional, por la que pasaban coches y camiones en abundancia haciendo un ruido de todos los diablos. En verano, con la ventana abierta por el calor, era ensordecedor. Recuerdo un día en que, tras el paso de un camión especialmente atronador que nos tuvo a todos medio minuto sin oír otra cosa que el rugido de su motor y el vibrar de los cristales, mi hermano mayor se asomó a la ventana y berreó a todo pulmón: ¡¡Aaaaaaaaa!! Y se quedó a gustísimo. Fue su respuesta a la Avenida de América. También él podía hacer ruido, hombre.

Lo digo porque yo escribo en mi blog por motivos bastante parecidos. Cuando el nivel de ruido exterior llega al punto crítico, desahogo con mi propio berrido la tensión acumulada, escribo un post tajante y me quedo más ancho que largo. Me ahorra horas de discusiones tediosas con tontos bienintencionados (con los malintencionados no me hablo) y me permite resumir en unas cuantas frases, de una sola vez, los cientos de puntualizaciones, distingos, refutaciones y puntos sobre las íes que me van surgiendo de la lectura del periódico, la escucha de la radio y el trato con mis semejantes (por llamarlos de algún modo, más quisieran algunos). Así me quedo tranquilo y me puedo dedicar a cosas serias con la mente despejada. Y, como diría Wodehouse, estoy un rato entretenido y no ando por los bares.

¿Comunicación? Bueno... Si alguien escucha, estupendo. Pero aunque no, yo me quedo igual de pancho, como mi hermano después del grito. He reivindicado mi derecho a formar parte de la batahola general. Y he ejercitado las cuerdas vocales, que se entumecen por falta de uso.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Maniobras orquestales en la oscuridad

Hace una semana que publiqué otro de mis acertijos musicales. Lo bueno de este género es que una sola idea te da para dos posts, el de la pregunta y el de la respuesta, lo que dada mi habitual sequía, acentuada en los últimos tiempos por el estiaje, es francamente conveniente. Así que me propongo ahora sacarle las últimas gotas de jugo a la ocurrencia.

Se trataba, como recordarán, de averiguar sobre qué conocidas melodías estaba compuesta cada una de estas dos maquinaciones mías: 

Primera maquinación:

¡Que no! - Júbilo Matinal

Segunda maquinación:

Little Spaniard - Júbilo Matinal

Bien, pues aquí van las respuestas a ambos enigmas:

La primera de las dos melodías está enmascarada por el sistema de añadirle un acompañamiento de piano y superponerle otras dos melodías de mi invención, armónicamente compatibles con ella -esto es, que suenan bien juntas.- Un buen oído debe ser capaz de seguir identificándola a través de esta superposición, es decir, de aislar, entre todas las notas que suenan simultáneamente, las que pertenecen al tema buscado. La tarea se facilita mucho suprimiendo las voces añadidas, es decir, pelando la pieza como una cebolla, retirando las capas superpuestas hasta dejar solo la central y original. Vamos a hacerlo:

Retiramos primero la capa añadida más exterior, el tema del oboe, y esto es lo que queda:


Lo pelamos ahora un poco más, suprimiendo también la voz alta del piano:


y seguro que ya todos ustedes están reconociendo sin problemas el tema de que se trata. Pero para estar seguros del todo, le quitamos, por fin, el acompañamiento, la mano izquierda del piano:


y, como pueden ver, queda el tono de Nokia, que todos oímos unas treinta veces al día en algún teléfono móvil cercano. Yo me he limitado a repetirlo seis veces, cambiándolo de tono la tercera y la cuarta para que la secuencia armónica que esboza se complete con una cierta lógica que permita encajar en ella las otras dos melodías de mi invención.

(De paso: "Nokia" suena igual que "¡No!, ¡Quia!""¡Que no!, además de ser otra forma de decir eso mismo, es lo que me da ganas de gritar cada vez que oigo el irritante tonillo.)

