domingo, 14 de diciembre de 2008

Adviento para una crisis


J. S. Bach - Suite para violoncello solo nº 1 en Sol Mayor BWV 1007 - Menuetto I y II - Anner Bylsma, cello

En este Adviento, tiempo de espera de la inminente Navidad, cedo el blog y la palabra a mi amigo Diego y reproduzco un texto que escribió como editorial de la revista Vida Nueva en el que, personalmente, he encontrado expresado, como yo no soy capaz de hacerlo, lo que creo que es el modo cristiano de entender y vivir la Navidad, el que quisiera que fuera el mío. Feliz Navidad a todos.

ADVIENTO PARA UNA CRISIS
Diego Tolsada S. M.

Cuando llegan estos días de Adviento ¿hacia dónde dirigimos nuestra mirada? Tradicionalmente a Belén y a los acontecimientos que Lucas y Mateo nos cuentan. Y ¿por qué a Belén? Tal vez por un momento de enternecimiento del corazón, por un avivamiento de la tenaz ternura que no nos abandona definitivamente por más que se mantenga debilitada y silenciosa el resto del año. Ternura acompañada en bastantes ocasiones de nostalgias de la infancia, cuando creíamos que era posible la bondad.

Esa ternura y esa nostalgia, junto a la familia, la vuelta "a casa por Navidad", los regalos, la mesa más abundante y más compartida... son, en el mejor de los casos, los grandes valores vividos por la mayoría de nosotros. Eso, si no lo son el consumo desenfrenado, el simple ocio y las vacaciones para alejarnos de la realidad, o el comer, beber y divertirse sin límites.

Los cristianos seríamos otra cosa. Dicen que en Adviento nos preparamos para hacer memoria de los inicios de la presencia liberadora de Jesús. Pero la historia se ha ido encargando de quitarle aristas a lo que comenzó siendo una historia de rechazo, pobreza y marginalidad, y por ello de subversión en la manera de entender cómo es el esperado Salvator mundi. Allí hubo un niño y no un emperador; allí había una pareja en estado irregular y de clase humilde, y no una familia "de las de toda la vida y como Dios manda"; allí hubo exterioridad y exclusión "fuera de las murallas", porque "no había sitio para ellos" en la ciudad, ni los medios necesarios para acoger con la seguridad e higiene adecuadas a un nuevo ser humano; allí hubo la impureza legal de un establo, y no la pureza ritual del Templo; allí hubo excluidos del culto por impuros, los pastores, que fueron los primeros en reconocer a Dios presente en todo esto, y no los "pastorcitos de Belén" con"requesón, manteca y vino"; allí hubo unos sabios extranjeros, y no los maestros de la Ley, que se habían quedado en la Corte asesorando a su señor; allí hubo mucha pobreza y debilidad, mucha violencia y mucha cruz (los inocentes), y la amenaza del poder político establecido, que desde el principio -siempre tan inteligente- se sintió amenazado y actuó como suele cuando así se siente: violentamente, matando al débil; allí hubo, finalmente y por todo lo anterior, una familia que tuvo que emigrar buscando un mínimo de seguridad.

En pocas palabras: Adviento es hacer la memoria subversiva de un resumen de lo que luego sería la vida adulta de Jesús. ¿Qué Adviento celebramos cuando encendemos las velas de la corona y decimos que nos preparamos a la Navidad? ¿No corremos el riesgo, si es que no hemos caído ya en él, de edulcorar todo sin hacerlo desaparecer (¡faltaría más!), pero quitándole todo mordiente, lo más profundo de esa radical subversión de valores que es el Evangelio, para poder continuar considerándonos felices, tranquilos, seguros y ¡cómo no!, cristianos ante todo?

Pero si ya sería mucho renovar nuestra vivencia del Adviento para recuperar la memoria subversiva de Navidad, hay un segundo aspecto aún más importante. Adviento quiere también que miremos hacia el futuro, a un futuro que encierra una promesa, la utopía de que los seres humanos podemos vivir ya como si Dios mismo, en persona, fuera el rey esperado y llegado. A eso Jesús lo llamó el Reinado de Dios. Adviento no es tanto una mirada a Belén, a la primera venida de Jesús, cuanto dirigir nuestros ojos y oídos, "todo nuestro ser y todo nuestro corazón", a la promesa de su segunda llegada. Es el tiempo oportuno, el kairós, para soñar despiertos y avivar la esperanza de que los talentos pueden fructificar mientras el Señor llega. Es el momento de creer en la práctica, el tiempo de la "ortopraxis", del comportamiento evangélicamente adecuado. Es el momento de avanzar por los caminos de la paz, la igualdad y la justicia, de ir allanando en nuestra historia concreta los caminos para la llegada del Señor y para tantos otros hermanos, que van a sufrir -están sufriendo ya- la crueldad inaudita y feroz generada por un sistema económico también cruel y feroz, de modo que la situación les resulte, al menos, algo más llevadera y menos dolorosa.

Adviento este año nos llama muy especialmente a la memoria subversiva de Belén, pero para mirar al futuro, de manera que cada cristiano, cada comunidad y la Iglesia entera salgamos de nuestra auto-referencialidad casi autista y seamos capaces no solo de abrir las puertas de nuestras "posadas" si llama el Señor, sino de mantenerlas permanentemente abiertas para que todo el que lo necesite, sin pedir permiso y sin condiciones previas de ningún tipo, pueda pasar a la sala común, acogedora y cálida, para sentarse a la mesa abundante y compartida del Reino. Incluso, tal vez tengamos que salir a los caminos para invitarlos. Iglesia de Jesús, ¡buen Adviento!

lunes, 8 de diciembre de 2008

Más problemas del tío Guillermo


Eduardo Falú - La Tempranera
Para mi Magistrada favorita,
con el deseo de unos felices Reyes

De todos los problemas de mi tío Guillermo, -de todos los que he resuelto, quiero decir, que son la cuarta parte de los que me han llegado- “Los hermanos Benavides” es probablemente mi preferido. Creo que no tanto por méritos suyos como porque su solución, al menos la que yo encontré, incluye dos de mis ocupaciones favoritas: la chapuza y la geometría aplicada. Aunque Guillermo clasificó sus problemas como “exactos al margen de las matemáticas”, este, paradójicamente, a mí me parece tan puramente matemático como inexacto. Mi solución es un tanteo geométrico muy satisfactorio, y con esto ya les estoy dando una buena pista, casi dos. No me importa, porque el autor asegura que la solución, rigurosamente única, puede buscarse por dos caminos distintos, de manera que ustedes siempre pueden dar con el otro, que yo no he sido capaz de encontrar.

Aquí les va:

LOS HERMANOS BENAVIDES

Al morir en Salónica el ilustre sefardita Benavides, tan famoso por sus virtudes como por su talento preclaro, sus seis hijos emigraron al Nuevo Mundo y se radicaron en seis países diversos. El docto ELÍAS se estableció en TORONTO, el rígido AARON en CHICAGO, el caritativo JOSUÉ en TEGUCIGALPA, el jovial ISAAC en GUAYAQUIL, el honesto DAVID en SAO PAULO y el valeroso JACOB en BUENOS AIRES.

Pasados algunos años, el más joven de los Benavides le escribió al segundo una carta redactada en la lengua de sus antepasados (los sefarditas jamás la olvidan) y concebida en los términos siguientes:

“21 de diciembre de 19...
“Querido hermano:
“Siempre fuiste mi predilecto y voy a anunciarte algo terrible que tú comunicarás después a nuestros cuatro hermanos. No escribo al mayor porque, pese a su máxima proximidad geográfica, no es él, ni mucho menos, el más cercano, sentimentalmente, a mi. Como primogénito, no sólo heredó el nombre de nuestro viejo, sino también su talento y su carácter alegre, su generosidad y su audacia. Sin embargo, su tenacidad y dureza asombrosas me lo hicieron poco simpático.
“Debo confesarte que soy un miserable, a pesar de mi fama - falsa - de sensatez y probidad. Todos vosotros recibisteis algo bueno del espíritu paterno. Yo, fruto postrero de aquel árbol admirable, sólo obtuve las peores gotas de su savia. Incluso el nombre que me adjudicaron parece un símbolo sarcástico (Observad que está formado con las letras iniciales de las cinco virtudes que más típicamente os caracterizan a vosotros. Es todo lo que me ha tocado en suerte.)
“Hace mucho tiempo que deseo concluir. He comprado una casa de tres plantas con la fachada principal orientada al Norte, como era en Salónica la de nuestros padres ¿la recuerdas? Enfrente de la puerta, a cuatro metros del umbral, había una lápida en la que papá hizo grabar nuestros nombres a medida que nacíamos. Delante de la puerta de mi casa, a cuatro metros de distancia, existe también una losa de granito. Yo he grabado en ella vuestros cinco nombres. Sólo el mío falta. Mañana será mi cumpleaños. Subiré a la azotea de mi casa y me asomaré a contemplar la lápida. Justamente a las 12 mi sombra se proyectará sobre vuestros nombres honrados, y entonces, para libraros de ella, me arrojaré desde la altura.
“Perdonadme y olvidadme”

Para que el lector no diga que siempre le proponemos enigmas demasiado difíciles, hoy nos limitamos a preguntar:

¿CÓMO SE LLAMABA EL PADRE DE LOS HERMANOS BENAVIDES?

(Debemos advertir que la solución, rigurosa e inconfundible, puede ser buscada por dos procedimientos distintos).


Los Reyes Magos nos traerán la solución. Excepto a algunos de ustedes, a los que tengo entendido que será la solución la que les traiga los reyes.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Lorenzo y las mariposas


Scott Joplin
- Pine Apple Rag - Joshua Rifkin, piano


Hace algún tiempo alguien me hizo llegar este enlace:

http://www.exploratorium.edu/complexity/java/lorenz.html

Como verán ustedes si lo siguen y tienen Java instalado en el ordenador –si no, se instala en un par de minutos– es una especie de… entretenimiento gráfico, la verdad es que de contemplación bastante adictiva, llamado “Lorenz Butterfly”, Mariposa de Lorenz. (Tiene un copyright de James P. Crutchfield, que autoriza a descargarlo y usarlo solamente para propósitos informativos, educativos y otros no comerciales, siempre citando la fuente. Me apresuro a hacerlo).

