domingo, 1 de abril de 2012

Santa Semana



Tenebrae factae sunt - Tomás Luis de Vitoria . Coro Accento

Mi amigo R y yo nos vemos con frecuencia, a pesar de lo cual mantenemos una entretenida correspondencia por Internet. Hay cosas que se dicen con más claridad y comodidad por escrito. Todo tiene su momento, y las cañas en persona propician otro género de conversaciones, no menos interesantes pero sí algo menos sesudas.

Hace dos o tres años, a raiz de mandarme él algunas reflexiones que le había suscitado la Semana Santa, cruzamos un par de mensajes que el otro día releí y que he decidido transcribir aquí, con la idea de que quizás resulten interesantes para algún lector, ahora que se acercan días de ocio, procesiones y tiempo para pensar.

(Conviene explicar que R pertenece a una familia católica, se educó, como yo, en un colegio de curas y cree en Dios).

Me escribió R:
Aunque no lo creas esta pasada semana santa me ha servido para pensar en temas trascendentes.

Estuvimos en XXXXX y fuimos a ver una procesión, espectáculo que me atrae bastante poco como manifestación cultural tradicional y que casi me repugna si se le quiere atribuir implicaciones religiosas, pero que a mi mujer le encanta.

Como manifestación cultural tienen las procesiones detalles realmente desagradables, como el insistente repiqueteo del tambor, las trompetas desafinadas o la injustificable mezcolanza de señoras con peineta, concejales con su cordoncillo y guardias civiles junto a canónigos, pero el principal detalle desagradable es el de los capirotes. Es curioso que a cualquier ciudadano normal le repele, cuando lo vé en el cine, el KuKlusClan o como se llame, y le parecen seres malignos y repulsivos, pero cuando ven esa misma estética por las calles de nuestras ciudades les parece maravilloso. ¿Qué razón puede tener una persona decente para participar en un acto público ocultando su identidad?

Sé lo que enseguida me va a contestar cualquiera: están haciendo penitencia de forma anónima. Aquí ya entramos en el aspecto religioso del asunto.

Primera objeción. Si la penitencia es anónima, ¿para qué demonios la hacen en plena vía pública? Que lo hagan en su casa, coño.

Segunda objeción, y este es el meollo principal de la cosa: ¿Qué es eso de hacer penitencia?

Parece ser que está profundamente arraigado en el espíritu cristiano que a Dios le agrada que la gente lo pase mal. Puede haber un primer grado en este punto de vista sobre el valor del dolor, y es el que se da en el caso de la aceptación resignada del mal inevitable y no querido ni buscado. Estoy dispuesto a admitir que esa aceptación del dolor sobrevenido pone de manifiesto cualidades humanas positivas. Pero lo preocupante empieza cuando se busca, se estimula y se provoca el dolor para sufrirlo “por amor a Dios”.

Pero ¿qué clase de aberración enfermiza y masoquista es esa? ¿Qué concepto de Dios puede tener quien se somete a flagelaciones, cilicios, cruces a cuestas, cadenas en los pies o ayunos pensando que a Dios le gusta verle sufrir? ¿Es que no hay nadie a quien se le ocurra comerse un tocinillo de cielo o echar un buen polvo “por amor a Dios”, convencido de que a Dios le gustará verle disfrutar?

La explicación clásica es que son tradiciones de la gente sencilla, con la fe del carbonero, que han ido integrándose en el acervo cultural y con las que la Iglesia transige….

Así pensaba yo por las calles de XXXX, a las doce de la noche del Viernes Santo. Y me dije: Pero que burro eres, muchacho, te estás dejando llevar por los clásicos prejuicios que siempre se han esgrimido para desprestigiar a la Iglesia : Concilio de Trento, Inquisición, las Cruzadas, la evangelización de América a cristazo limpio…. Vamos a ver, hay que hacer un análisis más serio y documentado.

Dicho y hecho. Pasado el impacto anímico de los capirotes en la madrugada, de los desfallecientes costaleros arrastrándose fuera del paso para respirar una bocanadas angustiosas de aire mientras los que les han relevado escuchan el terrible grito “¡Al cielo con ella…!” y comienzan otra agotadora etapa, he tratado de realizar un análisis mas frío y objetivo. He acudido al “Catecismo de la Iglesia Católica”, publicación moderna y alejada de los antiguos inquisidores, para tratar de descifrar el valor del mal, del dolor, del sacrificio y de la expiación en la actual doctrina de la iglesia.

