martes, 21 de marzo de 2006

Yo visiono, tú lecturas, él audiciona

Regañé un poco a Amando de Miguel por algunas meteduras que se le escapaban en su columna de hace unas semanas, y hoy, como un caballero, acusa recibo de mi reprimenda y la acepta en casi todos sus términos (Libertad Digital, 21 de Marzo de 2006). Casi todos. Sigue insistiendo en que “visionar” es un verbo aceptable y útil. Alguna concesión tiene que hacer, el pobre, a la barbarie lingüística imperante, para que no puedan acusarle de facha también por ese lado. Qué difícil se lo pongo. Como yo afirmaba en mi mensaje que la costumbre de hacer nuevos verbos a partir de sustantivos que derivan, a su vez, de un verbo debería estar tipificada en el Código Penal, me dice D. Amando: Los "delitos" léxicos de hoy son los usos de mañana. Ese es el sentido de "Lengua viva”. Qué fácil me lo pone él a mi. Vean lo que le contesto, y díganme si tengo o no razón:

Le honran a usted, D. Amando, la prontitud y el buen humor con que acepta las correcciones de sus lectores cuando estima que son acertadas. Así lo hace en su columna de hoy con las que le envié hace unos días y, a mi vez, me considero obligado a pedirle disculpas por el tono, de una adustez que rozaba la acrimonía, con que se las formulé.

Dicho lo cual, debo insistir en la única de mis observaciones que no me acepta usted.
“No es lo mismo – dice usted – ver una película (por un espectador) que visionarla (por un profesional)”

Bien, en primer lugar no veo por qué no ha de ser lo mismo. Lo que un lector casual hace con un libro es leerlo, exactamente lo mismo que con el mismo libro hace un erudito filólogo. Nadie, hasta ahora, ha pretendido que Menéndez Pidal lecturara el Romance de Mío Cid, para distinguirse de los pobres mortales que, como yo, se limitan a leerlo. Tanto Menéndez Pidal como yo leemos. Las diferencias entre las consecuencias que D. Ramón y yo saquemos de nuestras respectivas lecturas no traen causa de que estas sean distintas, sino de que lo son nuestros conocimientos, nuestros propósitos y nuestras células grises. Pero la operación es idéntica y no veo ningún motivo para emplear un verbo distinto en su caso que en el mío.

Cuando yo oigo la novena sinfonía de Beethoven, sin duda no la oigo de igual manera que un músico profesional. ¿Vamos a empezar a decir que, mientras que yo la
oigo, él la audiciona? Le digo lo mismo, las consecuencias que un músico saque de su audición serán evidentemente distintas que las que saque yo de la mía, porque él tiene otros conocimientos, otras capacidades y otros intereses; pero ambos habremos hecho lo mismo: oir la sinfonía.

(Y ahora le apuesto a usted un café con porras a que en menos de cinco años algún listo empieza a usar completamente en serio los verbos
“lecturar” y “audicionar” que yo acabo de inventarme por burla, y a que en menos de diez se ve usted obligado a defender semejantes aberraciones, en estricta aplicación de los mismos criterios con los que hoy defiende visionar).

Bien, hasta aquí el primer argumento. Pero no el más importante. Porque, incluso si aceptamos que cuando un profesional ve una película tiene lugar una operación completamente distinta que cuando quien la ve es un lego, y que esta operación distinta requiere un verbo diferente, seguirá siendo verdad que ese verbo diferente, que tendremos que inventarnos, nos lo tendremos que inventar bien. Digamos, si quiere usted, que el profesional
contempludia la película (hermoso compuesto de estudiar y contemplar) o que la vexamina (no menos bello híbrido de ver y examinar). Digamos lo que usted quiera e inventémonos las palabras que nos sean necesarias, pero hagámoslo sin forzar nuestro pobre idioma y ateniéndonos a las mismas reglas con las que se viene formando desde hace mil y pico años. Nadie discute que un niño de diez años deba crecer, pero sí que, para conseguir este laudable fin, debamos estirarlo en un potro o colgarlo con pesos en los pies. Palabros como versionar, visionar, posesionar o explosionar (y estos dos últimos están reconocidos y bendecidos por nuestra Academia) son, para el idioma castellano, el equivalente de las fracturas y distensiones que provocarían en el tierno infante tan mal encaminados esfuerzos por desarrollar su organismo. Nadie, ni la Real Academia puesta de rodillas en la Plaza Mayor de Salamanca con togas, birretes y puñetas, logrará convencerme de que pueda ser correcto un verbo formado a partir de un sustantivo que, a su vez, se refiere a la “acción y efecto” de un verbo anterior. Semejante mecanismo atenta directamente contra las reglas intrínsecas más elementales del español, y sus resultados no pueden nunca ser más que adefesios que nadie que se respete a sí mismo y respete a su idioma puede usar más que en broma y como burla.

Para comprender que esto es así bastan unas simples preguntas: ¿Cuál será la “acción y efecto” de visionar: visionación? ¿Visionamiento? ¿Cuál la de posesionar: posesionamiento? ¿Posesionación? ¿Cuál la de explosionar: explosionación? ¿Explosionamiento? ¿Qué nuevos verbos podremos formar a partir de estos engendros, una vez admitido el mecanismo por el que sustantivos formados a partir de un verbo pueden dar nacimiento a nuevos verbos: visionamentar? ¿Posesionacionar? ¿Explosionamentar? ¿Qué sustantivos darán estos nuevos verbos: visionamentación? ¿Posesionacionamiento? ¿Explosionamentación? ¿Dónde se parará la cadena, si es que llega a pararse?

