viernes, 13 de abril de 2012

Secuelas impías de la santa semana

Mi amigo Guillermo de Busto (sospecho que este no es su verdadero nombre; si se fijan, verán que es un anagrama de Tomé de Burguillos, uno de los pseudónimos de Lope de Vega; y lo cierto es que mi amigo tiene algo de lopesco, o por lo menos alguna especie de afinidad con el Siglo de Oro. Pero él dice que se llama así) es uno de los lectores silenciosos de este blog, aunque en los últimos tiempos comenta a veces como anónimo, creo que por pereza de entrar antes en su perfil de Google, que tiene, como todo el mundo.

El otro día recibí un corto mensaje suyo: "Te mando una epístola que no sé si cabe en los comentarios del blog. De todas formas ibas a saber que era mía. Si cabe y la quieres poner, tú mismo, pero que quede claro que yo no quiero escandalizar a nadie." Adjuntaba un enjundioso texto, lleno de interesantes reflexiones que le había suscitado mi post de Semana Santa. Me pareció que mis lectores debían conocerlo y lo publiqué, troceándolo, en cuatro larguísimos comentarios. Pero enseguida me mandó un epílogo casi igual de largo y empezó a parecerme ya demasiado texto para los comentarios. Así que con su permiso he decidido quitarlo de allí y dedicarle un post nuevo para él solito. Aquí lo tienen ustedes, es denso pero creo que merece la pena. (Las negritas son mías, y también le he añadido algún punto y aparte y alguna coma. Mi amigo es tipográficamente sobrio, tiende a lo macizo y, quizás por haberse acostumbrado durante los últimos años a escribir en otro idioma, sus criterios sobre la colocación de comas son aún más restrictivos que los míos.)

Reflexiones irreflexivas sobre el sacrificio y otras zarandajas, por Guillermo de Busto

En realidad el sacrificio, de una u otra forma, está presente en todas las religiones y tiene un sentido originariamente bastante claro, que después se puede complicar mucho, llegando hasta extremos de los que no me atrevo a decir que son perversos pero sí por lo menos cercanos a la perversión, en concreto al masoquismo; no me atrevo a decirlo, por pura corrección social hipócrita y de fachada, pero sí que lo pienso: el sadomasoquismo se basa obviamente en los mismos principios que el sacrificio religioso.

El proceso lógico es el que sigue: se parte del valor vinculante que para los seres humanos tiene el don, como se comprueba y se desume de las prácticas sociales de numerosas comunidades en África, en las que con el don se adquiere un balance positivo a tu favor, una posición de dominio sobre el destinatario del regalo, que te queda, como dicen los portugueses,
“obligado”. Basta pensar en esos vendedores ambulantes que te regalan el elefantito o el Buda de pasta roja made in China: te lo regalan porque creen que así te obligan a hacerles un regalo a ellos, y como no les vas a dar el pañuelo del moco, o un zapato, les darás dinero. Pero también pasa entre nosotros: las madres chantajean a sus hijos con regalos, y los enamorados al objeto de sus deseos. Los regalos siempre son interesados, siempre se ponen en una cuenta imaginaria esperando que constituyan una especie de crédito si en el futuro nos tocase tener que pagar o nos hiciese falta pedir algo, y así se sacarán a relucir luego si hiciere falta. “Con todos los regalos que te he hecho...”. Aceptemos por tanto como premisa que es un universal humano pensar que haciendo un regalo obtenemos un estado de benevolencia hacia nosotros mismos por parte del destinatario, benevolencia canjeable por algo que nosotros querremos obtener de ese destinatario en el futuro, aunque por el momento no sepamos ni siquiera de qué se trata. En esta línea, todas las religiones hacen ofrendas, que son regalos a la divinidad.

El paso sucesivo es también lógico: cuanto mejor sea el regalo, cuanto más costoso o más precioso, mayor será esa benevolencia; pero el valor del regalo lo podemos establecer mejor cuanto mejor conozcamos al destinatario. Si yo sé que a mi primo le encantaría tener una corbata roja con la hoz y el martillo, aunque sólo cueste 5 € pues voy y se la regalo a sabiendas de que le va a gustar, y el valor del regalo está en su placer de poseer ese objeto unido al hecho de que yo demuestre conocerle, saber sus deseos, interesarme por él y querer darle satisfacción: le regalo lo que quiere y sobre todo le demuestro que me preocupo por él. El regalo tiene así siempre esa doble dimensión simbólica, que expresamos al decir “lo que importa es el detalle” y que los italianos manifiestan muy bien llamando a los regalitos de poco valor, los souvenirs que se traen de un viaje, por ejemplo, un
“pensiero”, un pensamiento: la demostración de que uno ha pensado en el destinatario incluso mientras estaba por ahí de viaje divirtiéndose.