Y me he dado cuenta, con horror y sin tener que profundizar mucho, de que lo que intuía es cierto. El pecado, el dolor, la penitencia expiatoria ante un Dios vengativo es la razón de ser básica, fundamental, del cristianismo. Razón buscada, querida y fomentada por los padres de la iglesia, los santos, los teólogos y los Príncipes de la Iglesia encabezados por el Papa. El dolor es bueno, el sufrimiento le gusta a Dios, lo exige para perdonar al hombre, que es malo. Hasta tal punto esto es así que el símbolo del cristianismo, desde hace dos milenios, es un patíbulo, que exhibimos como estandarte en nuestras escuelas, nuestros hospitales, nuestros tribunales y nuestras sepulturas. ¿Qué mayor exaltación del dolor?
A lo cual yo le respondí:

No sé si decirte que no has mandado tus reflexiones a la persona indicada, o todo lo contrario, que se las has mandado al más adecuado. Depende de para qué las mandes. Si lo haces con el propósito de  encontrar resistencia o contradicción para polemizar un rato, lo siento, pero hace años que mis propias reflexiones van por ese mismísimo camino, y prácticamente podría firmar todo lo que dices. Pero aunque me parecería muy bien que me las mandaras para eso, tengo la impresión de que no es así, que lo que quieres es compartirlas con alguien a quien no solo no van a molestar, sino al que te aseguro que le interesan muy profunda y vitalmente.

Como te digo, llevo años dándole vueltas a estos temas. Por algún motivo tengo un temperamento profundamente religioso y una gran necesidad de plantearme la vida en términos trascendentes, que se me ha acentuado, si cabe, con eso de tener un hijo al que pretendo educar al tiempo racional y religiosamente. Y las dos únicas formas de llegar a los cincuenta años creyendo en Dios son o bien renunciar acríticamente al menor pensamiento propio sobre el asunto y adherirse a todo lo que diga el obispo, o bien renunciar con igual radicalidad a toda la ortodoxia oficial que no haya pasado el filtro del propio análisis y de la propia experiencia, y mandar caritativamente a los obispos en bloque, incluido el de Roma, a tomar por do mejor apetezcan. Como probablemente sospechas, hace muchos años que me incliné por esta segunda, y en ello sigo, no sé si con mucho éxito. Pero me voy manteniendo.

Creo que esa imagen de un Dios sádico y feroz, que exige sufrimiento y al que solo la muerte sangrienta y cruel de su hijo hecho hombre puede llegar a satisfacer; imagen que la propia Iglesia lleva predicando y convirtiendo en el centro de la fe cristiana al menos los últimos mil años y hasta ahora mismo, en el último y más "moderno" de sus catecismos, es uno de los argumentos más demoledores contra la fe, o al menos contra la fe cristiana. Quizás sea racionalmente posible creer en la existencia de Dios, no lo sé; yo creo que sí y, de hecho, creo en Dios y trato de no renunciar a la racionalidad. Pero desde luego para mí no es ni posible, ni deseable, ni siquiera meramente explicable creer en la existencia de ese Dios, explicado en esos términos. Cualquier ateismo me parece humana y éticamente más saludable, y también más próximo al Evangelio y al Dios en que creo, que la fe en ese dios monstruoso y bárbaro del sufrimiento, la muerte, la expiación y el dolor.

Tengo muchos reproches que hacerle a la Iglesia Católica, desde dentro y desde fuera, por su comportamiento histórico y por el actual, desde el punto de vista político, desde el ético y desde el estético. Pocas cosas me despiertan tanto disgusto, desde todos esos puntos de vista y  desde otros que ahora mismo no se me vienen a las mientes, como el espectáculo de las masas cristianas entregadas a sus fervores, o el de sus pastores fomentándoselos (y no me refiero sólo a los más llamativamente desaforados de esos fervores, como las procesiones de que hablas, que me resultan tan ajenas y hostiles como a tí, sino a casi todos los que no sean minoritarios, intelectuales y comedidos).