Tras unas breves instrucciones de cómo debe usarse, la página en cuestión explica que la Mariposa de Lorenz es significativa porque ilustra el concepto de “dependencia sensitiva de las condiciones iniciales” (“sensitive dependence upon initial conditions”). Debajo de esta declaración escueta y un tanto hermética hay una pantalla en blanco. Si se pulsa en cualquier lugar de la pantalla, se inicia allí el recorrido de un punto móvil que dibuja una trayectoria en torno a un centro del que se va alejando en una especie de espiral elíptica hasta que es “capturado” por otra órbita y la espiral que dibuja comienza entonces a rondar otro centro, simétrico del primero respecto del eje central de la pantallita. El punto corre interminablemente, trazando en torno a uno u otro de los dos “atractores” elegantes trayectorias aproximadamente elípticas, que tienden a coincidir en la dirección de una común asíntota central y se “amontonan” a sus lados, cruzándose y “empujándose” hacia arriba. En fin, lo explico muy mal. Para que se hagan una idea, cuando aún no ha transcurrido mucho tiempo desde el clic inicial y el dibujo no se ha complicado todavía en exceso, su aspecto puede ser algo así:Lo interesante de la cuestión es que, si se vuelve a hacer clic una segunda vez sobre el mismo lugar de la pantalla, se inicia una nueva trayectoria, que el programa tiene la amabilidad de dibujarnos en otro color distinto del de la primera. Lo cual no se advierte de entrada porque, claro está, como esta segunda trayectoria empieza en el mismo punto que la primera y obedece a la misma ecuación, se superpone exactamente a ella y los colores se mezclan sobre una única línea.

Aunque resulta que no está tan claro. Resulta que, si esperamos un rato, la línea ya no es tan única ni la superposición tan exacta. Sorprendentemente, lo que al principio parecía una sola línea, que se limitaba a cambiar de color conforme el segundo punto móvil la recorría siguiendo de cerca los pasos del primero, se va convirtiendo de modo cada vez más perceptible, a medida que pasa el tiempo, en dos recorridos distintos. El segundo clic ha comenzado una trayectoria que al principio es igual que la primera, pero que enseguida se empieza a separar de ella.

En el siguiente dibujo se ve el momento –cosa de medio minuto y de diez o doce vueltas después de los dos clics iniciales– en que la línea verde claro y la verde oscuro, comenzadas ambas con medio segundo de diferencia en el punto que marca la X roja y coincidentes en las primeras vueltas, se han independizado una de otra hasta el punto de estar tirando cada una para una mitad diferente de la órbita simétrico-esquizofrénica que ambas comparten:
No importa cuántas veces repitamos el experimento, ni cuánto nos esforcemos en mantener inmóvil la mano para que el punto de arranque de las dos líneas sea exactamente el mismo: siempre, al cabo de unas cuantas vueltas, las trayectorias de los dos puntos se habrán separado por completo.

Es esta circunstancia la que hace interesante la ecuación –de la que lamento no poder dar más detalles matemáticos– y por la que se nos dice que ilustra el concepto de “sensitive dependence”: por nimias que sean las diferencias entre los dos puntos de arranque, por mucho que nos esforcemos en hacer que sean prácticamente el mismo, la función representada por la curva es “sensitivamente dependiente” de esta mínima diferencia inicial, y la acusa a medida que desarrolla su recorrido, hasta convertir en enorme una distancia imperceptible al comienzo.

Al cabo de un rato, los dos puntos han formado un dibujo más o menos parecido a este:
Que, como ven, puede recordar a una mariposa, lo que ha motivado que la ecuación, y la curva que la representa, reciba este nombre: Mariposa de Lorenz.

(La verdad es que a mí más me recuerda a una almeja; pero comprendo que "la almeja de Lorenz" no habría sonado igual de bien. Aunque ¿y "el molusco de Lorenz"? ¿"El mejillón de Lorenz" quizás? ¿"La chirla de Lorenz"? ¿"El bivalvo de Lorenz"..? ¿O es que hay algún motivo por el cual el dibujo tenga que recordarnos precisamente a una mariposa, y no a ningún otro bicho?)

Porque seguro que a estas alturas ya tiene que estarles sonando a ustedes algo. A mí al menos, en cuanto pensé dos minutos seguidos en el dibujillo y sus implicaciones, empezaron a resonarme cosas en la memoria: Lorenz… fenómenos inicialmente imperceptibles que acaban teniendo consecuencias de grandes dimensiones… Mariposas…

Lorenz, Edward Norton Lorenz, era, recordarán ustedes –yo lo “recordé” en cuanto hube metido “Lorenz” en Google– aquel matemático y meteorólogo americano que, al elaborar no sé qué modelos matemáticos que trataban de prever, o reproducir, determinados fenómenos meteorológicos, advirtió que una mínima variación en los datos iniciales –como la que puede suponer considerar seis decimales en vez de tres– producía enormes variaciones en el resultado final. De esta observación extrajo importantes conclusiones sobre la Teoría del Caos y sobre predicibilidad y, para hacerlas más patentes al común de los entendimientos, las ilustró con aquel aforismo de que el aleteo de una mariposa en Brasil podía acabar provocando un ciclón en Texas. De hecho esta cuestión del aleteo y el ciclón dio título a una conferencia que pronunció en 1972 ante la Sociedad Americana para el Avance de la Ciencia – “Does the Flap of a Butterfly’s Wings in Brazil Set Off a Tornado in Texas?”– y que se hizo tan famosa que desde entonces todos hablamos del efecto mariposa como si desayunáramos con él cada lunes y cada jueves. Pero el efecto a que alude el tan traído y llevado insecto, aunque se haya empleado con muchos otros propósitos, es siempre el mismo: el que se produce en algunos fenómenos para los que el hecho de variar mínimamente los datos de partida no produce en los resultados una variación igualmente mínima, sino que la diferencia va aumentando a medida que atraviesa las sucesivas fases del proceso y acaba convirtiéndose en enorme.

Exactamente lo que hemos visto que pasa en el dibujito de la pantalla, en el que una variación imperceptible en la posición de salida se convierte en una diferencia muy significativa no bien avanza el proceso. Dibujito que también se debe a Lorenz –sí, es el mismo Lorenz– y en el que, si se fijan ustedes, mis queridos Watsons, también interviene, si bien por muy distintos caminos, una mariposa.

Y aquí es donde empiezan a planteárseme a mí mis particulares cuestiones laterales improcedentes, esas que son las que preferentemente llaman mi atención en los problemas serios, motivo por el cual, con toda probabilidad, nunca llegaré a nada; por ejemplo:

¿Por qué dos ilustraciones completamente diferentes de un principio general han acabado, por dos motivos totalmente distintos, resumiéndose en las mariposas? ¿Cuál fue primero: la ocurrencia de ejemplificar con el aleteo de una mariposa la mínima variación climática que acaba produciendo ciclones, o la de escoger como fenómeno de prueba el movimiento de una partícula que dibuja algo parecido a una mariposa?

Fuera cual fuere la primera ¿se eligió la otra deliberadamente para redundar en las mariposas de modo consciente y voluntario, o fue pura casualidad que las dos acabaran hablando de mariposas sin que nadie se lo hubiera propuesto? ¿Tenía Lorenz, quizás, una obsesión de algún género con los lepidópteros?

Y, sobre todo: ¿por qué cuando busco en Internet “mariposa” y “Lorenz”, unos me hablan de la que aletea en Brasil y del “efecto mariposa”, ignorando por entero las ecuaciones que ilustran el mismo principio y que dibujan algo parecido a una mariposa; y otros en cambio me hablan de la “Mariposa de Lorenz” y explican la función y su correspondiente curva mariposil, pero no nombran en absoluto el “efecto mariposa”, ni los aleteos, ni los ciclones? ¿Por qué ambas mariposas se ignoran la una a la otra tan absoluta y resueltamente, pese a trabajar en el mismo ramo y para el mismo jefe?

¿Soy el único que se ha dado cuenta de que los dos ejemplos se refieren al mismo principio, los dos se deben a Lorenz y en los dos hay mariposas? ¿Hay una conjura universal para ignorar algo que a mí me saltó a la vista tras diez minutos de navegar por Google?

¿Me estaré volviendo paranoico?

jueves, 6 de noviembre de 2008

Como todo el mundo


Vainica Doble
- El rey de la casa


Dios me libre de leer el libro de la Urbano sobre la reina. Y Dios me libre de ocuparme en este apacible blog de esa cosa pringosa y de mal gusto que es “la actualidad”. Sentados estos principios generales, y ahora que ya han pasado unos cuantos días, déjenme que les comente lo sorprendido que me quedé al ver que a nadie parecían escandalizar las opiniones de la reina sobre la monarquía hereditaria. Lo que dijo del aborto y de las bodas gays lo ha comentado todo el mundo –¿es que alguien esperaba que le parecieran bien?– pero en cambio no he visto que nadie diga nada del tranquilo aplomo con que defiende el derecho del rey a legar el reino a su hijo con el argumento de que también los republicanos, “cuando son ricos”, dejan a sus hijos sus negocios o sus propiedades. Para esta buena señora España es una propiedad de su marido, una finca. Patrimonio familiar, del que puede disponer con el mismo derecho que yo de mi piso. Semejante muestra de sensatez y de cultura, concepción tan esclarecida del papel de la monarquía por parte de uno de sus titulares, ha pasado casi desapercibida, como lo más natural. Igual es que está en lo cierto. Voy a investigar si figuro en el inventario de la propiedad heredable, entre los enseres.