Cuando en cambio el destinatario supuesto de nuestra ofrenda, como en el caso de la ofrenda religiosa, es un perfecto desconocido del que no sabemos absolutamente nada más que las características que le hemos atribuido arbitrariamente (por ejemplo que nos da la lluvia cuando es necesario regar o que de vez en cuando lanza rayos), el valor del regalo (como las “virtudes” atribuidas al fantástico destinatario) lo tenemos que calibrar sobre nosotros mismos, nuestros gustos y deseos, que proyectamos especularmente sobre esa entidad. Por tanto le ofrecemos cosas de mucho valor para nosotros, esperando que cuanto mayor sea el valor de la ofrenda mayor será la benevolencia, porque aunque el dios no quiera para nada el don que le ofrecemos o no le guste, en el gesto de ofrecerle algo para nosotros de mucho valor reconoce nuestro gran deseo de satisfacerle mucho, reconoce el valor simbólico de la ofrenda y así nos mira con benevolencia y no nos manda sequías o rayos y truenos en la cabeza. Siguiendo en esta línea, en primer lugar está claro que ofrecer algo de mucho valor a otro es ya un sacrificio, porque yo renuncio a ello para dárselo al otro, y aquí empieza el inevitable sufrimiento que está vinculado a la ofrenda religiosa.

De ahí a pensar que sufrir por el otro es un regalo que se le hace ya no hay mucha distancia; y por otra parte este es un razonamiento que también se encuentra con frecuencia en las relaciones paternofiliales y sobre todo maternofiliales: siempre se ha dicho que las madres quieren más a los hijos que por un motivo u otro les han hecho sufrir más en la gestación y el parto, lo cual no es más que otra demostración de las naturales tendencias masoquistas del ser humano que entiende el dolor ofrecido a otro como regalo y como prueba de amor.

Así las cosas, y aún dejando aparte las prácticas sadomasoquistas en ámbito afectivo-familiar, erótico y sexual, de cuya frecuencia real no sé nada y sobre las que por tanto no puedo decir más que que existen, parece que en el ser humano hay una cierta tendencia al masoquismo, una pulsión instintiva, que se produce siempre en asociación con el amor y por tanto difícilmente podía dejar de manifestarse en el ámbito del amor por la divinidad. Pero incluso cuando el amor no tiene nada que ver con la relación con el dios de turno, el “razonamiento” (pásame el término en el sentido de concatenación de causas que con la razón tienen poco que ver) que lleva de la ofrenda al sacrificio como ofrenda de valor más alto para ganarse la benevolencia de la entidad mirífica y superior
ya sea el jefe de oficina, ya la dama de nuestros sueños, ya un ideal cualquiera, como la patria o la revolución, por las que se ofrenda a menudo la propia vida sigue funcionando en lo esencial, creo. Estas son cosas que han pasado millones de veces en la historia de la humanidad, “normalidad” estadística, vaya.

Una estructura que se forme como organización de las prácticas religiosas de una comunidad, una especie de iglesia o comunidad organizada de los creyentes en una determinada divinidad, es estadísticamente también de lo más frecuente, todas las comunidades humanas han tendido a crear estructuras jerárquicas y mecanismos de administración del poder que en el pasado con frecuencia, basándose solo en la religión (los reyes por la gracia de dios, etc., una “religión” que por otra parte, etimológicamente, es lo que mantiene unida a la comunidad, lo que liga o vincula), se extendían a todos los ambitos sociales de la comunidad y sólo en tiempos modernos han empezado a verse relegados a la esfera exclusiva de la administración de las cosas inmateriales, de las relaciones entre lo sobrenatural y lo natural. En estos casos, como el de la Iglesia Católica, en los que la influencia de la estructura sobre sus miembros se fundamenta solo en la “libre” aceptación por parte del sujeto del poder que se le impone, el sistema tiene que aprovecharse de las fuerzas pulsionales e instintivas que llevan a la gente a someterse voluntariamente. Ningún brujo de ninguna tribu se ha puesto a explicarle a sus fieles adoradores de Mumbo Jumbo que los rayos estaban originados por diferencias de carga eléctrica entre una nube y otra; más bien les convenía decir, y en la mayor parte de los casos la conveniencia era raíz y fuente de sincera convicción, que los rayos eran muestras de la ira de dios y que para aplacarla tenían que ofrecer lo que hiciese falta.

