lunes, 20 de mayo de 2024

Karaoke a través del tiempo


 
Mi madre - Caminito. Con mi acompañamiento al piano, cuarenta años después, hecho con FinaleNotepad 
 

Mi madre cantaba. Casi todo el rato que no estuviera haciendo algo que se lo impidiera. Cantaba con buen oído y bonita voz, además, y tenía un repertorio impresionante de canciones, aprendidas desde su infancia, primero de la muchacha que trabajaba en su casa, que debía de ser también una cantarina de buen oído -disculpen la terminología rancia y clasista, la muchacha era una institución rancia y clasista y no conozco para ella un término mejor- y luego de la radio y hasta del cine.

Así que una tarde de hará quizás cuarenta años, sola en casa y presumiblemente aburrida, cogió una cassette y se grabó a sí misma, cantando a capella todas las canciones que se le fueron ocurriendo. Entre quince y veinte canciones, una buena hora de grabación. Una cinta de sesenta minutos, que fue luego a mezclarse con las otras cien o doscientas que andaban por mi casa con toda clase de música, en aquellos tiempos en que grabar de un disco prestado la música que nos apetecía era el único modo de procurárnosla quienes que no teníamos dinero para comprar nuestros propios discos. Y allí se quedó, y alguna vez la oiríamos, supongo.

Hace treinta años que murió mi madre. Poco después vaciamos la casa, y el montón de cassettes, ya prácticamente inservibles, se vino para la mía. Algunas músicas que me interesaban especialmente y no veía fácil conseguir de otro modo fui poco a poco pasando a mp3, para almacenarlas en el disco duro de mi ordenador, donde guardo, como un obseso, cerca de 800 horas de toda la música que me gusta. (Ya sé que es un almacenamiento perfectamente inútil en estos tiempos de Spotify y música on line, pero yo soy antiguo, y no me parece que realmente tenga la música que quiero tener si no está guardada en mi ordenador, en mi Ipod y, por si acaso, en un disco duro externo). 

El caso es que en el proceso me topé con la cinta de mi madre. Es una sensación extraña, que no gusta a todo el mundo, la de oír la voz de una persona amada que ya ha muerto. A mí me emocionó y me encantó. Emepetreseé convenientemente todas las canciones y las uní a mi colección, como un tesoro especialmente valioso.

Pero no eran fáciles de oír. Aparte de las emociones encontradas, la voz a palo seco, sin acompañamiento y con las licencias rítmicas que mi madre se permitía, resultaba un tanto desabrida, y la audición me dejaba siempre un regusto raro, entre nostálgico y desolado.

Por aquel entonces descubrí el Finale Notepad, maravilloso programa que te permite escribir en el ordenador música que luego el propio ordenador hace sonar. Hice con él algunas chapuzas que me divirtieron enormemente y que quizás recuerden los lectores de este blog, si alguno queda a estas alturas, porque andan por aquí, colgadas en unos posts u otros. (Acabo de descubrir el modo de resucitar las músicas colgadas en el blog, que creía ya perdidas; es uno de los motivos por los que me he resuelto a volver a publicar algo aquí, ocho años después del último post).

Y un buen día me embarqué en el más difícil todavía de ponerle acompañamiento con el Finale a alguna de las canciones de mi madre. Hasta entonces el proceso había sido el de escribir primero la parte del piano y acoplar luego mi voz a él, pero esta vez había que hacerlo al contrario: escribir un acompañamiento que se adaptara a una voz ya existente. No estaba nada seguro de conseguirlo, pero me apetecía mucho intentarlo.

La verdad es que solo lo conseguí con un par de ellas. La que encabeza este post, el tango Caminito, y esta otra, Deja que salga la luna, que a ella le gustaba especialmente, y que a mí me sigue emocionando cada vez que la oigo. Las demás tenían ritmos demasiado complicados, o demasiadas alteraciones caprichosas del tempo por parte de la intérprete, como para poder compaginarlas medianamente con la rigidez maquinal del Finale que, al fin y al cabo, no es un pianista de verdad (como yo mismo, por otra parte, que no lo soy ni de verdad ni de mentira). No pierdo la esperanza de lograrlo con alguna otra, cuando tenga tiempo, pero de momento estas dos son todo lo que hay.


 
Mi madre - Deja que salga la luna. Con mi acompañamiento al piano, cuarenta años después, hecho con FinaleNotepad 

Nunca hubo manera de acompañar el canto de mi madre en directo. Tenía su propio sentido del ritmo, y al acompañante le costaba sudores seguirla. En una casa en la que cualquiera se ponía a cantar en cualquier momento, y enseguida salía una guitarra, -y a veces hasta un piano aporreado- para acompañarlo, y un par de voluntarios para los coros, mi madre se unió rara vez al barullo general. Era vocacionalmente solista, y yo me quedé con la pena de no haber hecho casi nunca música con ella.

Con estas dos canciones me he resarcido. Renuncio a explicar la profunda satisfacción que me produce oír a mi madre y a mí haciendo música juntos, aunque sea con cuarenta años de distancia entre su aportación y la mía.