Lo grave, claro, es que se siga hablando de la libertad de expresión de esta señora, de su derecho a opinar. Como se habló del derecho de su hijo a casarse con quien quisiera, y no solo se habló, sino que se aplicó, y ahí tenemos a la consorte, con todo y esa estúpida Z en mitad del nombre, estigmatizando a la corona –y con ella a España, mientras la una siga representando a la otra– con la misma marca infamante de papanatismo estúpido y hortera con que tantos padres españoles han marcado a sus pobres Vanessas y Joshuas…

Es sorprendente oir tanta insistencia en que los miembros de la familia real tienen los mismos derechos que todo el mundo, justo en boca de los defensores de la monarquía, institución que se basa en que sus titulares NO tienen los mismos derechos que todo el mundo. Si fuera yo el que lo dijera… Claro, que yo lo llevaría hasta el final: que declaren lo que quieran, como todo el mundo, que se casen con quien quieran, como todo el mundo… que cobren un salario normal por un trabajo de verdad, como todo el mundo… que se consigan el puesto de trabajo por méritos propios y no por derecho de nacimiento, como todo el mundo… que no vivan a cuerpo de rey a costa del erario, como todo el mundo… que si quieren ser Jefes de Estado se presenten a unas elecciones, como (más quisiéramos) todo el mundo…

Si han de ser como todo el mundo, que lo sean del todo, abdiquen y venga la República. Mientras sigan siendo reyes, lo menos que se les puede pedir es que se aguanten y no sean como todo el mundo. Que se casen con quien le convenga al Estado, se callen cuidadosamente las estupideces que puedan pensar, procuren molestar lo menos y adornar lo más que puedan (yo los tendría todo el día en corona y manto de armiño, como a las mascotas de los parques temáticos, que es lo que vienen a ser, solo que muy bien pagados) y, sobre todo, que no hagan desagradables ruidillos de succión mientras chupan del bote.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Un gorila suelto



Georges Brassens
- Le Gorille

De todas las canciones de Brassens probablemente sea “Le gorille”, “El gorila”, escrita en 1952, la más representativa, la que a un francés medio le viene antes a la cabeza cuando piensa en su autor. Brilla en ella su humor rebelde, iconoclasta y un tanto feroz y concitó como ninguna la habitual reacción indignada de la sociedad bienpensante ante sus provocadoras boutades. Él mismo la citó en una canción posterior (1960), "Le mécréant", "El descreído", en la que cuenta cómo, deseando tener la fe de su carbonero, "que es feliz como un papa y gilipollas como un cesto", y aconsejado por su vecino de abajo, "un tal Blas Pascal", decide, tras "rezar e implorar de rodillas", "hacer como si creyera, para así acabar creyendo". Se "traviste" "una sotana de su talla" y se echa al mundo a cantar, "en busca de la fe salvadora". Encuentra a un grupo de "pestes de sacristía" que, tomándole por un cura, le ruegan que les cante "alguna canción santa, de la que tenga el secreto". Él les canta "Le gorille" y "Putain de toi", tras de lo cual le persiguen, indignadas, para "hacerle sufrir el suplicio de Abelardo". Lo salva de la castración la intervención de una "dama de la caridad". Con el argumento de que no es cosa, habiendo tantos hombres que tienen "la perversa inclinación de tomar a Cupido por el otro lado", de arrancar sus atributos a los pocos que aún los utilizan convenientemente, convence a las beatas, que le despiden entre ovaciones. Pero él, escarmentado, renuncia a "dar un paso más en el camino del Cielo: o la fe viene por sí misma, o no vendrá de ninguna manera." La canción merecería un post por sí sola, pero la cito aquí porque muestra cómo el propio Brassens no encontró mejor ejemplo que El gorila cuando quiso resumir la clase de canciones que él cantaba y las reacciones que provocaban.


En la intención expresa de Brassens se trataba, fundamentalmente, de un alegato contra la pena de muerte, que en Francia no fue abolida hasta el 9 de Octubre de 1981, veinte días antes de morir él.
En réalité, je me suis engagé. Seulement, les mauvais esprits ou ceux qui sont dépourvus d’esprit ne s’en sont pas aperçus. Pour que les gens un peu imbéciles s’imaginent que vous êtes engagé, il faut que vous énonciez des faits, il faut que vous leur disiez, voilà : "je suis contre la peine de mort". Moi, je n’ai pas dit "je suis contre la peine de mort", j’ai écrit Le gorille.

(“En realidad sí que he tomado partido. Sólo los malintencionados o los tontos no se han dado cuenta. Para que los que son un poco imbéciles se enteren de que tomas partido tienes que anunciarlo, tienes que decirles, por ejemplo: “estoy en contra de la pena de muerte”. Yo no he dicho “estoy en contra de la pena de muerte”, yo he escrito Le gorille.”)
Con estas palabras Brassens refutaba una de las acusaciones que con más frecuencia se le hicieron, particularmente desde la izquierda: la de no "tomar partido" ("s'engager"), la de ser un irresponsable anarquista que rehusaba el compromiso con mundo real y se mantenía al margen de los problemas más o menos políticos de la gente. Y de paso aclaraba, con el ejemplo de El gorila, que la intrascendencia burlona de sus canciones era solo aparente y, lejos de ser indiscriminada ni arbitraria, obedecía a una postura previa, no menos decidida por no ser explícita.

Yo sospecho, sin embargo, que aunque esto sea fundamentalmente cierto, no es del todo como él lo cuenta. Sin duda Brassens estaba contra la pena de muerte y sin duda sus canciones traslucían sus opiniones y sus posturas, en este y en muchos otros terrenos; pero no creo que escribiera Le gorille como manifiesto político contra la pena de muerte, ni que ninguna otra de sus canciones obedezca a un propósito previo ni programático. Lo suyo no era, pienso, la "canción protesta" ni la literatura militante y, del mismo modo que el gorila no sodomizaba jueces para castigarlos por su injusticia, sino porque se lo pedía el cuerpo, él no escribía canciones para difundir consignas, sino porque disfrutaba con ello. Como su gorila, Brassens siempre fué por libre.


Hace un montón de años que yo traduje Le gorille y, a mi vez, no me movía tanto el deseo de ser fiel al original francés como el de divertirme y hacer una canción "cantable". Suprimí por eso la alusión final a la pena de muerte, que en la España de los ochenta no era cuestión que viniese muy a cuento, y la sustituí por la más candente de la benevolencia de algunos jueces hacia el machismo y las violaciones. En fin, aquí tienen ustedes mi versión, puesta en paralelo con la original. Disfrútenlas. (El retrato de Brassens es del artista francés Gondo. La mano con pipa del gorila es también suya, superpuesta a la foto por mi.)


EL GORILA

Con la conciencia muy tranquila
las mujeres del poblachón
contemplaban al gran gorila,
que se estiraba en su jaulón.
La impudicia de las comadres
las llevaba justo a mirar
aquellas partes que mi madre
no me permite aquí nombrar.

¡Ojo al gorila!

De repente se abrió el seguro
que encerraba al gran animal,
no sé por qué, aunque me figuro
que lo habrían cerrado mal.
El gorila escapó rugiendo:
“¡Voy a perderla de una vez!”
Como ya estaréis suponiendo
hablaba de su doncellez.

¡Ojo al gorila!

“¡Atención, despejen la zona!”
- comenzó el guardián a gritar
“¡Que nunca ha conocido mona
y se va a querer estrenar!”
Cuando la femenina audiencia
conoció dicha condición,
mostró bastante más prudencia
que entusiasmo ante la ocasión.

¡Ojo al gorila!

Hasta la que con más vehemencia
le admiró la virilidad
huyó, probando su incoherencia
y su falta de seriedad.
Su conducta muy mal se explica,
pues el gorila hace el amor,
como bien saben muchas chicas,
mejor que el hombre, mucho mejor.

¡Ojo al gorila!

Todo el mundo buscó enseguida
escapar del simiesco ardor
salvo una anciana desvalida
y un juez joven y emprendedor.
Viendo que todos le esquivaban
el gorila, con rapidez,
se dirigió a donde se hallaban
la abuelita y el señor Juez.

¡Ojo al gorila!

“Hay que ver” – suspira la vieja.
“Hoy va a ser la primera vez
que alguien me quiera por pareja
desde mil novecientos diez...”
Mientras tanto el juez reflexiona:
“No es posible que este animal
me confunda con una mona...”
Pero había previsto mal.

¡Ojo al gorila!

Suponer no nos cuesta nada:
Si tuvierais también que optar
entre un juez y una antepasada
¿cuál de los dos querríais violar?
Yo confieso de buena gana
que, de hallarme ante tal opción,
sin dudarlo sería la anciana
el objeto de mi elección.

¡Ojo al gorila!

Por desgracia este noble bruto,
que en el amor es un campeón,
no se distingue en absoluto
por su buen gusto ni educación,
Y, así, en vez de elegir la vieja,
como haríamos usté o yo,
agarró al juez por una oreja
y tras un seto se lo llevó.

¡Ojo al gorila!

Lástima que lo allí ocurrido
no me dejen aquí exponer,
pues nos habríamoss reído,
y eso siempre es de agradecer.
Sí diré, de todas maneras,
que el Juez ya siempre penó con
sentencias duras y severas
los delitos de violación.

¡Ojo al gorila!
LE GORILLE

C'est à travers de larges grilles,
Que les femelles du canton,
Contemplaient un puissant gorille,
Sans souci du qu'en-dira-t-on.
Avec impudeur, ces commères
Lorgnaient même un endroit précis
Que, rigoureusement ma mère
M'a défendu de nommer ici...

Gare au gorille !...

Tout à coup la prison bien close
Où vivait le bel animal
S'ouvre, on n'sait pourquoi. Je suppose
Qu'on avait du la fermer mal.
Le singe, en sortant de sa cage
Dit "C'est aujourd'hui que j'le perds !"
Il parlait de son pucelage,
Vous aviez deviné, j'espère !

Gare au gorille !...

L'patron de la ménagerie
Criait, éperdu : "Nom de nom !
C'est assommant car le gorille
N'a jamais connu de guenon !"
Dès que la féminine engeance
Sut que le singe était puceau,
Au lieu de profiter de la chance,
Elle fit feu des deux fuseaux !

Gare au gorille !...

Celles là même qui, naguère,
Le couvaient d'un œil décidé,
Fuirent, prouvant qu'elles n'avaient guère
De la suite dans les idées ;
D'autant plus vaine était leur crainte,
Que le gorille est un luron
Supérieur à l'homme dans l'étreinte,
Bien des femmes vous le diront !