J. S. Bach, uno de mis más señalados precursores, maquinando orquestalmente en la penumbra.

La segunda melodía no se ha disfrazado con el mismo método, sino que ha sido cambiada de ritmo y sustituída por otra equivalente, es decir, correspondiente a la misma secuencia armónica. Por decirlo más inteligiblemente, la he cambiado por otra melodía distinta pero que podría ser acompañada por los mismos acordes que la original. Como si en el tema anterior no solo hubieramos superpuesto al tema de Nokia las dos melodías nuevas, sino que a él mismo lo hubiéramos hecho desaparecer. A estas melodías armónicamente equivalentes a una dada se les llama "variaciones" sobre esa melodía, y componerlas es una tradición que se ha mantenido a lo largo de toda la historia de la música.

No soy el primero, ni seré el último, en componer variaciones. El del disco de en medio, Brahms, también lo hacía sobre temas ajenos, como yo. Aquí, concretamente, sobre un tema de Haydn. En aquel dichoso tiempo no había SGAE...


  La sandalia es al pie como la variación al tema
Lo que en este caso debe hacer un buen oído es lo contrario que en el anterior, o sea imaginarse la melodía principal ausente -siempre que la conozca, claro- solo con oir la que la sustituye y la secuencia de acordes que la acompaña; y lo hará tanto más fácilmente cuanto más las nuevas melodías, "variaciones" de la original, le "sugieran" esta última o le ayuden a evocarla. (Si escuchan ustedes, por ejemplo, las "Variaciones Goldberg" de Bach, cosa que les recomiendo encarecidamente, verán que la primera es la melodía principal, el tema alrededor del cual se construyen las siguientes. Y es muy instructivo oir cada una de las demás mientras tratamos de silbar al tiempo la primera, para comprobar la perfección con la que se ajusta a todas ellas.)

En la siguiente pieza he superpuesto, a mi composición, la melodía original sobre la que está compuesta -he metido el pie en la sandalia- para que suenen las dos al tiempo (la melodía original suena por el altavoz izquierdo, mi variación por el derecho); y creo que todos ustedes reconocerán la nueva incorporación, y advertirán que encaja bastante bien con el acertijo al que se superpone y del que es la respuesta:



En efecto, Little Spaniard es, una vez más, la Marcha Real, que ya sirvió de motivo, hace un par de años, para otro de mis acertijos. Es, si lo recuerdan, una nueva versión, algo más adornada, del arreglo que ya colgué entonces, al dar la solución, como ejemplo de las muchas transformaciones que pueden hacerse a partir de cualquier melodía, con solo un poco de imaginación; y debo decir que estoy muy orgulloso de él. ¡De qué misteriosos caminos se sirve la Providencia para conseguir que un iconoclasta irredento, como yo, sienta alguna clase de orgullo por su himno nacional!(*) De hecho uso esta versión mía como tono de mi teléfono móvil -que, por cierto, no es Nokia.- (Ven que, finalmente, hay una sutil relación entre ambos acertijos. Todo va  encajando...)
(*) Suponiendo que a la Providencia le parezca que el orgullo acerca de los himnos nacionales es cosa digna de ser fomentada, lo cual es muy dudoso, a poco providente que sea.


Quizás hayan advertido que, además de cambiarle el ritmo y variarle la melodía, he alterado ligeramente, aquí y allá, la armonía de la Marcha Real. En algunos compases los acordes no son exactamente los mismos que los de la versión original, que me resultaban excesivamente marciales y obvios (**); su nuevo carácter de fox trot me parecía requerir un pequeño toque de sutileza armónica, además de rítmica.

(**) Ya saben ustedes que la música militar es a la Música lo que la justicia militar a la Justicia...
 Podemos decir, como conclusión, que lo que he hecho con nuestro Himno Nacional ha sido una himnovación. (El chiste no es mío, que conste, es de Les Luthiers. Reconozcan que es bueno...)

Este dibujo, aunque no tenga firma, es también de QUINO. Gracias, maestro.

Pues sepan que hay quien ha reconocido las melodías enmascaradas, a pesar de mis maquinaciones. No muchos, pero algunos, y todos ellos han optado, cortésmente, por enviar sus respuestas a mi correo, como sugerí, en vez de publicarlas en los comentarios.