Pero todos mis numerosos y virulentos motivos de disconformidad con el cristianismo oficial y mayoritario palidecen y se convierten en trivialidades sin importancia al lado de este, el fundamental y para mí más inexplicable: que siga formulando y predicando que Jesús
"se hizo hombre para morir por nuestros pecados".

Se nos cuenta así desde pequeñitos sin apenas explicación (y casi mejor, porque las pocas explicaciones que a mí me han dado ponen los pelos de punta), y a partir de ese momento no se vuelve a entrar en el tema y se da por base sabida sobre la que se edifica todo el resto de la "doctrina". Y la idea general que queda es, efectivamente, que Dios, como "precio" o compensación de lo malos que somos, deseaba, necesitaba y exigía que alguien las pasara canutas, y es tan "bueno" que consintió que ese alguien fuera su Hijo, hecho hombre a ese único efecto. Felizmente no volvemos a darle muchas vueltas al tema, pero no me extraña nada que si alguien se las da, llegue a la conclusión de que mejor se borra. Es, creo, imposible y nocivo creer en un Dios así.

Semejante idea a mí me parece una aberración no solo indefendible y espantosa desde la más simple decencia humana; no solo hace que Dios se me aparezca como evidentemente peor, desde el punto de vista moral, que el último rufián de taberna que pega a sus hijos cuando se emborracha, y no solo reduce el papel de Jesús al de una triste marioneta masoquista, sino que además y sobre todo la creo perfectamente incompatible con todo lo que a partir de ahí se nos predica de Dios Padre y de Jesús. No veo manera de conciliarla con el Padre amoroso, con el mensaje de salvación y de liberación, con todo lo que los propios Evangelios nos cuentan de Jesús y del Padre del que Jesús hablaba.

Y pienso, además, que se trata de una construcción teórica sobrevenida, de claro corte medieval –traslada a la relación entre Dios y los hombres el tipo de estipulaciones jurídicas que existían entre el señor feudal y sus siervos– que quizás fué útil para explicar la vida y muerte de Jesús a los hombres del siglo XI, pero es, desde luego, no ya inútil, sino gravemente nociva para darle a los del siglo XXI una idea mínimamente coherente con lo que cuentan los Evangelios de cómo es Dios y qué quiere de ellos.

No creo, por tanto, que la Iglesia tenga otra tarea más importante, si realmente ha de sobrevivir y seguir presentándose, aunque solo sea ante sí misma, como portadora de un mensaje de salvación y como semilla de un Reino de Dios, que reformular de arriba a abajo y volver a contar en otros términos radicalmente diferentes este que lleva siglos siendo el meollo de su mensaje.

Ni siquiera creo que sea posible conservar una fe adulta y verdadera si uno mismo, al margen de lo que haga la Iglesia, no se replantea seria y profundamente esta cuestión. O se encuentra otro esquema, otra explicación y otros términos para contar la historia, fundamental en el cristianismo, de la vida y la muerte de Jesús, –y, de paso, del pecado original y de la libertad del hombre– o, efectivamente, lo único decente y posible me parece declararse no ya agnóstico, sino radicalmente ateo.

Personalmente yo creo que Jesús no se hizo hombre para sufrir y morir por nosotros, sino para vivir con nosotros, para enseñarnos cómo quiere Dios que vivamos, para animarnos a perseverar en ese modo de vivir a pesar de las consecuencias y para que sepamos que la aparente catástrofe que suele coronar las vidas que seriamente siguen ese ejemplo es eso, solo aparente. Que las consecuencias frecuentemente desastrosas de mantenernos fieles a lo que creemos que debemos hacer no expresan el "juicio" de Dios sobre nuestra vida, ni son el final inapelable de esfuerzos inútiles, porque Dios tiene una última palabra que decir sobre todo ello. O sea, que la victoria, aunque parezca lo contrario, no la obtienen el mal y el sufrimiento, porque Jesús, al perseverar en su forma de vivir a sabiendas de que le conduciría a la muerte (y no por deseo de Dios, ni porque fuera su misión salvífica, ni por ninguna de todas esas mandangas clericales e inaceptables: sino porque era la forma de la que creía que tenía que vivir y, tal como somos y como hemos organizado el mundo, suele pasar que los que viven de esa forma y se comportan como él, acaben como él); y al ser luego resucitado por su Padre, ha vencido a la muerte. Lo cual es un modo de decir que nos ha liberado de nuestro propio sometimiento al mal, al pecado, al miedo y a la muerte, al demostrarnos que no son barreras insalvables ni condicionantes insuperables, y que Dios está por encima de ellas.