Gare au gorille !...

Tout le monde se précipite
Hors d'atteinte du singe en rut,
Sauf une vielle décrépite
Et un jeune juge en bois brut;
Voyant que toutes se dérobent,
Le quadrumane accéléra
Son dandinement vers les robes
De la vieille et du magistrat !

Gare au gorille !...

"Bah ! soupirait la centenaire,
Qu'on puisse encore me désirer,
Ce serait extraordinaire,
Et, pour tout dire, inespéré !" ;
Le juge pensait, impassible,
"Qu'on me prenne pour une guenon,
C'est complètement impossible..."
La suite lui prouva que non !

Gare au gorille !...

Supposez que l'un de vous puisse être,
Comme le singe, obligé de
Violer un juge ou une ancêtre,
Lequel choisirait-il des deux ?
Qu'une alternative pareille,
Un de ces quatres jours, m'échoie,
C'est, j'en suis convaincu, la vieille
Qui sera l'objet de mon choix !

Gare au gorille !...

Mais, par malheur, si le gorille
Aux jeux de l'amour vaut son prix,
On sait qu'en revanche il ne brille
Ni par le goût, ni par l'esprit.
Lors, au lieu d'opter pour la vieille,
Comme l'aurait fait n'importe qui,
Il saisit le juge à l'oreille
Et l'entraîna dans un maquis !

Gare au gorille !...

La suite serait délectable,
Malheureusement, je ne peux
Pas la dire, et c'est regrettable,
Ça nous aurait fait rire un peu ;
Car le juge, au moment suprême,
Criait : "Maman !", pleurait beaucoup,
Comme l'homme auquel, le jour même,
Il avait fait trancher le cou.

Gare au gorille !...


lunes, 29 de septiembre de 2008

Los problemas del tío Guillermo

Como ya he contado en algún otro sitio, mi tío Guillermo, único hermano de mi padre, se marchó a la Argentina poco después de la guerra. Vivió allí largos años, vino a España durante un par de años, a mediados de los setenta, para obtener el derecho a su jubilación de funcionario y, conseguido su objetivo, se volvió para allá, donde murió no mucho después. Para mí y mis hermanos había sido siempre un personaje mítico y lejano, y su súbita encarnación en un señor mayor, de barba de chivo, mirada penetrante, saberes enciclopédicos, tronante acento argentino y comentarios regocijantes e iconoclastas no nos defraudó en absoluto, al contrario, a mí al menos –quince años para cumplir dieciseis- me acabó de consolidar su leyenda, construida desde mi infancia a partir de unas pocas noticias deliberadamente ambiguas sobre los motivos de su emigración, las largas cartas de letra minuciosa que de tiempo en tiempo recibía mi padre y de las que solo nos trascendían párrafos escogidos y, sobre todo, los “Problemas del tío Guillermo”, pasatiempos lógicos que se entretenía en componer y que durante un tiempo le publicó no sé qué periódico porteño. Mi hermana tiene los recortes originales, que no sé si mi tío trajo consigo cuando vino a Madrid o enviaba a mi padre. En original o no, lo que es seguro es que nos los mandaba, porque a resolver los “Problemas exactos al margen de las Matemáticas” del tío Guillermo, o más bien a tratar de hacerlo, dediqué más de una tarde de mi infancia y adolescencia. Ya mayor he conseguido resolver alguno de los más sencillos y hasta, sobre uno de ellos, tengo escrito -y publicado en este blog- un relato corto, mi única y modestísima incursión en el terreno de la ficción, cuya lectura recomiendo a quien no la haya hecho, porque me quedó muy bonito. (¿Quién va a decirlo si no lo digo yo?).
Para que se hagan una idea y, de paso, pongan a prueba, si les apetece, su cultura general y su paciencia, les transcribo a continuación uno de los problemas de mi tío, “Diecisiete personajes en busca de autor”:
DIECISIETE PERSONAJES EN BUSCA DE DIRECTOR

No es un drama de Pirandello. Es una pesadilla. El señor Bookman se ha quedado dormido encima de sus queridos libros y sueña...
Sobre la mesa hay 17 obras notables de la literatura universal. De pronto se oye un ruido extraño. Del seno de cada libro brota una figurilla gesticulante. Bookman las reconoce sin dificultad. Son el simpático DAVID COPPERFIELD, la enamorada ANNY CROSS, la veleidosa ANNA ARKADIEVNA KARENINA, el resuelto FELIPE DERBLAY, el mandarín TI- CHIN- FU, el estanciero FEDERICO DE AHUMADA, el hidalgo ciego DON FERNANDO VILLALAZ, la suicida REBECA WEST, la campesina ALDONZA LORENZO, el negro BRUTUS JONES, el pastor ELIAS PORTOLU, el pícaro GUZMÁN DE ALFARACHE, la princesa egipcia NITETIS, el barón GAIGERN, la florista ELISA DOOLITTLE, la niña SVANHILD SIMONSEN, y TEODOSIO DE GOÑI, aspirante al trono de Vasconia.
Todos ellos hablan al mismo tiempo en sus diversos idiomas y Bookman comprende al punto lo que sucede: estos 17 personajes literarios pretenden escaparse de los textos en que viven encerrados y andan discutiendo a cuál de ellos corresponde la jefatura del grupo para que los guíe a todos en su aventura. Cada uno alega sus propios méritos y la disputa va a resultar interminable. Entonces Bookman les dice:
- Yo arreglaré esta cuestión. Que cada uno de ustedes arranque la inicial del apellido de su correspondiente autor y que me la entregue.
Las figurillas obedecen y el bibliómano lanza al aire las 17 letras, que revolotean durante unos segundos mientras Bookman invoca a las Musas. El resultado es sorprendente: las 17 iniciales caen sobre la mesa componiendo el nombre de uno de los personajes, el cual es elegido jefe por aclamación.
¿A cuál de los 17 personajes literarios le ha sido conferido el mando?

miércoles, 6 de agosto de 2008

Justicia Universal y aledaños

Nunca sé qué me produce mayor desconsuelo, si el disparate que aprecio en lo que me parece disparatado o los argumentos de quienes, en principio, parecen encontrarlo igual de disparatado que yo, pero por unos motivos que rara vez resultan ser los que a mí me parecen pertinentes. Constatar que hay quien piensa y hace cosas con las que no estás de acuerdo es normal; lo que empieza a ser duro es descubrir que tampoco estás de acuerdo con los que dicen estar de acuerdo contigo. Es a lo que me he referido en otras ocasiones diciendo que “nunca consigo ser de los míos”, y cada vez me ocurre con más frecuencia, hasta el punto de que empiezo a sospechar seriamente que “los míos” no existen, o se reducen a mi mujer y un par de amigos.

Me pasa en todos los terrenos: creí, por ejemplo, que había mucha gente que coincidía conmigo en que el siglo XXI no empezaba hasta el año 2001, hasta que me dí cuenta de que gran parte de los que conmigo afirmaban esta evidencia la argumentaban acto seguido explicando que eso era así porque al año en el que comienza la cuenta se le llamó, según ellos erróneamente, “año 1”, cuando debía habérsele llamado “año 0”. Redondeaban el disparate explicando que tal supuesto error se debía a que, cuando se estableció el cómputo, “aún no se había inventado el cero”. Llegaban, pues, a la misma conclusión acertada que yo, pero por unos caminos tan erráticos o más que los de quienes pretendían que el primer año del siglo XXI fue el 2000. Desolador. [1]

Me pasa innumerables veces con la lengua: encuentro, sí, muchos ciudadanos a los que molesta tanto como a mí el extendido uso de aberraciones como “encima mío”, o la absoluta y creciente gilipollez de “los ciudadanos y las ciudadanas”, o la barbarie injustificable de las “juezas”, las “presidentas” y demás femeninos espurios, o la flagrante estupidez de llamar Girona y Donostia, hablando en castellano, a ciudades que llevan siglos teniendo los nombres castellanos de Gerona y San Sebastián, como los tienen Londres y Florencia sin que nadie se los quiera cambiar. Pero si por azar rasco un poco en este enfado aparentemente similar al mío e investigo sus argumentos, suelo encontrarme explicaciones tales que casi prefiero la barbaridad inicial, en estado bruto, nunca mejor dicho. Mejor una burrada sin argumentar que un acierto argumentado de según qué manera. Me entran ganas de rogarles: “Por favor, así mejor no me des la razón.” Descorazonador.

Y esas ganas se me multiplican por diez cuando se trata de cuestiones morales, religiosas o políticas. Me estremece, por ejemplo, coincidir en mi confesión de fe religiosa y en muchas de sus consecuencias prácticas con una gran mayoría de católicos españoles, en la que se incluye la Conferencia Episcopal creo que íntegra. Y me estremece porque luego a quienes más se oye explicar nuestras comunes creencias es a ellos, y las explican de tal manera que mi impulso inicial es correr a alinearme con sus detractores, que suelen razonar bastante mejor –valga decir: que suelen razonar.- Mi trabajo –autoimpuesto, desde luego- se triplica después de que ellos se hagan oir con la contundencia que suelen emplear en ello. No solo tengo, entonces, que explicar por qué creo lo que creo, sino también por qué los motivos que ellos dan para creer lo mismo me parecen, a pesar de ello, erróneos e indefendibles, y cuáles son los que en mi opinión deberían dar, pero no dan. Agotador.