- El primer acertante de todos fue Ricardo. Reconoció inmediatamente ambos temas, aún antes de publicado el post, dado que lo utilizo como banco de pruebas y le envío siempre mis tropelías musicales antes de hacerlas públicas. (Si él no las identifica, lo que hasta ahora no ha sucedido nunca, ya sé que nadie lo hará).

- Apenas media hora después de publicado el post me enviaron su respuesta María y Johannes. Ella dió con el tema de Nokia, me dicen, y él con el de la Marcha Real, lo cual tiene doble mérito habida cuenta de que es alemán y no tenía por qué conocerlo siquiera. (No, ella no es finlandesa. Es madrileña.) (No, él no es Brahms. Otro Johannes.)

- Un par de días después Carmen me escribió para comunicarme que había identificado la Marcha Real "ella solita". De la primera maquinación no me dijo nada.

- He tenido incluso un acertante de ultratumba, un nuevo contacto llamado Herbert Von Karajan, cuyo mensaje rezaba como sigue:
I have been strongly impressed by the musical quality of your work. I guess that the songs that you propose are the Nokia aria and the national anthem of Spain. I will try to contact you in an upcoming trip to Spain.
Sincerely yours,
Herbert
Me hizo verdaderamente mucha ilusión, de modo que resolví ignorar que Von Karajan lleva muerto cosa de veinte años y que la cuenta remitente era la de uno de mis asiduos e ingeniosísimos lectores; y les ruego que lo ignoren ustedes también y que cuenten entre los acertantes a mi nuevo amigo Herb.

- Por último Miroslav me anunció en un comentario que creía saber qué tema era el segundo; pero ha debido de preferir guardar para sí sus sospechas. Espero que este post se las confirme.

Enhorabuena a los acertantes por su buen oído, y muchas gracias a todos por leerme. Y, lo que tiene aún más mérito, por escucharme.


W. A. Mozart
P.S.- A modo de despedida les dejo un nuevo ejemplo de Variaciones, este debido al talento de otro al que tampoco se le daban mal estas cosas. Las Variaciones en Do Mayor K 265 están compuestas sobre una canción infantil francesa, Ah, vous dirai-je, Maman (también conocida en inglés como Twinkle, twinkle, little star, y en español como Campanitas del lugar) y en ellas hay modificaciones de melodía, de ritmo y hasta de tonalidad, sin que en ninguna deje de reconocerse el sencillo tema original. El autor es un tal Wolfgang Amadeus Mozart, y aquí las interpreta al piano Aldo Ciccolini.



(Para los que les interesen estas cosas: el tema original es el que suena desde el minuto 0:00 hasta el 0:50. Sus doce variaciones empiezan, respectivamente, en: -0:51  -1:22  -1:53   -2:27   -3:00   -3:39   -4:14   8ª(en tono menor)-4:43    -5:19   10ª-5:46   11ª-6:15 y 12ª-8:05.)

La canción infantil que estas variaciones de Mozart han hecho famosa es uno de esos temas que perviven y reaparecen a lo largo de toda la historia de la música. Además de Mozart la han utilizado como tema de sus composiciones muchos otros músicos, como pueden comprobar en este artículo de la Wiki; y aún ahora mismo sigue asomando la cabeza aquí y allá. Por ejemplo, (esto ya son elucubraciones mías, no me hagan mucho caso) en la famosa Somewhere over the Rainbow, de Harold Arlen, que Judy Garland cantaba en El Mago de Oz (1939), puede descubrirse sin mucho esfuerzo la huella de esta misma canción: la melodía principal a mí al menos me parece una variación sobre las primeras catorce notas de Ah, vous dirai-je, Maman, perfectamente encajable en ellas, como se comprueba en este montaje: (El oboe toca Ah, vous dirai-je... y el piano Somewhere... Sí, lo siento, es que el oboe es el instrumento solista que menos estridente suena en el Finale, por eso abuso tanto de él...) (***)



Israel Kamakawiwo'ole
Más claramente aún: en esta versión de Somewhere over the rainbow, grabada por Israel Kamakawiwo'ole a mediados de los noventa del siglo pasado, y concretamente en el pasaje que va del minuto 2:09 al 2:50, suenan inequívocamente las catorce primeras notas de Ah, vous dirai-je..., sin variación alguna. (Debo a mi hijo Ignacio el conocimiento de esta preciosa versión):



(***) Y además un bisabuelo mío fue catedrático de oboe en el Conservatorio de Madrid. Y -Dios castiga sin piedra ni palo- compuso gran cantidad de marchas militares...