Ese es para mí el significado de la muerte de Jesús, inseparable de su vida anterior y de su resurrección posterior, y eso es lo que para mí significa la palabra "redención". Si es que vamos a seguir usando esa palabra con tanta solera, hay que depurarla definitiva y expresamente de cualquier connotación con "precio", "expiación", o similar. O redimir quiere decir liberar, o tendríamos que dejar de hablar de redención.

En cualquier caso, y aunque el Catecismo oficial de la Iglesia siga planteándolo en esos términos y contándolo de esa manera que a tí te horroriza, y a mí también; y aunque los propios Evangelios, al menos en sus traducciones consagradas y más usuales, contengan frases y expresiones que, en principio, no parece que puedan interpretarse más que en ese sentido, un creyente no debe perder nunca de vista que tanto Dios como Jesús son anteriores y más grandes que todas las construcciones religiosas hechas sobre ellos por ninguna Iglesia, y que, felizmente, no caben ni se agotan en ninguna formulación humana, por consagrada que esté por siglos y por autoridades.

Al contrario, las más sólidas de estas construcciones –las religiones más elaboradas y establecidas, la católica señaladamente entre ellas– son las que más peligro tienen de enmascarar a Dios, suplantarlo y convertirse en un obstáculo para llegar a Él. Son puertas y, como todas las puertas, pueden estar abiertas o cerradas, ser una vía de acceso o una barrera. Aferrarse a ellas –darles un valor absoluto– es cerrarlas, convertirlas en barrera e impedir que cumplan su única función legítima, la de dar paso a lo que hay más allá de ellas.

Para prevenir en lo posible las acusaciones de heterodoxia, si no de herejía o de estarme inventando mi propia religión a mi medida, que muy probablemente me caigan desde dentro y desde fuera de la Iglesia si alguien llega a leer este post, me gustaría, para terminar, hacer notar algo que rara vez se dice, pero que creo muy cierto y muy importante, y que está relacionado con el último párrafo de mi carta:

El mismo Jesús, que era un judío profundamente creyente, fue muy consciente del papel ambivalente de las estructuras religiosas, de su capacidad para ocultarnos a Dios tanto como para comunicarnos con Él. Por eso se enfrentó al estamento sacerdotal de su propia religión, el judaísmo, (a la que sin embargo nunca renunció), y denunció apasionadamente sus construcciones teóricas y sus prácticas, acusándolo de haberse convertido en un obstáculo entre Dios y sus fieles. "¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, pero tragáis el camello!" (Mt 23, 24)  "¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!" (Lc 11, 46) "No está hecho el hombre para el Sábado, sino el Sábado para el hombre." (Mc 2, 28). Y muchos otros pasajes de los Evangelios de este mismo tono, que ahora no recuerdo. Fue esta denuncia, precisamente, uno de los principales motivos de que lo mataran. Creo que hacer algo modestamente parecido con las estructuras, aparatos y construcciones de mi propia religión es cosa, por tanto, perfectamente cristiana.

¡Feliz Semana Santa a todos!

18 comentarios:

  1. Afortunadamente, no todos los católicos piensan así. Yo creo que cabe más gente de la que parece, que hay un abanico más amplio de lo que muchos creen. Por lo menos yo he podido leer a teólogos que, con todas las bendiciones, escriben cosas que me demuestran que no ando muy errada.

    En ese sentido, hace ya bastantes años que lei un librito que me parece valiosísimo, porque se centra en los puntos más básicos de la fe católica con una sencillez, una nitidez y un acierto superlativos. Se llamaba "Esta es nuestra fe" y era de la editorial Sal Terrae. Llevaba ya muchísimas ediciones. No recuerdo ahora mismo al autor. Podría buscarlo en internet fácilmente, pero me he lanzado a escribir el comentario sin hacerlo. He recordado este libro precisamente porque dedicaba varios capítulos al tema del sufrimiento, centrándose en las ideas de que Dios no es un sádico, que el sufrimiento no es redentor, que no hay que buscar el sufrimiento... Todo tremendamente ilustrativo.