La iglesia católica, por más que haya alcanzado grados algo superiores de refinamiento lógico, no puede permitirse el lujo de atentar contra las pulsiones instintivas más profundas de sus feligreses, porque tendría que explicarles y explicarse una serie de cosas que no es ya que los fieles no se sabe si serían capaces de digerir, sino que es muy dudoso que los especialistas en la materia sean capaces de formular claramente, pobres seres humanos como a fin de cuentas son. Vivimos, como decía, sumidos en una cultura de la que formamos parte que no sólo propone el sufrimiento como valor en el terreno de la espiritualidad religiosa, sino en muchos otros aspectos. La jerarquía eclesiástica delega la cuestión teológica a los ideólogos para que sustenten su poder, no para que lo minen, y por lo demás tanto los jerarcas como sus ideólogos pertenecen todos a esa misma cultura que sublima el dolor y propone la ofrenda, incluso la de la propia felicidad, la masoquista, la de la propia vida, como algo admirable y magnífico. “Dulce et decorum est pro patria mori” no lo han inventado los cristianos, la cosa viene de mucho antes y está muy arraigada en el ADN de la gente.

Lo que sí es verdad que todo esto es una mala tendencia del ser humano, como la crueldad innata u otras que se derivan del egoísmo, la tendencia a imponerse sobre los otros, a dominar. También está muy arraigada la tendencia a emborracharse al salir del trabajo y después pegar a la mujer al volver a casa, y por más arraigada que esté es decididamente reprobable. Decir que algo está arraigado como pulsión instintiva en las circunvoluciones del cerebro de los seres humanos ni lo justifica ni lo autoriza, no pretende decir que no haya que corregirlo y oponerse a ello. En muchos aspectos que atentan más directamente a la integridad o los derechos del prójimo, la educación se pone la tarea de eliminar las malas tendencias instintivas del ser humano. Lo mismo habría que hacer con la tendencia masoquista a sublimar el dolor, y bien se podría esperar que fuese la iglesia, como suprema maestra, la que, del mismo modo que nos enseña a compartir lo que tenemos con el prójimo, a no causarle dolor y a amar a todos, nos enseñase que nuestro primer prójimo somos nosotros mismos y que solo por el bienestar y la felicidad ajena se puede tolerar un cierto grado de negligencia del propio, suponiendo que se pueda procurar la felicidad a alguien sin un mínimo de felicidad propia.

O sea que concuerdo en que el papel de la Iglesia en sacralizar el dolor y el sacrificio no es positivo, todo lo contrario: es culpablemente negativo, pero probablemente se debe más a la cerrilidad y en general a la humana debilidad, intelectual, espiritual y moral de los jerarcas e ideólogos que a otra cosa. En realidad es un tipo de razonamiento, el que propone el sacrificio como palanca para obtener no se sabe qué bienes, tan arraigado en la panza (probable sede del alma) de los seres humanos que por qué vamos a esperar que los curas, los obispos y de ahí para arriba estén libres de este condicionamiento. A mí la teología de la liberación que propones me parece mucho más seductiva, pero al contrario que tú, y por razones distintas a las que hemos expuesto hasta ahora, no tengo ninguna certeza de que exista nada parecido a lo que nos imaginamos instintivamente también, y cada uno a su manera, como Dios. Lo único que encuentro son datos que, si los miro friamente, más bien parecen apuntar en dirección opuesta. Las cinco vías de Santo Tomás, tan celebradas tradicionalmente por la Iglesia, son de una simpleza y pobreza intelectual y racional que hacen comprender a una nueva luz el sobrenombre del buey mudo, que su memoria me perdone, debía ser un santo varón. Pero así y todo respeto el razonamiento estadístico, que es el más serio, de que cuando todos los seres humanos tienden instintivamente a pensar que existe una entidad superior, sobrenatural etc, algo de eso debería de haber. Se podrían muy bien extraer otras conclusiones igualmente lógicas de esta innegablemente curiosa coincidencia, pero también se puede extraer esta, que por tanto no excluyo. Pero si se piensa friamente en cómo funcionan las cosas en el mundo desde que lo es, traza de ese ser supremo se encuentra poca.