Actualización.- No tengo más remedio que actualizar este post, a la vista de las últimas noticias. Habrán visto en los comentarios el de Cigarra que atribuía a Fernando Sor el tema de Nokia, y el mío posterior que, hechas las correspondientes investigaciones, dejaba claro que el tema en cuestión es, en realidad, de Tárrega. Por si tienen curiosidad, aquí está su Gran Vals en que apareció por primera vez la famosa musiquilla (suena al final de la primera frase, a partir del 00:11, y vuelve a sonar al final. Todo el vals es precioso, así que se lo dejo entero:



Mi reconocimiento a María, que fue la primera en advertírmelo, aunque yo no la hiciera entonces caso, y a Cigarra, que me ha vuelto a poner sobre la pista.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Acedía tardoestival

Lo sé, lo sé, estoy muy perezoso. Desde finales de mayo no escribo nada en este blog y, para ser sinceros, lo último que escribí era una chorrada. (Optimista afirmación que parece dar por supuesto que el resto de lo que he escrito, no). Pero es que me he cambiado de trabajo, operación que, entre despedidas y estrenos, consume una cantidad de energía francamente agotadora, y luego me he ido de vacaciones, y ando ahora en esa fase posvacacional en la que uno se pregunta por qué cuernos no puede vivir todo el año como durante el último y bienaventurado mes; o sea, que tengo la cabeza en otra parte, no sabría exactamente precisar en cuál, y no me da la vida para ocuparme de Internet, o solo poquito: ese poquito que mi avatar Vanbrugh desparrama a ratos en forma de comentarios por tres o cuatro blogs cercanos que consiguen de vez en cuando sacarme del marasmo mental en que yazgo.


(Este estupendo dibujo de Grillo, que se está convirtiendo en algo así como mi ilustrador oficial, puede darles una idea aproximada de mi actual disposición vital. No se alarmen por la ametralladora, debe de simbolizar -tengo que preguntárselo a mi psicoanalista en cuanto me consiga uno- el ánimo agresivo y eficaz con que encaro mis nuevas obligaciones profesionales. Del significado del resto tampoco tengo ni la menor idea.)

A pesar de todo lo cual algo hago, no crean, aparte de trabajar. Sigo, cómo no, maquinando aberraciones musicales con el Finale, por ejemplo. He aquí, en forma, una vez más, de

Acertijo musical

un par de resultados de estas actividades:


¡Que no! - Júbilo Matinal


Little Spaniard - Júbilo Matinal

(Aprovecho para probar un alojamiento nuevo de música, Goear, en vista de que el mío habitual, Divshare, parece estar colapsado por algún motivo y ni me deja subir músicas, ni me permite escuchar las que ya tengo subidas y colgadas. Esperemos que no dure, o tendré que transmigrar toda la del blog al nuevo sitio.)

(DivShare vuelve a estar en uso, y me apresuro a utilizarlo de nuevo. Goear, como habrán quizás tenido que padecer -ojalá no- ¡mete publicidad! ¡En mi blog! Hasta ahí podíamos llegar.)

El primero, al que he titulado "¡Que no!" por motivos que quizás entiendan si dan con la respuesta, es una pieza para oboe y piano. El oboe toca una voz cantante de mi invención. La mano izquierda del piano -las teclas más graves- hacen el acompañamiento. Y la mano derecha toca dos voces: de ellas la más aguda es también obra mía, pero la más grave es un tema muy conocido, que todos ustedes oyen unas cuantas veces al día y que quizás puedan reconocer, a pesar de presentarse amalgamado con el resto de voces. Averiguar cuál es este último tema es la primera parte de mi acertijo de hoy.