    Este libro me reconcilió con muchas cosas y me reafirmó en todo lo que yo pensaba, aunque no lo hubiera podido expresar tan claramente como lo estaba leyendo en ese momento. Lo recomiendo encarecidamente.

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  2. Estas dos cartas que nos transcribes me han parecido fantásticas, en especial la tuya. Estoy a punto de irme a dormir y no tengo la cabeza ahora para ponerte un comentario como te mereces; lo dejo para este fin de semana.

    Eso sí, por más que efectivamente tu tesis es mucho más razonable y también yo la había leído en algunos heterodoxos, me temo que, de momento, sigo pensando que es descaradamente herética, al menos para el catolicismo. Aunque ahora no me atrevo a asegurártelo, creo que yerras pensando que la idea actual de la redención es "sobrevenida". Lo revisaré, pero tengo para mí que cuajó ya en las primeras comunidades cristianas.

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  3. Muy interesante el asunto, querido Vanbrugh

    Intentar aplicar criterios lógicos a la teología cuyo principal -casi único- argumento discursivo es la fé, no es ni teológico ni tampoco -¡ay, amigo mío!- lógico. Todo lo que puedas decir u opinar sobre este tema, si lo planteas desde un punto de vista religioso no van a pasar de ser meras especulaciones personales de tu intelecto (o del de otros) y si tu propósito es hacerlo desde una perspectiva intelectual (en el sentido de aristotélica) sólo habrán de poder ser consideradas, si se las juzga con ese mismo criterio, como amenos ejercicios de estilo, alambicada retórica.

    Un abrazo!

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  4. Hola, Kotinussa, me alegro de verte por aquí. Efectivamente, cabe mucha más gente de la que parece. Quepo hasta yo... Y hay, sí, muchos teólogos que van por donde humildemente yo aventuro en mi post. Aunque Miroslav crea otra cosa -haber sido educado por el Opus deja una huella, cicatriz, más bien, indeleble- no hay nada herético en lo que digo. No son teorías que gusten a la Jerarquía, desde luego, ni los teólogos que las formulan toman habitualmente café con los miembros de la Conferencia Episcopal, pero no son heréticas, y se publican con su nihil obstat y todo lo demás. Solo muy ocasionalmente, cuando alguno amenaza con rebasar un círculo restringido de lectores y llegar al 'gran público', como ha ocurrido últimamente con el "Jeús" de Pagola, se pone la jerarquía algo más antipática y asoma la batería de amenazas, que no llega más que hasta donde puede llegar.

    Miroslav, ya te he contestado en parte con lo que le digo a Kotinussa. La 'ortodoxia' católica es un patrimonio de todos los creyentes formado a lo largo de siglos, mucho más ancho y profundo que los gustos o las preferencias particulares y fortuitas de tal Papa o de tal Conferencia Episcopal. Mis opiniones entran en ella con tanto derecho como las de Rouco o de Ratzinger.

    Cualquier idea religiosa es, en realidad sobrevenida. La única diferencia está en si ha sobrevenido antes o después. Como cualquier otro fenómeno histórico yo, que soy ingenuamente progresista y básicamente optimista, creo que también la fe religiosa es objeto de sucesivas y cada vez mejores y más exactas interpretaciones. Por motivos históricos y culturales evidentes un cristiano del siglo VI no podía creer de Dios las mismas cosas ni con las mismas consecuencias que uno del siglo XIV, ni este que uno del siglo XXI. Con todos sus errores, desviaciones y crímenes, yo creo que la Iglesia es el imperfecto instrumento humano de que Dios se vale para ir descubriendo y adaptando a la capacidad de comprensión de cada época lo que Dios quiere de los hombres, al tiempo que para ir poniendo en imperfecta y muchas veces lamentable práctica las aproximaciones más o menos torpes que los hombres intentan dar a eso que van más o menos entendiendo que Dios quiere de ellos. La cosa va despacio, a trompicones y con desvíos y hasta retrocesos parciales, pero va. No hay nada en la historia humana, por otra parte, que no vaya así, y no hay ningún motivo razonable, por tanto, para esperar que esto fuera de otra forma. Por eso sigo dentro del chiringuito y por eso me esfuerzo en pensar estas cosas y en hablar de ellas con los que demuestran estar interesados en el asunto, porque creo que para eso estamos. Benedicto y yo, cada uno en su banco, a su manera y con sus criterios, remamos en la misma barca.