Y en política, para qué hablar. He renunciado hace tiempo a decir nada en contra de quien me parece el político español más dañino, estúpido e inmoral de los últimos treinta años, que preside actualmente nuestro gobierno, porque si lo hago corro peligro de ser automáticamente alineado con toda la jarcia impresentable y facha de quienes dicen de él las mismas cosas que yo, pero por motivos que no comparto y en un tono que me repugna. Simétricamente me abstengo, por lo común, de emitir mi opinión sobre el estúpido, inmoral y dañino presidente actual de Estados Unidos, porque si lo hiciera se me identificaría rápidamente con otra ralea indeseable, la de los progres autosatisfechos, virtuosa y cómodamente izquierdosos, que me dan tanto repelús como Zapatero, Bush, los obispos y los fachas juntos. Tengo, incluso, que ponderar cómo y ante quién manifiesto la aversión visceral que me despiertan los nacionalismos periféricos de este país, no vaya a ser que me explique mal o no se me quiera entender bien y acabe considerado como un nacionalista español de los de “España Una” y “Antes roja que rota”, que me dan el mismo asco, y por los mismos motivos, que los abertzales de cualquier otra tribu. La cosa ha llegado al punto de que hasta declararse republicano es peligroso y confuso, porque de este nobilísimo concepto parece haberse adueñado, para su uso particular, una Esquerra Republicana que difícilmente podría estar más en mis antípodas de lo que está, y lo esgrimen también como propio individuos que queman fotos y banderas y observan, en general, comportamientos y sostienen opiniones con los que ni tengo ni quiero tener nada que ver.

Bueno, compruebo que esta reflexión se me ha ido por las ramas, como suele pasarme. La había empezado -a pesar de mi firme propósito de no postear, ni bloguear siquiera, durante este corto interludio entre las vacaciones de tres semanas que acabé el sábado pasado y las de una semana que pienso empezar el sábado que viene- movido por la estupefacción que me ha producido esta mañana la noticia de que la Audiencia Nacional ha decidido encausar por genocidio a no sé cuántos dirigentes chinos.

Según la escuchaba por la radio se me han ocurrido unos cuantos motivos por los que semejante ocurrencia me parece un disparate necio, típico ejemplo del modo necio y disparatado en que creo que tienden a comportarse muchas instituciones, y a su ejemplo muchos ciudadanos, de este país nuestro.

El principal de todos: la consideración de que el genocidio es algo malo puede y debe ser universal, naturalmente, pero solo como tal consideración, es decir como algo que todo lo más pertenece a lo que algunos gustan interesadamente de llamar Derecho Natural, y que según quién hable de él incluye, además de nociones evidentes como que no se debe violar a los niños ni asesinar a los ancianos ni robar a los desvalidos, cosas como las doctrinas católicas sobre el derecho a la vida de los nonatos o sobre la inmoralidad de manipular embriones; y, aunque quede mal decirlo, también cosas como la necesidad de abandonarse a la voluntad de Alá, o de sacrificar niños a Mumbo Jumbo, o cualesquiera otros juicios o preceptos morales que cualquiera decida proclamar que deben ser de vigencia universal y absoluta. Y el problema del pretendido Derecho Natural, y el motivo por el que algunos iconoclastas consideramos que de natural tiene poco y de derecho nada, es que, como nadie lo ha promulgado y en ninguna parte constan inequívocamente sus términos exactos, cualquiera puede pretender darlo por promulgado y vigente en los términos que a él le den la gana. Es, eso sí, universal, intemporal y grabado en los corazones de todos los seres humanos de buena voluntad, esto es, de todos los seres humanos que tengan a bien darse por enterados de que existe una cualquiera de sus variadísimas versiones y hacerle algo de caso. Pero a cambio no es aplicable hasta tanto no se convierta en un verdadero Derecho, esto es, en una norma positiva, enunciada por una autoridad formalmente constituida en unos términos exactos y con vigencias temporal y espacial claramente delimitadas.

Por lo que ningún jurista que pretenda serlo, ni ningún político que crea merecer seguir viviendo del erario público pueden, sin grave descrédito, confundir un consenso más o menos universal sobre lo feo que está el genocidio con su tipificación, penalmente utilizable, como delito. Ni mucho menos pretender que puede considerarse genocidio cualquier matanza que a un querellante cualquiera se lo parezca y a un garzón cualquiera le venga bien llamar así. Ni tampoco creer que puede perseguirse penalmente a nadie sin una norma jurídica positiva que lo autorice. Ni tratar de extender la vigencia de las leyes más allá del ámbito de jurisdicción de quien las promulga, ni la competencia de un tribunal de un estado más allá de las fronteras de ese estado. Todo ello son, hasta para un estudiante de primero de derecho, aberraciones jurídicas que atentan contra lo más básico del Derecho y que parece imposible que puedan defender ni por un momento jueces ni políticos serios. (Desgraciadamente solo lo parece. Hay jueces que consideran parte importante de su carrera salir en las portadas de los periódicos, aunque sea a costa de forzar o de negar el Derecho más elemental. Y en cuanto a los políticos... en fin, de la mayoría nadie, ni ellos, espera nada parecido a un razonamiento, menos aún un comportamiento, jurídico ni ético. Se apuntan a cualquier cosa que les parezca que vaya a sonar bien, y no necesitan ningún otro criterio.)

Por no hablar de que cualquier órgano jurisdiccional de este mundo tiene que tener claramente definida cuál es su jurisdicción, es decir, de qué hechos, llevados a cabo dónde, se va a ocupar exactamente. Pretender que un tribunal cualquiera sea competente para conocer de los delitos cometidos en cualquier parte del mundo es una forma eficacísima de conseguir que en la práctica no pueda conocer de ninguno, y por eso hay en el mundo leyes de planta, conflictos jurisdiccionales y otras delicadas cuestiones de las que cualquier jurista no analfabeto -los hay, los hay- puede hablarles con más conocimiento que yo.

Pero naturalmente ninguno de estos argumentos evidentes y básicos son los que, yo al menos, he tenido ocasión de escuchar en contra del dislate de la Audiencia Nacional. La oposición se ha apresurado a señalar que el asunto nos va a procurar conflictos diplomáticos con China. Y la Vicepresident(a)e se ha apresurado a negarlo. Como si fuera esa la cuestión, como si los delitos debieran perseguirse o no según su persecución guste más o menos a quien los comete y según pueda hacer más o menos para impedirla. (Aunque, a juzgar por lo deseable que nos pintaban la finalmente frustrada negociación con ETA, parece que sí, que ese es exactamente el criterio para perseguir o no los delitos que nuestros políticos tienen preferentemente en cuenta.)

E, inevitablemente, los discrepantes con la medida han recurrido también a otro argumento luminosísimo: que la Justicia española tiene ya suficiente atasco y que hay ya suficientes asuntos pendientes de resolución en nuestros tribunales como para que ahora tengan que ocuparse también de los conflictos del resto del mundo. No les falta razón a quienes tal dicen, pero tampoco es este un motivo respetable. Que no podamos ocuparnos de todas las cuestiones de las que deberíamos hacerlo nunca puede ser motivo para que no tratemos de ocuparnos de alguna de ellas. La tarea que más tarde se acaba es la que nunca se empieza.

En fin, el asunto ya está planteado exactamente en esos términos, justo los que yo considero que no son los que deben definirlo. Y casi con total seguridad, solo algunos maniáticos marginales intentaremos hablar de él considerando las cuestiones que a mí me parece que deberían ser las decisivas y definitorias, y seremos desdeñosamente dejados a un lado por la gente seria, que conoce el "tema" y tiene en cuenta los asuntos importantes, las relaciones diplomáticas con China, la composición política de la Audiencia Nacional, los Juegos Olímpicos y cosas así.

Desconsolador, como les decía al principio. Pero cada vez un poco menos. Debe de ser que me voy acostumbrando. Y en un par de días me vuelvo a ir de vacaciones.

Actualización: compruebo con ligera consternación que, después de fustigar la "barbarie injustificable" de "femeninos espurios" como jueza y presidenta, voy y, solo un par de párrafos más abajo, yo mismo escribo "Vicepresidenta". ¿Qué puedo decir? Somos frágiles. Lisboa me espera.



[1] Si a alguien más que a mí le interesa este penoso asunto, le recomiendo, aunque esté feo autocitarse, que consulte mi esclarecedor post al respecto en este mismo blog, “Año cero”. Y el siguiente, "Qué quiere usted que le cuente", en que me pongo todavía más pesado, si posible fuera, con el mismo tema.

domingo, 15 de junio de 2008

Donde no hay publicidad


Conduzco el largo camino desde casa al trabajo. Son las siete de la mañana y pongo la radio para enterarme de las noticias. Cuando llevo apenas cinco minutos escuchándolas, se interrumpen y una voz estúpida pregunta en tono declamatorio cuándo se encendió por última vez no sé qué indeseable aparato de aire acondicionado. Es un anuncio, claro, un anuncio necio, valga la redundancia, que he oído más veces de las que quisiera y que ha conseguido que la sola mención de la marca Daikin me produzca el deseo inmediato de estrellar objetos frágiles contra el suelo.

Pulso el mando para saltar a la siguiente emisora presintonizada. En esta aguanto casi tres minutos, justo hasta que comienza el anuncio en el que Iberdrola trarta de convencerme de que es una ONG dedicada especial y desinteresadamente a la conservación del planeta. Salto de nuevo, diciendo de Iberdrola cosas irreproducibles, y caigo en pleno chascarrillo destinado a ilustrarme sobre los impulsos altruistas que mueven las desinteresadas actividades bancarias del BBVA

Renuncio a oir noticia alguna, me refugio en Radio Clásica y escuchando madrigales renacentistas voy recuperando poco a poco la calma, mientras me pregunto, sin encontrar respuesta, por qué Daikin, Iberdrola, BBVA y el resto de anunciantes creen que impedirme oir las noticias es un buen sistema para caerme simpáticos y hacer que yo compre sus aires, sus electricidades o sus hipotecas. Se equivocan, claro está. Lo que he contado sucede mañana tras mañana y ha desarrollado en mí verdadera aversión hacia estas marcas. Jamás, si puedo evitarlo, daré un solo céntimo a gente que ha pagado dinero para impedir que yo pueda oir cinco minutos seguidos los programas que quiero oir.


Busco en Internet una ley que necesito consultar. La encuentro en una base de datos legal excelente, encabezada por un índice en el que basta pinchar el artículo buscado para que se abra el texto correspondiente. Una maravilla. Justo lo que buscaba.

