jueves, 1 de agosto de 2013

Justo antes de comparecer en sede estival

No le tengo gran simpatía a Rosa Díez, la verdad. Que se fuera del PSOE por no gustarle los coqueteos de ese partido con los nacionalistas es un punto a su favor en mi estimación, pero no llega a compensar sus largos, espesos y cómplices silencios anteriores –y posteriores– ante las tropelías de Felipe González y secuaces. Me refiero, claro está, a la guerra sucia, los GAL, la cal viva y todas las demás maniobras criminales con las que el PSOE perdió cualquier posibilidad de que yo le votara nunca más, a las que R.D., como el resto de sus entonces compañeros de partido, prestó su aquiescencia tácita y complaciente y contra las que no recuerdo haberle escuchado aún la menor declaración. Nunca se lo perdonaré –políticamente, se entiende; personalmente me importan todos medio bledo– a ninguno de ellos.

Luego fundó UPyD –otro punto en contra, al que he tenido que ir restando luego más puntos todavía a medida que este partido se iba revelando como un partido más, esto es, una máquina de encaramar trepas para rebañar prebenditas– aunque tuvo el acierto de asociarse para ello con Savater, lo cual, en cambio, le valió dos o tres puntos positivos. Así que anda la mujer raspadita, raspadita, rozando el suspenso.

Pero estén ustedes tranquilos, que no he interrumpido mi bien ganado silencio veraniego para enfangar este prístino blog con cuestiones de política local. No, es que esta mañana, oyendo la radio como acostumbro, camino de mi penúltimo día de trabajo antes de marcharme definitivamente al Cantábrico –bueno, más quisiera yo que definitivamente: quiero decir durante un largo y bienaventurado mes– he escuchado cómo Rosa Diez declaraba que Rajoy tendrá que contar la verdad ante la Cámara, y quizás tenga que hacerlo ante un juez. Y yo no he tenido más remedio que subirle de golpe dos o tres puntos, tan agradablemente me ha sorprendido esta inusual forma de expresarse.

Insisto, me ha sorprendido la forma. El fondo es evidente y más bien trivial, es lo que todos pensamos y también lo que todos sabemos que Rajoy no va a hacer. Ni decir la verdad, por supuesto, ni mucho menos verse obligado a declarar ante un juez. Por desgracia. Pero no es esa la cuestión de la que quiero hablarles, porque lo que me importa es cómo ha formulado R.D. su obvia opinión.

¡Ante la Cámara! ¡Ante un juez!

No hay uno solo de sus colegas políticos, ni de sus epígonos periodistas, que no hubiera aprovechado el jugoso asunto para apresurarse, babeando del gusto, a emplear una vez más las estúpidas fórmulas que parecen ser de uso obligado: "en sede parlamentaria" y "en sede judicial". Llevo, como todos, semanas oyendo hablar de este y de otros asuntos que dan ocasión de emplearlas, y ni un solo imbécil de los que se ocupan de ellos se ha privado de sumarse al club de los enteradillos que paladean voluptuosamente estas dos necias expresiones. He llegado a detestarlas. Insulto a gritos a la radio o a la tele a través de las que me llegan las voces engoladas de los administradores de la nada, alardeando de haber sido capaces de asimilar, y de emplear oportunamente, los sabrosos latiguillos que acreditan que uno pertenece al círculo exquisito de los que saben que ya no se puede decir "en el Parlamento" o "en los tribunales", porque lo guay es decir "en sede parlamentaria" y "en sede judicial". Escucharlas o leerlas en boca de alguien me basta para clasificar definitiva e irrevocablemente a ese alguien como un absoluto gilipollas. Llevo clasificados más de veinticinco. Y los que me quedan.

De modo que enhorabuena, señora Díez. Ha superado usted muy airosamente una prueba muy difícil. La veo muy bien encaminada para Septiembre...