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  5. A mi los dos corresponsales me parecen igual de sensatos. Hasta tengo la maliciosa sensación de son la misma persona: una persona con la que conecto como ateo confeso, pero activista de ningún ateismo militante, que me parece superfluo.

    Enhorabuena a ambos -o a uno, si es el mismo- porque no hay cosa que me guste más que encontrar espíritus afines en supuestos bandos antagónicos al mío, aunque yo no estoy en ningún bando een realidad.

    A Dios creo no necesitarle ni como explicación ni como solución de nada, pero las procesiones me hastían/repugnan casi tanto como las corridas de toros.

    Un abrazo fraternal a ambos/uno corresponsales

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  6. (Sí, sí... Me acuerdo de lo bueno que era en Semana Santa ponerse piedrecitas en los zapatos para andar bien jorobada, porque ¡a Dios le aliviaba su dolor!...).
    Me ha gustado muchísimo leer tu post. Estoy totalmente de acuerdo contigo y con tu amigo en cuanto al concepto de Dios que siempre nos transmitieron. Yo ya me liberé de él (del concepto, aunque también un poco del “peso” de Dios). Sólo quiero creer en el Amor y aún así se me da fatal.
    A pesar de todo, siempre me gustaron las procesiones y si cantan una saeta desde una ventana, más aún.

    ¡Feliz Semana Santa cerca del mar!

    Besos,
    Carmen

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  7. La verdad, Julián, no veo nada clara esa distinción tuya entre el punto de vista religioso y la perspectiva intelectual. No las experimento como incompatibles. Lo religioso tiene un aspecto no intelectual, claro, pero sobre él no escribo, no es para especular: lo vivo, o lo rezo, o lo flipo. Cuando especulo, lo haga sobre religión o sobre futbol, lo hago siempre pensando, es decir, de modo intelectual. Y me resulta muy útil, para aclararme, a mí y a quien quiera leerlo, qué creo exactamente sobre Dios o sobre el Real Madrid. Para eso lo hago. ¿Que no van a pasar de ser meras especulaciones personales? Ni falta que les hace, me alcanza con que lleguen a serlo. Ejercicios de estilo y retórica alambicada, en cambio, no son. Esas cosas, yo, no hago. Ni sobre Dios ni sobre el paté de foie truffé.

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  8. A ver... cómo decir esto... me parece impecable la argumentación de tu carta, aunque me resulte imposible de compartir. El cristianismo tiene en su base esa (y no otra) visión de la redención. Cuando a la visión más o menos conceptual de Pablo se le añaden esas sumas de relatos precristianos que son los evangelios, y el cristianismo empieza a cobrar fuerza, su baza principal es esa del hijo de Dios hecho hombre para redimirnos. O, dicho de otro modo, lo que hace triunfar al cristianismo, aparte de la esencial fusión con el poder romano - con una de sus peores manifestaciones, Constantino-, es lo que a ti te molesta. Cierto es que, como ateo, coincido más, lógicamente, con la visión de los que como tú no son capaces de tolerar un dios así (o uno preocupado por qué comemos, cuándo, con quién follamos y en qué circunstancias), pero me temo que ese otro dios que buscáis no ha andado nunca en las proximidades de los textos canónicos ni de las instituciones, ni siquiera en ese principio que tantos se empeñan en mitificar. Lo que no significa que vosotros no podáis crearlo y creerlo, y merecer de los no creyentes como yo el respeto que el catolicismo no puede merecer.

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  9. Tu sospecha podría ser cierta, Lansky. Me podría haber inventado a mi corresponsal, para contar mis cosas a lo Platón, con un buen diálogo. Pero la verdad es que no lo he hecho, R existe de veras y su carta está copiada y pegada, sin la menor variación, de la que me envió. Y la mía. Semos así de veras.

    Te entiendo muy bien, pocas cosas me satisfacen más que encontrar espírtus afines entre los contrarios, coincidencias con el supuesto adversario.


    Pues yo, Carmen, no puedo con las procesiones. Me repelen casi físicamente. Para todo ha de haber gustos. Y tuve la suerte de que de ese Dios terrible y sanguinario me han hablado siempre mucho menos que del Padre que me quiere. ¡Piedras en los zapatos! Gilipolleces así, afortunadamente, nunca me las han enseñado. Tú tienes más mérito.