Hasta aquí la primera entrega. Le contesté que no veía nada de provocador en su texto, y que yo mismo estoy bastante convencido de que muchas, si no todas, de las teorías y de las prácticas penitenciales católicas son claramente perversas e inequívocamente sadomasoquistas. Y que no solo no creo que debamos abstenernos de decirlo así sino que me parece que proclamarlo es bastante conveniente. Puede haber a quien le abra los ojos y le descubra un nuevo, y en mi opinión más saludable, punto de vista; y hasta los que sigan siendo partidarios de tales prácticas y teorías tendrán al menos ocasión de defenderse de la acusación, y de explicarnos por qué creen que ponerse un cilicio es algo bueno, qué beneficio creen que obtienen Dios y el penitente de ello y qué diferencia hay entre azotarse por amor de Dios o hacerlo por el de una estricta gobernanta BDSM, cuestiones todas ellas francamente intrigantes, al menos para mí.

En cuanto al último párrafo, en que mi amigo de Busto hace una comedida y razonable profesión de no fe, tampoco me pareció inquietante. Yo llevo unos cuantos años ya proclamándome cristiano desde cuanto ámbito internético me cae a tiro, principalmente este blog, sin que la cosa parezca afectar significativamente a las creencias de quienes me leen, ni para bueno ni para malo (llame cada cual bueno y malo a las opciones que mejor le acomoden). Que por una vez sea la probable no existencia de Dios lo que se predique desde aquí, y en un tono tan mesurado, además, no creo, por tanto, que vaya a tener tampoco muchas consecuencias para la fe o falta de ella de nadie.

Un rato después de mi respuesta llegó esta segunda entrega:

Los cristianos que están dispuestos a aceptar que si le ofrecen su dolor, –como si fuese una novia que a cambio del anillo de pedida que ha costado un riñón accede a acostarse con ellos– Dios les dará a cambio lo que piden, encuentran natural que Dios mismo tenga que ofrecerse sacrificios a sí mismo para obtener de sí mismo algo que se pide a sí mismo, que en realidad es, con todos los debidos perdones por la herejía que debo de estar diciendo, a lo que se reduce la teoría de la redención de los pecados por la muerte de Cristo en la cruz: Dios, cabreado con los hombres porque han hecho más caso del diablo que de él, les condena a todos a nacer con un pecado original que les lleva de patas al infierno. Después de unos cuantos miles de años, y viendo que el infierno se llena y que mientras tanto la mayor parte de la gente sigue haciendo más caso del demonio que de Él, decide tomar cartas en el asunto: "No, si estoy viendo yo que estos ni me piden perdón ni nada, voy a tener que mandar al chico a que me ofrezca su vida por ellos para poderles perdonar..." (Dios también es leísta.) Dicho y hecho. Lógica implacable.

Por otra parte qué duda cabe de que, para sobrellevar las adversidades, la teoría segun la cual son una prueba que Dios nos manda para ver si somos buenos y resignados, después de lo cual nos dará un premio, contribuye por una parte a valorizar el dolor y el sufrimiento como moneda de cambio, y a la vez crea una esperanza que ayuda a soportar ese mismo sufrimiento.