Pero una franja vertical de la pantalla está ocupada por la publicidad de la Guía Campsa. Me tapa el texto, me impide leerlo ni hacer con él nada útil y no hay modo alguno de cerrarla. Me vuelvo loco tratando de evitarla para poderme dedicar a mi tarea urgentísima, pero en vano. Por algún motivo que ella conocerá mejor Campsa ha comprado a la base de datos para asegurarse mi odio feroz por el eficaz sistema de impedirme usarla. Supongo que quien ha ideado este inteligente mecanismo cree que con él me va a persuadir de comprar la Guía pero, naturalmente, tras cinco minutos de bregar inútilmente con su incordiante banderolita sin lograr que deje de estorbarme, comprar la Guía Campsa es lo último que haría en mi vida. Estoy tentado incluso de bajar al coche y quemar, para desahogarme, el ejemplar que llevo en la guantera desde hace cinco años, cuando la compré porque ningún anuncio suyo se había entrometido aún en mi vida.


Mi mujer, mi hijo y yo vemos tan contentos "Los Simpson", serie que sigue haciéndonos muy felices a los tres, aunque ya nos sepamos casi todos los episodios. En lo mejor de la historia, se interrumpe: la publicidad. Es el momento de ir al baño, a la cocina o al ordenador, o de abrir el libro que habíamos dejado a medias, porque los siguientes diez o quince minutos serán una sucesión insoportable de anuncios a cuál más sonrojante frente a los que la única defensa es la ignorancia firme y deliberada. Treinta o cuarenta historietas lamentables se suceden en la pantalla pretendiendo convencernos de que compremos otros tantos productos la mayoría de cuyos nombres no llegamos siquiera a conocer. Al final, cuando empezamos a prestar atención de nuevo barruntando que la serie esta a punto de empezar, no tenemos más remedio que enterarnos de algunos, lo que sirve para que podamos identificar a los culpables de que el comienzo de lo que realmente queremos ver se vaya a demorar aún otro poco.


Todo esto se resume en que los empresarios gastan sumas enormes para conseguir que yo, o bien no me entere de que existe su producto, o bien lo aborrezca. La publicidad es un negocio, lo sé, que mueve ingentes cantidades de dinero y gracias al cual oigo la radio, veo la televisión, uso buscadores de Internet y posteo en este blog sin pagar un duro. Pero me confieso absolutamente incapaz de entender por qué. En mí, y en todas las personas inteligentes que conozco, no produce más que irritación, rechazo o, en el mejor de los casos, perfecta indiferencia hacia lo publicitado. Aún así, al parecer, el mundo entero está convencido de que es inútil sacar un producto al mercado sin antes haberlo encarecido significativamente empleando altos porcentajes de los costes de producción en asegurarse de que yo y la gente como yo lo detestemos incluso antes de llegar a probarlo.

Solo se me ocurre en la Historia otro caso de una creencia igualmente supersticiosa e infundada que haya movido tanto dinero, y es el tráfico de reliquias supuestamente milagrosas durante la Edad Media. Me pregunto si algún historiador o algún sociólogo han estudiado este sorprendente paralelismo.

miércoles, 4 de junio de 2008

Tango



Carlos Gardel - Tomo y obligo

Me he criado oyendo cantar tangos. A mi madre, concretamente, que cantaba casi constantemente, prácticamente siempre que estaba sola y no haciendo algo, como leer u oir música, que se lo impidiera. (De algún sitio tenía yo que haber sacado mi manía de silbar todo el rato y la universalidad de mis gustos musicales.) Mi madre cantaba de todo, pero principalmente tangos, aprendidos por alguna ósmosis misteriosa -¿había radio en las casas españolas de los años veinte y treinta?- además de copla española -esta sí sé que aprendida directamente de una "muchacha" de su casa de pequeña; Concha Piquer me ha llegado por rigurosa tradición oral- zarzuela y versiones vocales, arregladas sobre la marcha por ella misma, del principal repertorio clásico para piano, aprendido este de mi abuela, su madre, que era una excelente pianista. Y cantaba tangos de Gardel, cuya fulgurante carrera coincidió con su infancia y juventud. Cuando mi madre murió, hace catorce años, tenía más de cien letras de tangos de Gardel, tomadas al oído, manuscritas en dos o tres cuadernos. Mi hermana, que es la bibliotecaria de la familia, los tendrá guardados por algún sitio.

El tango, por tanto, forma parte del paisaje de mi infancia como las piezas del exin bloc, los soldaditos de plástico o las novelas de Guillermo Brown, JulioVerne, Louise M. Alcott, P.C. Wren y Enid Blyton. Aquel mundo de música desgarrada e historias sombrías - sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando; eche, amigo, no más, échele y llene hasta el borde la copa de champán; barrio plateado por la luna, rumores de milonga, es toda mi fortuna; cieguita, dije yo con gran dolor; sentir que es un soplo la vida; arrésteme, sargento, y póngame cadenas; te quise tanto que al rodar, para salvarte sólo supe hacerme odiar; decí, por Dios, qué me has dao... - forma un temprano sedimento de mi vida que probablemente es uno de los motivos de mi arrebatada simpatía por todo lo argentino. Ya mayorcito, trece o catorce años, escuché por primera vez una grabación de Gardel y descubrí dos cosas: que era un cantante excepcional, con un manejo de la voz como personalmente no creo haber oído otro semejante, y que mi madre tenía un oído excelente, porque las versiones que yo había aprendido de ella no diferían ni en una nota de las del maestro. Las letras, en cambio, si habían sufrido alguna transformación, los giros porteños más indescifrables sustituidos por equivalentes fonéticos más inteligibles para un oído madrileño.

De manera que para mí el tango ha sido Gardel, y pare usted de contar. He ignorado, más o menos culpablemente, cualquier manifestación tanguera posterior a 1935, pero a cambio tengo la obra completa de Carlitos metida en mi ordenador, y gran parte de ella también en mi cabeza. Si el ambiente es el apropiado y la cantidad de alcohol en sangre la suficiente, llego incluso a cantarla con buena voz, excelente entonación y mucho sentimiento. Por parte del intérprete y también, aunque de otra naturaleza, por parte de los oyentes. Tranquilícense ustedes, sucede rara vez.

A cuento de qué toda esta intempestiva autobiografía, se preguntarán ustedes. Pues de nada . O sí, en realidad: de contarles que hace cosa de un mes renové por fin mi anticuada visión del tango escuchando las espléndidas versiones que de un buen número de tangos de los años cuarenta y cincuenta -que supe entonces que son la Edad de Oro del tango; por lo que mi adorado Gardel debe de ser más o menos la Prehistoria- toca un grupo de cuatro violoncellos, o chelos, como al parecer lo llaman los profesionales: el cuarteto Quattricelli. Hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien con una música escuchada en directo. Los arreglos para una formación instrumental tan poco frecuente son magníficos, compuestos por uno de sus miembros. Y la interpretación es insuperable, un disfrute ininterrumpido. De lo más recomendable que he escuchado en mucho tiempo. Si pueden, no se lo pierdan. Yo no dejaré de avisarles en cuanto sepa de una nueva actuación.
Actualización: Creo que mi comentarista anónimo se ha ganado una ilustración musical. El tango con que me obsequia, "Enfundá la mandolina", es una obra maestra -empezando por el título, sutilmente alusivo- que merece ser conocida de todos ustedes. También "Garufa", con el que yo le contesto, hubiera quedado muy bien colgado aquí, pero no lo tengo. Debe de ser que, contra lo que yo creía, ese no lo grabó Gardel, porque creo tener su obra completa.


Carlos Gardel - Enfundá la mandolina

martes, 6 de mayo de 2008

Año nuevo en familia


- ¡Una mosca! ¡Una mosca a uno de Enero! ¡Qué barbaridad! -refunfuña Javier surgiendo ceñudo de entre el pan y la mantequi­lla. Evidentemente el suceso confirma de un modo definitivo las negras sospechas que el mundo en general viene suscitándole desde que ha tenido que levantarse de la cama.

- Lo mismo, lo mismo -bosteza Guillermo- no es una mosca, sino el Año Nuevo. ¿Te das cuenta, si esa mosca es el Año Nuevo? -las complejas consecuencias de esta posibilidad, sugiere su voz, aunque no al alcance de todas las comprensiones, no tienen secretos para él.

- ¡Dios mío, es verdad! -exclama Javier, deslumbrado por la hipótesis.- ¡Una mosca, a uno de Enero, no puede ser más que el Año Nuevo! Oye, entonces, si la aplasto, ¡plaf!, ¿te das cuenta?, desaparece todo. Nos aniquilamos. Sobreviene la Nada -y, a juzgar por su tono, no se diría que la perspectiva le desagrade mucho.

- No lo creo -rebate Guillermo; pero se apresura a apoderarse de la mantequilla, por si la súbita desintegración de lo creado, además de mostrarle su error, le deja sin qué untar en la rebanada.- El aplastamiento de la mosca no puede ser instantáneo. A medida que la fueras aplastando vacilaría la existencia de todo, incluida la del instrumento aplastan­te, y con un instrumento cuya existencia vacila no se puede hacer gran cosa en cuestión de aplastar moscas ¿me sigues? En realidad no puedes aplastar a la mosca, porque aplastarla provoca el aniquilamiento del Universo, y su aplastamiento requiere un Universo como escenario y causa inmediata. Es un suceso que se impide a sí mismo, no hay nada que hacer.- Si alguien creyera entender algún desánimo en estas palabras saldría de su error al ver el entusiasmo con que, entretanto, se aplica a la tarea de cubrir de mantequilla su pedazo de pan. Javier le contempla con franco desagrado.