    Hola, Preocupín. Me parece que no estamos muy de acuerdo, yo creo que el cristianismo ha estado desde el principio recorrido por una corriente, casi siempre subterránea pero muy importante, que nada tiene que ver con Constantino, el poder y la violencia, y que es su alma, lo que le da vida. Y que si ha sobrevivido hasta ahora es gracias a ella, y a pesar de la otra. Pero es tan lógico que yo crea eso como que tú creas lo contrario. En cualquier caso me conforta, por lo que Lansky decía de encontrar afinidades con el contrario, coincidir contigo al menos en el Dios en que ninguno queremos creer, ya que no en el que sí.

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  10. Pues a mi me encantan las procesiones. Será que las asocio a las de mi primera infancia en Mérida, en las que los penitentes daban caramelos de menta. Pero me gustan por motivos estéticos, la fe es otra cosa. O quizá sea un poco simple. Y me gustan los tambores y hasta las estridentes cornetas. Buenas noches a todos. ¡y disfrutad de vuestras vacaciones, si 'as tenéis!

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  11. Bueno, anónimo. Si uno lo ha asociado desde pequeño a cosas agradables, puede encantarle cualquier cosa, y es de lo más respetable que eso pase. A mí me gusta el olor a mierda de vaca, porque me recuerda mis veranos infantiles en los prados cantábricos...

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  12. Vanbrugh, que siempre haya habido gente de bien, de buena fe (dicho con toda la intención), no lo discuto. Lo que creo es que, como todas las religiones en las que se inspira y de las que toma la mayoría de su relato, el cristianismo parte de esa idea del dios hecho carne, redentor, ungido, y es incomprensible sin ella. Por otro lado, estoy de acuerdo en que, a menudo, algunos de los que tenéis y algunos de los que no tenemos (fe, se entiende)apenas nos distinguimos en la mayoría aplastante de asuntos.

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  13. Yo hace ya unos años que llegué a la conclusión de que no soy católico, soy cristiano sin más etiquetas y creo en una Iglesia, pero no es Una ni Católica, ni Romana y no se si Santa y Apostólica eso igual sí pero no lo tengo decidido.
    Mi interpretación de Dios y de su hijo es muy parecida si no idéntica a la que propones.

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  14. Gracias. Gracias por expresar con tanta claridad cosas tan importantes y por empujar a la reflexión sobre ellas (Y un gracias chiquitín por poner una grabación del coro Accento al comienzo ¡Cuánto honor!)

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  15. Por cierto, yo he escuchado hace poco a un dominico decir en el púlpito que eso de que Dios necesitaba la muerte de su hijo para perdonar a los hombres es una barbaridad y que no hay que entenderlo así, sino ver a Jesucristo como representación de todos los hombres que sufren. Bueno, el lo decía mejor, pero iba por ahí y me reconfortó mucho oir a un cura diciendo eso.

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  16. Hola Preocupín, perdona mi tardanza en contestar. Naturalmente que el cristianismo parte de la idea de un dios hecho carne, redentor y ungido, sin la que es incomprensible. Y yo, que soy cristiano, participo de esa idea. En lo que difiero de la versión actualmente imperante del cristianismo es en cuál sea el significado y mecanismo de esa redención, como creo haber explicado en el post.

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  17. Hola, Pablo. Yo, a pesar de todo, sí sigo considerándome miembro de la iglesia católica. No veo por qué iba a tener que cedérsela a los que creen esas cosas que no me gustan. Pertenezco a ella desde mi bautismo con tanto derecho como ellos, y mi fe es la fe de la Iglesia, creo, tanto o más que pueda serlo la de cualquier otro.

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  18. Hola, Cigarra. Gracias a tí por comentar, y por pensar que es importante lo que digo y que lo expreso con claridad. (Y gracias al coro Accento por sonar así de bien).

    Yo también he oído y leído a bastantes curas decir cosas sobre la muerte de Jesús que me han parecido estupendas. La Iglesia es muy grande y cabemos todos. Yo no retendo 'echar' a nadie de ella, y por eso tampoco estoy dispuesto, como le decía a Pablo, a dejar que nadie me 'eche' a mí.

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