miércoles, 9 de diciembre de 2009

Huelga de hambre

Manifiesto políticamente incorrecto.

(Ya está bien de escribir cosas que despiertan simpatía y adhesión, hombre. Me apetece variar...)

Mi salud ya no va siendo la que era, mis digestiones se han vuelto más delicadas y, en consecuencia, ya no puedo permitirme excesos que antes cometía sin el menor problema. Como, por ejemplo, leer todos los días el periódico. Es una práctica que he tenido que restringir muy drásticamente, porque sus consecuencias empezaban a afectar a mi salud y a mi vida social. Me estaba volviendo suspicaz, gruñón y sujeto a cambios repentinos de humor. Desde que el que leo más a menudo es este, y los demás apenas los hojeo los fines de semana, he vuelto a ser un sujeto cordial, bien dispuesto hacia mi prójimo y de trato fácil y grato, o al menos esa es la ilusión que me hago. Y este feliz resultado me compensa sobradamente de la falta de información. (Sé que quedaré mal diciéndolo, pero cada vez me importa menos cómo quedo. Y si no aprovechamos ahora, que todavía nos dejan asomarnos a Internet -tengo la clara impresión de que no por mucho tiempo- para decir lo que nos pide el cuerpo, corremos serio peligro de quedarnos para los restos sin haberlo dicho.)

Por tanto, y a eso es a lo que iba, sé realmente muy poquito sobre cuáles son las circunstancias exactas que han llevado a Aminatu Haidar a su actual situación. Me basta, por ejemplo, saber que en sus problemas anda implicado el buen Mohamed, rey de Marruecos y digno hijo de su buen padre Hassan, para imaginarme sin mucho esfuerzo que la tal Aminatu tendrá bastante razón en su querella con ese progresista país y su ilustrado monarca. Me basta, igualmente, saber que su actitud pone a España en una situación difícil para imaginarme con no más trabajo que nuestro sin par Gobierno habrá metido alguna clase de pata, perpetrado alguna pifia o cometido, en general, alguna de las torpezas inoportunas e inútiles en que parece consistir el grueso de su política, singularmente en lo que se refiere a política internacional. Y por otra parte me basta saber que la postura de Aminatu tiene algo que ver con reivindicaciones nacionalistas para que me apetezca muy poco darle la razón, aunque sea contra el repugnante reyezuelo marroquí. Todas mis simpatías están con los saharauis cuando los considero como súbditos y víctimas del esclarecido primo africano de nuestro propio rey, como lo están con cualquier otro desgraciado ciudadano que comparta esa triste situación, sea del Sáhara o del Rif, árabe o tuareg, musulmán o ateo. Pero, lo siento, ni un poquito de ellas acompañan a las reivindicaciones nacionales del antiguo Sáhara español. El más mínimo vislumbre de reivindicación nacionalista, sea saharaui, española, vasca, catalana o servocroata, me encuentra automática y visceralmente en contra, no puedo ni quiero remediarlo. Y una ciudadana que centra sus diferencias con Mohamed en una cuestión en mi opinión tan necia como la independencia de un pedazo de país, y que cree razonable hacer un problema de cuál sea el Estado con cuyo pasaporte puede andar por el mundo tiene, de entrada, muy pocas probabilidades de coincidir conmigo en ninguna opinión que me importe.

De manera que, si entrara en el fondo del asunto, probablemente no tendría muy fácil saber si estoy a favor o en contra de la postura de Aminatu. Pero la propia señora Haidar me ha evitado el dilema. Se ha puesto en huelga de hambre y al hacerlo ha perdido irremisiblemente cualquier posibilidad que antes tuviera de que yo pueda llegar a darle la razón. Ya no me importa saber qué pretende: desde el momento en que lo pide con una huelga de hambre sé que, sea lo que sea, yo no quiero que lo consiga.

Hay pocas cosas que me parezcan más recomendables que no prestar atención a quien dedica el grueso de su actividad a conseguir que se le preste. En todos los casos, pero más aún si para conseguir esa atención emplea la coacción y el chantaje. Y la huelga de hambre, hágala quien la haga y tenga o no razón antes de emprenderla, a mi juicio no es más que un instrumento de coacción y chantaje que, como ocurre siempre con el empleo de medios ilegítimos, contamina de ilegitimidad cualquier fin en cuyo servicio se emplee.

Nunca he comprendido la buena prensa de la que goza esta especie de terrorismo masoquista, ni las simpatías que suele despertar, salvo en casos escandalosamente odiosos, como el de de Juana Chaos, que en paz descanse. (Ya sé, ya, que no se ha muerto. Razón de más para que yo le desee que descanse en paz.) En mi opinión sólo se diferencia de otros métodos violentos en que evita las víctimas inocentes e involuntarias. No es una diferencia desdeñable, desde luego, y gracias a ella miro con menos inquina al huelguista de hambre que a quien coloca una bomba o amenaza con matar a un rehén. Pero nada más que eso, un poco menos de inquina. Aunque presenta innegables ventajas sobre otros métodos de coacción, sigue siendo uno de ellos, que intenta lograr sus fines con la amenaza de causar víctimas. Y como ante cualquier otro método basado en la coacción y la amenaza, creo que jamás hay que ceder ante una huelga de hambre. Por principio. Tenga o no razón quien la utiliza, y pida con ella lo que pida, creo que siempre hay que asegurarse de que no lo consiga en tanto lo pretenda por el repugnante sistema de amenazarnos y estremecernos con el espectáculo de su suicidio lento y público.

"Si muere, la habrá matado el Gobierno español", leí ayer, en un descuido, que declaraba el hermano de la huelguista. Es mentira, claro. Si alguien muere por negarse a comer, nadie más que él mismo es responsable de su muerte, y las relaciones que él pretenda establecer entre su falta de alimentación y cualquier otra cuestión son asunto exclusivamente suyo, que no compete ni obliga a nadie más. Pero es una mentira que mucha gente decide gustosamente creer y repetir, gracias a lo cual sigue y seguirá habiendo gente que cree que ponerse en huelga de hambre es un buen sistema para conseguir que alguien haga lo que, en principio, no estaba dispuesto a hacer.

Personalmente ese intento tramposo y arrogante de trasladar la responsabilidad de la muerte desde quien evidentemente sí la tiene -el huelguista que decide no comer, tenga o no razón en sus pretensiones- hasta quien en ningún caso la puede tener -la instancia de la que el huelguista espera el cumplimiento de sus exigencias, esté o no obligada a cumplirlas de acuerdo con cualquier otro criterio- traslado de la responsabilidad que es el mecanismo en que se basa la huelga de hambre, y que es más eficaz cuantos más papanatas falsamente compasivos lo coreen y lo secunden, me despierta una antipatía automática y sin posibles paliativos. Insisto: póngase usted en huelga de hambre para pedir cualquier cosa, así sea la reivindicación más justa del mundo y más acorde con mis opiniones, y habrá conseguido que, sin más consideraciones, yo pase a desear con fervor que no consiga usted su pretensión. Así soy de mala persona.

Si hay alguien en este mundo que me resulta odioso, inmediatamente después de quien convierte en víctimas a los demás, es quien se convierte en víctima a sí mismo.