- Venga, dale, -dice, con voz en la que vibran por igual el desprecio y el sarcasmo- sigue intentando disfrazar de metafísica tu asqueroso materialismo. Por más filosofía con que lo adornes, se ve enseguida que tu espíritu enfangado es incapaz de apreciar lo absoluto, intemporal e irreversible que hay en la muerte, y que tus bajos instintos no vacilan en profanar ni lo sagrado de una agonía. ¡Ese eres tú! ¡Complaciéndote como un sádico en espachurrar poquito a poco a la mosca, pobre animal!- Y no se sabe si el suspiro de amargura con que culmina su requisitoria se debe a la cruel conducta de su hermano para con el infeliz insecto -que sigue volando, tan ajeno- o al detalle de que, además, se haya acabado toda la mantequilla.

viernes, 11 de abril de 2008

Morir por una idea


Georges Brassens - Mourir pour des idées

Iba tocando ya Brassens, no digan que no se lo imaginaban. Hoy traigo una un poco más seria, "Mourir pour des idées". En 1964 Brassens compuso "Les deux oncles", "Los dos tíos", en la que se dirigía a dos supuestos tíos suyos ya muertos, uno colaboracionista y partidario de Vichy y el otro combatiente antinazi ("uno amigo de los Teutones, otro amigo de los Tommis") y les hacía notar cómo, veinte años después de la guerra, todo el mundo pasaba ("tout le monde s'en fiche à l'unanimité") de las ideas que ambos habían defendido hasta la muerte, y pensaba, más o menos, que ni uno ni otro tenían razón, ni mucho menos razones para montar la que habían montado. "No hay idea en el mundo que merezca una muerte, dejemos ese papel para los que no tienen ninguna" (idea).

El bueno de Georges, con sus canciones llenas de palabrotas ("Je suis le pornographe du fonographe") en las que se burlaba de todo lo respetable, cantaba el amor de las putas y hacía que los gorilas sodomizasen a los jueces, solía despertar las iras de los burgueses bienpensantes, pero esta vez se las arregló para tocarle también las narices a la izquierda más ortodoxa, que habitualmente le defendía. Poner en duda la maldad absoluta del colaboracionismo y equipararlo con la heroica Resistencia en una común estupidez inútil era prácticamente una blasfemia, y no precisamente de las que hacen rabiar a los curas, pero reir al resto. De modo que las reacciones airadas le llovieron de todos los lados a la vez. Posiblemente no sin motivo, porque realmente la de que que a fin de cuentas lo mismo da colaborar con el nazi invasor que combatirlo no es una afirmación muy defendible, y en la Francia de posguerra menos aún. Pero Brassens era así, se le tomaba o se le dejaba pero no era fácil de manipular. (Cosa que no deberían haber olvidado algunos de sus traductores españoles, que trataron de convertirlo poco menos que en una bandera antifranquista y fueron en cambio incapaces de traducir su inimitable poesía, su ternura y su humor. Paco Ibáñez me perdone.)

Su respuesta al clamor general fué esta canción, en la que confiesa haberse rendido a la opinión de la "multitude accablante" que se le echó encima "aullándole a la muerte", con solo una pequeña reserva: "Muramos por las ideas, de acuerdo, pero de muerte lenta."

La letra en francés no tiene desperdicio. Mi humilde traducción ha intentado conservar alguno de los mejores giros, o de sustituirlos por lo más equivalente de que he sido capaz, pero sin mucho éxito. No obstante lo cual me lo paso tan bien montando trabajosamente estas importaciones del magnífico francés de G.B. que luego no puedo resistir la tentación de colgarlas aquí, como los niños cuando acaban el dibujo y se lo van enseñando a todo el mundo.


MORIR POR UNA IDEA

¡Morir por una idea! La idea es excelente.
Yo, por no profesarla, casi me morí,
pues toda la ralea de sus fieles creyentes
proclamando su fe se arrojó sobre mí.
No pude mantener mi actitud insumisa:
abjuré de mi error, agaché la cerviz
y acaté su opinión, pero con un matiz:
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.


Pienso yo que no hay que morirse enseguida,
sino pensarlo bien, con calma, sin estrés.
Porque si no, ¡caray!, igual damos la vida
por una idea que no dura ni un mal mes.
Y es muy desagradable, no es asunto de risa
rendir el alma a Dios y, entonces, comprobar
que la idea elegida no era de fiar.
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.


Los que con más pasión llaman al sacrificio
a la hora de cumplir se suelen demorar.
La muerte es su pregón, reclamarla es su oficio,
si ellos murieran ¿quién nos la iba a predicar?.
Así que, con frecuencia, esta gente le pisa
al buen Matusalén el récord de la edad.
Probablemente opinan, en la intimidad:
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.


Habiendo tanta idea que reclama su cuota
y exigiendo el martirio todas por igual,
muy pronto se plantea la cuestión para nota:
Morir por una idea, bien, pero ¿por cuál?
Y como, más o menos, son todas de igual guisa,
el sabio, al contemplar su feroz multitud,
concluye, mientras guarda de nuevo el ataúd:
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.


Y aún si bastara con unas pocas matanzas
para dejar, por fin, todas las cosas bien...
Si como colofón de la macabra danza,
viniera de una vez por todas el Edén...
Pero la Edad de Oro está en llegar remisa,
el cupo no se llega nunca a completar
y la Muerte es el cuento de nunca acabar.
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.

Tú, el apóstol que vas de novio de la muerte:
tu ejemplo nos dará el sermón más eficaz.
Si tan seguro estás, muérete, y ¡buena suerte!;
pero deja vivir a los demás en paz.
Por desgracia, la Parca es sabia, y no precisa
de colaboración en su triste labor.
Se arregla muy bien sola, así que, por favor:
Morir por una idea, bien, pero sin prisa,
muy bien, pero sin prisa.
MOURIR POUR DES IDÉES

Mourir pour des idées, l'idée est excellente
Moi j'ai failli mourir de ne l'avoir pas eu
Car tous ceux qui l'avaient, multitude accablante
En hurlant à la mort me sont tombés dessus
Ils ont su me convaincre et ma muse insolente
Abjurant ses erreurs, se rallie à leur foi
Avec un soupçon de réserve toutefois
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente,
D'accord, mais de mort lente


Jugeant qu'il n'y a pas péril en la demeure
Allons vers l'autre monde en flânant en chemin
Car, à forcer l'allure, il arrive qu'on meure
Pour des idées n'ayant plus cours le lendemain
Or, s'il est une chose amère, désolante
En rendant l'âme à Dieu c'est bien de constater
Qu'on a fait fausse route, qu'on s'est trompé d'idée
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente
D'accord, mais de mort lente


Les saint jean bouche d'or qui prêchent le martyre
Le plus souvent, d'ailleurs, s'attardent ici-bas
Mourir pour des idées, c'est le cas de le dire
C'est leur raison de vivre, ils ne s'en privent pas
Dans presque tous les camps on en voit qui supplantent
Bientôt Mathusalem dans la longévité
J'en conclus qu'ils doivent se dire, en aparté
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente
D'accord, mais de mort lente"


Des idées réclamant le fameux sacrifice
Les sectes de tout poil en offrent des séquelles
Et la question se pose aux victimes novices
Mourir pour des idées, c'est bien beau, mais lesquelles ?
Et comme toutes sont entre elles ressemblantes
Quand il les voit venir, avec leur gros drapeau
Le sage, en hésitant, tourne autour du tombeau
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente
D'accord, mais de mort lente


Encor s'il suffisait de quelques hécatombes
Pour qu'enfin tout changeât, qu'enfin tout s'arrangeât
Depuis tant de "grands soirs" que tant de têtes tombent
Au paradis sur terre on y serait déjà
Mais l'âge d'or sans cesse est remis aux calendes
Les dieux ont toujours soif, n'en ont jamais assez
Et c'est la mort, la mort toujours recommencée
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente
D'accord, mais de mort lente

O vous, les boutefeux, ô vous les bons apôtres
Mourez donc les premiers, nous vous cédons le pas
Mais de grâce, morbleu! laissez vivre les autres!
La vie est à peu près leur seul luxe ici bas
Car, enfin, la Camarde est assez vigilante
Elle n'a pas besoin qu'on lui tienne la faux
Plus de danse macabre autour des échafauds!
Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente
D'accord, mais de mort lente