El segundo, llamado "Little Spaniard", también por motivos fáciles de deducir cuando se sabe de qué tema se trata, es mi particular arreglo de otro conocido tema musical. Los lectores atentos de este blog quizás recuerden que ya han tenido ocasión de escucharlo, en un post de hace cosa de un par de años, aunque la que ahora cuelgo es una nueva versión enriquecida. Igual que en el anterior, hay un oboe que lleva la voz cantante y un piano que le acompaña y hace, además, una especie de antífona a la melodía principal. En este caso se trata de adivinar, como segunda parte de mi acertijo, cuál es la obra musical versionada.

(Pueden enviar sus respuestas a jubilomatinalarrobagmailpuntocom, casi mejor que escribirlas en los comentarios, para la cosa de si alguien más quiere intentarlo).
De verdad que siento no ofrecerles otra cosa más interesante, pero es que no estoy para nada.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Los adelantos técnicos no siempre son beneficiosos



A mí los pavos me dan pavor

las sopas me dan sopor,
los temas me dan temor,
los amos me dan amor,
los días me dan Dior,
las olas me dan olor,
los autos me dan autor,
el Viso me da visor,
las coles me dan color,
los rotos me dan rotor,
las postas me dan postor,
las babas me dan babor,
las señas me dan señor,
las motas me dan motor,
los hórreos me dan horror,
los cantos me dan cantor,
los picos me dan picor,
los timos me dan Timor,
las pintas me dan pintor,
el tenis me da tenor,
los rencos me dan rencor,
las calas me dan calor,
los gestos me dan gestor,
las traídas me dan traidor,
Mayo me da mayor,
las actas me dan actor,
el tute me da tutor,
los primos me dan primor,
los dolos me dan dolor,
las rectas me dan rector,
las castas me dan castor,
las menas me dan menor,
los cursos me dan cursor,
las pastas me dan pastor,
las vigas me dan vigor,
los vales me dan valor,
los alces me dan alcor,
los humos me dan humor,
la menta me da mentor,
los retos me dan retor.

A veces escribo cosas así. 

Antes las caligrafiaba descuidadamente a pluma sobre un folio en blanco y acababan en la papelera, o se amontonaban durante semanas con otros papeles sobre la mesa, recogiendo en los márgenes anotaciones de urgencia, números de teléfono y dibujos abstrusos, o amarilleaban año tras año marcando la última página leída de un libro abandonado a medias.

Ahora tengo un blog, lo siento.


(La ilustración es gentileza de mi amigo Grillo, al que agradezco que desperdicie su talento en ilustrar tan certeramente mis secreciones mentales, con más mérito cuanto que lo hizo antes de conocerlas).

miércoles, 4 de mayo de 2011

UN MUNDO INDECENTE

Que te sumerjan en una bañera hasta que creas ahogarte debe de ser francamente desagradable. Seguramente cuando te ocurre pierdes de vista cualquier otra cuestión y deja de preocuparte todo lo que no sea la siguiente bocanada de aire que podrás, o no, aspirar. Como afortunadamente a mí no me ha pasado nunca, estoy todavía en condiciones de especular sobre ciertas cuestiones anejas a esta técnica de interrogación coercitiva (‘tortura’, en castellano antiguo) que a sus víctimas efectivas probablemente les parecerán ya irrelevantes, pero que para las que aún lo somos solo en potencia presentan, creo, un cierto interés.

Debo confesar que, al pánico cerval que me provoca la mera idea de ser interrogado de esta sutil manera, se suma en mi caso otro miedo más metafísico pero que, en mi feliz inexperiencia actual de la angustia provocada por los puramente físicos, se me antoja casi más angustioso: el miedo a que mi interrogador alardee de la técnica aplicada o, al menos, no pretenda esconderla, y admita abiertamente que la ha empleado. Y el miedo a que después nadie diga nada y a que todo el mundo acepte que las dudas sobre lo conveniente o no del uso de esta ‘técnica’ constituyen una ‘cuestión abierta’, y pase a continuación a hablar entusiastamente de lo realmente importante: sus resultados, sobre los que, al contrario, no cabe, al parecer, duda alguna.