Hay que tener en cuenta que la teología cristiana, o sea toda la teorización y la teorética sobre el pecado, la redención y todas las demás vainas, desde la existencia del alma, el cielo, el purgatorio, el infierno, es todo, como las sagradas escrituras mismas, obra de aluvión, que se va acumulando escrita por manos distintas y generada por distintas cabezas a lo largo de un mogollón de siglos. No tiene por tanto ninguna organicidad ni lógica interna, es profundamente incoherente y probablemente contradictoria. Desde hace ya muchos siglos quien estudia a fondo toda esa materia y quizá contribuye a ella con una pequeña aportación no es más que un pequeño fanático que la lee con la reverencia impuesta por la fe, con espíritu acrítico y deseo de embeberse de sabiduría y de verdad; un pobre hombre que viene de una educación infantil en la que los diversos disparates de la doctrina se le han transmitido como verdad revelada e indiscutible a golpe de efectos litúrgicos especiales, y en ese caldo de cultivo ha desarrollado su inteligencia y sus afectos. Yo creo que cualquiera que estudie el Antiguo Testamento de pe a pa, la doctrina cristiana, buena parte de la obra de los padres de la Iglesia, el catecismo, la historia de la Iglesia misma y todo lo demás y no salga con las manos en la cabeza, o es completamente tonto o ha apagado el interruptor del juicio, voluntaria o involuntariamente, al menos mientras dura esa operación. Si no fuese porque el Evangelio presenta una teoría que, haciendo abstracción de los detalles, ofrece una serie de puntos de ética perfectamente aceptables, la solidaridad entre los hombres de buena voluntad, la aceptación de los que no lo son, un sistema de buenos principios, en suma, no habría por dónde coger todo ello, como no hay por dónde coger la doctrina musulmana en su mayor parte (a pesar de haber sido establecida con un poco más de coherencia y sistematicidad) y menos todavía la hebraica.

La mayor parte de los cristianos aceptan la doctrina con la misma naturalidad con la que los musulmanes aceptan que las mujeres lleven velo, o todos aceptamos que ir a votar para elegir a unos paniaguados que nos cobran cantidades ingentes por hacer su propia conveniencia es la máxima expresión de la democracia. La gente acepta mecánicamente como natural todo lo que está acostumbrada a ver desde siempre, desde su nacimiento, y no tiende a poner en discusión la mayor parte de las ideas recibidas, menos aún si las ha recibido con humo de incienso y aura de sacralidad. Entre otras cosas, probablemente porque tiene otras cosas que hacer y porque poner las cosas en discusión no es fácil. Y los padres de la iglesia, los párrocos, los obispos, los teólogos, los confesores, los papas y los cardenales no son más que gente, pobre gente, como cada hijo de vecino, como los costaleros y los hermanos mayores de las cofradías, las señoras de mantilla y los guardias de tráfico...

Todo esto probablemente nace del simple hecho de que los hombres (y me imagino que aún más los otros animales) somos incapaces de concebir intelectualmente nuestra no existencia, y es obvio que así sea porque no podemos concebir una situación que implica que no podemos concebir; por definición no podemos pensar en la no existencia, porque toda nuestra experiencia, necesariamente se reduce a nuestra existencia y a lo que de ella se deriva. Tampoco podemos concebir nuestra no existencia antes de nacer, pero esa nos da igual porque no plantea ningún problema, es pasado. La muerte como venidera cesación absoluta de la existencia, como desaparición total del yo, es inconcebible para ese mismo yo, así que desde que los hombres han empezado a concebir cosas han tenido que tratar de imaginar una existencia después de la muerte, una pervivencia del yo aunque sea desprovisto de una parte sustancial o más bien de la parte sustancial.

Bueno, a mí también me ha gustado mucho, por eso lo publico. Aunque, claro, solo en algunos puntos estoy de acuerdo con él. A Guillermo, por ejemplo, le resulta muy fácil dar estas explicaciones tan razonables porque, como él mismo cuenta, su propia fe en Dios no va mucho más allá de una amable –y muy poco convencida ni convincente– aquiescencia estadística. En otras palabras, el masoquismo de los cristianos no es su problema, se le ofrece solo como un interesante espectáculo sobre el que desplegar su tolerante análisis.