jueves, 3 de abril de 2008

Juro decir toda la verdad




Chicho Sánchez Ferlosio - Hoy no me levanto yo

Mal día hoy para ir a los tribunales. Un vistazo al periódico de esta mañana me hace saber que sigue la huelga de funcionarios de Justicia, desde hace dos meses; que el Tribunal Supremo ha tenido que absolver a un asesino porque la Audiencia Nacional decidió que bien podía condenarlo sin escuchar a la principal testigo, que esa mañana no estaba fácil de localizar; que hay una juez que está siendo juzgada por haber dejado más de un año en la cárcel a un inocente, se le pasó a la mujer tramitar debidamente la absolución, qué quiere usted, no se puede estar en todo; y todo eso mientras estamos tratando aún de asimilar la noticia de que, si el Juzgado se hubiera ocupado con mediana eficacia de hacer cumplir la condena que le había impuesto, el asesino de Mari Luz habría estado en la cárcel y no matando niños por ahí. Mal día, digo, para ir a los tribunales, si es que hay alguno que no lo sea. Pero estoy citado a las doce, y allá voy, con mi mejor disposición cívica. Si el Juez me mira feo, me propongo, pondré cara de no haber leído un periódico en mi vida.
La última vez que estuve en los Juzgados de Pueblo Gordo, hace algo más de dos años, estaban en los bajos de un bloque de pisos baratos, un local sórdido, desangelado e incómodo. Testigos, abogados, imputados y litigantes soportaban, de pie y cambiando observaciones anodinas, o rumiando en silencio pensamientos ominosos, la espera interminable, inexplicable e inexplicada, en una sala angosta de paredes desconchadas, cubiertas de edictos, avisos sindicales y anuncios de remotas campañas institucionales, mientras un par de guardias de seguridad los observaban con recelo distante. Muy de vez en cuando un funcionario hosco y apresurado asomaba por la misteriosa puerta del fondo y voceaba el nombre de la siguiente víctima. Bastaba pasar allí diez minutos para sentirse vagamente culpable, contagiado del clima general de irremediable desaliento. Pero los han trasladado a un edificio nuevo en las afueras y han mejorado notablemente.
Hoy no hay prácticamente nadie en el pasillo soleado de grandes ventanales que hace de sala de espera y al que se abren, en largos mostradores, las oficinas de los tres juzgados. Todo está limpio, nuevo y forrado de madera clara, y una funcionaria amable –que quizás sea la misma sicaria feroz con la que forcejeé telefónicamente hace un par de meses, pero hoy en uno de sus días buenos– nos atiende con gran eficacia y nos asegura que enseguida nos tomará la Jueza declaración. (Me sigue sobresaltando ese femenino forzado, esa A adosada con brutales paletadas de cemento sobre la pulcra fachada de la Z, y lo que más me atribula es comprender que acabaré por acostumbrarme y por usarlo yo también, porque el espantoso invento no parece tener marcha atrás.) Y, efectivamente, a los cinco minutos de nuestra llegada invitan amablemente a mi jefa a que pase a uno de los despachos que hay entre mostrador y mostrador.
Paseo de un extremo a otro el largo pasillo, y voy escuchando en cada sala la charla de los funcionarios, o más bien de las funcionarias: prácticamente todas son mujeres. Teclean en sus ordenadores mientras se cuentan animadamente de mesa a mesa sus dietas de adelgazamiento y sus planes de fin de semana. Una chica joven se acerca al mostrador. Quiere saber qué ha pasado con una denuncia que puso en Julio. “Llevo ya no sé cuantas puestas y es como si no pusiera nada...” –dice, entre agresiva y suplicante. La funcionaria le pide fechas y números de expediente en el inconfundible tono del que espera poder contestar: “Es que si usted no me da más datos yo no le puedo decir...”, pero la chica ha venido bien pertrechada y empieza a sacar papeles. “Pues no sé, se estará tramitando. Espere usted, voy a ver...” Vuelve a su mesa la funcionaria y remueve carpetas un largo rato, mientras en el mostrador la chica desgrana una letanía que ni ella misma debe saber bien a quién dirige: “Otra vez, por lo de siempre, impago de la pensión por alimentos... Nunca la paga y no le pasa nada, nadie hace nada... Un desgraciado, un maleante, que me ha hecho de todo y ahí anda, en la calle, y encima me amenaza... pero el hijo es tan suyo como mío y tiene que comer...” Me da vergüenza de repente estar escuchando intimidades y me alejo pasillo adelante, pero no puedo dejar de oir. Otra funcionaria ha intervenido desde su mesa, alzando la voz como quien da la cuestión por concluida: “Señora, es que si está en la calle, como usted dice, ya me dirá cómo va a pagarle a usted nada...” La chica intenta explicar que no es que esté en la calle de estar en la calle, que lo que ella quiere decir... pero la interrumpe la primera funcionaria, que viene con una carpeta: “Mire, sí, lo que yo le decía, se está tramitando. Pero es que por lo penal no va usted a conseguir nada. Pida usted un abogado, porque lo que tiene que hacer...” “Si no me lo dan –dice la chica, con un cabreo sordo, universal y crónico que se ve que trata de controlar para no dirigirlo contra nadie en concreto– un abogado no me lo dan porque se supone que tengo medios... para meterme en abogados estoy yo, yo lo que tengo es un niño de doce años que tiene que comer...” pero se cansa a la mitad y escucha las largas explicaciones de la funcionaria, que le habla de abogados y del procedimiento civil. “¿Y cuándo puedo hablar con la Jueza o con la Secretaria?” Hoy no puede ser, tienen declaraciones. Mañana a primera hora, a las nueve o las diez... Se acaba despidiendo y se va dando las gracias, como si quisiera hacerse perdonar el tono reivindicativo con que entró. Las funcionarias comentan animadamente el caso. “Cuando se pase el síndrome de Mari Luz...” oigo que dice la lista, la concluyente que más grita. Deseo que fuera ella mi contrincante del teléfono.
Mi jefa lleva casi una hora declarando. Sale por fin y me guiña un ojo mientras me invitan a pasar a mí. Es una sala grande, tan pulcra y luminosa como todo en este edificio, con una gran mesa ovalada en el centro. En un extremo de la mesa está sentada la que supongo la Juez, una chica joven, de cara tensa y concienzuda, que me invita amablemente a sentarme yo también. Tras ella, en una mesita auxiliar con un ordenador, hay otra mujer, ¿secretaria? ¿administrativa? Así sentados los dos alrededor de la gran mesa parecemos una visita de poca confianza o una reunión de trabajo, más que un juzgado. La Juez me parece algo ansiosa al preguntarme si juro o prometo decir la verdad. Juro decir toda la verdad. Me dice que el falso testimonio, o quizá el perjurio, no recuerdo, es un delito penado con no sé cuántos años de cárcel, y a mí me suena como un comentario casual con el que tratara de romper el hielo y de dar con un buen tema de conversación. Asiento amistosamente. Me gustaría mucho que esta chica, que parece buena gente, se relajara un poco.
–¿Sabe usted de qué se trata? –me pregunta. Hombre, precisamente de eso quería yo hablar.
–Pues mire, no debería saberlo. La citación no decía nada, y cuando llamé a este Juzgado para que me informaran tampoco quisieron hacerlo. De modo que no volví a pensar en ello hasta hace unos días, cuando le dije a mi jefa que hoy tenía que venir aquí. Fue ella la que me explicó que debía de ser por el asunto de aquel ordenador de la Subdirectora que apareció forzado y con el disco duro roto, y que también ella estaba citada. De modo que sí, más o menos sé de qué se trata.
–“Su jefa” ¿es la señora Directora que acaba de salir? –Asiento y me mira con severidad: –Espero que eso no le impida decir la verdad –No sé a qué se refiere, ni por qué parece tan alarmada. Por un momento me asalta la absurda idea de que haya leído el post que dediqué a mi citación como testigo. Acaba de despertarme la mala conciencia, debe de ser el primer truco que les enseñan en la Escuela de Jueces.
–No, naturalmente… siempre que la recuerde…
Entonces nos enfrascamos en una larga serie de preguntas a las que voy contestestando lo más sinceramente que puedo. ¿Cuándo supe yo que la Directora había destituído a la Subdirectora? ¿Sabía yo que habían regañado? ¿Sabía por qué? ¿Me contó la Subdirectora por qué había decidido pasarse a la competencia? ¿Cuándo supe que su ordenador no funcionaba? ¿Estaba yo delante cuando se lo comunicó a la Directora? ¿Estaba yo delante cuando hizo el acta de arqueo?.. La Juez parece sincera y personalmente interesada en averiguar detalles que no sé a cuento de qué vienen, y a mí me hace sentir algo incómodo, todo el interrogatorio tiene un cierto aire de cotilleo de patio de vecindad. “Naturalmente que me contaron, Señoría. Las dos. Mucho más de lo que yo hubiera querido oir. Yo era compañero y amigo de ambas y sigo siéndolo de una de ellas, y tengo todas las versiones verosímiles y hasta algunas inverosímiles, de lo que pasó, de lo que no pasó y de lo que vaya usted a saber si pasó o no. Pero no querrá que yo le cuente a usted, por muy juez que sea, confidencias que he recibido en privado de quienes confiaban en mi discreción, y de las que la mitad me parecen conjeturas y suposiciones sin ninguna prueba…” Eso me gustaría decirle y dar la cuestión por amistosamente concluida, pero no es posible, claro. Me limito a decir que no recuerdo, que no me contaron, que sabía lo que todo el mundo en la oficina… Es posible que estuviera delante, visitaba su despacho con frecuencia, pero no recuerdo esa ocasión concreta… ¿A qué se refiere exactamente cuando me habla del acta de arqueo?... Acabo por tener la incómoda sensación de estar mintiendo, porque la Juez insiste, vuelve de otro modo sobre lo dicho y parece que tratara de pillarme en un renuncio. He jurado mal. Debería haber jurado, solo, no decir ninguna mentira. ¿Cómo va nadie a decir toda la verdad? Hasta ahí podíamos llegar, qué disparate… Hasta un juez puede comprender que eso no es ni posible, ni deseable, ni de buena educación.
La Juez está especialmente interesada en saber quién tenía que hacer lo que llama “el acta de arqueo”. No sé de dónde ha sacado esta expresión que, consigo averiguar, no tiene nada que ver con lo que en realidad desea saber. Me despierta la vena didáctica y le explico detalladamente qué es un anticipo de caja, la obligación que tiene su titular de justificar el empleo y situación de los fondos en cualquier momento en que se le pida y mi propia función como controlador de cada céntimo que se mueve en la oficina. No soy mal profesor, creo, y disfruto explicando. Pero me esfuerzo en vano. Pertenece a esa numerosa especie de juristas deliberada y previamente bloqueados frente a cualquier cuestión que sospechen mínimamente relacionada con “las cuentas”. He tenido alumnos particulares de matemáticas mucho menos torpes. Al fin finge haberlo entendido, pero continúa preguntándome cosas como “¿Pero entonces la titular del arqueo, o del anticipo, era usted o ella?” “Pero quíen tenía que hacer el anticipo, o el arqueo: ¿ella o usted?” Tras su ordenador, la escribana me mira y enarca las cejas. Luego, al leer mi declaración, comprobaré que ella sí ha entendido mis explicaciones y las ha reflejado con notable claridad, haciendo caso omiso de las confusas instrucciones que de vez en cuando la Juez se vuelve a darle.
Pasamos más de media hora en esta interesante conversación y al fin mi anfitriona decide darla por terminada. Leo y firmo mi declaración, inesperadamente bien resumida y redactada. Me da la mano para despedirse y la adivino planeando nuevas comparecencias: el informático de la oficina, otra vez la Subdirectora… la veo firmemente determinada a llegar hasta el final, a acabar averiguando por qué riñeron hace un año dos amigas que dirigían juntas una oficinita rural y quién, exactamente, forzó uno de sus ordenadores e inutilizó su disco duro. Aunque el empeño le lleve otro año y otras tres o cuatro mañanas de declaraciones.
En el bar donde entro a reponerme de la prueba me encuentro a la chica que preguntaba por su denuncia. Mira al infinito dando sorbos a una cerveza. Ya ha perdido la mañana de hoy y tendrá que perder también la de mañana si quiere, por fin, hablar con la Jueza y tratar de enterarse de qué puede hacer para que sus denuncias sirvan de algo y alguien obligue al maleante de su exmarido a pagar la pensión que ella necesita para dar de comer a su hijo.