“¿Qué hacemos con posesionarse?” se pregunta usted en su columna. Fácil: NO USARLO. Nunca. Huir de él, y de las muchas otras aberraciones que hoy se adueñan de nuestro idioma con el beneplácito general, como huímos de pasear en chandal los domingos por la mañana por los caminillos de la urbanización, aunque tampoco esta conducta esté tipificada, como quizás debiera, en el Código Penal; como evitamos gritar en el fútbol insultando al árbitro o a los jugadores más hábiles del equipo contrario, aunque este comportamiento sea un "uso" muy extendido hoy y que amenaza con estarlo más aún mañana; como nos abstenemos de comer palomitas en el cine y de limpiarnos luego las manos en la butaca, aunque la opinión más aceptada proclame estos dudosos placeres como inseparables del de "visionar" películas en los multicines del centro comercial más próximo a nuestro adosado.

Del mismo modo que el comportamiento adecuado no es el que la legislación penal deja impune, sino el que se esfuerzan por observar las personas civilizadas que se respetan a sí mismas y a los demás, el idioma correcto no es el que "admite" la Real Academia, sino el que trata de emplear la gente medianamente instruída que tiene un mínimo de respeto y de interés por la conservación y el correcto desarrollo de un bien común tan fundamental. Ciertamente, las innovaciones léxicas de hoy serán los usos de mañana. Por eso mismo, esforcémonos, quienes podemos, por procurar que esas innovaciones no tengan carácter “delictivo”, y quizás así logremos evitar que nuestro idioma del futuro sea un idioma de delincuentes. Si así lo hacemos, que Dios nos lo premie, y, si no, que nos lo demande.

3 comentarios:

  1. No entro en la discusión de si esa palabra es la idónea o no, pero es claro que lo que hace un profesional cuando "visiona" es muy distinto a ver una película o unas cintas de tv. El visionado, que es como empieza este término viene de cuando se veía el copión en cine de lo rodado el día anterior. Se ve, se para, se rebobina, se analiza... se visiona o cómo lo quieras llamar. Hoy en día con el vídeo y los ordenadores, mucho más. Ningún profesional del medio decimos, "vamos a visionar una película" sino más bien, vamos a visionar las cintas que hemos grabado para seleccionar los planos, "minutarlos", montarlos o retocarlos. No es ver sin más. Pero puedes escribir a la Academia de cine y Tv, que son dos, y proponer alguno de los términos que dices, si consiguen subvención para ello, seguro que lo aplican.

    Y, por cierto, no audicionar, pero sí se utiliza tener una audición, para una prueba de "casting" (que seguro que te encanta también el término).

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  2. Vamos a ver, Manolo, yo no tengo ninguna dificultad en admitir que lo que hagáis los profesionales con vuestras cintas sea por completo distinto de lo que hago yo con "Camera café". Así será, si tú lo dices, aunque sigo insistiendo en que si a Menéndez Pidal le bastaba con leer el romancero para darnos sobre él el más profundo de los estudios, a vosotros debería bastaros con ver las cintas para hacer con ellas lo que tengáis que hacer. Pero si lo queréis llamar de otra manera, adelante, me parece estupendo. No tengo nada en contra de tener audiciones, visiones o lecturas (lo que combato es que pueda hacerse un verbo a partir de "audición", de "visión" o de "lectura", no los propios términos audición, lectura ni visión, que pueden tenerse, llevarse a efecto, realizarse, omitirse, celebrarse, efectuarse o cualquier otra operación que creáis conveniente). Tampoco objeto nada contra los castings, los barbarismos han sido siempre una fuente legítima y utilísma de enriquecimiento del idioma, todo el idioma español es un puro barbarismo (extranjerismo) desde el punto de vista de sus primeros hablantes, que se lo inventaron a base de ir incorporando palabras latinas al celtíbero o a lo que hablaran antes. Primero latinas, luego germanas, luego árabes, luego italianas, francesas e inglesas. Estupendo. bienvenidas sean todas. Incorporemos al castellano todo lo que nos haga falta o nos apetezca, o nos haga gracia. Pero incorporémoslo bien. Para ello no hace falta ser filólogo, ni gramático, ni siquiera maniático, como reconozco ser yo. Basta con que las personas cultas prestemos un mínimo oído a nuestro instinto personal del idioma, y no lo forcemos contra lo que desde pequeñitos hemos mamado como reglas básicas del hablar común. Basta con no dar alas a las petulancias de los pedantes bárbaros, con fruncir el ceño y usar otro verbo cada vez que un patán pretende que te posiciones frente a un problema cuando lo necesario es que adoptes una postura frente a él. Basta, como en casi todo, con un poco de sentido común, humildad, sentido del humor y cultura básica del bachillerato. Parecen cosas elementales, pero no solo faltan a raudales, sino que son objeto de una especial inquina por parte de una cantidad alarmantemente grande de gente, que parece beligerantemente dispuesta a cagarse en todo lo que presente ciertos visos de estar relacionado con la cultura.

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  3. Hace poco que te he descubierto y, en los ratos libres de que dispongo, estoy procurando ponerme al día con tu blog (de los más recientes hacia los más antiguos; normalmente lo hago al revés). Lo leído hasta ahora me gusta mucho, pero este post en concreto me ha encantado. Pese a no alcanzar, ni de lejos, los conocimientos del idioma que tienes, suscribo completamente lo que defiendes. Me ha encantado, repito, la solidez de tus argumentos, lo estupendamente expresados que están y el apasionamiento que demuestras hacia el lenguaje. Te aseguro que hacía mucho que no encontraba textos que me reconfortaraan tanto como este tuyo. Lo de hace unos días con tus ironías sobre las metáforas (que te comenté) ciertamente me entusiasmó; lo que pasa, es que tras haber leído esta carta tendré que rebajar ese verbo porque no encuentro otro con el contenido hiperbólico adecuado a mis actuales impresiones. Felicitaciones y saludos.

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