Pero a mí no me pasa lo mismo, (por cierto, es quizás el momento de dejar claro que, como mi corresponsal R del anterior post, mi amigo de Busto existe, y sus cartas son verdaderamente creación suya, y no un desdoblamiento mío, un truco para desahogar mi otro yo incrédulo y más iconoclasta aún que el habitual), yo sí soy cristiano, pertenezco al cada vez más reducido grupo de los que no salieron con las manos en la cabeza tras estudiar con cierto detenimiento la cuestión. (Nos las llevamos a la cabeza, sí, pero no nos salimos, probablemente porque no éramos tan listos como creíamos –en mi caso no sería posible– o por algún otro motivo de índole personal y tirando a mística sobre el que me permitirán que deje para mejor ocasión el explayarme. Y allí –aquí– se quedaron –nos quedamos– con las manos casi permanentemente en la cabeza, pero dentro del chiringuito.) Por lo que la complacencia de los cristianos con el sufrimiento no es para nosotros solo un interesante fenómeno que analizar, sino un permanente motivo de cabreo. No tanto por el particular masoquismo de algún perturbado adicto a las disciplinas o al cilicio, que allá ellos, como por la teoría generalizada que denunciaba en mi anterior post: la de que Jesús se hizo hombre para morir por nosotros. –Por cierto, me ha parecido magistral la certera caricatura que de esta cuestión hace mi amigo: ""No, si estoy viendo yo que estos ni me piden perdón ni nada, voy a tener que mandar al chico..." Porque esta teoría está, supuestamente, en la base de nuestra fe, y la profesamos, o, de acuerdo con la ortodoxia imperante, la deberíamos profesar, todos, también el canónigo orondo que en la vida ha soñado en hacer otra penitencia que la de renunciar a la segunda taza de chocolate, y el jovial y moderno padre de familia que berrea con sus hijos en la iglesia, cada domingo, que Jesús es un colega muy, muy guay.


En fin, espero que las comunicaciones de mi amigo les hayan resultado tan entretenidas y provechosas, al menos, como a mí. Gracias a él y Feliz Pascua a todos.

15 comentarios:

  1. Tras la intervención del docto Guillermo, en la que se aprecia un cierto aire docente, queda uno sin palabras. Prueba de ello es la ausencia de comentarios, transcurrido ya un día desde la publicación del post.

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  2. Lo único que me viene a la mente (corroborando el comentario de Ricardo) es que eres afortunado con tus corresponsales. En general, coincido con casi todas las apreciaciones de Guillermo y me quedo admirado de su estilo expositivo.

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  3. Hola, Ricardo. Creo que en la ausencia de comentarios ha podido influir también la hora intempestiva en que publiqué este post, a las tres de la tarde de un viernes, y el pequeño lío que armé con su publicación, que había hecho ya en falso una semana antes. Los pocos sitios en que se anuncia la actualización de mi blog debieron de registrarla todos mal.

    Sí que tengo suerte con mis corresponsales, sí, Miroslav. Tú mismo eres una buena prueba de ello.

    Creo que lo que más me gusta de toda la estupenda aportación de Guillermo, y lo que me decidió a publicarla, es la oportuna consideración, hecha entre paréntesis, de que Dios también es leísta.

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  4. Fantásticas tus cartas al amigo y sus respuestas; pero quiero atenerme a tu entradilla respecto a 'nuestra' familia real y otras opciones.

    Creo que a estas alturas las monarquías son una forma de gobierno un tanto trasnochadas – aunque existan en varios países nórdicos, tan modernos, ricos y 'avanzados'... (¿?¿?)

    Nuestra monarquía ya es un choteo, una estupidez y un derroche de papanatas.

    No parece justo ni apropiado que un Jefe de Estado lo sea por el mero hacho de haber nacido en una noble cuna antañona.

    La República parece ser más acorde con los tiempos. Al margen de razonamientos éticos, lo que finalmente interesa al ciudadano es el coste económico que le supone para su bolsillo una y otra forma de Gobierno. Tal vez la república resulte menos onerosa, aunque el Presidente, sin palacios, tampoco creo que viva en un piso ni se desplace en Audi sin escoltas ni prebendas familiares... No sé echar números.

    Aunque no es algo que me quita el sueño, supongo que lo más efectivo y sensato sería una república federal constitucional, como en EEUU o de Länder (landers) como en Alemania.

    Grillo

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  5. Tus compasivos deseos y agradecimientos del frontispicio de tu blog te engrandecen, pero son difíciles de cumplir, porque todavía no se ha inventado una guillotina que corte la cabeza de la monarquía y respete humanamente la del monarca, aunque...¿un referendum tal vez sobre monarquía o república pordría ser esa metafórica guillotina?

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  6. Un referéndum, por ejemplo, sí. Quizás incluso bastara con que se aplicara el artículo 14 de la constitución, que me suena que dice algo así como que los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. ¡El muy cachondo!