Y es, en mi opinión, bastante explicable que este segundo miedo me angustie más que el primero: la probabilidad de que alguien me sumerja en una bañera hasta la casi asfixia para hacerme confesar algo es, creo, sumamente baja. Se trata solo de una posibilidad por ahora remota. Mientras que la probabilidad de que quienes aplican esta tortura (disculpen la palabra, pero siempre me ha gustado el castellano antiguo) no lo oculten, y de que la presenten al mundo como una técnica de indudable eficacia, aunque 'suscite ciertas dudas' morales, o más exactamente, deje 'abiertas' algunas 'cuestiones'; y ello sin que pase nada, es ahora mismo igual a uno. Del cien por cien. Ha pasado ya, quiero decir. No estoy aún sumergido en la bañera, pero sí estoy ya sumergido de lleno en un mundo en el que eso sucede, gobernado además por quienes hacen, o aplauden o admiten que suceda.

A mis cincuenta y pico años me resulta imposible desde hace mucho tiempo ignorar que en el mundo se tortura, y que lo hacen no solo los narcotraficantes, los terroristas y los delincuentes en general, sino también los gobiernos; y no solo los totalitarios, dictatoriales y tercermundistas, sino también los occidentales, democráticos y progresistas. Contra esta realidad innegable, que tengo la debilidad de carácter de considerar atroz e indecente, me cabía hasta ahora el consuelo de que se tratara de una realidad clandestina, vergonzante y consciente de su impresentabilidad e indecencia básicas.

Débil consuelo, me dirán, y bastante hipócrita. Ciertamente es ambas cosas. Pero, débil y fundamentalmente inútil como es para impedir que la gente sea torturada, la noción generalizada de que la tortura es indecente e impresentable, y de que quienes la emplean tienen que ocultarlo y negarlo, y saben que deben avergonzarse de hacerlo, era el último testimonio de que, al menos de iure, nos adheríamos a la decencia. En cuanto a la hipocresía, siempre he pensado que, como dijo La Rochefoucauld, es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. Me estremece saber que el mundo en que vivo está gobernado por un vicio que ya no cree necesario este mínimo pero significativo homenaje, y habitado mayoritariamente por súbditos que aceptan dócilmente que así sea. Que vivo en un mundo radicalmente indecente, de facto y también de iure.

En resumen: sabía ya, desgraciadamente, que en el mundo en que vivo es posible violar la soberanía de un país extranjero, vengar los crímenes mediante el empleo de la fuerza, sin jurisdicción legal alguna y sin simulacro siquiera de juicio, disparar a matar a un hombre desarmado aduciendo que se ha resistido, asesinar a terceros inocentes contra los que no se ha formulado ninguna acusación, y todo ello gracias a la información obtenida mediante la tortura. Lo que aún no sabía es que tal cosa pudiera ser presentada como algo de lo que enorgullecerse, y exhibida como un éxito y un mérito; y que los espectadores, en vez de horrorizarse y condenarla, la celebrarían y la aplaudirían con complacencia prácticamente unánime.

Por eso, lejos de pensar que el asesinato de Bin Laden ha hecho que el mundo sea más seguro, como he oído y leído hasta la saciedad, a mi no me cabe la menor duda de que, desde que se ha cometido, el mundo es para mí y para todos un lugar más amenazador, más hostil, más inseguro y más peligroso. Aún. Y, fundamentalmente, más indecente.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Injurias al rey

Mira que me fastidia que se mezclen distintas cuestiones como si fueran la misma. Así que vivo en un casi permanente fastidio, porque la realidad se empeña constantemente en mezclar unas cuestiones con otras, y casi nadie se ocupa de distinguirlas adecuadamente.

(Quiero decir, claro, que casi nadie se ocupa de presentarlas como yo creo que deberían ser presentadas, y siempre me acaba tocando hacerlo a mí. No doy abasto...)

