domingo, 18 de octubre de 2009

Niños y manifestaciones


Me da igual cuál sea el motivo de la convocatoria. Desde el mismo momento en que veo niños en una manifestación, empiezan a caerme gordos los manifestantes y la causa que defienden. Creo que nunca, con ningún motivo, debe llevarse un niño a una manifestación.

Una manifestación, que desde un punto de vista adulto puede ser un medio legítimo de defender una postura política, para los ojos de un niño creo que es, antes que nada, la ocasión y el medio de que aprenda, por la eficaz y directa vía de los hechos, cosas que nunca deberíamos enseñarle: que una consigna coreable sustituye ventajosamente a un razonamiento; que estar todos de acuerdo es algo festivo y deseable en sí, al margen de acerca de qué lo estemos; que ser muchos tiene algo que ver con tener razón; que quien piensa de otro modo y no marcha ni grita con nosotros es un extraño y, potencialmente, un enemigo; que el funcionamiento habitual del mundo puede ser interrumpido, e inutilizados temporalmente los espacios que son de todos, en beneficio de puntos de vista o de problemas que no son de todos

Ni siquiera creo que debamos transmitir a nuestros hijos nuestras opiniones políticas. Hasta los catorce o quince años, salvo excepciones precoces o tardías, los niños no tienen por la política ningún interés personal y espontáneo, si no se lo inducimos. La tarea de los padres es asegurarse de que, llegados a esa edad, tengan los hábitos de pensamiento lógico, interés por el mundo, conocimiento de sus mecanismos básicos de funcionamiento y manejo social necesarios para que puedan empezar a formarse sus propias opiniones; respetar su personalidad y su independencia para que se las formen y suministrarles toda la información que el hijo pida y el padre tenga. Si, además, el hijo quiere saber cuál es la opinión del padre sobre asuntos concretos, no hay ningún problema en contársela, dejando claro que se trata de una opinión y que existen otras igualmente respetables y defendibles. Esta me parece la única actitud cívica y respetuosa para con todas las ideas pero, sobre todo, para con el niño. Cualquier otra cosa me parece una manipulación inmoral, dañina en primer lugar para el niño y, después, para el conjunto de la sociedad.

Si unos padres quieren llevar a su hijo a una manifestación, evidentemente no es posible impedírselo, pero creo que se equivocan gravemente. Perjudican al niño utilizándolo al servicio de una causa y perjudican a esa causa utilizando niños en su servicio. Y si es otro cualquiera quien lo hace, distinto de los padres y sin su consentimiento explícito, creo que su acción debería considerarse directamente delito y perseguirse como tal.

miércoles, 7 de octubre de 2009

¿Qué más quiere la ciencia en España que unas buenas tijeras?


Hay hoy prevista, por lo que me ha llegado, una iniciativa bloguera para que los cuatro sediciosos de siempre aprovechen lo que creen una buena ocasión y perseveren en su sempiterna tarea, la maledicencia y la labor de zapa contra el sin par Gobierno que tenemos la dicha de disfrutar. Creo mi gregario deber de buen ciudadano no solo no sumarme a este malintencionado movimiento sino, en la medida de mis pobres fuerzas, tratar de combatirlo, neutralizarlo y demostrar que no todo son insidias y malevolencias en la blogosfera, y que hay también blogs leales y conscientes que saben a qué ascua deben arrimar su sardina.

El pretexto para la algarada es, al parecer, el recorte del Presupuesto de que disfruta la ciencia española. Mi primera sorpresa ha sido enterarme de que la ciencia española tenía un presupuesto. ¿Qué digo? De que existía algo llamado ciencia española. ¿Quién ha oído hablar nunca de tal cosa? Si suena a oximoron, más que a nada... Jamás, en mis bien aprovechados años de bachillerato, supe de ninguna ley física, teorema matemático, especie animal o vegetal, elemento químico o astro que debieran su formulación o su descubrimiento a un español, ni que llevaran otro nombre que los consabidos franceses, ingleses, alemanes o hasta italianos o escandinavos. Quiero decir que uno puede tomarse en serio la Ley de Boyle Mariotte, o la de Rutheford, y hasta el experimento de Torricelli -digo así, por ejemplo, desempolvando mis remotos recuerdos escolares- pero ¿les parece a ustedes que se podría estudiar algo que se llamara, pongo por caso, Principio de Gómez Iglesuela? ¿Creen que cabría en la tabla periódica de elementos una que se llamara, sin ir más lejos, "garridelio"? ¿Se imaginan un nuevo planeta o una nueva estrella identificados como "Fernández"?

Ya ven lo que quiero decir. ¿Ciencia española? ¡Venga, hombre! Ni falta que nos hace.

Bueno, pues con tan débiles, por no decir inexistentes, credenciales, resulta que este ente de razón tenía, y tiene, asignadas cuantiosas sumas del erario. Partidas presupuestarias que, detraídas de gastos legítimos y necesarios -cosas como coches oficiales, gastos de representación, mantenimiento de edificios gubernamentales, retribuciones de los probos funcionarios que son su adorno y su razón de ser, subvenciones a diversas entidades de gran interés social y cultural; lo que viene siendo el Presupuesto, vaya- se dedicaban, y se dedican, a esta entelequia no ya cuasi inexistente, sino de existencia, en todo caso y a todas luces, superflua. Que semejante despilfarro se haya mantenido en tiempos de bonanza puede pasar, por razones estéticas, más que otra cosa, y para acallar insidias: si todos los presupuestos nacionales dedican dinero a esas cosas, sea, pongamos también nosotros en el nuestro alguna partida "científica". Sobrando, como digo, no hay inconveniente en malgastar unos cuantos millones de euros en asuntos así.

Pero ¿qué más lógico y natural que, cuando llega el momento de crisis y la penuria pone en peligro nuestros sueldos, nuestras prebendas, nuestro bien tramado montaje de reparto de dinero entre quienes bien se lo han ganado, suprimir los gastos innecesarios y meramente ornamentales? ¿Cabe medida más sensata? ¿Puede pedirse muestra mejor de prudencia y buena administración? La ministra del ramo, consciente la buena mujer de ser no menos superflua y ornamental que el dinero dedicado a su fantasmático departamento, ha sido la primera en mostrarse en todo conforme con el recorte. Le ha parecido de perlas, claro. Para eso es ministra y cobra su buen sueldo, para enfocar los asuntos públicos que le han sido encomendados con rigor y sensatez, y no para poner pegas absurdas y peros impertinentes.

Sigamos su ejemplo el resto de ciudadanos y congratulémonos, con ella, de esta nueva muestra de la sabiduría gubernamental. ¿Que la ciencia española necesita medios? Con el gracejo y el savoir faire que le caracterizan, el Gobierno le ha dado los que más falta le hacían: unas tijeras, para ponerla en su sitio. Esperemos que no le falte ahora mano firme para usarlas a fondo, hasta dejar esta impertinencia extemporánea reducida a las convenientemente inadvertibles dimensiones que siempre ha tenido y de las que solo algunos soñadores irresponsables y mal aconsejados han pretendido, felizmente sin fortuna, hacerla salir.

PD.- ¿Cuándo una asignación presupuestaria para blogs adictos y razonables, señora ministra?