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  7. Y ahora un comentario sobre tu post:

    Coincido muy mucho con tu corresponsal Guillermo y no tanto contigo, puesto que yo no veo tanta finura intelectual en el catolicismo sobre los animismos del bunga munga o lo que sea.

    En cualquier caso, a mi también me gusta (sin pasarme) ejercitar y hasta alardear de mi tolerancia, y la tengo con tanto masoquista que anda suelto o más bien en rebaño por ahí. Allá ellos.

    Estupendo post, eso sí, tan largo y enjundioso que he consumido en él media jornada de trabajo...

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  8. Pues sí, Vanbrugh. Y hablando de igualdad ante la ley fíjate en el distinto trato que en el mismo proceso han recibido la esposa de Urdangarín, la infanta Cristina, y la de su socio de chanchullos, Diego Torres

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  9. La falta de comentarios puede deberse a que el texto es muy, muy largo. Yo misma empecé su lectura anteayer y tendré que volver mañana para terminarla.

    Un abrazo.

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  10. Pues en ese caso, C.C., doblemente agradecido por la lectura y los comentarios. A ti y a todos.

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  11. A este post le ha faltado la ilustración musical con una saeta, de esas de mucho dolor, mucho sufrimiento y mucha devoción...

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  12. Hola, Anónimo. Intenté ponerle, como ilustración, una que me gustaba aún más que la que propones: un video que encontró en YouTube mi hijo Ignacio, de una procesión en un pueblo murciano en la que Jesús Resucitado marchaba al paso de 'Ay, si eu ti pego', en briosa interpretación de la banda municipal y con meneo de los costaleros a ritmo de bossa nova. Pero no me funcionó, lástima. No acaboyo de cogerle el truco a los videos.

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  13. ¿Que no le coges el truco a los videos? Por Dios, Vanbrugh, me cuesta creerte. En Youtube le das al botón de "Compartir"; se despliega y le das al botoncito de "Insertar"; te aparece el código html que copias y pegas en tu post. Mucho más fácil que subir una canción a DivShare para luego insertarla en el post.

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  14. Sí, Miroslav, soy torpe. Pero a colgar un video de YouTube, llego. Lo que pasa es que no quería colgarlo de YouTube, en primer lugar porque no me gusta que las ilustraciones de mi blog dependan de sitios que no controlo -el día que lo quitan de YT, mi ilustración se va a la porra- y en segundo porque hay ordenadores, el de mi trabajo, por ejemplo, desde los que no se puede acceder a YT. Me descargué, pues, el vídeo -merced a un útil software, al parecer también pirata, que, una vez más, me ha facilitado mi hijo- y desde mi ordenador lo subí a mi página de DivShare. Todo fue bien, DivShare lo convirtió al formato que él usa y me dió el código correspondiente para 'embed' el video en mi blog. Pero no funciona, por algún motivo que no tengo tiempo de investigar. El video aparece en mi blog, pero no 'anda'. Otros con los que, tiempo ha, hice pruebas, funcionaron perfectamente. Este, con el mismo sistema e igual en todo, no quiere hacerlo. La informática es así.

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  15. He encontrado en un libro estupendo de lectura muy recomendable esta reflexión impía pero devota que refleja mejor de lo que yo hubiera podido hacer parte de lo que quería expresar en aquel texto (o textículo, que no hay que exagerar; por cierto, gracias a los que le dedicaron inmerecidos elogios) que Vanbrugh tuvo la generosidad de alojar en su acogedora casa. Dice así:
    "No soy un admirador fanático de la especie humana, fruto de la evolución y la supervivencia genética de los más astutos y agresivos. No creo en Dios porque nunca he percibido indicio alguno de su existencia, pero mi escepticismo ante lo humano es tan grave que defiendo una norma de vida técnicamente insostenible e indudablemente conservadora: vivir como si Dios existiera, como si hubiera que rendir cuentas; recurrir, en fin, a aquello que antes, cuando existía, se llamaba conciencia. Es una tontería, ya lo sé. Aún me parece más tonto, sin embargo, proclamar la existencia de Dios basándose en una cita de Kant." El resto merece igualmente la pena; léanlo si pueden en Historias de Roma de Enric González, Barcelona, RBA, 2010.

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