Vamos a ver: a mí también me cae muy gordo Otegui. Me cae gordo él personalmente, por su siniestra trayectoria de terrorista y defensor del terrorismo y por su jeta y tonillo de matoncete jovial, convencido de que no hay más remedio que hacer lo que él quiere, por las buenas o por las malas. Y, sobre todo, -porque personalmente no sé de él mucho más que esas dos cosas- me cae gorda su figura pública de dirigente y portavoz de uno de los fenómenos que más detesto, el nacionalismo. Como ya lo he hecho en otras ocasiones, no voy a explayarme aquí sobre lo que pienso del nacionalismo -de cualquiera de ellos, con su imbécil sacralización de la "nación", concepto que juzgo dañino en sí mismo- y en particular del nacionalismo vasco que a los defectos generales de cualquier nacionalismo suma, a mis ojos, otros dos específicos suyos y especialmente graves: el de basarse en una versión falseada y mentirosa de la historia, en una "nación" vasca que jamás existió, y el de llevar más de cincuenta años tratando de imponer su aberrante mitología tribal por el procedimiento de asesinar, secuestrar, torturar y amedrentar conciudadanos.

Queda dicho, pues. Lo que sigue no es una defensa del nacionalismo vasco, que me repugna personal y profundamente, ni de Arnaldo Otegui, al que considero un apropiadísimo representante suyo.

Pero estos sentimientos, que creo que comparte bastante gente, no me impiden ni deberían impedir a nadie razonable reconocer que la sentencia del Tribunal de Estrasburgo que ha declarado ilegal la condena de Otegui por "injurias al rey" es justa y adecuada, precisamente porque la condena a que se refiere no lo fue. Por mucho que la dictara el Supremo y la refrendara el Constitucional, y por mucho que sirviera para meter en la cárcel a un sujeto al que tantos ven con tanto gusto en ella.

El Tribunal de Estrasburgo ya ha dejado claro, con mejores argumentos que los que yo podría dar, que las opiniones sobre personajes públicos están lógicamente amparadas por el derecho a la libertad de expresión. Dicho de otro modo: si uno no quiere ser público objeto de críticas o de opiniones que no le agraden, no debe ocupar cargos públicos. Y si los ocupa, debe aceptar de antemano que sus actuaciones públicas en el ejercicio de esos cargos merezcan toda clase de valoraciones; y aguantarse con ellas, las que le gusten más y las que le gusten menos. Va en el sueldo. Desde el rey hasta el alcalde del último concejo abierto.

Pero es que, además:

Al parecer lo que dijo Otegui, y lo que le valió su condena, ahora declarada ilegal, es que el rey era el responsable de los torturadores

Si no hay tales torturadores, entonces a quien ofendió Otegui diciendo que sí los había es al Estado español, y es por esa ofensa al Estado, y no al rey, por la que, si resulta ser delito, debería habérsele juzgado y, en su caso, condenado. 

Lo grave, digo yo, es acusar falsamente a un estado de torturar. Decir que el jefe de un estado es responsable de lo que ese estado haga es decir una obviedad bastante indiscutible.

Y si, como Otegui afirma, sí hubiera tales torturadores -¿alguien puede negarlo con total seguridad? ¿Alguien se ha molestado, siquiera, en entrar en esa cuestión, que es la fundamental?- entonces también yo diría que el rey, jefe de un estado cuyos funcionarios hipotéticamente torturaran, sería el responsable último de los torturadores y de las torturas, y no creo que nadie pudiera discutírnoslo, ni a Otegui ni a mí. Ser el jefe del estado, o quiere decir eso, o no quiere decir nada en absoluto. 

Francamente, no veo otro modo razonable de enfocar la cuestión, gústennos o no el nacionalismo vasco y Otegui; y me reconforta que haya un tribunal en el mundo, aunque tenga que ser en Estrasburgo, que parezca opinar lo mismo que yo.

Lo que ya no me reconforta tanto es que los dos máximos órganos jurisdiccionales de mi país hayan ignorado la cuestión de fondo -¿se tortura en España, como denuncian los etarras y sus palmeros, o es otra más de sus mentiras?- para ocuparse de una figura tan discutible y, en comparación, tan poco importante como la de las injurias al rey y, encima, aplicarla mal. (Lo dice el Tribunal de Estrasburgo, no yo).

Como consecuencia de lo cual ahora Otegui está en la calle, con más aire de matón invicto que nunca y con veinte mil euros más en el bolsillo, salidos de los nuestros.

Un manejo del asunto realmente eficaz e inteligente, como ven. Tan inteligente y tan racional como todo lo que tiene que ver con ese modelo de instituciones inteligentes y racionales que es la monarquía, Dios nos la conserve muchos años.